El 17 de octubre de 1945 contado por sus protagonistas

“Luego de algunas deliberaciones decidimos ir primero a Lomas de Zamora y luego a Plaza de Mayo. En la plaza de Lomas de Zamora ya había mucha gente, es que allí se estaba realizando un acto de apoyo al coronel. Ahí me dijo mi cuñado que podía traer ‘un camioncito’ con parlantes. Al rato vino con un amigo, Benedicto Zapienza, comerciante de Lomas, en un camioncito rojo con dos parlantes y decidió ir con nosotros a Plaza de Mayo, sentándome a su lado. Nos pusimos en marcha hacia la plaza, con el camioncito delante, hablando nosotros por los parlantes y la gente en columnas detrás. Cuando llegamos al Riachuelo el puente estaba levantado. Nos acercamos con el camioncito hasta la orilla arengando a la policía que estaba en la otra orilla. No recuerdo qué palabras usamos, lo cierto es que al rato el puente se baja y pudimos pasar [lo que ignoraba Cardellini es que la policía de la provincia de Buenos Aires también era adicta a Perón y se sumaba]. Llegamos a la plaza y estacionamos el camioncito en Balcarce y Victoria [hoy Hipólito Irigoyen] junto a la vereda de la plaza. Empezamos a arengar a la gente que estaba reuniéndose, pidiendo la libertad de Perón. Alrededor de las 17:30, el doctor Colom [director del diario Época, único periódico favorable a Perón de todo Buenos Aires] desde nuestro micrófono del camioncito dijo que el coronel Perón estaría a las 19:30 y aprovechó para firmar autógrafos en servilletitas de papel. A las 18:30 comenzó a llegar mucha gente a Plaza de Mayo, porque se habían enterado por radio de los hechos que ocurrían” (testimonio de Ernesto Cardellini en el libro de Pedro Michelini: El 17 de octubre, testimonios y protagonistas).

La cronología de esos días frenéticos de octubre es la siguiente.

6 de octubre: los mandos militares opuestos a Perón cuestionan la designación de Oscar Nicolini, director de Correos y Telégrafos. Nicolini, un amigo de la familia Duarte y secretario del coronel Imbert, había sido propuesto por Evita para el cargo. Perón propone su designación. Alguna oficialidad había sugerido a un militar para el cargo y se sienten humillados por la designación de Nicolini. Protestan ante el general Eduardo Avalos, jefe de la guarnición de Campo de Mayo. Avalos presiona a Perón, pero éste se mantiene firme, “cansado de la interferencia de la guarnición”. Evita participa en la reunión. Tiene una animadversión que no disimula hacia Avalos, que es recíproca. John Barnes, en Evita, la biografía, relata los enfrentamientos de Eva con Avalos y en especial con la Marina. Insiste en que no se deje amedrentar. Lo que está en juego en realidad es el incipiente liderazgo de Perón entre la oficialidad joven y los trabajadores y las trabajadoras.

8 de octubre: ese día –cumpleaños de Perón– se reúnen en el Ministerio de Guerra el general Avalos, acompañado por un grupo de oficiales de Campo de Mayo, y Perón, acompañado a su vez por unos cuarenta seguidores –oficiales de Ejército y sindicalistas. Allí Avalos presiona por la destitución de Nicolini, y Perón sostiene que es un buen funcionario con años de antigüedad en el Correo. Perón desaira a Avalos y pide un voto de confianza del grupo. Obtenido el voto de confianza, se retiran Avalos y sus seguidores, y se plantean marchar sobre la Casa Rosada esa misma noche. El objetivo ya no era destituir a Nicolini: ahora el objetivo era Perón.

9 de octubre: la oficialidad opositora dispuesta a accionar con tropas contra Perón solicita autorización de Avalos, quien se opone. Otros oficiales jóvenes que apoyan a Perón se reúnen con él en su departamento –seguramente convocados por Eva– y hasta se llega a hablar de un ataque con aviones y tropas contra Campo de Mayo. Perón, igual que Avalos en el campo contrario, se niega a “cualquier derramamiento de sangre”. Evita estaba presente en esta reunión Lucero-Perón.

