Autoconciencia y Pensamiento Nacional y Latinoamericano

“Todo lo que nos rodea es falso e irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen, irreales las libertades que los textos nos aseguran. Volver a la realidad es el imperativo inexcusable” (Raúl Scalabrini Ortiz, Política Británica en el Río de la Plata).

 

Identificamos al Pensamiento Nacional y Latinoamericano como una construcción teórica cuya finalidad se vincula con el desarrollo de una teoría de conocimiento o epistemología de la periferia. Así, desde principios de este año nos propusimos desarrollar y profundizar el esquema teórico que se formuló bajo la idea de las siete dimensiones (Pestanha, Arriba y Montiel, 2021). En primer lugar, trabajamos con la idea de autoconocimiento, donde desarrollamos un esquema teórico que iba desde la denuncia, pasando por la formulación de un diagnóstico, que derivaba en una situación concreta y concluía con la identificación de un problema. Así se generaban herramientas reflexivas que aportaban a la resolución de esos problemas (Bonforti, 2021). Propusimos una segunda fundamentación a través del proceso de autorreflexión, cuya misión fue el diseño y la adaptación crítica de categorías que posibilitan el análisis y la compresión de procesos sociohistóricos (Pestanha, Villalba y Bonforti, 2021). En esta oportunidad nuestro recorrido analítico nos lleva a la dimensión de la autoconciencia o conciencia nacional, la cual identificamos como proceso dinámico, espacial y temporal que posibilita las herramientas de comprensión de un ciclo sociohistórico. En ese recorrido se incorporan experiencias vividas, momentos transitados, afirmaciones, negaciones, síntesis y construcciones de identidad.

 

La construcción de la sensibilidad burguesa europea, entre la estructura real y la ideológica

Las siete dimensiones del Pensamiento Nacional y Latinoamericano se construyen a partir de una matriz teórica que tiene un punto de vista popular y latinoamericano. Esa matriz –que surge de manera defensiva y como producto de la necesidad de recuperar voces, tradiciones, formas silenciadas, omitidas por las grandes matrices occidentales, tanto liberales como marxistas– intenta reconstruir y promover la dimensión de la autoconciencia o conciencia nacional. Para comprender este movimiento debemos antes detenernos en analizar el desarrollo regresivo de la autoconciencia que emana precisamente de las pretensiones instituyentes de la matriz de pensamiento liberal, que promueve por acción y por omisión un proceso de alienación integral de nuestra nacionalidad. A tal fin analizaremos de manera sucinta la construcción de la alienación producto del desarrollo histórico de la burguesía como totalidad expansiva europea, pero también bloqueadora del despegue de las potencialidades de Nuestra América.

El liberalismo surge como sostén filosófico y construye la cosmovisión de la burguesía europea. Como punto de partida mencionaremos, citando a John Brown en su obra La dominación liberal, que el liberalismo es alérgico a la historia, a lo que nosotros agregamos: sobre todo si se trata de la historia latinoamericana. Si bien se presenta como el “gobierno de la libertad”, la cual es señalada como universal, en realidad esconde su carácter situado: he aquí el primer artilugio del liberalismo, omitir que esa libertad que presenta como “universal” es puramente europea al momento de su nacimiento. Esa confusión también lo llevará al terreno de los posicionamientos políticos, reforzando nuestra idea desarrollada en el anterior artículo sobre las falsas distinciones entre izquierdas y derechas (Pestanha, Villalba y Bonforti, 2021). Esta confusión se encuentra, también, en el seno del nacimiento del liberalismo, ya que algunos de sus elementos constitutivos no solo fueron aceptados por corrientes de izquierda en su origen, sino que también fueron utilizados en la práctica política: con lo cual el liberalismo europeo, en tanto expresión filosófica, aparece como paraguas teórico y cubre buena parte de las expresiones políticas europeas, y guardará esa misma motivación en su intento hegemónico en el territorio nuestroamericano.

