Toda estética es política: sobre la antinomia pueblo-antipueblo y la presencia de alteridades en las representaciones del 17 de octubre de 1945

Con el surgimiento del peronismo hacia mediados de la década de 1940 se produjo un indiscutido giro en la dinámica histórica argentina, a través de la emergencia de alteridades socioculturales y la generación de una polarización política que tuvo su correlato en la esfera cultural. El peronismo nació el 17 de octubre de 1945 con la visibilización de los “cabecitas negras”, mote que recibieron aquellos criollos y criollas emigrados del campo a la ciudad durante los años precedentes. Sus cuerpos marchando desde los suburbios hacia el centro del poder político, sus torsos “descamisados”, sus “patas en la fuente”, constituyeron una presencia material que ya no pudo ser obliterada por el discurso hegemónico. Adoptando “los muchos diferentes” que, según Marc Augé (1993) puede ser el otro, en el seno de la sociedad argentina se presentó a partir de entonces una permanente tensión entre la división taxativa “ellos-nosotros” y “el otro interno a la cultura” que instituye un sistema de diferencias que puede ser sexual, de clase, económico, político, cultural, etcétera (Barei, 2008: 13). En el caso del peronismo, esta tensión se cristalizó en la consabida dicotomía libros-alpargatas –actualización de la fórmula civilización-barbarie– y la reacción principal frente al otro, dentro de este marco de polarización primigenia, fue la de empatizar o confrontar, quedando definitivamente clausurada la posibilidad de ignorarse.[1]

 

Una “estética antipopular”

Con la multitud peronista confluyendo hacia la Plaza, el sentimiento de “invasión” a la polis oligárquica efectuada por una “bárbara otredad” no hizo más que actualizarse. Entre los antecedentes figuraban el malón indio, táctica militar predilecta de los pueblos originarios pampeanos, chaqueños y patagónicos durante buena parte del siglo XIX, o la “anarquía del año 20” encabezada por Estanislao López y Francisco Ramírez. Las asociaciones fueron establecidas, desde luego, por el imaginario liberal-conservador de la época. Sin embargo, el carácter festivo de esa manifestación dislocaba aquella percepción instauradora de genealogías. Los ejemplos que así lo manifestaron son variados y a ellos nos remitiremos, no solo a los fines de establecer mutuos cotejos, sino también para ensayar una interpretación estético-política de carácter más general.

En Peronismo y pensamiento nacional, 1955-1973, Pablo José Hernández recogió las reacciones de diferentes organizaciones políticas y representantes de los sectores hegemónicos frente a esa manifestación popular. En un artículo aparecido el 24 de octubre en Orientación, órgano ligado al Partido Comunista, podían leerse las siguientes líneas: “también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad no representan ninguna clase de la sociedad argentina” (21). Por su parte, a través de un trabajo de archivo similar, Guillermo Korn recuperaba el testimonio de María Rosa Oliver, escritora de filiación patricia, quien legó una semblanza de ese “extraño desfile” que resulta coincidente, en esencia, con la de los comunistas: “no solo por los bombos, platillos, triángulos y otros improvisados instrumentos de percusión que, de trecho en trecho, los preceden, me recuerdan las murgas de carnaval, sino también por su indumentaria: parecen disfrazados de menesterosos” (2007: 12).

Si nos detenemos por un momento en ambas citas, notaremos que el pueblo, es decir, ese sujeto político emergido a la arena pública aquel 17 de Octubre, resulta percibido como una masa homogénea. Son “murgas de carnaval”, “hordas de desclasados”. No hay alteridades reconocidas en el seno de ese sujeto colectivo observado desde la perspectiva de quien se asoma al balcón o a la terraza y, guarecido en esa distancia, ve pasar con desdén al torrente de “cabecitas negras” que discurre por las calles. Echando mano a una de las tantas nociones aportadas por Arturo Jauretche, podríamos afirmar que, tanto en el testimonio comunista como en el oligárquico, subyace un mismo “subconsciente de élite” (2010: 132) que solo advierte la unidad en la multiplicidad, y que este tipo de percepción constituye el cimiento de lo que podríamos caracterizar como “estética antipopular”.

 

Una “estética popular”

Revisemos ahora los testimonios de Raúl Scalabrini Ortiz y Leopoldo Marechal. En Tierra sin nada, tierra de profetas, libro de poesías y ensayos publicado por Scalabrini en 1946, figuraba esta remembranza del 17 de octubre. Se titula “Emoción para aprender a comprender” y la citamos in extenso: “Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún. (…) Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la Patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nueva idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulos. Era el de nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía” (1973: 33).

