De espaldas a nuestro Mar (Argentino): algunas observaciones sobre la cosmovisión liberal (OTAN) y sus artificios

El campo intelectual, académico y cultural argentino históricamente ha considerado a la Geopolítica como un área de estudio vinculada a la Estrategia, la Economía Mundial, el imperialismo anglosajón-francés o la colonización cultural ejercida por los países del Norte hacia los del Sur (Ugarte, 1923; Ibarguren, 1946; Araujo Lima, 1962; Irazusta, 1963; Hernández Arregui, 1964; Trías, 1975; Said, 2004; Wallertein, 2007; Borón, 2014; Methol Ferré, Dierckxsens y Formento, 2016). Estas apreciaciones han tenido una amplia difusión durante el siglo XX. Puede observarse en tres etapas: antes de la Gran Guerra (1870-1914), entre las dos Guerra Mundiales (1918-1939) o durante los momentos de la llamada “Guerra Fría” (1945-1991) desarrollada entre el bloque de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) liderada por Estados Unidos y el Grupo de Naciones Socialistas, liderado por la Unión Soviética (URSS). Incluso, marcando una misma tendencia, en el sentido de comprender la Geopolítica como un área de estudio de la “Guerra entre grandes bloques de poder económico y político”, bien podríamos decir que estamos atravesando una cuarta etapa, en donde se ha vuelto a escribir sobre conflictos entre dos bloques: Estados Unidos por un lado y China-Rusia, por otro (Gingrich, 2019; Cooper, 2019).

En pocas palabras, la Geopolítica, salvo algunos pocos casos,[1] ha sido estudiada como un campo de estudio ajeno a nuestras tradiciones, historia y sustento existencial-espiritual. En respuesta a esta tendencia, la ponencia intentará abordar el tema del Mar Argentino y su relación con la cultura y el Pensamiento Nacional desde la visión de la Geopolítica Existencial, intentando responder al interrogante planteado por el filósofo y antropólogo argentino Rodolfo Kusch (Buenos Aires, 1922-1979) que se pregunta: “¿Por qué la comunidad argentina históricamente le ha dado la espalda al Mar?”.

 

1492-1810: en los tiempos que se miraba al mar

Rodolfo Kusch, en su libro Geocultura del hombre americano de 1976, afirma: “Es curioso que el mar no haya constituido un problema para la cultura argentina. Las menciones que se hacen del mar durante la colonia son en general de un tipo centralizante. Se trata de defender la colonia de las invasiones y entonces había que tomar las medidas del caso. De ahí los viajes de Biedma[2] y el piloto Villarino.[3] Pocas veces se hacen concesiones para la explotación del mar propiamente dicho, o para ejercer sobre él un dominio. Esto hace pensar que hay dos formas de referirse al mar, una se refiere a su condición de simple lugar de fácil acceso, y la otra es tomarlo en sí mismo como un ente explotable o de instrumento de soberanía” (Kusch, 1976: 62).

Me interesa destacar esta observación de Kusch desde varios planos. En primer lugar, resulta inquietante correr el eje de las políticas soberanas en Argentina en relación al mar si se fija el punto de vista entre los años 1776 y 1810, en otras palabras, en el periodo en el cual la monarquía española dominaba estos suelos. Como ha señalado la estudiosa de la historia del Derecho Margarita Serna Vallejo (2017), con la llegada de los españoles y los portugueses a las costas del Río de la Plata y del Brasil, también llegó una concepción más medieval que moderna en torno a los territorios, con sus fronteras y límites. Me interesa especialmente rescatar esta idea, ya que si consideramos el esquema histórico universal que aún figura en los manuales de escuela, la llegada de los europeos a América representa la entrada en la modernidad del mundo. ¿Pero fue realmente la entrada a la modernidad? Hay autores y autoras como Amelia Podetti (1986), Alberto Buela (1987, 1990, 1998), Carlos Astrada (1964, 2007), Nimio de Anquin (1994) y Alberto Caturelli (1961, 1984), que señalan lo contrario, sostienen que América ha resistido a los llamados “males de la modernidad”, en línea con lo que dice Serna Vallejo.

Los ibéricos llegaban de una Europa parcelada, con marcas precisas y jurisdicciones ligadas a elementos vinculados a la herencia de sangre. Como afirma el filósofo Alberto Buela (Buenos Aires, 1946) en su libro El sentido de América (seis ensayos en busca de nuestra identidad), la conciencia que llegó a la América hispánica no había pasado por los diferentes estadios de la denominada Revolución Mundial, es decir: Reforma, Revolución Industrial, Revolución Francesa. Dice Buela: “Nosotros forjamos nuestra identidad asumiendo la fuerza vital y los valores de la Europa anterior a la Revolución Mundial, los que han sido transformados por la formidable matriz americana” (Buela, 1990: 49). En consecuencia, a pesar de lo que dicen “las edades universales” (Di Vincenzo, 2018) que sitúan a la época colonial en las Américas como parte de la modernidad, la conciencia que portaban los ibéricos estaba enraizada en una cosmovisión anterior a la modernidad.

Ahora bien, ¿qué implicaba esto para el mar y los territorios desconocidos? Entre otras cuestiones, que las “zonas libres”, “comunes” o de “tránsito” no habían sido pensadas como parte de la norma, más bien significaron un verdadero problema a resolver. Durante la época medieval, Margarita Serna Vallejo (2017: 28) habla de la existencia de una doble perspectiva, en donde por un lado están los territorios que son considerados como marca, zona o espacio fronterizo, y por otro, los territorios parcelados y sujetos a la jurisdicción de diferentes entidades políticas. Ahora bien, ¿qué hacer con el Océano Atlántico y sus costas?

