Peronismo, nazis y eugenesia

Hace pocos días recrudecieron los ataques de un sector del antiperonismo prehistórico que reflotó viejas acusaciones sobre supuestos vínculos oscuros entre el peronismo fundacional y el nazismo. En este caso se centraron en la figura de Ramón Carrillo. Insólitamente, dos embajadores extranjeros se sumaron públicamente a estas jugarretas, lo que dio al suceso una magnitud inédita.

Resulta innecesario recordar aquí quién fue Carrillo, aunque no es en vano remarcar que algunos detalles de su vida privada serían más que suficientes para dejar en ridículo a quienes lo acusan de filonazi o eugenista.

De todas formas, me interesa acá identificar dos libros que los acusadores toman como verdad revelada: uno es el de Uki Goñi, publicado en 2002, titulado La auténtica Odessa: la fuga nazi a la Argentina de Perón. Ariel Gelblung, director del Centro Wiesenthal, citó ese libro para cuestionar a Carrillo en un programa de América Noticias del 18 de mayo, y afirmó que ese libro es una “obra hasta ahora indiscutida de acuerdo a su fuerza documental”. Sobre esa base tan prestigiosa, un comunicado del “Centro Simon Wiesenthal Latinoamérica”, difundido generosamente por los medios masivos de comunicación, afirmó que Carrillo era “admirador de Hitler” y que “proporcionó refugio al fugitivo danés, médico del campo de Buchenwald, Carl Peter Vaernet, permitiéndole continuar con los experimentos con homosexuales para ‘curarlos’”. El propio Gelblung desmintió luego su propio “comunicado” en televisión, porque sostuvo que Vaernet no hizo esos experimentos en la Argentina, sino que la supuesta culpa de Carrillo sería haberlo “protegido” al contratarlo inmediatamente después de que ingresara a la Argentina.

Por su parte, Claudio Avruj, en el Infobae del 17 de mayo, postuló que el documental El triángulo rosa y la cura nazi para la homosexualidad contendría la prueba de la complicidad de Carrillo: el “legajo personal” de Vaernet del Ministerio de Salud Pública. Opina Avruj: “de Ramón Carrillo, más allá de su formación médica, es también conocida su admiración al régimen de Hitler, su adscripción de la eugenesia, la defensa del concepto de una raza fuerte y un pueblo sano, llamando a la ‘raza blanca’ para revertir el suicidio argentino por el aumento de la natalidad entre los seres de ‘menor valor social’. Investigaciones académicas e históricas, como así también artículos de prensa, dan cuenta de ello”. Más allá de la inmensa confusión que demuestra esa lectura de investigaciones y artículos, Avruj y Gelbulng curiosamente coinciden en culpar a Carrillo porque cuando era secretario de Salud Pública contrató a Vaernet, quien además de nazi era homofóbico. ¿Eso alcanza para sugerir que Carrillo era nazi y homofóbico? ¿Avruj aprueba las opiniones de todas las personas que designó en sus 12 años como funcionario público? ¿O realmente pensará que los criminales de guerra son muy de andar contando detalles de las aberraciones que cometieron, incluso a quienes les dan trabajo en otro país?

Carrillo publicó varios libros en su vida, y hasta el momento no han podido encontrar una sola palabra que demuestre que era homofóbico. En todo caso, le adjudican una expresión confusa: “rarezas”, una sola vez… en varios miles de páginas. Si contratar a un médico homofóbico y nazi es suficiente prueba de haber sido también homofóbico y nazi, corresponde aclarar que el “legajo personal” de Vaernet –o Värnet, como dice la tapa–, tal como se puede ver claramente en el documental mencionado, es el número 11.692. Se sabe que el legajo número 1 del Ministerio es el del propio Carrillo, con lo cual es dable deducir que hubo hasta Vaernet otros 11.690 contratados, de quienes no hay elementos para adivinar qué opinaban sobre la homosexualidad, el nazismo, la eugenesia o la ley del offside.

Pido disculpas por hacer comentarios tan obvios, pero lo hago para que se entienda hasta qué punto a ciertas personas se les sale tanto la cadena –cuando se trata de culpar al peronismo de lo que sea– que se olvidan de conectar dos neuronas antes de escribir.