El sociólogo Max Weber formuló al “tipo ideal” como una herramienta teórica capaz de dar respuesta al estudio de los fenómenos sociales. El liberalismo y especialmente sus interlocutores encajan en el marco de la categoría de tipo ideal, la cual se vincula con la acentuación de puntos de vista que generan una síntesis sobre fenómenos concretos y buscan aportar claridad como herramienta teórica para el conocimiento de la realidad. Con los tipos ideales se enfatizan puntos de vista, posiciones, perspectivas, que permiten una construcción colectiva para analizar un determinado tipo de fenómeno social. En el caso del liberalismo, se construye desde Europa lo que algunos autores consideran una mentalidad burguesa que dialoga con la idea de tipo ideal.

Siguiendo el trabajo del historiador argentino José Luis Romero Estudio de la mentalidad burguesa, es conveniente aclarar la diferencia entre mentalidad burguesa y mundo burgués: este último se circunscribe a la Europa donde emerge aquella clase social como sujeto de cambio y rompe con las estructuras feudales, mientras que la mentalidad burguesa excede el ámbito geográfico y tiene pretensiones expansivas en lo que se vincula con el conocimiento y la cultura. En este punto aparece la cuestión de que la mentalidad burguesa aspiraría a un hinterland cultural más amplio para sostener su posterior expansión, lo que explicaría el paso, de la etapa de libre competencia asociada al nacimiento de la burguesía, a la etapa del proteccionismo industrial europeo y expansivo por fuera de aquel continente. Estamos hablando del imperialismo, proceso que puede identificarse en Nuestra América. Entre las primeras aproximaciones acerca de esa mentalidad en pos de construir un tipo ideal que excede su ámbito geográfico, identificamos la creación del mundo urbano en desmedro de la ruralidad. Veremos que esta identificación es la que sostiene el esquema binario entre civilización y barbarie. Esta secuencia lógica emana de la mentalidad burguesa, lo cual sería el primer elemento de construcción enajenada de la realidad latinoamericana.

Siguiendo en Europa, es interesante analizar la distinción que propone Romero entre la “estructura real o construcción de la realidad”, y la “estructura ideológica o propuesta enajenante”. Mientras que la estructura real se vincula directamente con un nuevo orden económico que construye nuevas relaciones sociales y antagónicas –como la creación del conflicto burguesía-proletariado–, la estructura ideológica es la encargada de formular estados de conciencia que apuestan a la confusión, que naturalizan situaciones de dominación y que, al cruzar el Atlántico y llegar a los puertos de Nuestra América, encuentra propagadores cuya tarea es diseñar esquemas culturales de interpretación de la realidad enajenados. Se construyen estados de conciencia cristalizados o, mejor dicho, “estados de autoconciencia denigrada”, producto de la eficacia teórica de estos grupos y su rápida propagación.

Continuando con los rasgos que forman parte del tipo ideal de la mentalidad burguesa, señalamos la emergencia de la idea de movimiento en comparación con el sedentarismo endilgado al mundo feudal. La movilidad se asocia con la idea de cambio social y este con la experiencia vital, otorgándole centralidad al ser humano en sus decisiones. Advertimos en este movimiento que la experiencia y el tiempo en presente exceden la existencia y el pasado, es decir, el ser humano se constituye desligado de su origen, por tal motivo se ve obligado a referenciarse en una nueva identidad. En este sentido, la experiencia y la racionalidad aparecen como variables jerarquizadas que obstaculizan cualquier fundamentación histórica. De esta manera aparece la idea del ser humano en el liberalismo, que forma parte también del registro del tipo ideal sobre la mentalidad burguesa. Más allá del ser humano, esta mentalidad jerarquiza la idea de individuo, entidad independiente y central en la constitución de lo que la mentalidad burguesa conoce como sociedad. Así, ésta se constituye como voluntad y expresión del individuo, rompiendo con la lógica de comunidad que precede y contiene al ser humano.

