La última oportunidad

El pelotero de los politizados

He dicho en este espacio que el problema que tenemos los politizados no pasa por la falta de comentarios, sino por el exceso. Aún de comentarios inteligentes, que hay muchos, pero no distinguen entre sociología, literatura y posibilidades electorales. La sobreabundancia del comentario político al galope del Trending Topic influye en que la política como actividad se analice mucho más a la luz de lo que la dirigencia política dice, que a la luz de lo que hace. Y no es un tema menor.

Desde hace suficientes décadas, la comunicación en Argentina nos marca que la espectacularización de la política combinada con la moralina conforman el modelo de negocios hegemónico en todos los medios importantes. Los efectos más inmediatos de este modelo son las luchas en el barro de lo insustancial y la grietología como único método de análisis de la realidad. Un verdadero corsé de discusión violenta y consumo irónico de desgracias, donde la emoción prima sobre la realidad objetiva.

Como se sabe, el costumbrismo político actual es hablar de “la grieta” como un mantra, pero que justamente sirve para esconder las raíces de los conflictos sociales, para no clarificarlos, para no discutirlos en profundidad. No importa de qué se discute, carpinchos o adoctrinamiento, deuda o espionaje, importa la grieta, frente a la cual debe arrodillarse la sociedad entera, y la política en particular. La visceralidad irracional de las tomas de posición crece en la misma medida en la que medios y dirigentes opositores distribuyen a diario anabólicos de indignacionismo. Se busca tan deliberadamente la tensión y la fractura que los resultados del berenjenal pendulan entre lo border y lo bizarro.

Son inciertos los alcances que este afiebrado modo de abordar la agenda diaria puede tener en las urnas. De hecho, el microclima entre politizados es un nicho tan ensimismado que se suele olvidar, por fuera de la fauna de “orgas” y especies varias e intensas, existe una mayoría social más preocupada por la supervivencia cotidiana que por un intercambio de Twitter.

Entre otras cosas, esas mayorías determinarán, sobre todo en las elecciones generales, cuál es el real impacto que tiene la habitual catarata de cruces entre oficialismo y oposición por violaciones del DISPO, carpinchos, economía, o adoctrinamiento. Allí también se podrá tener un indicador más preciso del grado de apatía que el contexto les ha generado para con la realidad en general, y para con la política en particular.

De lo expuesto surge que, si bien el oficialismo puede experimentar una fuga de votos, no tanto por una circunstancia fotográfica, sino por las dificultades que la pandemia ha generado en la producción, el empleo, los salarios y los precios, también puede retenerlos por la marcha del plan sanitario. Por su parte, la fuerza opositora con mayor capacidad electoral, el macrismo, ¿está en condiciones de captar una potencial fuga de votos? ¿Puede el macrismo pararse en una agenda de trabajo, producción y empleo, después de que su gestión sólo empeoró todas esas dimensiones de la vida nacional? ¿Puede contener a su núcleo duro con candidatas y candidatos “moderados”? Veámoslo por partes.

 

La oposición: no tan distintos

Hace unos meses dijimos en esta revista que “la oposición política con mayores posibilidades electorales en Argentina insiste en la narrativa de una oposición ‘a la venezolana’: envenenada, intransigente, copiloteando la fiebre de las redes sociales e incitando a la ruptura del plan sanitario. Claro, el macrismo demostró que la indignación también puede ser una plataforma política, y que el odio puede conformar una comunidad de sentido, pero no un plan exitoso de gobierno”. La situación opositora no parece haber cambiado demasiado. La presión del núcleo duro educado por los dueños del circo (Macri-Bullrich) forzó la presencia del expresidente en la campaña, para contener al sector más radicalizado. Es que el macrismo habitó la gestión del mismo modo en el que construyó su poder electoral: apelando a su profunda tendencia liberal y despolitizadora. Estetizando y simulando, le dio representación a una cultura indignacionista y antipolítica que hoy se expresa en sus variantes más púberes –libertarios y liberales tradicionales– que naturalmente pescan en su pecera en las PASO, pero que probablemente se le unan en las generales.

Las PASO no darán respuestas sobre si la oposición está en condiciones de articularse como opción realmente competitiva para 2023, pero sí las generales. El larretismo es la tarea, y sus “palomas” ya están en la cancha. Vidal, con su andar insulso y su pasionalismo forzado, no terminan de convencer al núcleo duro zombificado. Algo similar sucede con Santilli, el bonaerense recién llegado, subido al discurso light del marketing y el coaching. En este marco, Manes, el doctor radical, es quizás el emergente con mayor potencial para la lavada de cara de una coalición que hizo del recuerdo colectivo de su propia gestión su principal obstáculo electoral.

El desafío opositor radica en encontrar un mecanismo que le permita salir del problema que el macrismo –principal fuerza– generó: contener un núcleo duro minado de irracionalidad, cuya concepción de la convivencia democrática es la aniquilación del peronismo en general, y del kirchnerismo en particular. La parte más sencilla será ponerse de acuerdo en lo que todos, desde libertarios hasta radicales, desde halcones a palomas cambiemitas, tienen como modelo de país: reforma laboral, liberalizacion económica, fuga de capitales y derechización generalizada, para lo cual –según expresa la propia Vidal en reuniones con el establishment– hay “más espacio que antes”.

