Las problemáticas patagónicas en la visión del general José María Sarobe, maestro de Perón

“Sería tarea vana querer alcanzar objetivos grandes y resultados perdurables por el desarrollo de los factores materiales exclusivamente. La Patagonia no es una factoría, ante todo y sobre todo es una entidad moral” (José María Sarobe).

El general José María Sarobe (11-1-1888/5-9-1946) es uno de los pensadores –militares– que más profunda e inteligentemente ha abordado las diversas problemáticas de nuestra Patagonia. Estas cuestiones las aborda principalmente en un libro dedicado especialmente a la cuestión, editado por primera vez en 1934: La Patagonia y sus problemas. A sus análisis les imprimió un sentido nacional, procurando la búsqueda de soluciones nacionales a las problemáticas del país en que indaga. No casualmente otro conocedor de la Patagonia, el doctor Ezequiel Ramos Mexía, considera que el estudio de Sarobe es el “más extenso y más profundo que hasta ahora se haya realizado, no tan sólo sobre aquel vasto territorio, sino aún sobre cualquiera otra región de nuestro país”.

En términos generales, para enmarcar la figura de Sarobe nos interesa destacar que es uno de los maestros de Juan Perón. El profundo investigador Carlos Piñeiro Iñíguez afirma en su excelente trabajo sobre la construcción del ideario de Perón que “la relación discipular de Perón con Sarobe es clave para comprender muchas partes del ideario peronista”. Sarobe escribió también trabajos en torno a la historia argentina, en relación a Brasil –había ocupado el cargo de agregado militar en dicho país–, a la cuestión iberoamericana, etcétera. Entre sus libros se encuentran Hacia una nueva educación, Política económica argentina, Estudio comparativo de la potencialidad militar entre la Argentina y los países limítrofes, Urquiza –en dos volúmenes–, por nombrar algunos. Cuando egresa del Colegio Militar de la Nación en el año 1908, luego de pasar por San Nicolás, encuentra como destino Tierra del Fuego. Ese destino lo marca a fuego en su interés por esta región. Cuenta el general Pertiné –siendo presidente del Círculo Militar al presentar una conferencia de Sarobe sobre la Batalla de Caseros– que “a poco de egresar del Colegio Militar y cubriendo la guardia del Presidio Militar de Ushuaia aprovechó para recorrer el lejano territorio de Tierra del Fuego y visitar algunas islas adyacentes. Allí comenzó su primera preocupación por los problemas de la Patagonia”. También realiza un viaje de estudio por otros países de Europa y cercano Oriente, Turquía, Siria, Grecia, Palestina y Egipto. Tiempo más tarde, cuando regresa de ese viaje donde hace un curso Informaciones de Coroneles –hace poco había ascendido a teniente coronel– y Generales del Ejército en Versalles, viaja nuevamente a la Patagonia. Cuenta Ricardo Rojas: “a su regreso fue designado jefe de distrito en Chubut y recorrió nuestros territorios australes, acumulando observaciones”. Criticaba también el país diagramado en torno al puerto de Buenos Aires, el avance de la provincia central en detrimento del interior provinciano.

El mismo Rojas destaca su personalidad y sus estudios históricos, considerando que “es un militar que no encierra su profesión en prejuicios de casta, porque se siente hombre y ama a su pueblo. (…) Es un historiador que ha leído su biblioteca y que no escribe rapsodias de copista, sino libros de concienzuda elaboración personal”. Rojas además refiere específicamente al libro del general sobre la Patagonia, considerando que, si bien es un libro con cuestiones geográficas, también lo es de historia y análisis profundo sobre la región en la actualidad, ya que trata de cuestiones pasadas y presentes y contiene una potencia para el porvenir. Afirma que el libro “recapitula el pasado, actualiza la información, replantea los problemas económicos y sociales tal como hoy se presentan a la soberanía argentina en aquella vasta región del país. Si el general Sarobe sólo hubiera escrito ese libro, él sólo bastaría para señalarlo a la consideración de sus compatriotas, por información y las sugestiones que contiene”.