Estas construcciones dan cuenta de un nuevo tipo ideal asentado en la mentalidad burguesa y también derivan en la consolidación de una nueva moral con distintos valores. En resumidas cuentas, la sobrevaloración de lo urbano sobre lo rural, la construcción de modernas relaciones sociales producto de nuevas formas de producción, la centralidad de la experiencia y el individuo, la idea de cambio y movimiento social, su relación con el azar y la fortuna, y la nueva formulación de contrato societal de forma individual, son todos elementos que conforman un nuevo ethos y mentalidad burguesa. Asistimos a una nueva realidad que construye una alienación puertas adentro en Europa, pero al cruzar el Atlántico el carácter alienante se observará en función de una alteración y una separación entre la realidad, la experiencia y un deseo cultural por anular la identidad hispanocriolla.

Siguiendo el trabajo de Jorge Bolívar Estrategia y juegos de dominación, la ideología del liberalismo construye fórmulas prácticas que se traducen en nuevas formas de poder que tienen una expresión determinada en Europa y otra cara al cruzar el Atlántico. Lo que en Europa puede ser visto como republicanismo y democracia en el orden político y como libertad de comercio en el plano económico, son supuestos teóricos que en Nuestra América tienden a desvirtuarse. De esto se deriva lo que Bolívar considera como “sentimiento burgués” que entra en diálogo con la idea de la mentalidad burguesa, y se desprende de la noción de ideología. El mismo Bolívar sostiene que el sentimiento burgués construyó doctrinas humanistas originarias durante la primera fase de ascenso de la burguesía, y posteriormente doctrinas de dominación, que son las que encuentran nicho, desarrollo cultural y reproducción en la fase imperialista al llegar a Nuestra América.

Mundo burgués y mentalidad burguesa: no habría que analizarlos como dos instancias separadas, sino que, en realidad, siguiendo la interpretación del historiador italiano Doménico Losurdo, la delimitación del espacio geográfico genera un abismo sagrado en cuanto a desarrollo cultural, científico e histórico, y la separación entre el mundo burgués y la periferia. Losurdo recupera la voz del historiador británico Thomas Macaulay, quien declara que una sola estantería de libros ingleses vale más que toda la literatura de la India y de Arabia. Estas interpretaciones a mediados del siglo XIX en el momento de expansión británica en Asia y África son las que van a favorecer la construcción de un sentimiento de superioridad burguesa en términos culturales. En nuestra región, a partir de la experiencia militar en el bloqueo anglo-francés al gobierno nacional de Juan Manuel de Rosas, los británicos resignificarán uno de los elementos de la mentalidad burguesa, como lo era la idea de movilidad que se vinculaba con el desplazamiento de mercaderías. A esta movilidad, los británicos le agregarán la de tráfico y movimiento de ideas. Esta resignificación deriva en la importación de una ideología cargada de sensibilidad burguesa, pero ajena a la realidad local.

En los párrafos anteriores analizamos la construcción de la mentalidad burguesa respaldada en la filosofía del iluminismo y comenzamos a conocer en materia filosófica una de las principales huellas de esta mentalidad burguesa que se asocia a la enajenación. Es decir, la escisión entre el deseo y la realidad, entre aquello que construye una relación de ajenidad y algo que no se controla, situación que es producto de la constitución de la ideología burguesa. A continuación, intentaremos desarrollar esa ideología en clave económica, para comprender las consecuencias de su desenvolvimiento en el plano del mundo del trabajo.