En un primer momento, desde su cosmovisión medieval, los reinos intentaron apropiarse o repartirse el Océano Atlántico, extendiendo las jurisdicciones terrestres. Sin embargo, estas iniciativas no tuvieron los efectos deseados, ya que los titulares de los distintos reinos ya habían ejercido algunos derechos en la Baja Edad Media sobre las zonas costeras. Por otra parte, más allá de esas costas, el Océano Atlántico no había tenido ninguna demarcación (Truyol y Serra, 1957). Serna Vallejo afirma que desde los inicios de la Edad Moderna se fijaron distintas rayas imaginarias –más o menos precisas– en el Atlántico con la finalidad de convertirlas en límites marítimos de distintas entidades políticas europeas. Estos límites carecían de corporeidad, dado que se establecían en el mar, lo cual no impedía que de su establecimiento se derivaran consecuencias jurídicas relevantes para los Estados, pero también para los navegantes (Serna Vallejo, 2017: 32).

Me interesa en este punto destacar el cruce que comienza a producirse entre dos cosmovisiones que son diferentes: la cristiana medieval y la liberal mercantilista. Como señala el filósofo ruso Aleksandr Dugin (Moscú, 1962), la modernidad da inicio a un cruce entre una Civilización de Tierra y una Civilización de Mar. Dice Dugin (2018: 45): “El mar no puede ser organizado en base a fronteras, porque no es posible trazarlas en él. El mar es universal, está desencarnado. (…) El mar es otra manera de escoger, de escoger el tiempo en lugar de la eternidad, de escoger la igualdad en lugar que la jerarquía, de escoger el progreso en lugar que la tradición, de escoger la ausencia de la jerarquía en contra de esta idea de la verticalidad de la sociedad. También supone la aparición de una nueva figura que no existía en el mundo tradicional: el mercader, el comerciante que no tiene raíces, que se mueve, que cambia, que pertenece al mundo líquido en el sentido de la sociedad líquida de Zygmunt Bauman como liquidación, como destrucción, como liquidación de los valores”.

En resumen, mientras que la concepción de los ibéricos estaba arraigada en la tierra, con su tradición de cultivos y sus herencias de sangre, surgía en el norte de Europa, en las regiones anglosajonas, una cosmovisión desarraigada y ansiosa por romper marcas, fronteras y límites jurisdiccionales de la cosmovisión cristiana medieval. Una concepción que se puede observar en las demandas de los navegantes, desarrolladas entre los siglos XV y XVII respecto a la creación de un derecho de frontera que ordenara las actividades que desarrollaban en las aguas del Atlántico. ¿Qué estaban reclamando? El derecho –fundante de la cosmovisión liberal– a la libre navegación de los mares. En otras palabras, el mundo de los Estados –reinos, monarquías e imperios– se enfrentaba al avance del capital mercantil que exigía la libertad necesaria para circular y su resultante: obtener ganancias, recursos, riquezas. Podría decirse que el capital mercantil con sus navegantes luchaba por poseer lo más preciado: circular por territorios. Pero aquí comienzan la trampa y la ironía más profundas de la cosmovisión liberal. Los mares no tienen dueños y son de libre circulación. Ahora bien, para circular es necesario contar con ciertos conocimientos y con un sólido capital económico para costear los trámites necesarios, naves, tripulación y demás. En síntesis: todos pueden circular, pero en realidad no todos pueden circular.

Los comerciantes vencen en la batalla por las leyes para que los dejen circular y logran que se promulgue el derecho marítimo del Atlántico. El mar se abre por y para el capital mercantil. Los navegantes del capital mercantil se apropiaron del océano Atlántico, gozando de plena autonomía respecto de las organizaciones políticas establecidas en tierra. Si bien la historia del derecho marítimo en Europa comienza con los llamados Rooles de Olerón –una serie de textos legislativos promulgados por Leonor de Aquitania en 1160 en el contexto de apertura para el comercio marítimo europeo desencadenada por las Cruzadas– es en Inglaterra en donde se sanciona el Black Book of the admiralty: el libro negro del almirantazgo. En realidad, es una recopilación de textos relacionados con el derecho marítimo en el transcurso de los reinados de varios monarcas ingleses entre los años 1200 y 1400. Con sus cuatro volúmenes, de más de cuatrocientas páginas cada uno de ellos, el libro –que tiene una primera edición aparentemente de 1450– marca la consolidación del sector inglés vinculado con el comercio marítimo (Parry, 1968). En otras palabras, estas leyes sobre los derechos de circulación del Océano Atlántico son las primeras en no tener ningún arraigo terrestre, ajenas a cualquier poder político y sin intervención de los Estados. Leyes que emergen a partir de una compilación de usos y costumbres de los navegantes comerciales.

Ahora bien, el capital, como suele ocurrir, tiene una voracidad sin límites, marcas ni jurisdicciones. Varios estudiosos y estudiosas (Halperin Donghi, 1967; Bosch, 1970; Tenenti, 2010; Ansaldi y Giordano, 2012) han demostrado que en buena parte el Virreinato del Río de la Plata creado en 1776 nace como respuesta estratégica y geopolítica a distintos avances, intervenciones y acciones anglofrancesas en los mares del sur. Desde la lectura de Kusch, los viajes de exploración de Francisco de Biedma y Narváez y de Basilio Antonio de Villarino y Bermúdez mostraban una concepción soberana sobre la tierra y el mar. La corona española se preocupó especialmente por conocer, delimitar e intentar usufructuar todos los recursos marítimos y terrestres, a diferencia de los gobiernos que se sucedieron luego de la Revolución de mayo. Afirma Kusch: “En general ha predominado siempre el primer criterio [alude a tomar al mar como un lugar de fácil acceso]. ¿Por qué? Seguramente por la formación cultural popular en Argentina” (Kusch: 1976: 61).