 

Por otra parte, en un fragmento de la entrevista “Palabras con Leopoldo Marechal” realizada por Alfredo Andrés en 1968 y rescatada por Fermín Chávez en su libro La jornada del 17 de octubre por cuarentaicinco autores (1996: 35), el autor de Adán Buenosayres contaba lo siguiente: “Era muy de mañana, y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo departamento de calle Rivadavia. De pronto me llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose hasta que reconocí primero la música de una canción popular y, enseguida, su letra: ‘Yo te daré / te daré, Patria hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con P / Perooón’. Y aquel ‘Perón’ resonaba periódicamente como un cañonazo. Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé los miles de rostros que la integraban, no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina ‘invisible’ que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda”.

Al igual que en las declaraciones anteriores, los recuerdos de Scalabrini y Marechal reflejan el carácter festivo de la manifestación peronista, al tiempo que aluden al sujeto colectivo que ocupa repentinamente el centro de la escena. Pero a la vez evidencian un sesgo completamente diferente en lo que respecta al punto de vista del observador y sus implicancias estético-políticas. Marechal lo explicita en su relato cuando dice que bajó a la calle para unirse a la multitud. Al abandonar, literalmente, su posición inicial de “superioridad”, consigue identificar a las múltiples alteridades que confluyen hacia Plaza de Mayo. Al ras del suelo, esa Argentina hasta entonces “invisible” pasa a componerse de “miles de rostros” a los que “el poeta depuesto”, apelando al asíndeton, dice haber visto, reconocido y amado sin solución de continuidad. En el testimonio de Scalabrini Ortiz esta apertura del ojo observador ante la presencia de alteridades inusitadas resulta aún más explícita y radical. Las “columnas de obreros” pasan a ser de inmediato rostros, brazos, torsos, vestiduras y greñas de peones, torneros, fundidores, hilanderas y empleados de comercio. Scalabrini recurre inclusive a la hipérbole para graficar la asombrosa multiformidad de esa presencia colectiva: percibe entonces a “la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir”, a “una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos”. Si contrastamos el modo de ver de estos dos autores con el de la “estética antipopular”, podríamos decir que mientras aquélla solo advierte la unidad en la multiplicidad, éste también identifica a la multiplicidad en la unidad. A partir de esta contraposición, proponemos la denominación “estética popular” para referirnos a la posición que subyace en aquellos discursos afirmados sobre esta otra manera de ver.

 

Breve contrapunto

Si hacemos un raudo repaso por la literatura argentina, veremos que ambas estéticas presentan ejemplos tanto previos como posteriores a la fecha de surgimiento del peronismo. Podríamos afirmar, retrospectivamente, que el nacimiento de nuestra literatura –desde El matadero de Esteban Echeverría– estuvo signado sobre todo por la “estética antipopular”, aunque la descripción monocorde del sujeto popular como bárbaro entrañaba una seducción intrínseca por esa barbarie que se intentaba emular retóricamente a los fines de negarla políticamente. La “estética popular”, por su parte, muestra algunas excepciones a esta regla en la escritura decimonónica, y entre ellas se cuentan obras imprescindibles como los Cielitos y diálogos patrióticos de Bartolomé Hidalgo, Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla o Martín Fierro –sobre todo “La ida”– de José Hernández.

Después de 1945, ambas líneas fueron proyectándose en un rosario de obras que establecieron un jugoso contrapunto hasta el presente. Por un lado, observamos un arco que va desde el tándem Borges-Bioy hasta Marcos Aguinis; por el otro, una serie narrativa en la que participan Rodolfo Walsh, Pedro Orgambide o Juan Diego Incardona, cuyas obras registran aquellas alteridades que convergen, parafraseando a Jorge Torres Roggero, en el “sujeto transindividual” llamado pueblo (2014: 24). Si bien no podremos ahondar en este punto, queríamos dejarlo planteado antes de pasar al reconocimiento de una alteridad pocas veces advertida que, sin embargo, tuvo un papel preponderante aquel 17 de octubre: la juventud.

 

