Salud mental en distanciamiento sanitario

A partir de este título, me hice dos preguntas provocadoras dentro del enfoque del pensamiento crítico: a) ¿Qué es la “nueva normalidad”? b) Cuando decimos “volver”, ¿a qué normalidad se vuelve?

Empezaremos deconstruyendo algunos conceptos que se han instalado en la sociedad y que merecen ser revisados, como es el de la “nueva normalidad”. Boaventura de Sousa Santos (2020) en La cruel pedagogía del virus se pregunta: ¿qué es volver a la “normalidad”? Explica que la situación de cuarentena generalizada deja ver la permanente condición de cuarentena de los soslayados de la lógica de mercado: las personas pobres, sin casa, sin salarios, con padecimiento psiquiátrico o simplemente sin nada, y las múltiples formas en que se ejerce la violencia, el incesante aumento de la desigualdad, los daños al ambiente y a los seres que habitan la Tierra, la violación de los derechos humanos, la militarización de los territorios, el impacto de la pandemia sobre el tejido social, especialmente en los sectores más vulnerables.

Voy a tomar el sistema escolar como ejemplo de lo que quiero transmitir, porque allí se muestra de manera emblemática lo que ha sucedido a nivel global. ¿Qué era la “normalidad” antes de marzo en el sistema escolar? En todos los barrios hay escuelas. Se pueden identificar fácilmente. En su “normalidad” se observaba claramente un sistema segmentado, diferenciado internamente, heterogéneo y fragmentado entre lo público y privado. Si bien se habla del derecho a la educación pública y gratuita, también hay que decir que la “nueva normalidad” está directamente relacionada con los recursos y las posibilidades del sector o la clase social. Esta situación desnuda y deja a la intemperie a quienes viven y se hallan fuera de las mínimas condiciones de subsistencia en el mundo. Eso otro que se ha tratado de silenciar se vuelve tan notorio que apenas hace falta “mirar por la ventana” para constatarlo. En algunos lugares, como la ciudad de Buenos Aires, aparece la preocupación de los más ricos del país porque 6.500 niños y niñas no han podido incluirse en la escuela, como si esto fuera algo nuevo o solamente un fenómeno de la falta de conectividad.

Si miramos el campo de la salud, la pandemia desnudó la debilidad del sistema público y privado. En la “normalidad” accedían con la lógica de mercado quienes tenían una obra social, una prepaga, o dinero para pagar prestaciones en forma particular. Los pobres encontraban un sistema público deteriorado, fragmentado, desvalorizado, con personal precarizado, pluriempleado, en el que, en los últimos años, no se invirtió lo necesario para mejorar el sector. Detrás de las paredes de los hospitales se esconden camas en mal estado, falta de sábanas, escasez de insumos, colas en las madrugadas, contratos precarios… esa era la medicina para pobres. Ahora, en pandemia, ¿qué pasa en la “nueva normalidad”? Los sanatorios privados explotan de pacientes, quienes tienen prepagas “caen” en los hospitales públicos, las y los pobres no encuentran lugar, no hay camas UTI disponibles, ni personal suficiente para atender la complejidad.

En cuanto a la salud mental, ¿qué pasaba en la “normalidad”? Los esfuerzos de los equipos por concretar la nueva Ley de Salud Mental, el trabajo territorial, lo intersectorial, los dispositivos ligados al arte, el rechazo a la judicialización del padecimiento subjetivo, la identificación de los indicadores de riesgo cierto e inminente para las internaciones involuntarias, el desarrollo del juego, del trabajo grupal y de lo comunitario y territorial. En pandemia, ¿cuál es el discurso de la “nueva normalidad”? Hablamos del sospechoso, del caso, de la primera línea, del enemigo, del culpable de contagiar, de las multas, de la violación al código procesal, de la guerra, de la batalla, de las armas, del miedo, del control… todos discursos bélicos que estigmatizan a quien se enferma, pero que se traslada doblemente a quienes tienen padecimiento subjetivo o problemas de salud mental.

Foucault (1990) muestra que el poder no actúa solamente mediante la represión –prohibiendo, censurando, excluyendo– sino a través de la normalización: hay más poder cuando se normalizan las conductas que cuando se las prohíbe. Así, lo punitivo, lo sancionatorio, lo peligroso, se instala en estos tiempos en las prácticas institucionales y en la cotidianeidad.