En conclusión, hay un trasfondo, como un subsuelo cultural que rige la relación de la comunidad argentina con el mar. Una relación que nace según Rodolfo Kusch a partir de la emancipación, que le da la espalda al mar, como si ya no fuera suyo. Los sectores comerciales de Buenos Aires promueven el libre comercio y modifican los criterios que imperaban en torno a la relación con el mar.

 

De espaldas al mar: la emancipación y la cosmovisión liberal

Prácticamente 300 años después de la llegada de los europeos al continente americano, Buenos Aires, como la mayoría de los Estados Nación en América Latina y el Caribe que surgieron durante el siglo XIX, se basó en una matriz de pensamiento político y económico liberal que tomaba de Europa, principalmente de los países que tenían sus costas sobre el Atlántico Norte. Para Rodolfo Kusch, el proceso de conformación y construcción de los Estados Nación en América fue llevado a cabo por las elites letradas de las ciudades portuarias, defensoras de economías abiertas al mercado europeo,[4] condicionando la soberanía sobre los espacios marítimos de estas naciones de América, ya que desde su perspectiva estos espacios tenían que ser “abiertos al mundo”, sin condicionamientos ni medidas que obturaran la entrada y la salida de productos. En este punto me interesa señalar que, desde la lectura de Carlos Astrada, Aleksandr Dugin, Rodolfo Kusch y Alberto Buela, este proceso encuentra su basamento ideológico y sustento filosófico en una cosmovisión liberal que no estaba arraigada en estas tierras antes ni durante el periodo colonial. En otras palabras, era una cosmovisión ajena, y por ello estos autores señalan que el siglo XIX fue uno de luchas entre cosmovisiones.

La cosmovisión liberal de las elites de las ciudades portuarias fueron las vencedoras de las otras cosmovisiones arraigadas en las tierras de las Américas. Como señala el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro (1969), luego de la emancipación se llevó a cabo una segunda conquista contra todos “los pueblos” –originarios, mestizos, negros y mulatos– que, paradójicamente, habían sido quienes lograron la emancipación. Estas elites vencerán en las guerras civiles a todos los representantes elegidos por los “pueblos” de las provincias y regiones no hegemónicas. La victoria sobre estos sectores iniciará un proceso que llega hasta nuestros días, en donde prima la negación del pasado histórico –indígena, colonial, mestizo, gaucho, africano, católico y comunitario. Afirma Kusch (1976: 62): “A raíz del incremento que empieza a tener Buenos Aires se convertirá en un país híbrido. Y digo híbrido, porque a partir de la injerencia de Buenos Aires, transformada en centro geopolítico, comienza a perderse la coherencia interna de la nacionalidad y se produce una distancia irremediable entre la propuesta civilizatoria y el lenguaje que habla el pueblo. Si el pueblo sigue su ritmo biológico de una cultura mediterránea, Buenos Aires a partir de 1853 habla de un ritmo mecánico de asimilación progresiva de formas culturales extrañas, con las cuales la cultura popular no tiene nada que ver y que incluso rechaza”. Astrada, Kusch, Buela y Dugin, con sus matices para cada caso, consideran que las elites letradas de las ciudades-puerto americanas inventaron una idea de Nación desde una matriz de pensamiento eurocéntrico. Que primero fue iluminista durante los siglos XIX, y luego positivista: racista, evolucionista y progresista. Paradójicamente, Buela observa que la contemporaneidad surgida en Europa tras la revolución francesa sí reconoció a su pasado histórico. Como señalan historiadores de la cultura europea con George Mosse, la conformación de las nacionalidades europeas en Francia, Inglaterra, Alemania e Italia redimensiona la esencia de sus “pueblos”, dedicando especial atención a su pasado, historia, cultura y tradiciones (Mosse, 2004; Rosanvallon, 2007).

En el plano estrictamente físico y material, si se consideran los circuitos económicos desencadenados tras las revoluciones de la independencia en América Latina, se observa que la constitución real de estos nuevos Estados no parece haber sido alterada profundamente por las revoluciones, como lo señalan autores de distintas corrientes de pensamiento, como Jorge Abelardo Ramos (1968) y Tulio Halperin Donghi (1967). Abelardo Ramos sostiene que la división en distintos Estados en América tras la emancipación –lo que él llama: “la balcanización del continente”– y, posteriormente, las ideas de construir la historia de estos nuevos Estados –verdadero ejercicio metafísico, si se quiere– se vinculan con un nuevo pacto “neocolonial” que se expresa en la venta de materia primas y en la compra de manufacturas a las potencias europeas –Inglaterra y Francia. Halperin Donghi señala que en esta nueva situación la cadena de puertos preexistentes –Valparaíso, El Callao, Guayaquil, Cartagena, Portobelo, Buenos Aires, Montevideo, Lima, Santos, Bahía– se constituirá como espacios geográficos, políticos y económicos de una importancia visceral para las repúblicas americanas –con economías quebradas por las guerras civiles y de independencia– al ser entidades recaudadoras de dinero, gracias a las tarifas arancelarias propias suministradas a la entrada y la salida de productos.

Las transformaciones en el plano material, económico y monetario tendrán profundas consecuencias para la protección, la defensa y el usufructo de los mares de estas nuevas naciones americanas. La cosmovisión liberal se presentaba difusa, vaga, oscura. No era una imposición de los hechos: más bien todo lo contrario. Como señala Alcira Argumedo en Los silencios y las voces en América Latina (2009), aquello que se imponía desde los hechos, y que constituía el complejo entramado inmerso en las palabras de Patria y Nación, no se vinculaba con una matriz autónoma del pensamiento popular latinoamericano. No tenía sus raíces en las experiencias históricas americanas, ni en el acervo cultural de los sectores sociales sometidos. Las iniciativas de tinte popular originadas durante las revoluciones de la independencia, muy bien estudiadas en distintos trabajos (Rosa, 1973; Chávez, 1957, 1967; Ramos, 1957; De la Fuente, 2014), apenas habían logrado prevalecer más allá de la primera mitad del siglo XIX. En parte, porque los sectores que se habían apropiado del Estado hacia fines del siglo XIX no habían surgido, en la mayoría de los casos, de iniciativas populares o de movimientos de reivindicación del pasado indígena, ni colonial.

