¿Presencialidad o “materialidad”? La “cabeza” del (cuerpo) docente como demanda social y control de la enseñanza en contextos de pandemia

“Pídeme lo que quieras, que te lo daré” (Herodes a Salomé, Marcos 17:29).

 

A lo largo del contexto de pandemia hemos podido identificar una suerte de escalada tensional redirigida a las maestras y los maestros, la cual, por sobre todas las cosas, toma al cuerpo (del) docente como moneda de cambio y objeto de suplicio en donde poder asegurar un triunfo político por sobre un accionar pedagógico. De allí que en la presente reflexión trataremos brevemente de revisar estas formas de control social impuestas por la pandemia que llevan, con frecuencia, a confundir erróneamente “restricción de la presencialidad” con “ausencia” de accionar –o responsabilidad– en el acontecer educativo, y que únicamente podría ser subsanada con la presencia material del cuerpo (docente).

Esta “confusión” implicaría entonces exigir, no ceder y someter –mero eufemismo de vigilar y castigar– a la actual coyuntura de emergencia de la “no presencialidad” –entendida aquí como disrupción objetable de la materialidad física– como “escasamente suficiente” ante las demandas de algunos sectores que exigen de la presencia –¿ofrenda?– del cuerpo, como única condición política y socialmente legitimada al momento de repensar el universo de las prácticas pedagógicas. Lo anterior, sin embargo, estaría revelando un mecanismo –o doble operación– que, a la vez que desconoce, rechaza e ignora formas otras del estar presente, genera un efecto de explotación que recae directamente sobre los cuerpos docentes, negando –y perjudicando– las prácticas del cuidado, tanto de los espacios laborales como de la esfera privada, en donde estas tareas han “invadido” la cotidianeidad de la vida de las maestras y los maestros.

Consideramos que dichas prácticas, por otra parte, son las que históricamente siempre han estado presentes, dando sentido político a la idea de aprender y educar comunitariamente en la historia del Magisterio Argentino y en nuestra historia inmediata, que es decir también “presente”.

 

Que pongan el cuerpo, o “queremos su cabeza”

El epígrafe que da comienzo al título y a nuestra introducción quizás algo pueda revelar, en su intención de poner en evidencia o articular la presión social y política ejercida con la pandemia en relación con las y los docentes. Busca aludir metafóricamente a la narración bíblica en donde la hija de la esposa de Herodes, tras un exótico baile ofrecido en un banquete, recibe como embelesado –obsceno– agradecimiento por parte del rey “cualquier cosa” que ésta pudiera pedir como recompensa. Dicho relato culmina con un apesadumbrado Herodes que claudica ante la presión social –y política– referenciada por el anterior ofrecimiento, entregando literalmente la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja, como expresión de un doble botín ante la palabra empeñada y la presión suscitada.

Esta narrativa tiene fuerza simbólica para graficar el compendio de conflictos vivenciados y manifestados en los diversos circuitos políticos con la educación: ante la disminución preventiva de la presencialidad –solo física– del maestro o de la maestra en pleno contexto emergente –e inédito– de una pandemia, los sectores políticos más recalcitrantes, que suelen anteponer sus propios intereses por sobre la vida, comenzaron a dar una nueva batalla destinada a ignorar o menospreciar, no solo todo el trabajo llevado a cabo por el colectivo docente, sino, sobre todo, a buscar re-situarlo –y re-semantizarlo– como “ausente”. “Abran las escuelas” pasó de un momento a otro a ser el eje de campaña política, bajo el supuesto resguardo de una “pulsión” republicana.

Aquello que no se dice, no se tuvo, ni se tiene en cuenta, sin embargo, es que el sentido –o costo– de esa supuesta republicanidad añorada se paga con la “cabeza” del o de la docente como moneda de cambio, junto con cualquier otro actor clave en la redistribución de sentidos y funciones de la comunidad educativa. Dicha republicanidad demandada podría ser ubicada e identificada a lo largo de nuestra historia, también a partir de diversos proyectos políticos donde la Educación Pública nunca fue su mayor preocupación republicana. Esto es importante mencionarlo, porque repúblicas hay muchas. Pero repúblicas que otorguen un papel principal y relevante a la Educación Pública en todos sus niveles, como principio de autoridad democrática, no las hay tanto. Argentina, a través de sus luchas, bien lo sabe.

Para ejemplificar este menosprecio aún vigente: meses atrás, la presidenta del PRO manifestó que las y los docentes “han sido la traba más grande para el avance de la educación”, incitando a “echar” a quienes tengan temor al coronavirus.[1] Este exabrupto poco democrático y que no hace justicia al accionar de la comunidad, sin embargo, es el “estandarte” anhelado como representante del modelo republicano de la Patria Conservadora –y expatriadora de derechos.

Por razones de espacio en esta comunicación, lamentablemente no podríamos incluir ni desarrollar en toda su justa extensión aquello que la Escuela Pública efectivamente ha hecho –y sigue haciendo– a lo largo de nuestra historia, a través de su lucha por resurgir y renacer en otra república: local, soberana, amplificadora de las existencias y del derecho al buen vivir, rechazando los condicionamientos de clase y la naturalización de supremacías sociales, jurídicas o étnicas.

En este sentido, presencialidad para estos sectores –como antes dijimos– suele confundirse únicamente como maniobra política que extorsiona para reclamar –e imponer– la presencia del cuerpo físico-material del docente, pero no desde su fundamentación como condición para el aprendizaje, sino como objeto de suplicio, sometimiento, disciplinamiento y doblegación histórica. De esta manera, más que la presencialidad se busca aleccionar para que recaigan sobre él los castigos históricamente acumulados, por haber osado sublevarse y revelarse a lo largo de las historias ante este tipo de poder republicano cuando no contempla la educación igualitaria como herramienta política de transformación popular y colectiva.

Las y los docentes estuvimos, estamos y estaremos siempre presentes. También podemos comprender la “desesperación” social que causa comprobar lo ineludiblemente eficaz que resultó ser la institución escolar, tanto como dispositivo de capturación de la infancia en la modernidad, como para la actual redistribución y reorganización de la física familiar, inclusive en aquellos mismos sectores que solo la han tenido en cuenta para desprestigiarla. Sin embargo, no es cediendo ante las presiones políticas o “sociales” –ni mucho menos por intereses personales, ni por propia comodidad– la manera en que se podrá generar un registro válido para comprender su importancia, ni confundiendo “no presencialidad” con “ausencia”. El exceso de estar presentes, como forma de amparo, de enseñanzas y de cuidados mutuos, fue la insignia e izamiento simbólico cotidiano que ocupó todas nuestras fuerzas y temporalidad del trabajo –físico y subjetivo– del colectivo en plena tarea pandémica.

Como hemos sostenido en otros escritos, la inconmensurable felicidad retraducida en imprevistos abrazos “reprimidos”, y a través de ocasionales (re)encuentros, que luchan en sí mismos por no ser desplegados del todo, producto de aquella mutua alegría compartida al reconocernos antes y durante el confinamiento, son la única fuente de verdad incorruptible que revela que sigue viva la constitución de la identidad docente, escolar, pedagógica y comunitaria.

 

José Tranier es doctor en Ciencias de la Educación (UNR).

 

[1] www.vivajujuydiario.com/patricia-bullrich-pidio-echar-a-los-docentes-que-tengan-temor-al-coronavirus.

Share this content:

Deja una respuesta