 

La huida de nazis a la Argentina

Pero queda pendiente el punto que me interesa destacar: el libro de Goñi es citado profusamente como prueba principal de los vínculos entre el peronismo y los criminales nazis. ¿Es una obra indiscutida, como dijo Gelblung? Entre otros tantos investigadores documentados, un historiador alemán, Heinz Schneppen, detalló en un texto con precisión la increíble cantidad de errores que contiene la obra de Goñi. Ese texto está traducido al castellano y fue editado en 2009 en un libro argentino: Argentina y la Europa del nazismo, compilado por Ignacio Klich y Cristian Buchrucker, quienes analizan con rigor varios otros textos tan fantasiosos como el de Goñi.

Schneppen describió la actividad de algunos funcionarios argentinos que buscaban “mano de obra especializada” para el desarrollo industrial en Europa en los años 1947 y 1948: según él, Perón buscaba de esa manera que la Argentina sacara “provecho a la derrota alemana”. Pero lo que Goñi procura continuamente demostrar en La auténtica Odessa es que fue directamente Perón quien “trajo a los criminales nazis, acusación bien reiterada en ese libro”. Tenía varios antecesores: el de Silvano Santander es el más conocido, con la diferencia de que sus fuentes documentales resultaron mucho más endebles –por decirlo amablemente– que las de Goñi.

Lo que Perón sostuvo explícitamente fue: “¿Qué mejor negocio para la República Argentina que traer hombres de ciencia y técnicos? Lo que a nosotros nos costaba un pasaje de avión, a Alemania le había costado millones de marcos, invertidos en la formación de esos científicos y técnicos”. Según Schneppen, a Perón le interesaba “la autarquía argentina en el equipamiento de sus fuerzas armadas”, porque Brasil “recibía armas de los Estados Unidos, mientras que éstas le eran denegadas a la Argentina por consideraciones políticas”. Su política inmigratoria no se debió entonces a una afinidad ideológica, sino a “consideraciones políticas”. “Mientras que no se tratara de comunistas, lo que contaba no era su pasado político, sino su condición de mano de obra calificada”.

Además, dice Schneppen que era poco probable que quienes colaboraban en estas migraciones “conocieran la verdadera identidad de los fugitivos nazis que intentaban conseguir un permiso de ingreso a la Argentina”, porque “los prófugos por lo general habían modificado su identidad mucho antes de abandonar Europa, a menudo antes de su detención por los aliados, o durante ésta”. Y nuevamente hay que recordar las cantidades, para entender hasta qué punto es sesgado suponer por principio que existía un reconocimiento previo: el saldo migratorio entre Alemania y Austria y la Argentina en la posguerra fue de 19.000 personas, de los cuales solamente 30 fueron nazis incriminados. Además, los nombres reales de estos criminales no eran de conocimiento corriente en la Argentina a fines de los años 40 y principios de los 50, con lo cual es altamente probable que no los reconocieran aun si hubieran ingresado con sus documentos originales. Por último, la hipótesis de la “protección” tiene otro problema: tras el golpe de Estado de 1955 los criminales nazis siguieron viviendo bastante cómodamente en la Argentina. Por ejemplo, Eichmann fue secuestrado y trasladado en 1960 –y sin que existan pruebas contundentes de que hayan impulsado su captura las autoridades del gobierno de Frondizi– y Priebke recién fue extraditado 40 años después. Y lo mismo puede decirse de Vaernet: siguió trabajando en el mismo lugar al menos hasta 1959, cinco años después de que Carrillo dejara de ser ministro, y murió en 1965… en Argentina. Además, él siempre usó su apellido real en la Argentina, aunque es cierto que –en lugar de Carl Peter– ingeniosamente se hizo llamar Carlos Pedro, tal como puede verse en la tapa y el interior del mismo legajo supersecreto que tanto ruido hizo.