 

Cosmovisión nacional y geopolítica existencial

En la lectura de los autores seleccionados, la cosmovisión liberal fue la vencedora de las otras cosmovisiones arraigadas en las tierras del sur. Al mismo tiempo, la liberal promocionará –tras su victoria– el atlantismo. ¿Pero qué es el atlantismo? En varias oportunidades, el filósofo Alekxandr Dugin ha tratado el tema y lo ha asociado por ejemplo a la relación que tiene la Argentina con el mar Atlántico y las islas sobre las que tiene soberanía: las Malvinas. Su compromiso por el tema y sus visitas al país lo han constituido como un pensador nacional, en el sentido que lo entienden autores como Leopoldo Marechal (1966) o Manuel Ugarte (1978), quienes sostienen que es quien quiere y hace querer a nuestra tierra, y ello no tiene que ver con el lugar de nacimiento. En una conferencia dictada por Dugin en la Escuela Superior de Guerra Conjunta de las Fuerzas Armadas Argentinas, define al atlantismo como la idea de civilización que propusieron y proponen las potencias del Atlántico Norte, con centro en Gran Bretaña primero –desde el siglo XVII y hasta la Gran Guerra de 1918– y en Estados Unidos después. Afirma Dugin (2018: 31): “Es capitalismo puro, porque el capitalismo aparece en la historia de Occidente junto con el periodo de los descubrimientos en las colonias y el descubrimiento más importante del mar. El mar deviene un destino para Occidente y, desde este momento, empieza el capitalismo; la modernidad; la ciencia moderna; la metafísica moderna con su sujeto racional, con su idea del progreso”. Ahora bien, en este punto me planteo dos interrogantes. Primero: ¿qué relación tiene el atlantismo con los humanos que poblaban estas tierras al momento de su implantación entre fines del siglo XVII e inicios del XIX? Segundo: ¿qué consecuencias tuvo esta situación en la relación entre el mar argentino y la cultura nacional?

El primer interrogante lleva directamente al clásico problema de los orígenes. El filósofo Carlos Astrada (Córdoba, 1894-1970) resuelve el enigma del origen rápidamente. Afirma que un pueblo es soberano cuando trabaja la tierra en la que vive, de allí el origen de la nacionalidad argentina. Desde su visión, es a partir del trabajo que los seres humanos asimilan un territorio y lo convierten en suyo. En las tierras del sur del continente americano, Astrada considera que este derecho les corresponde a los gauchos y los indios. Desde su lectura, ellos fueron quienes trabajaron las tierras, y a partir de ese trabajo lograron una relación particular, emotiva y sentimental con el paisaje, ese escenario infinito, inmenso y profundo, comúnmente llamado “las pampas” o “la pampa gaucha”. Astrada (1964: 58) la define como “la extensión ilimitada, como paisaje originario y, a la vez, como escenario y elemento constitutivo del mito, he aquí nuestra Esfinge, la Esfinge frente a la cual está el hombre argentino, el gaucho”. Para Astrada, si uno se propone divisar una imagen humana en las tierras australes, esa imagen es la del gaucho y la del indio, son los habitantes naturales de un lugar que –parafraseando al poeta Rainer Maria Rilke (1980)– parece limitar con la eternidad. Escribe Astrada (1964: 59): “La Pampa, con sus horizontes en fuga, nos está diciendo, en diversas formas inarticuladas, que se refunden en una sola nota obsesionante: ¡o decifras mi secreto o te devoro!”. Ese plano metafísico del paisaje en el continente y en el mar e islas argentinas, dan una dimensión espiritual que se encuentra ligada indisolublemente con los seres que mejor lo interpretaron y respetaron con su errático ambular: el gaucho y el indio.

Otra condición relacionada con el pensamiento geopolítico y la existencia de autoras y autores seleccionados es su lectura sobre la naturaleza pacífica de la cosmovisión nacional, diferente a la liberal: belicista, mercantil y usurpadora. Dugin, Buela y Astrada rescatan al poema fundacional de la nacionalidad argentina, El Martín Fierro de José Hernández (1872: 235). En ese texto su personaje principal, el gaucho Martín Fierro, dice: “El trabajar es la ley / porque es preciso alquirir / no se espongan a sufrir / una triste situación: / sangra mucho el corazón / del que tiene que pedir”. Para Dugin, Buela y Astrada, los gauchos asumen la acción del trabajo como parte de la naturaleza humana, que Hernández valoriza una y otra vez en su poema: “debe trabajar el hombre / para ganarse el pan”. La adquisición de bienes se logra por el trabajo, que al mismo tiempo tiene que ser justo y reconocido por el patrón. Para Hernández, la paz entre las personas se rompe cuando el gaucho sufre injusticias, como le ha ocurrido a Martín Fierro. De ahí la desconfianza por la ley: “La ley es para todos / pero sólo al pobre la rige”. De allí que la lucha de los pueblos se expresa con un halo de justicia y sea enunciada generalmente como “lucha por la liberación nacional”. El pacifismo económico de la cosmovisión liberal desconoce todo esto, porque para las potencias del Atlántico Norte cesarán todas las guerras cuando se inaugure la era del perfecto libre cambio. De allí que los filósofos Astrada (1964, 2007) y Dugin (2018b, 2019) aludan a un tipo de pacifismo imperialista y mercantil, en donde se pasa de una guerra por necesidades –guerra como medio de alimentación– a otro modo de guerra, por poder político y motivación económica: no hay necesidades, sino búsqueda de mayores ganancias. Para la cosmovisión liberal de la OTAN, la guerra es un medio para adquirir más mercancías. No es fundamental para adquirir bienes el trabajo, como señalaba Martín Fierro, sino que en esta cosmovisión el robo y la ocupación de lo ajeno son acciones naturalizadas. Escribe Astrada (1948: 133): “La forma particular del imperialismo mercantilista anglosajón, ya perimido, cuya garra predatoria, que se hizo sentir durante el siglo XIX, alcanzó también hasta nosotros, arrebatándonos las Malvinas y dejándonos esa herida, hasta ahora abierta, en el flanco Atlántico de la Patria”.