Otro que tiene una valoración positiva del trabajo de Sarobe es el doctor Gregorio Aráoz Alfaro, quien refiere al libro de Sarobe sobre la Patagonia arguyendo que cuando la estudió era una región muy poco conocida, y que Sarobe lo hizo “no únicamente como técnico de guerra, sino especialmente desde el punto de vista social y económico”. Por su parte, Carlos Ortíz de Rosas afirmó que el libro “produjo un verdadero impacto. No es aventurado afirmar que en gran medida contribuyó a crear en la opinión pública la conciencia de que era impostergable empezar a preocuparse seriamente por una región descuidada por casi todos los gobiernos nacionales. En cambio, no lo había sido para quienes desde siempre la han mirado con poco disimulada codicia”.

Lamentablemente, en la actualidad este último elemento de la avidez –fundamentalmente– extranjera sobre nuestro territorio no ha cejado, y en forma alarmante esa preocupación seria que el autor marca a partir de la obra de Sarobe ha desaparecido mayormente hace tiempo. El desinterés sobre la Patagonia, que continúa condensando un conjunto de problemáticas, como asimismo la ambición sobre el territorio y sus recursos que remarcábamos, al mismo tiempo que sus enormes potencialidades en relación a su ubicación geopolítica y las riquezas que posee, su escasa densidad demográfica y nuestra débil capacidad de defensa, entre otras cuestiones, demuestran la urgencia de retomar las grandes problemáticas nacionales, donde nuestro territorio en toda su extensión, su explotación y aprovechamiento en función del desarrollo y la ruptura de la dependencia, su defensa y la de sus recursos, ocupen un lugar central en la agenda política.

Nos interesa en este marco hacer un breve recorrido sobre las ideas que plantea Sarobe en torno a la Patagonia y las diversas problemáticas que observa cuando escribe –en los años 30–, varias de las cuales continúan hasta el presente, y otras, aunque no tengan presencia hoy, sirven para pensar una forma de razonar partiendo del estudio de la realidad nacional y buscando soluciones propias a nuestras problemáticas. El general Sarobe aborda la cuestión patagónica desde las más diversas aristas, llegando a tener una visión completa y profunda. Así, la analiza desde los antecedentes históricos, la geografía, la cuestión Malvinas y Antártica, su clima, la demografía, la tierra, la economía, las actividades económicas, los recursos naturales, las comunicaciones, ya sean marítimas, ferroviarias o a través de otros medios, su organización política, los parques nacionales, la educación y la cultura, las problemáticas sociales, etcétera.

Conoció la región en los años de su juventud y en los inicios de su carrera, despertando en él tempranamente el interés por el estudio de una cuestión de gran magnitud y trascendencia. Sarobe destaca el desconocimiento generalizado en torno a esta región. Considera en primer lugar que la noción de “desierto” que se había aplicado a la región austral contribuye, entre otras cuestiones, a la confusión en relación a sus características. Resalta así que en realidad la Patagonia comprende diferentes regiones geográficas, ya sea por las diversas características del suelo, de producción o de clima. Conocer las características del suelo resulta central para la exploración y explotación de los recursos, a la vez que para su defensa mismos. Resulta necesario estrechar los vínculos entre el interés individual y el colectivo. La Patagonia así, por sus características, no constituye un desierto, y tampoco es esa “tierra maldita” como la catalogó en 1835 Charles Darwin.

La Patagonia se divide en dos regiones que tienen aplicaciones económicas diferentes: una, la semiárida y seca de la costa y de las mesetas, que denomina como las pampas –quizás sea confuso llamarla así, pero lo entiende más por costumbre–; y la otra, la accidentada y fértil de la precordillera y cordillerana. En torno a la falta de una política demográfica-migratoria que se oriente a la ocupación de esta región, afirma que “si la población no ha ido hacia el Sur es porque en ello no ha encontrado aliciente. Las corrientes migratorias no se orientan y desplazan por azar y por puro capricho. Es el factor económico-social quien las encauza y las mueve y contra la influencia de ese factor determinante y decisivo nada que no sea orgánico y racional puede intentarse. Expuesto en estos términos del problema surge el remedio más eficaz: producir, en el Sur, el atractivo del interés”.