Respecto al libro de Goñi, Schneppen sostiene que “las interpretaciones de los hechos que se ofrecen en sus páginas están sesgadas por las premisas propias del autor”, incuestionablemente hostiles a Perón, por principio. Pero su problema no se agota en esas interpretaciones, sino que en ese libro “mucho resulta de la especulación, de la construcción, e incluso del maquillaje de la evidencia”, al punto de formular abundantes denuncias indocumentadas, y varias de ellas resultaron ser falsas. Según demuestra Schneppen de manera contundente, Goñi tergiversa los hechos, a veces ignorando datos, otras veces ocultándolos, y otras directamente aportando “datos erróneos –tan desafortunados como sensacionalistas”. Es imposible resumir aquí todo lo que aporta Schneppen para demostrar esto, por lo que recomiendo la lectura directa de su texto. A veces, por ejemplo, Goñi usa como fuente sinopsis en inglés de algunos documentos, pudiendo haber consultado los originales en alemán, que estaban fácilmente disponibles cuando escribió su libro. Eso permite demostrar a Schneppen que “varias de las acusaciones pregonadas por Goñi están francamente reñidas con los hechos, y algunas, además, fueron desestimadas décadas antes de salir su libro”.

Pero los errores de Goñi no se agotan en su mal manejo de fuentes alemanas, sino que también ocurre eso con fuentes documentales argentinas, porque da valor a “documentos largamente desacreditados” y a “afirmaciones no probadas de terceros”. Por ejemplo, cita el supuesto “manifiesto secreto” en el que los miembros del GOU se habrían declarado partidarios de Hitler, el cual fue desmentido por autores tales como Potash, Page o Waldmann, cuyas obras habían sido best sellers en la Argentina. O también menciona Goñi una supuesta “transferencia de reservas del Reichsbank a la fortaleza de los Alpes” por parte de un coronel que más tarde escapó a la Argentina, cuando se sabía desde hacía décadas que esa fortaleza fue un mito y que esas reservas fueron encontradas en Thueringen en 1945.

Es decir, no es que Goñi falseara los documentos que aportaba, como había hecho Santander, sino que dedujo de ellos conclusiones falaces –siempre en un mismo sentido condenatorio hacia el peronismo– que luego son tomadas como verdad revelada por los Avruj y los Gelblung. Y por algunos embajadores. El ejemplo de Vaernet es claro: Goñi dice que Carrillo lo contrató, sí, pero olvida aclarar que antes contrató a otras 11.690 personas… y no es loco suponer que siguió firmando contratos durante los siguientes siete años.

Concluye Schneppen que “la frecuente liviandad de Goñi en su tratamiento de las fuentes echa sombras sobre la credibilidad de su obra y también sobre su profesionalismo como investigador”. Cuando no tiene forma de comprobar sus acusaciones, agrega suposiciones, “numerosas veces acotadas por un ‘tal vez’, ‘probablemente’, ‘supuestamente’, ‘presuntamente’, ‘evidentemente’, ‘aparentemente’”.[1] Para el investigador alemán, “el compromiso moral no puede remplazar la pericia profesional. Si se combinan la falta de profesionalidad con motivos de orden político, y el desconocimiento de la historia con la confusión ideológica, el resultado que se obtiene es la desinformación”.

 

Peronismo y eugenesia

Estas últimas palabras sirven como introducción a otro ejemplo de fabulación disfrazada de investigación. Un libro de ese mismo año 2009 es bastante más citado, incluso entre muchos compañeros y compañeras, aunque a veces dudo si además de citado fue realmente leído. Se trata de La política sanitaria del peronismo, de Karina Ramacciotti, investigadora del CONICET y actualmente profesora en la Universidad Nacional de Quilmes. El título es confuso, porque sólo valora –siempre negativamente– algunas de las acciones llevadas adelante por Ramón Carrillo entre 1946 y 1954. No incluye prácticamente referencias sobre el papel de otros organismos nacionales con incidencia en la salud pública –sólo se menciona muy rápidamente a la Fundación Eva Perón–, ni mucho menos la acción de gobiernos provinciales o sindicatos.