Quien conceptualizó la enajenación a través de la dimensión económica fue Carlos Marx, quien en los Manuscritos Económico-Filosóficos realizó una crítica a la economía política, disciplina madre de la burguesía y ferviente defensora de la propiedad privada, rasgo fundamental de la mentalidad burguesa. La propiedad privada aparece como la principal causante de la enajenación del ser humano en relación con su trabajo, ya que el objeto, en términos genéricos, producido por el trabajador –ya no hablamos ni de ser humano, ni de individuo, hay una nueva identidad– se enfrenta a éste como una fuerza independiente (Marx, 2004: 106). El trabajador aparece separado –enajenado– de su trabajo, y en ese tránsito sufre la objetivación: el producto de su trabajo termina objetivando al sujeto. Esto lleva a Marx a reflexionar que cuanto más se ejercita el trabajador en su tarea, más ajeno se torna el mundo de su trabajo. De ahí que el trabajador, en su tarea cotidiana y al objetivarse, se sujeta a un proceso donde lo animal se convierte en humano, y lo humano en animal. La enajenación atiende en lo cotidiano, y lo que a primera vista aparecería en el plano de la filosofía, en realidad forma parte de la experiencia y la materialidad: la crítica a la economía política se presenta como una crítica a la realidad de las nuevas formas de trabajo que generó el período burgués en Europa. La enajenación del trabajador es parte de la estructura real de dominación del mundo burgués que explicábamos anteriormente, y que logra sostenerse naturalizándose entre los trabajadores. Así se formula una mistificación que se explica por el desarrollo de la estructura ideológica del mundo burgués: con lo cual, para que funcione la dominación real, debe trabajar el plano de la ideología.

En esa línea Alberto Methol Ferré sostuvo en la revista Nexo, en el artículo titulado “El Marxismo y Jorge Abelardo Ramos”, que la enajenación es un hecho universal por el cual la conciencia humana se pierde en el mundo de los objetos, encerrando la totalidad del ser humano en un solo tipo de relación, exclusiva del haber o el tener: la de la posesión.

 

Nuestra América: cuando la alienación altera la conciencia nacional

La mentalidad y la sensibilidad burguesa bajo la forma de ideología permearon en Nuestra América a través de diferentes dispositivos culturales y tuvieron como objetivo principal generar las condiciones para reproducir la dominación de características semicoloniales. El fortalecimiento del dispositivo ideológico se vincula con lo que algunas corrientes historiográficas señalan como el momento de consolidación de los Estados nacionales. Es decir, el instante en que se institucionaliza la división internacional del trabajo, en que se formula el proceso de colonización capitalista, tal como lo define Rodolfo Puiggrós, y el momento en que se consolida la alianza entre las oligarquías terratenientes o mineras –de acuerdo con la región– y el imperialismo.

La estructura ideológica al cruzar el Atlántico tiene como motivación la perpetuación de la estructura real y material: en nuestro caso, ella se explica por un modelo productivo condicionado y moldeado por las exigencias de Gran Bretaña, con lo cual el imperialismo británico genera, desde una perspectiva económica, una enajenación real sobre nuestras potencialidades, pero sobre todo en nuestra soberanía. En paralelo, la estructura ideológica debe reformularse al cruzar el Atlántico, y para sostener el régimen de dominación semicolonial apela a la dimensión cultural: de esta manera se apunta a debilitar las bases espirituales necesarias para pensar la autonomía de una Nación soberana y salir de la condición semicolonial. Esta misión será la obra del Pensamiento Nacional y Latinoamericano en los albores del siglo XX, pero fundamentalmente a partir de la década de 1930.

De acuerdo con el Pensamiento Nacional y Latinoamericano, el desarrollo de cuerpos ideológicos provenientes de Europa tiene como misión alterar los diagnósticos sobre problemas concretos y respuestas situadas en torno a esos problemas. En ese desarrollo, la ideología, a través de sus dispositivos culturales, promueve una escisión con la realidad, lo que en términos filosóficos se denomina “enajenación”. Ésta tiene como objeto alterar la realidad: si la enajenación en el mundo del trabajo para Marx se vinculaba con la separación que sufre el ser humano con el objeto que produce –separación que termina objetivando al trabajador–, la falsa conciencia o enajenación en Nuestra América tiene como misión escindir realidades, alterar prioridades y tareas nacionales, situación que colisiona con la matriz de Pensamiento Nacional y Latinoamericano. Esta última, al decir de Alcira Argumedo (2001: 163), se caracteriza por estructuras profundas y significantes y se asienta en experiencias socioculturales de larga data, lo que nos indica la compleja evolución de los fenómenos políticos, pero sobre todo de las ideas y el conocimiento en nuestra región. Así, los cuerpos ideológicos provenientes de los barcos europeos se expresan bajo el liberalismo y sus vertientes –como puede ser el marxismo de tinte europeo– y encuentran recepción en espacios culturales y académicos, posibilitando el proceso de enajenación sobre nuestra realidad. También se irá construyendo un plexo teórico complejo desde una vertiente nacional latinoamericana, que desde espacios culturales no institucionalizados logra sobrevivir la presión enajenante.

