El peronismo es placer

El movimiento peronista tiene su simiente en los desplazados de la Patria. Es natural entonces que lo asociemos a un discurso plebeyo, de combate, surgido del sufrimiento y de la lucha, que en cierto modo constituyó una desalineada respuesta al poder. Pero el peronismo no es una queja a secas: es desde 1945 la superación de esa situación de injusticia. Se ha caracterizado por un inconformismo eterno, una voluntad de liberación y de igualación hacia arriba, que ha venido a imponer –no sin dificultades, y entre tantas otras cosas– la democratización del goce. Ha durado y dura por su capacidad de seducción, que construye nuevas realidades sin menospreciar el poder de la fantasía.

La gran capacidad de transformación del peronismo pudo reorganizar las jerarquías sociales, promoviendo una conciliación de clases que no solo significó una igualación en el acceso a nuevos bienes y servicios, sino que amplió los horizontes de expectativas de grandes grupos sociales, no sin despertar rechazos de los de arriba de la pirámide. Este reacomodamiento forzoso en clave igualitarista vino a trastocar el orden social liberal y generó una mezcolanza tan virtuosa como molesta.

Diseñó, a su modo, una evolución material y simbólica, una movilidad social ascendente, con marcas identitarias perdurables en el tiempo, con mística y con nostalgias. Con hoteles sindicales, juegos nacionales y República de los Niños. El peronismo es Estado de Bienestar y desarrollo nacional enmarcado en un capitalismo productivo, consciente y comprometido con una causa común. Pero también representa al culposo placer del ocio, el derecho al descanso, al turismo, a la siesta, al tiempo libre y al esparcimiento, que al fin y al cabo son el derecho a vivir robándole una pizca de plusvalía al capital.

El peronismo significó –y debe seguir significando– una superación colectiva que a través de la lucha permitió el acceso de millones de personas a nuevas experiencias, nuevas conquistas, a mejores condiciones de vida, y que aseguró el derecho al goce de las clases populares, materializado en bienes materiales y también en un ‘sentirse parte’. Incorporó nuevos miembros activos y decisivos para una sociedad donde el consumo es creciente, demandante y digno. Una sociedad de más iguales y de menos diferentes, que nunca volvería a ser igual a pesar de los escollos y de los atropellos del odio antiperonista.

El peronismo primigenio es el humo de la chimenea industrial a todo trapo, la transpiración del laburo en el bondi atestado de obreros y obreras, y un grito de rechazo al sacrificio, entendido como herencia del pasado colonial. Es mucho más derecho que obligación.

Para las clases populares, el peronismo es una playa repleta de gente, apretada y violando los necesarios distanciamientos del ahora, y para las clases medias ha de ser un pasaporte gastado por el uso y un auto que se cambia cada dos años. Para todos y todas, el peronismo es aguinaldo, estatuto del peón, vacaciones pagas, nuevas universidades, acceso a viviendas dignas, producción nacional y cultura popular. Es indisociable de la idea de bienestar y quizás en esa idea perviva el secreto de su resiliencia política en nuestro país.

El “país de la clase media” es una conquista del peronismo, una clase media tantas veces golpeada y confundida que en repetidas oportunidades le daría la espalda, porque se constituyó como la joya de la corona del establishment y como un terreno de disputa de sentidos, porque decide las elecciones y determina en gran medida el futuro de la Patria. En la puja simbólica, en ese tironeo en el barro, el peronismo debe desplegarse con un discurso amplio y comprensivo que, sin abandonar sus prioridades, plantee un futuro mejor para una clase media vigorosa como la que supimos construir y la reconquista del placer ha de erigirse como una bandera central.

Lo que seguro no es peronismo es la división, el sectarismo, el esencialismo, el purismo, el todo o nada. El peronismo es pragmatismo hasta que duela. Es acuerdo y discusión, partido y coalición. Es caricia y es empujón. No es exclusión, ni discriminación, ni disputas foráneas, ni discusiones perimidas. No es de derecha, ni de izquierda. El peronismo es imagen acústica, realidad efectiva y bienestar social, y es nuestra tarea que siga siéndolo.

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