El libro tampoco describe los resultados de la gestión de Carrillo sobre la salud de la población, salvo algunas escasas y desafortunadas referencias. Si por algo aquel gobierno se caracterizaba, era por publicar miles de folletos vanagloriándose de sus logros. Además, existen estimaciones de indicadores tales como la esperanza de vida al nacer o la tasa de mortalidad infantil… como mínimo desde principios del siglo XX. Por ejemplo, Ramacciotti no menciona que entre 1945 y 1955 la tasa de mortalidad infantil disminuyó en un 25% y que en los siguientes diez años sólo lo hizo en un 8%. Tampoco describe los resultados de algunas campañas consideradas indudablemente exitosas, como la antipalúdica.

Sería imposible reseñar en estas pocas páginas la enorme cantidad de comentarios muy poco felices que el libro de Ramacciotti contiene. Algunos fueron incluidos hace años en un texto de la malograda revista Reseñas y Debates. Pero para lo que acá importa voy a centrarme únicamente en su acusación a Carrillo como partidario de la eugenesia, es decir, que imaginariamente creía en la posibilidad de mejorar genéticamente la especie humana. No solamente lo dice Avruj, sino que muy frecuentemente se publican textos académicos que citan este libro para dar por válido que los peronistas creían en la eugenesia. Se puede leer en este mismo número de Movimiento un comentario al respecto de Susana Novick. Aclaro de entrada que Avruj tampoco parece haber leído atentamente a Ramacciotti, porque ella no afirma que creyera en la superioridad de la “raza blanca”, sino que supuestamente Carrillo creía en la superioridad del “gaucho” por sobre los descendientes de Europa. Así dicho genera risa. Si se lee el libro atentamente… sigue dando risa.

Ramacciotti dedica un capítulo entero de su libro a difamar a Ramón Carrillo, describiendo aspectos supuestamente cuestionables de su carrera profesional antes de ser nombrado como primer secretario –y luego ministro– de Salud Pública de la Nación. Recordemos algunos antecedentes al respecto. En agosto de 2007 el diario La Nación –y posteriormente también Clarín– publicó una nota de Rodolfo Barros que acusaba a Carrillo de haber levantado hospitales para “depurar la raza”. En La Nación se citaban palabras de la misma Karina Ramacciotti –especialmente a partir de un análisis que hizo de un artículo de Carrillo del año 1929, “Un punto de vista: el de Keyserling ante la vida”–, y se menciona la supuesta adscripción de Carrillo al “darwinismo social”.

En su libro Ramacciotti volvió a la carga, postulando que en ese precoz artículo Carrillo “agregó que ‘el estadio anterior al del descenso del espíritu’ sería el período representado por el último gobierno del presidente radical Hipólito Yrigoyen. Según su análisis, los problemas que atravesaban la sociedad y a la política argentinas –agudizados, aún más, por una dirigencia que había caído en el descrédito– conducirían inevitablemente a una revolución que sería la encargada de encontrar en la historia preliberal y preinmigratoria la clave del futuro. Carrillo también apelaba a rescatar ‘la verdadera cultura argentina’, basada en ‘la tradición y en los valores gauchescos’. En la historia nacional existía una ‘esencia’ que debía ser redescubierta y restablecida. Es decir, el gaucho era puesto en el centro de la escena como el tipo social más representativo de la nacionalidad y, usando los términos de Keyserling, el que vendría a representar las ‘fuerzas germinales’ que convertirían al país en el ‘más rico del porvenir’”.

El artículo de Carrillo, dice Ramacciotti, “tuvo difusión dentro del ámbito académico, dado que fue comentado en la cátedra de Filosofía del Derecho en la Universidad de Rosario, cuyo profesor era un ferviente admirador de la revolución nacionalsocialista alemana: el doctor Alberto Baldrich”. Recordemos de paso que esa “revolución” en realidad recién empezó cuatro años más tarde, en 1933. Sigue Ramacciotti: “la tesis de Carrillo, compartida por un amplio arco político opositor y signo de una época, giraba en torno a la idea de que los gobiernos radicales habían mancillado la Constitución y que, por lo tanto, era necesaria una restauración. Esas declaraciones, teñidas de un marcado sesgo antiliberal y autoritario, apuntaban a que una revolución moralizadora lograra reconstruir los supuestos valores que permanecían latentes en la sociedad para así dar luz a una nación poderosa e independiente. La preservación de la tradición hispánica, católica y criolla se convertía en salvaguarda de la identidad argentina. Así pues, había dos soluciones posibles: la apelación a la vía institucional o la intervención militar inspirada en ejemplos europeos”.