La realidad del ser humano aparece distanciada en la formulación de la falsa conciencia, en el sobrevivir enajenado: Methol Ferré sostiene que el haber devora al ser, y así el ser humano pierde esencia y se convierte en extranjero de sí mismo. Esta conversión es la que sufre el ser humano americano: con el desarrollo de una autoconciencia deformada, el nativo pasa a ser extranjero en su tierra. Se va construyendo un proceso alienante en la medida que se institucionaliza la semicolonialidad, la llegada del siglo XX, el desarrollo de las ciudades puertos, espacios desiguales y combinados producto de la injerencia británica en nuestra economía. En paralelo se consolida un tipo de cultura urbana que emana precisamente de la institucionalidad pedagógica semicolonial, que reconoce en sus relatos como sujeto social a la nueva corriente inmigrante y funciona como reflejo de las directrices de las clases dominantes. En esa línea el sistema educativo omitía las tradiciones rurales, las voces federales, la identidad hispanocriolla, forjadora y defensora de la nacionalidad durante los siglos XIX y XX.

La alienación del sistema educativo es uno de los rasgos más destacados de la semicolonialidad, donde se origina, de acuerdo con Argumedo, una distancia entre las propias verdades y el sentido común que impregnaba a los estratos populares. Esa distancia entre la realidad y las instituciones se reproduce en otros ámbitos y la que genera y abona en una conciencia nacional enajenada. A esta alienación se le sumará la que reproducirán sectores de una izquierda internacionalista que censuraban las expresiones y las prácticas políticas de los hijos del país. Esa izquierda denominó a esta situación “política criolla”: en esa acepción, junto con la asimilación mecánica del conflicto social, se encuentra el desarrollo de una conciencia social enajenada.

Así, las alienaciones semicoloniales tendrán su correlato económico, cultural, político, educativo: la distancia entre la realidad y la falsa conciencia inculcada por las instituciones culturales generaba un escenario de pares contrapuesto, donde los publicistas de la enajenación se presentaban como los portadores de la razón y la ciencia, élites ilustradas, intelectuales, en oposición a los sentimientos, la intuición, las masas populares y la Nación. Pero casualmente serán los ensayistas, artistas y pensadores atravesados por estas últimas características quienes tendrán la difícil tarea de confeccionar un registro alternativo político-cultural con referencias espaciotemporales. Estos actores demostrarán en sus producciones capacidad por sintetizar anhelos y expectativas que contengan y promuevan identidades culturales asfixiadas, producto del despliegue de una conciencia nacional enajenada.

La complejidad del novum histórico americano conllevó la difícil tarea de confeccionar una matriz heterogénea y receptora de diversidades que contemplará el despliegue del conocimiento racional, pero también expresiones sensitivas, construcciones narrativas. Así, el primer brote autoconsciente se presentaba como el intento de reconstruir identidades culturales que habían sido desjerarquizadas en nombre de un pensamiento universal. La matriz encargada de desentrañar el drama de la alienación presentará en sus reflexiones una inclinación de resistencia, reivindicando experiencias silenciadas e identidades sometidas. Esta matriz da cuenta de una vocación acerca de lo nacional y latinoamericano, y con esto su intento por aportar en el desarrollo de autoconciencia o conciencia nacional.