 

“El desierto como un mar”: la cosmovisión liberal y sus artificios

Siguiendo la lectura de los autores seleccionados, la cosmovisión liberal plantea una idea de Nación no cimentada en la historia, tradición o memoria de los pueblos que habitaban y habitan el territorio argentino. Más bien, es concebida como una idea de Nación creada por la voluntad de un sector de la sociedad. Carlos Astrada señala que las ideas de Patria y Nación no fueron el resultado de los hechos, sino que fueron una creación, ya que la nacionalidad como el derecho es una abstracción si no está apoyada en una vitalidad, un volumen y una fuerza que garanticen su desarrollo. Astrada habla de algo creado artificialmente, un artificio, del latín artificium, “del arte de hacer”. Un objeto creado para un determinado fin.[5]

En relación con la idea del mar argentino encuentro que también han operado abstracciones y artificios. La cosmovisión liberal ha promovido sobre el mar y el territorio la imagen de un desierto. De un espacio sin humanos y, en este sentido, de un espacio sobre el cual la Nación Argentina no tiene ninguna soberanía.

El presidente, escritor, ensayista y militar Domingo Faustino Sarmiento (San Juan, 1811-1888) afirmaba que nadie podía escribir sobre el desierto. En realidad, al recorrer su obra, uno puede encontrar que Sarmiento consideraba que había quienes sí podían escribir sobre el desierto. ¿Quiénes? Los viajeros europeos que él leía, fundamentalmente los anglosajones: Juan Robertson Parish (1792-1843), Samuel Haigh (1689-1931), Alexander Caldcleught (1795-1858), entre tantos otros. Estos viajeros, como buenos isleños, concebían a la infinitud desde sus impresiones de hombres que nacieron en una tierra circundada por el mar, como señalan Laura Malosetti y Marta Penhos (1991), “con la única vecindad del agua que se pierde en el horizonte”. Sarmiento asume o es impregnado de una cosmovisión liberal: reproduce la imagen del desierto como un mar, de un espacio sobre el cual la Nación argentina no tiene soberanía, un lugar libre, de tránsito. Ahora bien, no es el único autor argentino que realiza esta operación. En 1837 el escritor y poeta argentino Esteban Echeverría (Buenos Aires, 1805-1851) escribía: “El Desierto / Era la tarde, y la hora / en que el sol la cresta dora / de los Andes. El Desierto inconmensurable, abierto, / y misterioso a sus pies / se extiende; triste el semblante, / solitario y taciturno / como el mar, cuando un instante / al crepúsculo nocturno, pone rienda a su altivez” (Echeverría, 1837: 168). Sarmiento escribía en 1845: “Es la imagen del mar en la tierra”. En 1872 el escritor argentino Ricardo Gutiérrez (Arrecifes, 1836-1896) afirmaba sobre la Pampa que era: “Como una mar de esmeralda” (Gutiérrez, 1860: 157). El poeta, diplomático y político Hilario Ascasubi (Buenos Aires, 1807-1875) escribía en 1872 sobre los pastos del campo argentino: “un mar que haciendo sombras se movía”. El escritor y crítico literario Ricardo Piglia (Adrogué, 1940-2017), en uno de sus libros, Critica y ficción, dice que en la Pampa los únicos que escriben son los viajeros ingleses, que ellos cuentan lo que ven en otra lengua con otros ojos y que Sarmiento escribe el Facundo a partir de lo que lee de estos viajeros británicos que escriben en otra lengua, y que incluso él mismo lee en otra lengua. Parece toda una gran paradoja. En esa sociedad y en aquellos tiempos el Estado parecía no tener lenguaje. Dice Piglia: el Estado es previo al lenguaje del Estado, como el poder económico es previo al poder político en la Pampa. El poeta francés Paul Valéry (1871-1945), sobre la construcción y artificios del liberalismo afirmaba: “La era del orden es el imperio de las ficciones, pues no hay poder capaz de fundar el orden con la sola represión de los cuerpos por los cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias” (Valery, 1914-1945: 127). En otro libro de Piglia, La ciudad ausente (1997), el personaje central es una máquina de la que todos hablan, pero a la que nadie encuentra ni sabe dónde está. Es una máquina que construye relatos constantemente, relatos que en una primera instancia resultan ser incoherentes, pero que desde una visión panorámica se interrelacionan. Esos relatos incoherentes, fragmentados, pero aun así conectados de alguna forma, expresan a la comunidad. Que se manifiesta como una trama de relatos, un conjunto de historias y ficciones que circulan entre la gente. Pero hay una voz pública que vuelve social al relato. El Estado centraliza esas historias, el Estado las narra. Dice Piglia: “cuando se ejerce el poder político se está siempre imponiendo una manera de contar la realidad” (Piglia, 2013: 33). Pero no existe una historia única y excluyente circulando en la sociedad. En este punto considero que la conformación del Estado Nación argentino no se sostuvo a partir de un “momento romántico”, como se viene sugiriendo desde los primeros estudios sobre la historia de las ideas en Argentina desarrollados por José Ingenieros (1918) o Alejandro Korn (1935), hasta los más actuales de Oscar Terán (1986, 2004, 2008), Elías Palti (2009) o Tulio Halperin Dongui (1982, 2007). Más bien todo lo contrario: detrás de aquel romanticismo había toda una cosmovisión, que no era ni nuestra ni nueva.