Realiza consideraciones críticas en torno a la toponimia, en tanto “muchas veces las designaciones de los accidentes geográficos (…) no tienen significado para la posteridad porque no han sido aplicados con justicia ni acierto histórico: las más de las veces son antojadizas, han sido modificadas caprichosamente con el andar del tiempo y están desvinculadas de los sucesos y de las figuras más relevantes del descubrimiento o de la conquista”. Destaca también personajes centrales en el avance y establecimiento de la soberanía nacional, como Julio Argentino Roca o Francisco P. Moreno, por mencionar algunos casos entre los más destacados de los muchos nombres que recorre. En relación a Roca afirma que es “el primer estadista argentino, que tuvo la visión exacta de la importancia y del porvenir de la Patagonia. (…) El general Roca dilató las fronteras políticas de la Nación hasta sus naturales confines geográficos”. El triunfador de Santa Rosa no solo produjo un avance territorial, sino que también “bajo su gobierno se establecieron las bases de la organización administrativa de los territorios, se los exploraron en diversas direcciones, se realizaron viajes de carácter científico, se fundaron las primeras colonias agrícolas y ganaderas, se crearon guarniciones militares, se fomentaron las comunicaciones marítimas y se declararon libres los puertos del litoral Sur al comercio y al tráfico internacional. Esa fue la edad de oro de la Patagonia. Ella triplicó el número de sus habitantes”. Resulta necesario destacar también el inicio de la política antártica argentina hacia el final del segundo gobierno de Roca (1904).

Sarobe destaca que en la acción colonizadora sobre la Patagonia inmediata a la campaña conducida por Roca antes de asumir la Primera Magistratura confluyen tres corrientes: la que proviene del Norte y continúa las huellas del ejército expedicionario, avanzando sobre Neuquén y Río Negro; otra que avanza desde el Centro con la fundación de pueblos en base a la construcción de una red de canales derivadas del Río Chubut, dando nacimiento a Madryn, Gaiman y Trelew –esta corriente encuentra como antecedente y base el intento de establecer una colonia de galeses por parte de Elsegood de 1856 y de Michael Jones en 1865, que establecieron los cimientos de Rawson–; por último destaca la corriente proveniente de nuestras Islas Malvinas hacia Santa Cruz en 1883, bajo el impulso del gobernador Carlos Moyano, que había viajado a las islas ofreciendo tierras en forma gratuita en la parte continental de nuestro país.

Sarobe pone de relevancia las diversas fuentes de riqueza que permanecían prácticamente inexploradas en los 30, como la minería. También pone énfasis en la necesidad de que el Estado desarrollara una política minera para orientar las iniciativas y canalizar las energías nacionales. Ponía de relevancia también la enorme riqueza pesquera, tanto en ríos y lagos, como –fundamentalmente– en la ribera marítima. Sarobe rescata en varias ocasiones a Ezequiel Ramos Mexía, quien trazó un plan de construcción de ferrocarriles que “se materializó con el establecimiento de los primeros ferrocarriles en la Patagonia”, como el de Viedma a Bariloche, el de Comodoro a Colonia Sarmiento o el de Puerto Deseado a Colonia Las Heras. El tendido de vías férreas resulta central para la unificación del litoral atlántico y los valles cordilleranos: “con el riel será posible la colonización de esa región y la explotación de las variadas riquezas que encierra; el cultivo progresivo del suelo, el laboreo de las minas, la explotación de los bosques, la instalación de la pequeña industria y el transporte del ganado bovino a los frigoríficos y poblaciones de la costa. Así se establecerá el verdadero equilibrio económico entre las dos zonas diferentes, entre la cordillera y la costa, separadas por la región semiárida del interior”.