Mientras tanto, pensadores nacionales como Ramón Doll caracterizaron a los intelectuales de la conciencia enajenada como promotores del divorcio con lo popular. Ese distanciamiento significa la reproducción de la enajenación por otros medios, lo que equivale a una profundización de la separación. El intelectual semicolonial aparece como el promotor de una conciencia enajenada, pero, a la vez, su misma práctica lo lleva a separarse de lo que manifiesta representar. Doll insistía acerca del antagonismo entre las masas y las clases ilustradas, al cual consideraba dramático: las distancias y las diferencias eran irreconciliables, las ilusorias preocupaciones construidas por intelectuales que producían en su jaula de cristal era la causante del desarrollo de una falsa conciencia nacional. Doll referencia espaciotemporalmente el divorcio entre las clases ilustradas y las masas populares, lo sitúa en Buenos Aires y con los gobiernos unitarios de Mitre y Sarmiento, con los cuales se materializa la sensibilidad liberal. Para Doll existe un diálogo entre la estructura real y la ideológica que se concreta, por ejemplo, en la formulación del Código Civil, un instrumento legal construido al calor de la semicolonia, pero que emana ideología alienada. Por último, y en relación con la conducta intelectual, es interesante detenerse en la siguiente cita de Ramón Doll: “El intelectual argentino, hasta ahora (las cosas están cambiando mucho) ha debido criarse, educarse y prestigiarse en Buenos Aires, plaza sucursal de Europa, más que capital argentina. Esa educación europea lo hace extraño a su país, lo torna libresco, exótico, solo atento a las sugestiones de la librería europea. En una palabra, lo desvincula de las masas” (Doll, 1975: 94).

 

Hacia la formulación de autoconciencia o conciencia nacional

Fue tarea del Pensamiento Nacional y Latinoamericano denunciar la falsa conciencia, es decir, lo que implicó una toma de distancia con respecto a las instituciones educativas y culturales semicoloniales, señaladas como las responsables e impulsoras de la enajenación de los problemas reales de la nacionalidad y la alteración de la realidad: en definitiva, instituciones obturadoras de la conciencia nacional. Pero también los pensadores nacionales y latinoamericanos con sus aportes posibilitaron el desarrollo de una conciencia nacional, aunque para esto se debió realizar un recorrido, imponer un método, un acercamiento que jerarquizara prioridades. En este sentido es interesante mencionar a Ernesto Goldar y su libro La descolonización ideológica escrito en 1973. En el método elaborado por este autor, la ideología podía aparecer bajo dos criterios: como una concepción acabada del mundo susceptible de plasmación estática, o como ideología en cuanto a teoría, es decir, como ruptura con la ideología oficial (Goldar,1973: 7). Lo más interesante en este último criterio es que la ideología aparece como instrumento práctico en permanente desarrollo. Desde la perspectiva de Goldar, la ideología es comprendida en tanto teoría, y al enunciar un carácter nacional aporta a describir la problemática nacional. Ya que la ideología de la semicolonia implicaba la promoción de la nacionalidad enajenada –que a su vez se explicaba por la centralidad del discurso cosmopolita– la apuesta de Goldar era la construcción de una teoría con lentes propios, que partía de la idea de que no existe lectura inocente: es decir, la teoría no responde en su totalidad a la objetividad científica pronunciada por el cientificismo positivista. Por otra parte, la construcción de una teoría nacional no significa quemar bibliotecas y esconder pensadores, sino muy por el contrario, recuperar voces silenciadas, experiencias de resistencias y reflexiones que conforman la matriz, pero que al recircularlas diseñan una nueva teoría.

Goldar, en su afán por diferenciarse de ideologías enajenantes, propone la distinción entre lo abstracto y lo concreto, lo cual deriva en un método. El Pensamiento Nacional y Latinoamericano recupera este método que lo obliga a reflexionar acerca de la distinción entre totalidad y particularidad, donde la primera es sometida a juicio por la matriz nacional por su pretensión universalista. La consecuencia de este proceso implicó la construcción de una gnoseología que apostó a la edificación de una ideología antinacional o falsa conciencia. Como dice Goldar (1973: 17), “la acentuación de lo concreto en el Pensamiento Nacional posibilita la tendencia hacia la dialéctica de la totalidad concreta, el método ‘concreto-abstracto-concreto’ del conocimiento materialista dialéctico de la realidad”. Por último, para Goldar el Pensamiento Nacional y Latinoamericano aporta en la construcción de una teoría nacional y genera elementos de análisis a partir de sus anticipaciones teóricas. Es decir, su diagnóstico, pero esto es posible porque rompe con las anteojeras de la enajenación y contempla la realidad espaciotemporalmente.