 

El oficialismo: ganarle a la antipolítica

El Frente de Todos –como cualquier otro esquema de representación– es un esquema de lealtades cuya eficacia depende del fino equilibrio que se construye en el marco de naturales tensiones. Tensiones que algunos ubican en el choque de un consensualismo ingenuo del presidente versus una realpolitik ordenadora de la vicepresidenta. Si bien este tipo de análisis es abundante en la literatura de Twitter, diremos que es evidente que las tensiones existen, pero como anticuerpos que también ponen en valor el concepto de unidad y de movimientismo. Después de todo, la homogeneidad de un “club de fans” no presenta desafío alguno en términos de conducción política. El resultado de esa unidad se plasma en una lista, que siempre es una alquimia entre equilibrio interno y posibilidades electorales. Hasta aquí, nada nuevo.

Ahora bien, resulta ingrato para el paladar militante aceptar esos saltos ornamentales en la pileta del error que podría evitarse. La falta de coordinación en términos de comunicación política siempre es un problema político, más que de comunicación. La chatura del debate político nacional es resultado tanto de la incapacidad del oficialismo para “salir del rincón” en algunos temas, como de la carencia total de proyecto alternativo al del oficialismo. Pero también es cierto que, aun así, el gobierno corre con ventaja ante una oposición sin sustancia y ultradependiente del manejo periodístico de la moralina mediática de una foto.

En este sentido, vale recordar que fue lo que la consolidación del Frente de Todos permitió en términos políticos, y que debería permitir de cara al futuro. Pueden resumirse así:

  • evitó una crisis de representación en la que el campo nacional quedase reducido sólo a una identidad cultural sin traducción electoral;
  • sacó al peronismo del rol que el macrismo quiso atribuirle: posicionarlo ante la sociedad como mero mensajero de malas noticias, cuyo aparato debía dedicarse mantener excluida del juego a Cristina Fernández de Kirchner para administrar la derrota de 2015 de manera más o menos permanente;
  • ayudó a que las distintas fuerzas del campo nacional puedan trazar acuerdos que trasciendan el propio espacio, y puedan salir de la endogamia de tener razón entre pocos. Esto condenaba al campo nacional a quedarse esperando “los votos de La Matanza” hasta altas horas de la madrugada.

Respecto al futuro inmediato, el Frente de Todos debe:

  • continuar con la campaña de vacunación, pero, en simultáneo, instalar pautas ordenadas de precios con salarios al alza para hacer piso y volver a recomponer los ingresos populares; para esto, el Estado cuenta con instrumentos capaces de disciplinar cabalmente la producción, ajustándola a las necesidades esenciales de la población;
  • concentrar las energías en hablar de las propias políticas de gobierno y evitar estancarse discutiendo con corrientes políticas que no expresan movimientos sociales, sino posturas intelectuales sobretelevisadas o empujadas desde la dinámica de los algoritmos; profesionalizar aún más la comunicación, planificarla y evitar la improvisación puede ser un buen punto de partida;
  • resultado de la ejecución de los dos puntos anteriores, debe brindarle a su base de sustentación electoral, a desencantados y desencantadas, y también a indecisos e indecisas, más motivos para sufragar por el Frente de Todos que el temor a la vuelta del macrismo.

 

La última oportunidad

“Debo reconocer que, de todas las campañas de electorales en que me tocó participar, no me tocó ninguna como esta. Fui candidata en 2001 y 2003, pero este es un momento especial. (…) Debemos ser cuidadosos y debemos también, en homenaje a los que no están y los que se salvaron, ver si como fuerzas políticas podemos inaugurar una nueva forma de discutir y debatir en el país, que no sea para el marketing o dar una frase para que la levante un videograph. (…) Es la última oportunidad que vamos a tener como país si no encontramos una solución conjunta” (Cristina Fernández de Kirchner, 24-7-2021).

Dado que la unidad dirigencial nunca garantiza la del electorado, el Frente de Todos debe reforzar más que nunca sus compromisos con su base de sustentación política. Debe recordarle con políticas concretas los motivos por los cuales fue votado en 2019. Renovar un compromiso que incluye a los electores y las electoras, pero también al arco sindical y empresarial, movimientos sociales e instituciones vinculadas a la producción y el trabajo en general, dándole mayor presencia en el esquema de decisiones, haciéndolos parte de la reconstrucción urgente del tejido social y productivo nacional.

Vale aclarar que, como si esto fuera poco, no sólo habrá que reconstruir la base material de la Nación destruida por el macrismo y golpeada por la pandemia, sino también la propia autoestima nacional. La única fuerza política en condiciones de llevar adelante este desafío es la que fue elegida para esta tarea en 2019.

La política debe ser útil para representar un estado de cosas: demandas sociales concretas. De lo contrario, termina por degradarse en un ritualismo vacío, y condenarse a ser, en el mejor de los casos, una confederación de partidos locales que sólo comparten una mera liturgia. La unidad de concepción en este punto es fundamental, no sólo para ganar elecciones, sino también para gobernar y para represtigiar a la política como actividad, en un contexto donde el crecimiento de la apatía y el desencanto social lo torna urgente. Es quizás, como sugiere la vicepresidenta, la última oportunidad.

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