Asimismo, “una atención primordial debe dedicarse a la organización del servicio de comunicaciones marítimas y terrestres”. En el punto nodal de las comunicaciones marítimas, Sarobe piensa en una solución integral a partir de la intervención del Estado, ya que el fomento de la región está estrechamente ligado a hacer más económicos los fletes y esas comunicaciones. Propone en esta cuestión concretamente la creación de una entidad bajo el nombre de Unión Marítima Argentina, que esté “integrada por la fusión de todas las empresas existentes grandes y pequeñas, que quisieran hacerlo y de la cual también formaría parte la División Transportes de la Armada”. Es necesario también complementar –como lo establecía el plan de Ramos Mexía– el ferrocarril con el tráfico marítimo, rompiendo la competencia. En vinculación al transporte, también Sarobe señala la importancia de fomentar las comunicaciones aéreas, como asimismo la utilización de aviones para misiones científicas ligadas a la fotografía en virtud de relevamientos topográficos. Destaca por otro lado al automóvil como medio de circulación en tanto la rapidez que puede lograrse, fundamentalmente donde no llega el ferrocarril. Por último, realiza un análisis en torno a la falta de un animal de carga para explorar los rincones más alejados y complejos por las características del suelo y el clima –donde el caballo y el buey no llegan–: “falta en la Patagonia el animal de carga que existe y sirve al hombre en otras regiones de clima y suelo parecidos”. Propone así la introducción del camello bactriano utilizado en las estepas mongólicas y siberianas –cabe recordar que en los 30 había sido agregado militar a la Legación Argentina en Japón, recorriendo, entre otros lugares, la región hasta los límites con Siberia, y parte de la Mongolia exterior, visitando asimismo varias ciudades de China.

Rescata un informe de la Comisión de Estudios Hidrológicos sobre la región septentrional de la cordillera patagónica en comparación con Suiza, reproduciendo entre sus conclusiones que “la región de los lagos de los Andes (…) ha sido llamada la Suiza argentina no solamente por su majestuosa belleza; pero también es semejante a aquel país de prósperas comunidades, en los aspectos que afectan su porvenir material”. Considera asimismo que en el momento que escribe sobre la región patagónica resulta manifiesta la necesidad de montar una red de estaciones meteorológicas –sobre todo en la región andina fronteriza– que indague en los datos y antecedentes meteorológicos. Se destaca también la concepción en torno a la unidad de la región en base al establecimiento de comunicaciones rápidas con Buenos Aires y otros centros del país. En ese sentido se tienden hilos telegráficos, al mismo tiempo que “se realiza una activa propaganda en Malvinas y en el exterior, a objeto de estimular la afluencia de pobladores y de colonos a las nuevas tierras”. Asimismo, se estableció el servicio de los transportes nacionales en la costa Sud –tráfico atendido por 20 años por parte de la Armada Nacional, y luego también por compañías privadas.

El general también resaltaba que en el desarrollo de Tierra del Fuego –gobernación nacional desde 1884– grandes extensiones de tierras fueron concentradas en pocas manos por la deficiente política del Estado en relación a la tierra pública a comienzos del siglo XX. Así encuentra el origen del latifundio en la provincia fueguina. Sarobe afirma que “el problema de la tierra es el más importante, es el problema máximo de la Patagonia actual”. Considera que no ha existido hasta el momento en que escribe ninguna política de colonización oficial en forma seria y orgánica. De esta forma, en gran medida la iniciativa quedó librada al esfuerzo individual. El general es sumamente crítico de la formación de latifundios, considerando que el Estado realizó diversas iniciativas para colonizar los territorios mediante la venta o concesión de tierras fiscales. No obstante, esa política no fue realizada en forma acertada, en tanto “dio origen a la formación de latifundios”. La base del latifundio se encuentra en la especulación con las tierras fiscales, leyes insuficientes y deficientes o mal aplicadas, acompañadas en varios momentos del poco conocimiento en relación a las características de la tierra, como asimismo en la falta de criterio con que algunas veces fueron entregadas. Por ejemplo, el Estado nacional enajenó tierras aptas para cultivo intensivo como si fueran pastoriles, o bien se vendieron tierras en bosques nacionales y se crearon colonias en zonas áridas e improductivas. Toma de una Memoria realizada por la Dirección general de Tierras que “grandes fortunas se iniciaron y se formaron con las dádivas que hizo la Nación, pero no fomentó una población densa y productora”. Postula la necesidad de planificación en torno a la colonización de la tierra y del fomento de la población y el trabajo en base a la propiedad de la tierra como elemento para la igualdad, considerando que “la propiedad ennoblece al individuo, porque estimula sus energías morales, aviva su fe y alienta su esperanza”. Insiste Sarobe con contundencia en que “hay que ayudar y estimular al poblador real. La mejor medida es darle cuanto antes, en propiedad, la tierra que trabaja. La ley y la acción enérgica de la autoridad apoyada en ella deben oponer una valla infranqueable a las maniobras de los acaparadores y latifundistas. Por otra parte y de una vez por todas se debe saber cuáles son los pobladores reales y cuáles los ficticios en las tierras públicas de la Patagonia”. Por eso insta a “hacer propietario al poblador de la tierra que explota”. Pone de relevancia la necesidad de que el Estado colonice regiones con escasa o media densidad de población, y asimismo resalta la necesidad de estudiar, recopilar datos y establecer un sistema estadístico que permita contar con los datos necesarios para poder establecer políticas certeras sobre las problemáticas.