Resulta interesante detenerse en la obra de Jorge Abelardo Ramos en Crisis y Resurrección de la Literatura Argentina, quien paradójicamente cita a Oswald Spengler para desarrollar la idea de unidad de la cultura, la cual es la expresión del alma cultural. Ramos acompaña la cita sosteniendo que el alma cultural para nosotros es el impulso de una conciencia nacional autónoma (Ramos, 1954: 10).

En esa construcción por una teoría nacional que fuera un instrumento para el conocimiento de la realidad abonaron muchísimos pensadores y pensadoras, pero vamos a detenernos en los aportes teóricos vinculados al desarrollo de autoconciencia de Juan José Hernández Arregui y Raúl Scalabrini Ortiz. Señalamos en ellos un diálogo en relación con las tareas teóricas sobre la conciencia nacional: en Hernández Arregui, en la realización de trabajos de corte más cultural, y en Scalabrini Ortiz, enfocándose hacia una teoría con pretensiones e intereses vinculados a cuestiones de economía. El diálogo forma parte de una tradición. Así, en las primeras páginas de La Formación de la Conciencia Nacional Hernández Arregui dedica su libro a Scalabrini Ortiz: “uno de los grandes constructores de la conciencia histórica nacional de los argentinos, y a todos los jóvenes obreros y estudiantes argentinos caídos en la lucha de Liberación”. La formulación de una conciencia nacional para Juan José Hernández Arregui implica la creación de una teoría que se vincule con lo concreto, tal como lo sostenía Goldar. Esta teoría, para Hernández Arregui, formula un método de interpretación de la realidad que contempla dimensiones espaciales y particularidades temporales. En este método no existen las teorías universales, o al menos las formulaciones desprendidas de las ciencias sociales que apuesten a una comprensión de la totalidad del universo. En Hernández Arregui, la formación de la conciencia nacional dialoga con otros conceptos, como el de la cuestión nacional, que es un intento por enhebrar la contradicción principal, que para el autor es Imperialismo o Nación. La cuestión nacional visibiliza el nudo gordiano de nuestra dependencia donde emerge la formulación de una conciencia que se verbaliza en esa consigna: para tal razonamiento se deberá realizar un recorrido que rompa definitivamente con la alienación cultural.

Eduardo Luis Duhalde, en el prólogo de La Formación de la Conciencia Nacional, enumera algunas dimensiones que contribuyen a la aparición de la conciencia nacional: entre ellas aparece la búsqueda de autonomía, lo cual se explica por el desarrollo de la conciencia histórica que puede tener una Nación. Si nos atenemos a una lectura dicotómica, la enajenación cultural favorecía un debilitamiento de la autonomía, porque precisamente permitiría el desarrollo de una conciencia dependiente. En este esquema se apunta a la madurez histórica de una comunidad nacional que es la que logra restaurar y ordenar los eslabones que habían sido derrumbados por la enajenación cultural. Este logro aparece para Duhalde como la transformación y la evolución del proceso histórico de las ideas, pero también por la necesidad que tiene una comunidad sobre su recreación espiritual, que es la que explica en parte la existencia nacional (Hernández Arregui, 2004: 12).