Invito a quien haya llegado a esta línea a que compare estas afirmaciones de Ramacciotti con el fragmento del original de Carrillo, transcrito aquí abajo.

Más allá de que no parece relevante revisar un texto publicado a los 23 años de edad de quien luego sería ministro, la referencia a Baldrich es incalificable. Dios nos salve de que nuestros escritos sean comentados por alguien que más tarde tenga una posición censurable…

Pero eso no es todo. Para desgracia de Ramacciotti, tuve en mis manos el original del artículo mencionado: está en el número 234 de la Revista del Círculo Médico Argentino y Centro de Estudiantes de Medicina. El texto del artículo es exactamente igual al que incluyó en un capítulo de Contribuciones al conocimiento sanitario el propio Carrillo, ya siendo ministro en 1951, y que Eudeba reeditó en 1974. Cualquiera que quiera hacer la prueba –cuando sea posible– se me va a la biblioteca de la Academia Nacional de Medicina y pide el original.

Lo sorprendente es cuán lejos está este artículo de las ideas “autoritarias” que Ramacciotti le adjudica. En primer lugar, si en algún momento Carrillo menciona el darwinismo “trasplantado a la política” es para criticarlo expresamente: lo califica como “una exageración de erróneos caminos”. Sin embargo, el daño ya está hecho: si alguien googlea “Carrillo y darwinismo” va a encontrar innumerables referencias que citan este artículo como fuente del supuesto darwinismo social de Carrillo. Ramacciotti estará feliz. Francamente ignoro si alguna vez publicó un pedido de disculpas por semejante macana.

En segundo lugar, Carrillo no elogia sólo al gaucho, sino también e inmediatamente después lo hace con el “hombre de la antigua cultura porteña, también desinteresado, cordial, amable”, y no habla de restauración, sino de “salvar esta herencia cultural” –no debo ser el único que percibe que hay una diferencia notable entre “restablecer una esencia” y salvar una herencia cultural– e insisto, no sólo nombra al gaucho, “último ejemplar del caballero andante”, sino también al porteño, algo que Ramacciotti omite deliberadamente, tal vez porque contradiría su hipótesis acerca de que Carrillo afirmaba la superioridad del gaucho.

Tercero, Carrillo sí critica a “las clases directoras”, pero es forzar muchísimo el texto suponer que se refiere sólo a Don Hipólito o al radicalismo, amén de los numerosos testimonios que señalan su temprana afinidad con la UCR. No menciona Carrillo la constitución nacional ni hace alusión a ninguna “intervención militar” ni a nada parecido, y sí señala una “imperceptible, pero formidable revolución que se opera en nuestro país”. Sin embargo, en este caso se está refiriendo en términos indudablemente negativos a una “revolución” cultural y no a una revolución política, más allá de que cuesta figurarse que un año antes pudiera anticipar –y por escrito– el primer golpe de Estado de nuestra historia.

Pero lo más llamativo es que no existen en el texto del artículo las palabras que Ramacciotti pone entre comillas, supuestamente por ser textuales: ni se menciona un “estadio anterior al del descenso del espíritu”, ni una “verdadera cultura argentina”, ni “tradición”, ni “fuerzas germinales”. Ninguna de esas palabras figura en el texto de Ramón Carrillo citado por Ramacciotti.

Otra joyita: luego de mencionar que en el viaje de formación que hizo a Europa entre 1930 y 1933 pasó unos meses en Berlín, Ramacciotti agrega que “resulta imposible separar la formación científica de Carrillo del contexto político europeo, signado por las consecuencias de la gran crisis de 1929, la llegada al poder del fascismo y el nazismo”. Ya la ambigüedad de la frase es toda una declaración sobre las intenciones de la autora. Además, Carrillo estuvo mucho menos tiempo en Alemania que en Holanda y Francia, donde gobernaban los socialcristianos y la izquierda. Usando la misma lógica, alguien podría afirmar exactamente lo opuesto que insinúa la sutil historiadora.