En resumen, para la construcción de un Estado Nación fue indispensable antes bien instalar la noción –artificio– de un desierto, como aquello “despoblado, solo, inhabitado”, y al mismo tiempo construir el imaginario de que sus habitantes eran la barbarie, la fauna. La naturaleza excesiva y los hombres de la campaña. Los gauchos, los caudillos, los malones. Que, por otro lado, ensombrece algo quizás más terrible y paradójico, relacionado con denominar bárbaro a lo nativo. Común por otra parte en el mundo occidental europeo, funcional a la conquista desde los griegos hasta la Gran Bretaña imperial del Siglo XVIII y XIX. Otra vez, Valery y la idea del lenguaje como poder. Pero no perdamos de vista que el poder es previo al lenguaje. Recordemos aquella escena de Lucio Mansilla y el cacique Mariano Rosas, donde Mansilla habla y habla, intenta convencer, marcar la cancha para jugar un partido donde las reglas las impone él y solo él. Mariano Rosas se va a buscar algo, y vuelve con un diario donde hay una imagen que anuncia el trazado del ferrocarril por el espacio donde están las tolderías de los ranqueles, precisamente en donde está Mansilla hablando con él. Ahí, donde hablan y hablan. Además, ¿qué podían rescatar los blancos? ¿Qué podían rescatar Sarmiento, Alberdi, Echeverría de estos pobladores? ¿La idea de comunidad, de no propiedad? Paradojas dentro de paradojas. A los indios les sacan las tierras, y ya éstos en otras tierras saquean las propiedades, las vacas, los caballos y hasta las mujeres de quienes les habían sacado las tierras. Y todos, sin embargo, indios y estancieros, venden y compran con las mismas monedas o intercambian con los mismos productos. Todos ellos, indios y estancieros, generales, soldados, se vinculan y hasta participan en las mismas batallas, en los mismos ejércitos: el coronel Manuel Baigorria, 1809-1875, el cacique Feliciano Purrán. Hay una socialización allí en el siglo XVII y XIX.

La segunda paradoja es la relacionada con la conquista. La de civilización y barbarie. El mismo Sarmiento escribía en un artículo publicado en El Censor el 18 de diciembre de 1885 sobre la Campaña del Desierto: “fue un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal a razón de 400 nacionales la legua, a cuya operación la Nación ha perdido 250 millones de pesos oro ganados por los Atalivas[6] (…) y otras estrellas del cielo del presidente Roca. (…) Es necesario llamar a cuentas al presidente y a sus cómplices en estos fraudes inauditos. ¿En virtud de qué ley el general Roca, clandestinamente, sigue enajenando la tierra pública a razón de 400 nacionales la legua que vale 3.000? El presidente Roca, haciendo caso omiso de la ley, cada tantos días remite por camadas a las oficinas del crédito público órdenes directas, sin expedientes, ni tramitaciones inútiles, para que suscriba a los agraciados, que son siempre los mismos, centenares de leguas. Al paso que vamos, no nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos veremos obligados a expropiar lo que necesitamos, por el doble del valor, a los Atalivas”.

El comandante Prado (1907: 17), que había formado las filas del ejército de Julio Roca, se resiente y dice: “¡pobres y buenos milicos! Habían conquistado 20.000 leguas de territorio y más tarde, cuando esa inmensa riqueza hubo pasado a manos del especulador que la adquirió sin mayor esfuerzo y trabajo, muchos de ellos no hallaron –siquiera en el estercolero del hospital– rincón mezquino en que exhalar el último aliento de una vida de heroísmo, de abnegación y verdadero patriotismo. Al verse después despilfarrada, en muchos casos, la tierra pública; marchanteada en concesiones fabulosas de treinta y más leguas: al ver la garra de favoritos audaces clavada hasta las entrañas del país y al ver cómo la codicia les dilataba las fauces y les provocaba babeos innobles de lujurioso apetito, daban ganas de maldecir la gloriosa conquista, lamentando que todo el desierto no se hallase aún en manos de Reuque[7] o de Sayhueque [caciques patagónicos]”.

En la segunda paradoja, el presupuesto de la civilización del que hablaban Sarmiento y Alberdi deja de serlo. Deja de funcionar como una hipótesis, pierde su valor metafísico. Su esencia de mito, de ficción. Pierde su carga de futuro. Se completa la expansión de la frontera agrícola ganadera. El espacio completo de la zona denominada de la “Pampa Húmeda” no tiene un lugar sin dueño, pero cualquier viajero podría hablar de esas tierras como de un desierto. Hay maquinaria agrícola, fumigadoras, trilladoras, sembradoras, tractores, pero no hay millones de inmigrantes, como profesaban Alberdi y Sarmiento en esas 20.000 leguas. ¿Cuántos propietarios hay de esos territorios extensos? Muy pocos: hacia 1928, los Álzaga Unzué tenían 411.938 hectáreas; Anchorena, 382.670; Luro, 232.336; Pereyra Iraola, 191.218; Pradere, 187.034; Guerrero, 182.449; Santamarina, 158.684; Pereda Girado, 122.205; Herrera Vegas, 109.578; Leloir, 181.036; Graciarena, 165.687; Duggan, 129.041; Duhau, 113.334; Zuberbühler, 105.849; y Martínez de Hoz, 101.259.