Hernández Arregui dedicó buena parte de su obra a la explicación del nacimiento de la conciencia nacional y a la necesidad de que ésta se sostenga en el tiempo y evolucione. En su obra ¿Qué es el Ser Nacional? explica la autoconciencia a través del ser, el cual aparece como comunitario, espiritual, producto de la tradición y que, para la constitución de la autoconciencia, debió en un primer momento romper con su corteza formal (Hernández Arregui, 2005: 18). Es decir, Hernández Arregui trabaja con la noción de ideología en tanto falsa conciencia, la cual aparece como una teoría que obstaculiza la realidad. Lo formal vendría a ser aquella capa que distorsiona las imágenes verdaderas o nos imposibilita un análisis de las cuestiones de fondo. Lo formal se opone al contenido, y este último, en los países dependientes, es la esencia en la búsqueda por la liberación. El ser toma las acepciones de Patria, de pueblo cultural o comunidad nacional. El ser alcanza su evolución en la medida en que se despoja de la enajenación cultural. Precisamente porque el ser se expresa como cultura nacional, y una nacionalidad inconclusa espiritual o culturalmente es la expresión de una autoconciencia degradada. La cultura, elemento central del desarrollo de la conciencia nacional para Hernández Arregui, es la suma de bienes espirituales y materiales que permiten la evolución y el sostenimiento de la comunidad nacional. Así, sin bienes espirituales y materiales no hay posibilidad de Ser Nacional, y por tal motivo no habrá autoconciencia.

La obra de Scalabrini Ortiz es un intento por formular una teoría que aporte en el desarrollo de la conciencia nacional. Reconocida fue su vocación permanente por la denuncia acerca de lo ficticio en la construcción de la nacionalidad, donde según él se escondía parte del drama argentino. Señalaba al finalizar la década de 1920 que Argentina tenía doce mil leyes sancionadas, pero que parecían piezas de elucubraciones literarias, ya que ninguna de esas leyes se proponía resolver los problemas locales. Para Scalabrini Ortiz (2001: 6), el conocimiento de la realidad había sido suplantado por cuerpos doctrinarios que no habían nacido en nuestro suelo. Una extraña fuerza nos desplazó de la realidad: la injerencia de la diplomacia británica y sus satélites culturales. Para revertir tal situación era necesario acudir a decisiones radicales, exigirse una virginidad mental: para la confección de un diagnóstico certero debíamos despojarnos de bibliotecas y saberes. Los cuerpos doctrinarios eran responsables de la enajenación, de la distracción y de la penosa realidad americana. La búsqueda de la virginidad mental era el primer paso para romper la estructura que había solidificado por años los cuerpos de doctrina, los cuales eran los responsables de la enajenación. Por momentos, para el autor la virginidad formaba parte de lo que llamaba “la batalla por la soberanía” que se desarrollaba en los campos inmateriales de la economía. Para identificar la dependencia económica era necesario desarmar el entramado inmaterial o espiritual, es decir, la ideología antinacional. La lucha por la soberanía se vinculaba con el desarrollo de la conciencia nacional. La soberanía aparecía como la red que amparaba a seres humanos que convivían en comunidad, lo cual implicaba una jerarquización en los derechos de la comunidad sobre los derechos de las fuerzas internacionales. Para Scalabrini Ortiz, la soberanía dialogaba con el espíritu, pero éste solo tiene condición de desarrollo en la medida en que haya un cuerpo material.

Los pensadores nacionales en el estadio autoconsciente identifican la obligación de romper con la inercia intelectual que condujo a la enajenación cultural. Para eso proponen la necesidad de elaborar un cuerpo teórico o una teoría del conocimiento que favorezca el desarrollo nítidos estados de conciencia, como sostienen los Cuadernos de FORJA. Comprender las exigencias del cuerpo material y espiritual es el principio de una aspiración soberana. Los pensadores nacionales y latinoamericanos debieron en su paso por el autoconocimiento atravesar por un proceso de virginidad mental. Se vieron obligados a distinguir lo concreto de lo abstracto y a romper con cuerpos de doctrina que desvirtuaban la realidad, para finalmente llegar a la formulación teórica de una conciencia nacional o autoconciencia.

 

Bibliografía

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Francisco Pestanha y Emmanuel Bonforti son docentes del Seminario Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa).

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