La palabra “nazi” es luego aplicada en persona a Carrillo en otra fuente documental citada por Ramacciotti en su libro: en las declaraciones de un delegado estudiantil en 1945, cuando Carrillo fue decano interino de su Facultad. La cita va desnuda, sin los agregados que Ramacciotti suele introducir para poner en duda su veracidad cuando la fuente es un peronista. Imagino el resultado si este método se difundiera y se comenzara a documentar la ideología de las autoridades universitarias a partir de las declaraciones de representantes estudiantiles…

La técnica que usa Ramacciotti es siempre la misma: no transcribir frases de funcionarios peronistas sin ponerlas en duda, e inmediatamente después citar extensamente argumentos de quienes se oponían al gobierno –el diario La Prensa, en especial–, pero en este caso sin la más mínima crítica, cuando en muchos casos la animosidad, la exageración o la incoherencia son más que evidentes. El precepto es claro: por principio, todo lo que un peronista dice habilita la sospecha y debe ser tomado con beneficio de inventario o como confesión de parte, pero los antiperonistas son invariablemente gente sincera, informada y desinteresada.

 

Lo que sí escribió Carrillo

“Estamos, por otra parte, según Keyserling en plena crisis de transformación. En efecto: la antigua manera de ser de la Argentina desaparece. En su tiempo produjo dos tipos perfectos: el gaucho, último ejemplar del caballero andante, desinteresado, noble, magnífico en su género, necesariamente pobre y que a causa de su desinterés tiene que ser aventado por el tipo del hombre interesado y codicioso, característico de nuestra época. El otro tipo –Keyserling ha conocido algunos– es el hombre de la antigua cultura porteña, también desinteresado, cordial, amable, que supo realizar un ejemplar humano, aliando las calidades puramente naturales a un gran refinamiento de educación. En virtud de la imperceptible, pero formidable revolución que se opera en nuestro país, estos dos tipos desaparecerán definitivamente para perjuicio nuestro. Las clases directoras están, por consiguiente, en la obligación de salvar esta herencia cultural. Pero, por desgracia, hay en estas clases una inmensa timidez interior, una tendencia por encerrarse, por retirarse de la lucha. El hecho de que la Argentina se ha retirado de la Liga de las Naciones y la expresión tan típica entre nosotros, cuando damos un consejo: ‘no te metás’, son sintomáticos de un miedo morboso a ponerse en ridículo, sin tener en cuenta que los grandes pueblos como los grandes hombres jamás lo tuvieron. Don Quijote no tenía miedo al ridículo. Los ingleses nunca lo tuvieron y por eso hicieron una gran obra en el mundo. La aristocracia europea tenía un lema: ‘noblesse obligue’. –¿Obliga a qué? Pues a meterse, a no quedar retraído, se tiene el deber moral de hacerlo. Nuestros dos grandes defectos son: tristeza y la timidez, la de las cuales aún se puede sacar partido para la construcción de la venidera cultura argentina”.

Fuente: Ramón Carrillo: “Un punto de vista, el de Keyserling ante la vida”. En Revista del Centro Médico Argentino y Centro de Estudiantes de Medicina, Buenos Aires, número 234, junio de 1929.

[1] Pongo de mi parte un ejemplo de eso, porque se refiere al danés: en la página 172 –de la edición de 2002– Goñi dice de Vaernet: “Una vez en Estocolmo le organización de Perón le hizo desaparecer rápidamente, con toda probabilidad [sic] en un vuelo comercial regular Estocolmo-Ginebra-Buenos Aires, y llegó a Argentina en algún momento anterior al mes de marzo de 1947”. En la página 445 de ese mismo libro afirma el propio Goñi: “Logra escapar a Suecia, luego Holanda, y desembarca en Brasil en fecha desconocida. Llega a Argentina el 17 de marzo de 1947 en tren del Paraguay”. Obviamente, no aporta la menor prueba documental de que en alguno de esos dos posibles trayectos haya intervenido “la organización de Perón”.

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