10 de octubre: el presidente Farrell se reúne en Campo de Mayo con Avalos y un centenar de oficiales, quienes por aclamación deciden la renuncia de Perón a sus cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión. Lucero visita a Farell y le pide autorización para reprimir Campo de Mayo, que en forma indirecta también estaba atentando contra el gobierno de Farell. Éste se niega. Perón sabe que en un aeropuerto de las inmediaciones Lucero y otros oficiales leales tenían 24 bombarderos con su carga lista y dispuestos a atacar la guarnición de Campo de Mayo. Como ministro de Guerra y con semejante apoyo de tropas leales, Perón podría haber sofocado la revuelta de Avalos y los suyos. Pero no quiere –apuntar este hecho, ya que es muy similar al golpe del 16 de setiembre de 1955.

11 de octubre: exigen la renuncia de Perón a la vicepresidencia, al Ministerio de Guerra y a la Secretaría de Trabajo y Previsión. Éste la redacta en un pedazo de papel de puño y letra: “Esto para que vean que no me ha temblado la mano”, les dice. Avalos informa a los oficiales reunidos, quienes festejan la renuncia. Perón pide al presidente Farell un “último favor”: solicita permiso para despedirse del personal de la Secretaría de Trabajo. Los gremialistas amigos, sumados a Mercante y Evita, movilizan frente a la Secretaría para “despedir” a Perón. La realidad es que ya empezaba la movilización que culminaría el 17. Ya hay carteles de “Perón presidente” en una improvisada tarima para que hable Perón. Se habían reunido alrededor de 30.000 obreros, obreras y simpatizantes. El discurso de Perón a los trabajadores y las trabajadoras se transmite por la Radio del Estado, con retransmisión en cadena con la red de radiodifusión de todo el país por imposición de Eva a Nicolini, quien tenía jurisdicción sobre las radios. Eva le había advertido a Nicolini, ácidamente: “escuchá bien y hacé lo que te digo, posiblemente sea lo último que hagas como funcionario antes de que te despidan”, y le pide que retransmita el mensaje que ella, Mercante y los dirigentes sindicales sabían que Perón iba a pronunciar. Antes, el jefe de Policía adicto a ellos –y que también tenía los días contados como funcionario– siguiendo instrucciones de Eva cierra los diarios vespertinos, alegando que habían informado sobre movimientos de tropas cuando estaba vigente el estado de sitio. Por tanto, lo único que se podía saber era a través de la radio. Ahí aparece el vozarrón de Perón: “En esta obra para mí sagrada me pongo al servicio del pueblo… Y si algún día, para despertar esa fe, ello es necesario, me incorporaré a un sindicato y lucharé desde abajo. Hay que tener fe en esa lucha y en ese futuro. Venceremos en un año, o venceremos en diez, pero venceremos”, les dice a las obreras y los obreros presentes, enardecidos, y a otros miles que lo escuchaban por radio.

12 de octubre: Avalos es nombrado ministro de Guerra en reemplazo de Perón y nomina como ministro de Marina al almirante Vernengo Lima, acérrimo enemigo de Perón. Este personaje –al igual que lo hará diez años más tarde otro almirante de triste memoria, Isaac Rojas– propondrá luego balear a la multitud del 17 de octubre “para desocupar la plaza de Mayo”.

Sábado 13: detienen a la mañana temprano a Perón y lo llevan a Martín García. Hay distintas versiones: unas dicen que lo detienen en una isla de Tigre y otras en su departamento de la calle Posadas. Perón no quería ser detenido y entregado a la Marina, ya que había riesgo serio de que lo mataran. Sobre este peligro existen versiones que distintos historiadores o testigos dan por ciertas. Es más, parece que se salvó de milagro en dos oportunidades. Por esa aversión a la Marina, Perón es acompañado por Mercante al puerto, donde lo embarcarían en una cañonera rumbo a la isla Martín García. Solicita a sus acompañantes, en especial a Mercante, que “cuiden a Eva”. Esto es importante ya que –como vimos– hay versiones que descreen de la participación de Eva en estos hechos de octubre. Había peligro cierto para la vida de Perón y Eva. Incluso hay una historia –aceptada por los historiadores José María Rosa y Vicente Sierra– que afirma que Evita habría sido agredida en la Avenida Las Heras cuando descendía de un taxi: le deformaron la cara. El libro de Michelini relata una anécdota que se repetirá luego en la larga historia del peronismo: la excelente relación de Perón con la suboficialidad de las Fuerzas Armadas: “Cuando Perón se trasladó de la cañonera a la lancha, la tripulación de la cañonera que estaba formada en cubierta con la mano baja al costado de las piernas, lo saludaba, moviendo las manos con todo disimulo; Perón les respondía con un saludo mano en alto. Al ver la reciprocidad del saludo, el comandante de la isla hace entrar a Perón a la cabina de la lancha”.

