Alberto Baldrich: legado de un educador argentino

“El espíritu de cada pueblo que logra en el Estado su realidad sustancial llena su fase de la historia universal, que contiene el movimiento dialéctico de los espíritus particulares de los pueblos. Magnífico privilegio el de esta libertad de aportar el propio mensaje, pero también tremenda responsabilidad” (Alberto Baldrich: Libertad y determinismo en el advenimiento de la sociedad política argentina, 1949).

 

Se busca aquí recuperar los aportes de Alberto Baldrich a la educación nacional y bonaerense. Se considera que son ideas fundantes de la matriz justicialista, en tiempos en que lo educativo era pilar de un proyecto integral de Nación y de desarrollo humano.

Alberto Baldrich fue subteniente de Reserva en el Regimiento 11 de Infantería, abogado, juez en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil de la Capital Federal, docente universitario, intelectual y político argentino. Hijo del general Alonso Baldrich, quien fue, junto con el general Enrique Mosconi, uno de los responsables del desarrollo de la petrolera estatal YPF y quien se opuso a la injerencia inglesa en el control de nuestros recursos naturales.

Alberto Baldrich en 1947 creó el Instituto de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, siendo así uno de los fundadores de la disciplina en el país. Docente en varias universidades, entre ellas, la Universidad Provincial de Mar del Plata, estaba a cargo de las cátedras Historia Social Argentina y Problemas Sociales Contemporáneos, donde fue nombrado profesor emérito.

Baldrich se desempeñó en dos oportunidades en la cartera educativa: en 1944 Edelmiro Farrell lo designó como ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, y en el tercer gobierno del general Perón fue designado como Ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires, siendo Bidegain el gobernador.

 

Historicismo e hispanismo en Baldrich

En el Congreso Internacional de Filosofía de 1949 Baldrich desarrolla la ponencia “Libertad y determinismo en el advenimiento de la sociedad política argentina”. En ella afirma que “las concentraciones de poder nacen, crecen, se expanden, florecen en programas de vida que son programas de cultura y cuya validez se mide por la jerarquía de los ideales que encarnan y por las formas de realizarlos, con lo cual lo finito se redime de su limitación, de su accidentalidad, en la eternidad del valor que se realiza”.

Baldrich inscribe la irrupción del espíritu argentino entre el período de decadencia del Imperio Español y el poderío creciente de Inglaterra lanzada a la hegemonía. “Al Imperio Español pertenecíamos en cuerpo y alma”; “América no fue colonia, sino provincia del Imperio”.

La determinación historicista en Baldrich amplía el horizonte de la historia de nuestra cultura. El autor consideró que “el pueblo tenía una psicología eminentemente iberoamericana”, caracterizada por virtudes como la “generosidad, el desinterés, el sentido de la hospitalidad y del honor, la buena fe en el trato comercial, y la lealtad en la amistad” (Baldrich 1938a: 626). Destacó que “el sentido de la igualdad, en su formación política, no obstante la literatura francesa y la influencia circunstancial de su revolución, estaba fundado en una previa e indispensable concepción religiosa y metafísica, traída por España” (Baldrich 1940: 25). La tradición hispánica incluía costumbres y valores sobre el orden social, la familia o la colectividad”.

Plantea que “debemos identificar libertad con voluntad de ser nacional y determinismo con mundo circundante”. Para el autor, el fin de la sociedad es “el interés general que comprende no sólo la existencia material, sino también su felicidad y virtud. Y la virtud social es la justicia”. Las entidades económicas, la familia y el Estado, son organizaciones del espíritu. La Nación revela la etapa superior de la vigencia de la voluntad. Baldrich se apoya en Hegel para afirmar que “el ser humano trasciende lo sensible independizándose de la naturaleza, de su sumersión en ella y la convierte, por la vida humana reflexiva y consciente de sí, en un medio, en el ámbito necesario para la vida del espíritu”.

Para Baldrich, los protagonistas de la historia universal son los Estados, los que constituyen la auténtica individualidad histórica, ya que “el Estado es la manifestación de la voluntad que se despliega en un tiempo histórico, triunfante sobre las fuerzas internas de dispersión y sobre las externas de confrontación de capacidades”. El autor plantea que el nacimiento de Inglaterra como nueva concentración de poderío, con vocación de hegemonía mundial, fue un factor determinante en el surgimiento de la Argentina como sociedad política. “De la contemplación de la naturaleza y de su consideración como algo que debía amarse, se había pasado a la vocación por su dominio en la técnica y la economía”. “No estaba Inglaterra sola. Era la concreción en una potencia política, en una hegemonía, de toda una nueva y distinta concepción del mundo y de la vida”. Sin embargo, el surgimiento del espíritu argentino no se reduce a motivos materialistas. “No realizaron los criollos la epopeya heroica y ejemplar por un determinismo material dentro del cual no es posible la existencia de la libertad, ni la virtud de la acción, la tensión y el esfuerzo volitivo. Si hubo alzamiento criollo, y si entre otros tomó también lo económico por motivo, fue porque advenía a la historia el espíritu argentino (…) para continuar en libertad y con acento, capacidad y creación propia, las viejas virtudes clásicas de la estirpe. Porque en la historia –proceso de formas del espíritu– hay un sentido y un fin, una Idea”.

 

El proyecto educativo justicialista ante el “vacío de argentinidad”

En 1938 destacó que había “generaciones de argentinos desconectados del pasado, sin visión del destino de la nacionalidad, desentendidos de los problemas nacionales, viviendo en función de un presente utilitario y egoísta, con un sentido mercantil de la existencia y con el confort y el bienestar material por ideal” (Baldrich 1938: 623). En el año 1974, siendo ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires, afirmó que la educación debía impartir las nociones de libertad, verdad y justicia. Ello suponía consolidar un “Estado ético” que pusiera el interés social y de vida común de un pueblo en el centro del proceso educativo (Baldrich 1974).

