La vivienda como el útero de la sociedad peronista

El 2 de septiembre el «Pata» Jáuregui Lorda nos envió un email donde decía: «aquí te mando este texto que me gustaría verlo publicado en tu revista». No llegó a verlo publicado: el 28 falleció. Fue un compañero ejemplar, alegre, respetado y muy querido.

No existe para nuestra cultura y condiciones sociales, económicas o ambientales un bien más preciado e imprescindible que la vivienda, ya que ella es el ingreso a la sociedad. Sin vivienda el ser humano no existe civilmente y, peor aún, sin Vivienda Social Digna –Única, Familiar y Permanente– es altísimo el riesgo de tornar estructural la pobreza, así como la degradación familiar e individual, y el deterioro de la salud, la educación y la seguridad.
Si para la persona y la familia la vivienda es el bien de “mayor flujo vital conocido”, no hay por qué suponer que no sea exactamente lo mismo para la sociedad. De tal manera que se puede afirmar –sin temor a equivocarnos– que la vivienda es “el” problema de la sociedad, y que, mientras ella no esté resuelta, la propia sociedad no estará resuelta.
Cuando se construye una Vivienda Social Digna se vuelca a la sociedad el producto que más la capitaliza y, por ende, más sanamente monetiza su economía. Cuanto más “gastemos” en vivienda, mejor aprovechamiento tendrán los recursos que conforman la riqueza y, por supuesto, el desempleo será menor, muchísimo menor.
Es –por así decirlo– un producto casi mágico que llega a desafiar la propia Ley de Entropía, porque su utilidad, su prioridad social, la maximización de su uso o las consecuencias de su generación o utilización tienden a una optimización difícil, casi imposible, de igualar con otro bien o servicio. No obstante, presenta un inconveniente: cuando la vivienda no es digna, no es vivienda. No admite términos medios –del tipo “soluciones habitacionales”: cuando la vivienda no es tal, ninguno de los beneficios apuntados anteriormente pueden contabilizarse.
Esta fue la doctrina que guió la materia en la Argentina de 1945 a 1955. Solo para tener una idea cuantitativa de la misma, digamos que en 1952 el presupuesto alcanzó el 4,6% del PBI nacional, cifra que si hoy la actualizáramos superaría el escalofriante monto de 15.000 millones de dólares. Mientras, la combinación de una alta monetización con una baja inflación y cero endeudamiento alcanzaría un coeficiente nunca igualado –ni de cerca– hasta nuestros días, casi 70 años después…
Lo que le hizo decir al general Perón: “en mi gobierno a nadie le faltaron cien pesos en el bolsillo” –casi desde el fondo de la pirámide social por ese entonces, yo doy fe de eso.
¿Pero qué es al fin y al cabo una Vivienda Social Digna? Desde el punto de vista arquitectónico es difícil de sintetizar, pero desde el Valor Residual, su definición es mucho más simple y contundente: “Una Vivienda Social Digna es tal cuando su valor –y precio de mercado– es igual o superior al valor y al precio de reposición”. Por ejemplo, si hoy quisiéramos adquirir un chalet de esa época en un barrio obrero de cualquier lugar del país, veríamos cómo su precio de mercado supera su precio de reposición. Pero la sorpresa más grande que encontraríamos sería que mayoritariamente moran allí sus propietarios originales o sus herederos. En 1995, siendo director provincial de Vivienda en la provincia de Buenos Aires, pude comprobar esto último, síntoma claro de que esas viviendas fueron –y son– aptas para el proyecto de vida de cualquier familia.
Por el contrario, si quisiéramos hacer lo mismo con cualquier Plan de Vivienda aplicado desde 1955 en adelante –salvo raras excepciones– de ninguna manera obtendríamos este resultado, ni nada parecido: el valor de mercado es muy inferior al de reposición. Por ejemplo, el 18 de diciembre de 1995 publicamos un estudio en los medios nacionales donde afirmábamos que el gasto para construir “viviendas” por el Plan FONAVI de 1976 a 1994 –actualizando precios– había sido de 20.000 millones de dólares: 39.200 dólares de 1994 por unidad, con solo un recupero del 20% –4.000 millones de dólares– y donde el Banco Mundial ofrecía –en la mejor oferta– otros 4.000 millones por la venta del total de la Cartera Hipotecaria. ¡Del mercado faltaba la friolera de 12.000 millones de dólares!


La foto es de mi casa N° 1 del Barrio Obrero de Bragado fue la primera y única casa de mis padres, bajo cuyo techo de tejas los dos partieron para estar junto a Dios y el General. Fue entregada a la familia en la primer gestión peronista de 1946 a 1952. Hoy con mi hermano la conservamos como el lugar sagrado que es para nosotros. Las calles todavía son de tierra y el cartel que se ve corresponde a la escuela primaria que años después se construyera a pocos metros. Muy pocos vecinos no son los mismos, o sus herederos y herederas: en aquellos años solíamos todos jugar por sus calles sin autos, de “pantalón cortito con un solo tirador”.

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