También reclama una política forestal profunda que proteja el rico patrimonio cordillerano de “la destrucción ciega y la voracidad mercantilista”. Destaca la riqueza minera de Neuquén, y la necesidad de planificar su explotación. Desde ya remarca la magnitud e importancia del descubrimiento del petróleo en Comodoro Rivadavia unos años antes (1907), y la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) bajo la dirección certera de otro militar: Enrique Mosconi.

La cuestión Malvinas y la soberanía nacional sobre las mismas no podían quedar fuera del estudio. Además de sus fundamentos históricos y jurídicos, Sarobe destaca tempranamente que –al igual que la de los Estados y Año Nuevo– “son como una prolongación del suelo patagónico, surgiendo a la distancia de las profundidades del océano. (…) Se encuentran comprendidas dentro del mar argentino y también por razones geográficas y geológicas evidentes, son como una continuación de las tierras continentales”.

Otra cuestión que destaca entre las problemáticas patagónicas es la explotación pesquera de nuestro mar. Observa que, si bien tiene condiciones excepcionales, la gran riqueza y abundancia de pescados ha sido escasamente estudiada y poco aprovechada: “es necesario conocer nuestro mar, saber dónde se halla localizada la riqueza que encierra”. Propone así una nueva ley de pesca que atienda las formas de explotar los lagos y los ríos en vinculación a particularidades que los hacen diferentes de los de otras regiones del país. Observa asimismo la enorme potencialidad que tienen los ríos que bajan de las cumbres a los valles y la necesidad de su aprovechamiento como fuerza hidráulica en virtud de la industrialización del país. Considera que no resulta provechoso al desarrollo de la región la quita de aranceles a productos que se producen o extraen en nuestra Patagonia.

Realiza una crítica a los cazadores furtivos que ponen en riesgo la reproducción de los animales que habitan en la región. Así, por ejemplo, destaca al guanaco, “que por la desaparición o la casi extinción de las otras especies menores, concentra ahora sobre su cabeza las furias de la actividad exterminadora”. Anota: “hasta hace pocos años se podía ver sobre las lomadas y mesetas de la Patagonia grandes manadas de guancos. Por excepción, se ve hoy en los mismos lugares grupos asustadizos de esos animales”. También resalta que las alambradas contribuyen a la destrucción del animal en tanto en los inviernos no pueden bajar a zonas más abrigadas.

Da cuenta de la importancia del fomento y cuidado de los parques nacionales de la Patagonia, iniciados con el Nahuel Huapi en el final de la segunda presidencia de Roca, y con el fuerte impulso de Francisco P. Moreno. Esos parques nacionales deben ser reservas “para el placer y el bienestar de todos los habitantes de la Nación”, por eso “no pueden ser enajenados”, ya que de esa forma se transformarían “en la residencia de algunos centenares de privilegiados. Si eso ocurriera, el parque nacional tendría de tal solo el nombre”. También considera la necesidad de fomentar el turismo en la zona, en virtud de favorecer la economía patagónica. Ese fomento depende mayormente de la organización de los servicios a esos fines.