Emergencia del peronismo, emergencia de la juventud

En un conocido debate con David Viñas, Jauretche acusaba al fubismo de no haber comprendido, por “razones ideológicas”, el “proceso revolucionario” parido en 1945. En un artículo teñido por el habitual tono autocrítico de los intelectuales nucleados en Contorno, a la vez que por el mismo “subconsciente de élite” que marcamos anteriormente, Viñas afirmaba que “la generación del 45” se había equivocado en su ponderación del peronismo. Ante esta arrogación de la representatividad de todos los jóvenes de entonces, Jauretche contraponía la capacidad para distinguir alteridades, propia de lo que denominamos “estética popular”, señalando que “la juventud se escindió en aquella época en dos fracciones: la letrada y la iletrada” y que “también eran generación del 45 los jóvenes peones, los jóvenes empleados, los jóvenes seminaristas y los jóvenes cadetes.” Esa generación del 45, afirmaba el linqueño, “no se equivocó (y) estuvo en su posición” (1973). Según Jauretche, ese reconocimiento del papel llamado a cumplir por parte de los jóvenes “iletrados” habría sido un factor determinante para el triunfo revolucionario. Así lo explicitaba el propio Jauretche, al comparar las manifestaciones convocadas poco tiempo después para proclamar las fórmulas Perón-Quijano y Tamborini-Mosca –candidatos de la Unión Democrática. Teniendo en ambas ocasiones como casual interlocutor al teniente coronel Gregorio Pomar, antiguo camarada de lucha devenido aguerrido antiperonista, Jauretche “puso el ojo” al ras del suelo y vaticinó la resolución de esa pulseada, contrastando el componente juvenil de la primera con el “mitin de ‘viudos tristes’” que semejaba la segunda: “Ésa era la sensación que daba la proclamación de la Unión Democrática. Esa gente se había parado en el tiempo. No comprendía que el país daba un salto adelante; eso lo comprendían los jóvenes. Los jóvenes, excluidos los estudiantes, que –creyendo estar mucho más adelantados– también estaban parados en el tiempo” (1973).

 

Darwin Passaponti y las consecuencias políticas de la “estética antipopular”

Para finalizar, querríamos evocar la memoria de Darwin Ángel Passaponti. “Mezcla milagrosa” de padre santafecino anarquista, escritor y polemista, y madre entrerriana fervientemente católica, nació en Santa Fe en noviembre de 1927 y se mudó con su familia a Buenos Aires cuando tenía seis años. La escasa información disponible nos dice que el 17 de octubre del 45 se sumó como delegado de la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios al torrente que fluía exigiendo la libertad del líder. Esa noche, cuando la manifestación se disgregaba, marchó con su columna hacia la redacción del diario Crítica, en Avenida de Mayo, ya que desde sus páginas habían difamado a Perón el día anterior. Los jóvenes apedrearon los vidrios del edificio y desde la terraza comenzaron a disparar. En algún momento impreciso, durante las primeras horas de la madrugada del jueves 18, Darwin recibió un disparo en la cabeza y quedó tendido en la calle. Fue trasladado al Hospital Durand junto con otros heridos, pero ya era tarde: el antiperonismo hacía su bautismo de fuego cobrándose la vida de un joven de diecisiete años. Podemos suponer con cierto grado de certeza que, lejos de percibir la multiplicidad en la unidad, el asesino hizo fuego al tumulto guarecido en la distancia que le daba su posición de “superioridad”. Así, sesgó la vida de Darwin Passaponti, impunemente, asomado a una terraza.

 

Bibliografía

Augé M (1993): Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona, Gedisa.

Barei S (2008): “El otro en clave retórica”. En Pensar la cultura III. Retóricas de la alteridad. Córdoba, Grupos de Estudios de Retórica.

Baschetti R (sf): Militantes del peronismo revolucionario uno por uno. Darwin Ángel Passaponti. http://www.robertobaschetti.com/biografia/p/50.html.

Chávez F (1996): La jornada del 17 de octubre por 45 autores. Buenos Aires, Corregidor.

Hernández PJ (1997): Peronismo y pensamiento nacional, 1955-1973. Buenos Aires, Biblos.

Instituto Nacional Juan Domingo Perón (2015): Darwin Passaponti, el primer mártir del peronismo. www.jdperon.gov.ar/2015/02/darwin-passaponti-el-primer-martir-del-peronismo.

Jauretche A (1973): “Reflexiones sobre la victoria”. Cuestionario, Año 1, 3.

Jauretche A (2010): Los profetas del odio y la Yapa. Buenos Aires, Corregidor.

Korn G, compilador (2007): El peronismo clásico (1945-1955). Descamisados, gorilas y contreras. Buenos Aires: Fundación Crónica General.

Scalabrini Ortiz R (1973): Tierra sin nada, tierra de profetas. Buenos Aires, Plus Ultra.

Sebreli JJ (1956): “Aventura y revolución peronista”. Contorno, 7-8.

Torres Roggero J (2014): Un santo populista. Córdoba, Babel.

 

Juan Ezequiel Rogna es doctor en Letras (UNC), profesor asistente de Literatura Argentina II de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC).

[1] El número 7-8 de la revista Contorno publicado en julio de 1956 incluía una nota de Juan José Sebreli titulada “Aventura y revolución peronista” que daba cuenta del trastrocamiento en las dinámicas sociales generado por la irrupción del peronismo: “En el país del individualismo, de la indiferencia, del ‘no te metás’, de la disponibilidad espiritual, el peronismo nos obligó por primera vez a afirmar nuestras propias vidas, con nuestros semejantes, con nuestros compañeros, aun con nuestros enemigos, por medio del amor o del odio, de la ayuda o de la hostilidad, de la complicidad o de la delación, pero nunca de la indiferencia” (48).

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