En su artículo “El plan educativo justicialista” puntualiza las ideas fuerza que fundamentarán el aspecto filosófico e histórico de su gestión. Estas ideas fueron extraídas del texto La Comunidad Organizada del general Perón y son Verdad, Libertad y Justicia: “Para nuestro pueblo la Libertad es la resultante de la Justicia de la Verdad, del respeto al orden natural y de la esencia de la comunidad constituida en Estado. Por esto Perón dice que la libertad viene determinada por lo ético. O sea, por la Justicia. Es interesante notar esta idea de libertad vinculada a lo comunitario, y no como derecho individual y fragmentador. Su opuesto es lo que Perón llama la libertad irrespetuosa ante el interés común, enemiga natural del bien social”.

Es la concepción justicialista del mundo y de la vida la que sostiene que “el hombre ha de ser dignificado y puesto en camino de obtener su bienestar, debe ser ante todo calificado y reconocido en sus esencias”. Frente al vacío formativo se imponían en su lugar la “mala prensa y la calle, el mal cine y la escuela extranjera”. Como resultado del proceso desaparecían los valores de solidaridad colectiva y las tradiciones nacionales, debilitando la estabilidad y el funcionamiento del orden social. El egoísmo y la acumulación individual de riqueza eran el valor supremo de las instituciones educativas y eso generaba un negativo “vacío de argentinidad”.

El autor planteó que la educación estaría en crisis mientras se mantuviera “el normalismo y no se modifique a los universitarios que van a las cátedras, nada se resolverá. (…) No se trata de cambios de programas y de métodos, sino de cambios de los cuadros ideológicos y sentimentales en los cuales se basa la educación. Sólo así se logrará que las juventudes argentinas estimen el espíritu que hoy niegan los altos arquetipos sociales, el sentido heroico de la Vida y de la Historia”.

Las ideas expresadas por Baldrich tuvieron fuerza de ley con la sanción de la “Constitución del Pueblo” de 1949 y con ello el Estado Nacional, a través de su política educativa, era el contrapeso de la impronta liberal universitaria dada por su carácter autónomo. En palabras de Baldrich “la libertad convertida en fin en sí misma no tarda en sublevar el egoísmo individual contra las exigencias del bien común (…) y cuando cada uno sólo persigue su bien privado, cuando cada uno degrada por el torpe materialismo la dignidad de su naturaleza espiritual –que es fundamento de la justa libertad– y en consecuencia sólo piensa en la utilidad y en el confort (…) compromete la soberanía y destruye la unidad y la grandeza de la Patria” (Baldrich 1944: 35).

Para Baldrich, las universidades eran corrientes y fuerzas dentro del país que se enfrentan a las fuerzas político-económicas internacionales, y planteaba que el imperialismo capitalista internacional las controlaba. El autor reconoció como saldo positivo del gobierno de Perón a las universidades obreras y la supresión de los derechos arancelarios en la etapa universitaria, así como la Ley universitaria.

Situándonos desde una “geopolítica de la esperanza”, los aportes de Baldrich tienen una vigencia ineludible para pensar y construir la escuela argentina en clave continental, comunitaria, ecológica y soberana. Recuperar su ideario es una búsqueda para argentinizar el pensamiento pedagógico actual, y darle anclaje en las luchas emancipatorias que nos antecedieron y en los valores que sustentan nuestra comunidad nacional.

Alberto Baldrich es uno de los pensadores criollos negados en el ámbito educativo nacional y bonaerense,[1] y puede ser una llave para forjar la descolonización pedagógica hoy, cuando resulta prioritario fortalecer el carácter federal de nuestro sistema educativo ante la presión del lobby globalista que busca desenraizarlo. Sus aportes pueden contribuir en el desarrollo de un programa de formación nacional para docentes en todos los niveles, más aún en los cargos directivos y de inspección. Poner en diálogo las ideas de este hacedor con los problemas educativos actuales y los desafíos que plantea la pospandemia habilita la esperanza de reconstruir la “voluntad de ser nacional”. En palabras de Alberto Baldrich, “la emancipación nacional y la soberanía no están terminados. Como todo proceso político se están haciendo siempre, y como ahora vuelven a negarse y a discutirse, plantean a los argentinos la reiteración de la lucha para continuarlos”.

 

Bibliografía

Baldrich A (1949): “Libertad y determinismo en el advenimiento de la sociedad política argentina”. Mendoza, Primer Congreso Nacional de Filosofía.

Baldrich A (1967): Imperialismo y liberación nacional. Buenos Aires, Huella.

Baldrich A (1974): “El plan educativo justicialista” y “Aporte del general Perón a estas ideas fuerza”. Revista de Educación, número especial.

Hernández Arregui JJ (1973): La formación de la conciencia nacional (1930-1960). Buenos Aires, Plus Ultra.

Jauretche A (1957): Los profetas del odio y la yapa: la colonización pedagógica. Buenos Aires, Corregidor.

Recalde A (2018): Alberto Baldrich, ideario de un nacionalista. nomeolvidesorg.com.ar/archivo/?p=4567.

 

Lucía Ferrario es profesora en Bibliotecología y Documentación.

 

[1] Algunos autores lo caracterizaron como “falangista” y “reaccionario”. Sin embargo, “ninguno de los críticos del autor encontró un acto de represión o de violación de garantías individuales protagonizado por Baldrich” (Recalde, 2018: 27).

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