La educación pública adquiere una importancia singular en la Patagonia, en tanto la observa como la preparación de la fuerza humana para el impulso del desarrollo de la región. Así, “la triple faceta económico-político-social, aplicada a la Patagonia, debe tender a arraigar al habitante, levantar su nivel de cultura, a acentuar su personalidad moral, y esto sólo puede lograrse preparando al futuro ciudadano por medio de una educación racional y práctica”. La escuela constituye “uno de los factores más eficientes de cultura, de argentinización y de cohesión social de que se puede echar mano en los territorios del Sur, como lo sería en cualquier otra región del país”. Es absolutamente necesario implantar una profunda educación nacionalista. En torno a la educación también precisa que, “si bien es cierto que es conveniente cultivar el particularismo de cada región en lo relativo a la enseñanza de las ciencias naturales y demás conocimientos de orden práctico, no es menos juicioso propender, mediante una educación dirigida dentro de un plan nacional y en lo relativo al idioma, la lengua, la geografía, la historia, la instrucción moral y cívica, a fundar la unión espiritual de la familia argentina y con ella la de la patria. La unidad política y social de un pueblo reposa sobre la unidad de su cultura”. Reclama también la protección por parte del Estado Nacional de las poblaciones indígenas, que “debe traducirse especialmente en un adecuado régimen agrario y en una legislación especial que les concierna”.

Esta ideas que desarrolla Sarobe en torno a la Patagonia y sus problemas se enmarcan en un conjunto de ideas más amplio que expresa claramente en un artículo que escribe en la Revista Militar en noviembre de 1940, donde argumenta que “nuestra subordinación económica al Viejo Mundo ha sido tan grande en el último medio siglo, que se puede decir que la economía nacional ha vivido de espaldas a las infinitas posibilidades que en riquezas naturales brinda el suelo y el subsuelo de la República en vastas regiones y a las ventajas evidentes que ofrecería el intercambio activo con los países limítrofes”. Destaca asimismo que “la Patria no es una factoría. El hombre no es sólo un elemento de producción. El ideal de la vida no es solamente ganar dinero. Tampoco el tiempo es sólo oro. (…) Más trascendente que mejorar la técnica, es cultivar el espíritu del hombre; porque la ilustración es lo secundario y la educación lo principal”. Expresa también que “los problemas sociales (…) no se resuelven con esporádicas distribuciones de socorros entre los necesitados. (…) En materia social no conviene confundir los efectos con las causas. Para resolver el problema social, en vez de distribuir víveres y ropas entre los necesitados, se requiere por parte del Estado el desarrollo de una política encaminada a explotar la riqueza nacional, proteger el trabajo y eliminar la desocupación, fomentar la pequeña industria, defender el hogar y la familia, difundir la instrucción, estimular la cooperación social y crear la legislación protectora de las clases necesitadas de la sociedad”.

El general José María Sarobe deja una huella ineludible en el análisis de la región patagónica, tanto por sus diversas problemáticas como por sus potencialidades, su vinculación con el desarrollo nacional y la centralidad en nuestra soberanía nacional, más aún, pensándola en torno a los peligros que se aventuran en la región, como por su enorme proyección y puntal en la conformación de la conciencia nacional. El fomento de las vías de comunicación, la integración nacional-regional, la cohesión social, el estudio de la realidad, una política demográfica, el fomento de la densidad nacional, la conformación de una política nacional en torno a la defensa del país, una educación profundamente patriótica, la protección, el desarrollo y la explotación de los recursos por parte de la Nación, etcétera, resultan cuestiones atinentes a la profundización del fomento y el fortalecimiento que reclamaba Sarobe hace más de 80 años de esa conciencia nacional para el fortalecimiento de la soberanía y el camino de la emancipación nacional.

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