 

Bibliografía

Ansaldi W y V Giordano (2012): América Latina. La construcción del orden. Tomo I: De la colonia a la disolución de la dominación oligárquica. Buenos Aires, Ariel.

Araujo Lima C (1962): Imperialismo y angustia. Buenos Aires, Coyoacán.

Argumedo A (2009): Los silencios y las voces en América Latina. Buenos Aires, Pensamiento Nacional.

Ascasubi H (1872): Paulino Lucero-Aniceto el gallo-Santos Vega. Buenos Aires, Eudeba, 1961.

Astrada C (1948): Sociología de la guerra y filosofía de la Paz. Buenos Aires, Universidad Nacional de Buenos Aires, Instituto de Filosofía, Serie Ensayos, 1.

Astrada C (1964): El mito Gaucho. Buenos Aires, Cruz del Sur.

Astrada C (2007): Metafísica de la Pampa. Buenos Aires, Biblioteca Nacional.

Benoist A (2018): Rebelión en la Aldea Global. Buenos Aires, Nomos.

Borón A (2014): América Latina en la geopolítica del imperialismo. Buenos Aires, Luxemburg.

Bosch J (1970): De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial. Madrid, Espasa Calpe.

Buela A (1987): Aportes al Pensamiento Nacional. Buenos Aires, Cultura Et Labor.

Buela A (1990): El sentido de América (seis ensayos en busca de nuestra identidad). Buenos Aires, Theoria.

Buela A (1998): Aportes a la tradición nacional. Marcos Paz, Theoria.

Caturelli A (1961): América bifronte. Buenos Aires, Troquel.

Caturelli A (1984): “El pensamiento originario de Hispanoamérica y el simbolismo de Las Malvinas”. Verbo, Madrid, tercer trimestre.

Chávez F (1957): Vida y muerte de López Jordán, Buenos Aires, Theoría.

Chávez F (1967): Vida del Chacho. Buenos Aires, Theoría.

Cooper JF (2019): Donald J. Trump and China. New Jersey, University Press of America.

De Anquin N (1994): El ente y la memoria. Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Nación-Bonum.

De la Fuente A (2014): Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de La Rioja durante el proceso de formación del Estado Nacional Argentino (1853-1870). Buenos Aires, Prometeo.

Di Vincenzo F (2018): “La colonización historiográfica. Reflexiones acerca de una historia moderna y contemporánea para América Latina y el Caribe”. Viento Sur, UNLa, 19.

Dugin A (2018a): Identidad y soberanía. Contra el mundo posmoderno. Buenos Aires, Nomos.

Dugin A (2018b): Geopolítica Existencial. Conferencias en Argentina. Buenos Aires, Nomos.

Dugin A (2018c): “Civilización de Tierra y Civilización del Mar”. En Geopolítica Existencial. Conferencias en Argentina, Buenos Aires, Nomos.

Dugin A (2019): Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur. Buenos Aires, Nomos.

Echeverría E (1837): Antología de prosa y verso. Buenos Aires, Belgrano, 1981.

Espósito M (2003): “Caciques mapuches”. En Diccionario mapuche-español, español-mapuche. Buenos Aires, Guadal.

Fusaro D (2019): Interés Nacional. Comunidad y democracia. Buenos Aires, Nomos.

Gingrich N (2019): Trump vs. China: Facing America’s Greatest Threat. Boston, Little, Brown & Company.

Gullo M (2014): La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones. Buenos Aires, Biblos-Politeia.

Gutiérrez R (1860): La Fibra Salvaje y Otros Poemas. Buenos Aires, Araujo, 1942.

Halperin Donghi T (1967): Historia Contemporánea de América Latina. Buenos Aires, Alianza, 1968.

Hernández Arregui JJ (1964): Imperialismo y cultura. Buenos Aires, Hachea.

Hernández J (1872): Martín Fierro. Buenos Aires, Ciorda, 1968.

Hobsbawm E (1998): La era del Imperio. 1875-1914. Buenos Aires, Crítica.

Ibarguren C, hijo (1946): De Monroe a la buena vecindad. Trayectoria de un Imperialismo. Buenos Aires, Talleres Gráficos Taladriz.

Irazusta J (1963): Influencia económica Británica en el Río de la Plata. Buenos Aires, Eudeba.

Jaguaribe H (2001): Estudio crítico de la Historia. México, FCE.

Kusch R (1976): Geocultura del hombre americano. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro.

Malosetti Costa L y M Penhos (1991): “Imágenes para el desierto argentino. Apuntes para una iconografía de la pampa”. En Las Artes en Argentina y Latinoamérica, Buenos Aires, CAIA.

Marechal L (1966): Heptamerón. Buenos Aires, EUDEBA.

Methol Ferré A (1997): MERCOSUR: La dimensión cultural de la integración. Buenos Aires, Ciccus.

Methol Ferré A (2009): Los Estados continentales y el Mercosur. Buenos Aires, Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche-SADOP.

Methol Ferré A, W Dierckxsens y W Formento (2016): Geopolítica de la crisis económica mundial. Buenos Aires, Fabbro.

Mosse G (2004): La nacionalización de las masas. Simbolismo de masas en Alemania desde las guerras napoleónicas al tercer Reich. Madrid, Alianza.

Parry J (1968): Europa y la expansión del mundo (1415-1715). México, FCE.

Podetti A (1986): “La irrupción de América en la Historia”. Hechos e Ideas, noviembre-diciembre.

Prado M (1907): La guerra al malón. Buenos Aires, Eudeba, 1960.

Ramos JA (1957): Las masas y las lanzas. En Revolución y contrarrevolución en Argentina, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973.

Ramos JA (1968): Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires, Peña Lillo, 1971.