Perón recibe en la isla la visita del capitán médico Miguel Mazza, que se repite el día domingo 14, para una revisión médica. Perón alega que tuvo –o tiene– una pleuresía y que el clima húmedo de la isla lo pondría en riesgo. El capitán médico, adherente al grupo de Perón, exhibe unas radiografías falsas e informa al general Avalos de la necesidad de trasladar a Perón al Hospital Militar, lo que ordena el lunes. El propio capitán Mazza trae, secretamente, dos cartas de Perón fechadas ese 13 de octubre. Una dirigida a Eva y la otra a Mercante. La carta a Eva abunda en referencias cariñosas y en la idea de “casarnos y mandarnos a mudar”. La reiterada advertencia a Eva es que se cuide. La que es interesante de releer es la que está dirigida a Mercante, ya que entre líneas pueden leerse instrucciones de movilizar a los dirigentes sindicales: “Desde que me encanaron no hago si no pensar en lo que puede producirse si los obreros se proponen parar, en contra de lo que les pedí”. Es muy extraña esta reflexión de Perón, más bien parece una directiva que se corresponde con el mensaje a los empleados y las empleadas de la Secretaría de Trabajo, cuando se despide, de defender los derechos sociales ya adquiridos, y es coherente con la ultraactividad de Mercante –a quien Avalos hace detener casi inmediatamente luego de la detención de Perón– y de los dirigentes sindicales adictos. “Le he escrito al General Farell pidiéndole que me acelere al plazo mínimo el retiro del Ejército que solicité y le ruego que usted me haga la gauchada de ocuparse de ello a fin de terminar de una vez con eso”. ¡El retiro del Ejército! Dejar nada menos que treinta y cinco años de pertenencia al Ejército. La decisión con la que le pide a Mercante que se ocupe de su retiro no deja dudas: Perón ya estaba decidido a asumir en exclusividad su carrera política. Quizá todavía no imaginaba cómo iba a reaccionar el otro actor del drama, el pueblo trabajador, pero su decisión es previa –o al menos contemporánea– de lo que se avecinaba por decisión exclusiva de sus protagonistas: el nacimiento de un liderazgo popular. La carta tiene también una referencia interesante referida a su detención. “Ellos olvidan que soy un soldado de verdad y que si no hubiera querido entregarme hubiera sido otro el procedimiento que habría seguido. Con todo, estoy contento de no haber hecho matar un solo hombre por mí y de haber evitado toda violencia”. En 1955 Perón repetirá el argumento de evitar muertes por su culpa… lo cual es cierto en parte, ya que la violencia desatada por la represión del golpe de 1955 se llevó por delante cualquier previsión de no violencia que hiciera Perón en tal sentido. Por último, la carta contiene una curiosa referencia a algo que no había nacido todavía, o al menos estaba en ciernes: el peronismo: “Salude a todos los amigos y en especial al ‘peronismo’”, dice Perón (Félix Luna, El 45).

Lunes 15: Hospital Militar: basado en el diagnóstico del capitán Mazza se ordena por Avalos la internación de Perón en el Hospital Militar, a lo cual se opone el almirante Vernengo Lima. El traslado desde Martín García se hace el martes 16.

Martes 16: se propagan entre los trabajadores y las trabajadoras tres noticias: a) Perón está preso y en peligro; b) no se sabe dónde lo tienen preso; c) hay que rescatarlo. ¿Cómo se transmitió esta inquietud, cómo se difuminó este temor fundado de los trabajadores y las trabajadoras de que el grupo dominante anti Perón terminaría con sus conquistas laborales? Presumiblemente, la información previa a la movilización circuló por los siguientes conductos:

  • por Eva Perón en sus contactos con la joven oficialidad del Ejército que recibía en su casa de la calle Posadas, y en sus arengas-pedido-orden a los dirigentes sindicales que había conocido a través de Perón en su accionar desde la Secretaría de Trabajo y Previsión;
  • por el coronel Mercante: su amigo, su compañero de la primera hora, incansable ladero; tanto fue el activismo de Mercante soliviantando a los dirigentes sindicales –a los cuales conocía tanto o mejor que Perón, ya que su padre y su hermano eran sindicalistas– que la cúpula militar ordena su detención en Campo de Mayo;
  • por los dirigentes de los sindicatos y de las fábricas: Borlenghi, Bramuglia y Cipriano Reyes –que era segundo y en cierta medida opositor al titular del gremio de la carne, Peters– y que fue quien movilizó a los obreros de la carne por esos días. Cipriano Reyes tiene un papel importante pero no decisivo en la movilización. Moviliza, eso es cierto, a los obreros de la carne. ¿Y los obreros de los otros gremios? ¿Qué tiene que ver Cipriano Reyes con toda esa otra movilización que relata el excelente libro de Michelini, entre otros?
  • por dirigentes políticos y gente común que se iba sumando al incipiente movimiento peronista: “Ese día (el 17 de octubre), con la información que se manejaba en todos los sindicatos, en las fábricas, la ciudad era un hervidero y de las vecinas localidades de Ensenada y Berisso llegaban los comentarios de los activistas que había que rescatar al coronel Perón, preso en Martín García y obligado a hacer abandono de sus funciones en el gobierno nacional”. Este es el testimonio del jurista Norberto Blanco que ya adhería al naciente peronismo.

Hay algunos testimonios que será muy importante conservar para futuras investigaciones: “La Comisión Intersindical fue el nervio y motor de la movilización general gestada a partir del sábado 13 de octubre, la que tenía la misión, además, de operar conjuntamente con los distintos comités de huelga constituidos en esos días”, cuenta el historiador y político René Orsi. Relata cómo se fueron sumando muchos dirigentes sindicales a la movilización: “Panelli y Cantú, María Roldán, del gremio de la carne, Ernesto Clave, telefónico, Manuel Bianchi, petrolero, Cipriano Reyes y algunos más de los Comités de Huelga de la destilería de YPF de Ensenada”.

José María Rosa relata el testimonio de Ángel Perelman:

–En Avellaneda y Lanús la gente se está viniendo para el centro.

–¿Cómo es eso?

–No sabemos quién lanzó la consigna, pero están marchando desde hace unas horas hacia Buenos Aires.

–¡Pero si la CGT resolvió anoche que la huelga fuera para mañana! ¿Qué es esa marcha?

–La cosa viene sola. Algunas fábricas que estaban trabajando han debido parar, los hombres en vez de irse a sus casas enfilan a la Plaza de Mayo. ¿Ustedes saben algo?

El propio Perelman (Cómo hicimos el 17 de octubre) relata la misma historia, pero agrega al diálogo antes citado la respuesta de los compañeros que lo iban a ver: “Lo único que sabemos es que Evita está en un auto recorriendo los barrios y difundiendo la orden del paro general”.

Miércoles 17 de octubre. Hace su aparición el último actor del drama. El más importante, el sujeto de toda historia popular: el Pueblo.

Abelardo Ramos: “Había, sin embargo, más allá de todos los grandes personajes de esta historia, de todos los almirantes, generales, próceres o cuasi próceres, antiguos embajadores y diputados de la Argentina oficial, otro actor del bullente proceso. Nadie lo conocía aún. Carecía de antecedentes y de domicilio preciso. No tenía nombre y su aspecto estaba lejos de ser presentable en una reunión de importancia. Pero este actor era el más importante del drama. Venía de abajo y su marcha era irresistible. Faltaban pocos días para conocerlo. Si había demorado en aparecer, lo cierto es que nadie pudo desde entonces olvidarlo jamás” (La era del peronismo).

Scalabrini Ortiz: “Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substracto de nuestra idiosincrasia y de nuestra primordialidad sin recatos. Era el de nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón” (Irigoyen y Perón).

Leopoldo Marechal: “De pronto me llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaba por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular y en seguida su letra: ‘Yo te daré / te daré, Patria Hermosa / te daré una cosa, / una cosa que empieza con P / Peróooon’. Y aquel ‘Perón’ retumbaba periódicamente como un cañonazo… Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la integraban; no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder… Desde aquellas horas me hice peronista”.

Ese día histórico se forjó la alianza indestructible entre Perón y el pueblo trabajador.

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