La pandemia es una situación difícil, con impacto en la salud mental en:

  • las mujeres, porque son las cuidadoras del mundo dentro y fuera de las familias, se enferman con más facilidad y aumenta la violencia de género;
  • adolescentes, niños y niñas que dejaron las escuelas y se alteraron sus rutinas y vínculos sociales;
  • personas con padecimiento subjetivo que no poseen equipos tratantes en los territorios y deambulan porque carecen de los cuidados integrales necesarios;
  • trabajadoras y trabajadores precarizados, informales y autónomos: son los primeros en ser despedidos o dependen de un salario diario, y se trata de morir por el virus o morir de hambre;
  • equipos de salud, profesionales y no profesionales, docentes altamente estresados y estresadas, empleados y empleadas de limpieza, cajeras y cajeros en los supermercados con salarios precarios e insuficientes, y en pandemia, paradójicamente, son trabajadores y trabajadoras esenciales;
  • personas uberizadas: su negocio aumenta como aumenta el riesgo a que se exponen, sin seguridad social, sin cobertura por accidentes, víctimas de la inseguridad;
  • personas en situación de calle: perseguidas por la policía y obligadas a vivir en refugios en contra de su voluntad;
  • habitantes de barrios informales, con escasez de agua, luz, familias numerosas que no pueden cumplir con medidas sanitarias, y a veces son sitiadas por la policía o militarizadas;
  • personas con discapacidad que dependen de algunas otras que deben romper la cuarentena para ayudarlas;
  • personas mayores, confinadas en residencias de larga estadía, muchas de ellas sin habilitación, a veces maltratadas o mal atendidas, o vivían encuarentenadas y encima ahora mueren encerradas;
  • presos y presas, en superpoblación carcelaria y condiciones indignas de reclusión.

Todos estos problemas se muestran más en el escenario por la pandemia, reforzando la injusticia, la discriminación y el sufrimiento social. En este sentido, basta mencionar lo sucedido con el paciente que mató al policía en Ciudad de Buenos Aires, y luego lo mataron. Dio lugar a dos posiciones: la Asociación de Psicólogos sostuvo el paradigma de la ley de salud mental que establece protocolos para la internación involuntaria cuando hay riesgo cierto e inminente, y afirmó que lo que falló en esa situación fueron los protocolos; por otro lado, ciertos grupos ligados a la medicina legal sostuvieron el criterio arcaico de peligrosidad que toma a la locura como sinónimo de delito y apunta al encierro, con el aval de los medios de comunicación, que centraron la discusión de la utilización o no de las pistolas de electrochoque.

Las pantallas, los barbijos, la no presencialidad, el distanciamiento, son obstáculos para la continuidad de los dispositivos sostenidos por el paradigma de la Ley de Salud Mental, por lo que es necesario reflexionar sobre las lecciones que deja la pandemia, que ha reforzado sobre todo el estigma del loco, de la locura y la peligrosidad. Ha recrudecido la mano dura, el control social, el encierro, el miedo al peligroso o peligrosa, el mensaje del confinamiento, de la reclusión, de las murallas, del aislamiento, que son aspectos con los que tendremos que lidiar doblemente, para volver a defender los principios y el paradigma que sostiene la ley.

Las experiencias en pandemia, que han orientado las prácticas por rutinas y protocolos necesarios para la emergencia sanitaria, nos ponen en situación de enyesar la tarea, de modo que se resta la espontaneidad, se aplasta la creatividad, se coloca la centralidad del cuidado en los procedimientos y no en el usuario o la usuaria y, como sostiene Merhy (2016), si no somos conscientes de esto, corremos el riesgo de eliminar la potencia del trabajo vivo que se produce en acto, que es precisamente lo que permite un buen encuentro cuidador.

Lo que sí es necesario resaltar son las experiencias salutogénicas que se han multiplicado y que sería muy bueno sostener, la solidaridad entre vecinos o vecinas para hacer compras, el sostén y las redes entre trabajadores o trabajadoras, el contacto virtual para capacitarse y para mantener el trabajo en equipo, la atención remota y la escucha activa, el esfuerzo y el compromiso del sector salud, de docentes y de las familias, el soporte del Estado en políticas de asistencia, acciones todas que desde la mirada de la Salud Mental han podido al menos aliviar el malestar.

Resistir en estos tiempos significa tener la capacidad de estar abiertos y abiertas al acontecimiento, de no perder el ejercicio de construir y dejarse construir en acto, de poder albergar el saber del otro en el ejercicio profesional, de producir con otros para evitar retroceder a viejas prácticas autoritarias del deber ser solamente, garantizando la integralidad del cuidado en el trabajo en equipo, construyendo los vínculos y la corresponsabilidad por la salud del usuario o usuaria, expandiendo espacios para que suceda el cuidado integral, e incorporando los deseos de usuarios, usuarias, trabajadoras y trabajadores y los diferentes modos de andar en la vida.

 

Bibliografía

Foucault M (1991): Historia de la sexualidad 1. La voluntad del saber. México, Siglo XXI.

Merhy E, C Terenzi Seixas, R Staevie Baduy y HJ Slomp (2016): “La integralidad desde la perspectiva del cuidado en salud: una experiencia del Sistema Único de Salud en Brasil”. Salud Colectiva, 12-1, UNLa.

Santos B (2020): La cruel pedagogía del virus. Buenos Aires, CLACSO.

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