Ribeiro D (1969): Las Américas y la civilización. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

Rilke RM (1980): Obra Poética. Buenos Aires, Efece.

Rosa JM (1973): Historia Argentina. Buenos Aires, Oriente.

Rosanvallon P (2007): El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinismo, de 1789 hasta nuestros días. Buenos Aires, Siglo XXI.

Said E (2004): Cultura e Imperialismo. Barcelona, Anagrama.

Sarmiento DF (1845): Facundo. Civilización y barbarie. Madrid, Hyspamerica, 1982.

Schilling P (1978): El expansionismo brasileño. Buenos Aires, El Cid.

Serna Vallejo M (2017): “El océano Atlántico: de marca o espacio fronterizo a ‘territorio’ dividido y sujeto a distintas jurisdicciones”. En Las fronteras en el Mundo Atlántico (siglos XVI-XIX), La Plata, UNLP, Colección Hismundi.

Tenenti A (2010): La edad moderna S XVI-XVIII. Buenos Aires, Crítica.

Trías V (1975): Historia del Imperialismo norteamericano. Buenos Aires, Peña Lillo.

Truyol y Serra A (1957): “Las fronteras y las marcas. Factores geográfico-políticos de las relaciones internacionales”. Revista Española de Derecho Internacional, 10.

Ugarte M (1923): El destino de un continente. Madrid, Mundo Latino.

Ugarte M (1978): La Nación Latinoamericana [Selección de textos]. Caracas, Biblioteca Ayacucho.

Valery P (1914-1945): Estudios filosóficos. Madrid, Visor, 2006.

Wallertein I (2007): Geopolítica y Geocultura. Barcelona, Kairós.

 

[1] De la generalidad señalada se distingue, por lo extraordinario, el aporte realizado por el editor de la Editorial Nomos, Esteban Montenegro, quien en los últimos dos años ha logrado reunir una serie de títulos en donde se abordan diferentes cuestiones relacionadas con la Geopolítica Existencial (Dugin, 2018a, 2018b, 2019; Benoist, 2018; Fusaro, 2019). Me interesa rescatar además cuatro trabajos en donde se indagan algunas cuestiones que trascienden el marco político-económico, explorando temas relacionados con la esencia nacional y la tradición de estas regiones: Schilling (1978), Methol Ferré (1997 y 2009), Jaguaribe (2001) y Gullo (2014).

[2] En este caso Rodolfo Kusch alude a Francisco de Biedma y Narváez (Jaén, España, 1737-1809), explorador de la Patagonia, fundador de Viedma y Carmen de Patagones. También desarrolló expediciones en la Bahía de San Julián, en la actual provincia de Santa Cruz.

[3] Rodolfo Kusch habla de Basilio Antonio de Villarino y Bermúdez (Noya, España, 1741-1785), un explorador, colonizador y marino español. A partir de 1778 comienza un detallado reconocimiento de la Patagonia argentina, durante el cual explora las costas del litoral marino y los ríos Negro, Colorado, Limay y Deseado, entre otros.

[4] Muchos estudiosos han desarrollado distintos trabajos referidos al tema. El historiador británico Eric Hobsbawm (1998: 74) afirma: “Estos acontecimientos no cambiaron la forma y las características de los países industrializados o en proceso de industrialización, aunque crearon nuevas ramas de grandes negocios. Pero transformaron el resto del mundo, en la medida en que lo convirtieron en un complejo de territorios coloniales y semicoloniales que progresivamente se convirtieron en productores especializados de uno o dos productos básicos para exportarlos al mercado mundial, de cuya fortuna dependían por completo. (…) La mayor parte de las inversiones británicas en el exterior se dirigían a las colonias en rápida expansión y por lo general de población blanca, que pronto serían reconocidas como territorios virtualmente independientes (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica), y a lo que podríamos llamar territorios coloniales ‘honoríficos’ como Argentina y Uruguay”.

[5] Diccionario de la Real Academia Española, actualización 2017.

[6] Ataliva: epónimo de Ataliva Roca, hermano mayor del presidente argentino Julio A. Roca y célebre por los negocios turbios que hizo con el gobierno durante el mandato de éste.

[7] Cacique araucano (reinado aproximadamente 1860-1883), hermano de Calfucurá y tío de Manuel Namuncurá. Vivió en las orillas del río Catan-Lil. En verano, su tribu se trasladaba al río Aluminé. Su zona de afluencia era sumamente estratégica, ya que desde allí se podía pasar de un modo sencillo a Chile, donde se realizaban importantes negocios. A Reuque-Curá le obedecían alrededor de quince caciques, entre los que se destacaban Queupú-Millá, Nahuelpan, Painé-Filú y Pulmane. Después de Valentín Sayhueque, era el jefe que mayor número de lanzas poseía: 2.500. Algunas versiones de la época indican que su ejército era más grande que el del propio Calfucurá, quien en sus malones siempre solicitaba la cooperación de su hermano. La ayuda que éste le brindaba era de entre 600 y 1.000 guerreros de su tribu. Reuque-Curá tenía una magnífica habilidad política. Mientras mantenía la paz con el Gobierno de Buenos Aires, aprovechaba los malones de su hermano y otros caciques. De este modo, el inteligente cacique se eximía de las amenazas de las fuerzas nacionales. Todavía en 1875 mantenía 2.000 guerreros bajo sus órdenes. A partir de principios de 1881 se inició su caída. El 1 de marzo de ese año, las fuerzas de Buenos Aires comenzaron la persecución contra dos de sus principales aliados: los caciques Rumay y Namuncurá. La agonía duró hasta el 5 de diciembre de 1883, cuando las tribus de Reuque-Curá fueron capturadas en medio del frío, el hambre y la desolación. Datos extraídos de Espósito (2003).

Share this content: