La obra de Manuel Ugarte, una lectura sobre su recuperación. ¿Por qué y para qué leerlo hoy?

A inicios del siglo XX, prácticamente a cien años de las revoluciones de la independencia, en diferentes regiones de América Latina y el Caribe emergen pensadores, científicos, académicos e intelectuales que comienzan a reflexionar sobre los problemas sociales de su tiempo. Ellos estudian diferentes nociones, como Patria o Nación, y la idea de lo popular que en muchos casos aparece bajo el término de “Cuestión Social”, “Pueblo” o “Sociedad”.

En el presente trabajo se analizarán los trabajos realizados sobre la obra de uno de estos autores, Manuel Baldomero Ugarte (Buenos Aires, 1875- Niza, 1951). A nivel temporal, si bien he encontrado textos anteriores a 1901 publicados por Manuel Ugarte, la selección inicia con el artículo “El peligro yanqui” que aparece en el Diario El país de Buenos Aires el día 19 de octubre de 1901, ya que considero que a partir de este escrito el autor emprende una ininterrumpida acción para fomentar la integración de la nación latinoamericana frente al imperialismo norteamericano y europeo que se extenderá hasta su fallecimiento en 1951.

A nivel regional, Manuel Ugarte difundió sus ideas en viajes a través del continente, recorriendo más de 25 países de América, instalándose parcialmente en Argentina, Cuba, Chile, México y Nicaragua. Subrayo además que el país donde Manuel Ugarte transitó la mayor parte de su vida fue Francia, especialmente en Niza, donde era propietario de una vivienda. También estuvo en otros países, como España, Alemania, Holanda y la Unión Soviética. ¿Qué importancia tienen estos viajes? ¿Por qué razón Ugarte viajó a estos lugares? Prácticamente todos estos espacios se relacionaban con las intervenciones de los imperialismos europeo y norteamericano –Nicaragua, México, República Dominicana, Cuba, Panamá, Colombia– o eran sitios que Ugarte consideraba de vital importancia para la difusión de la defensa latina y la integración de los pueblos –Chile, Perú, Bolivia, Brasil, Honduras, Guatemala. También eran lugares específicos para amplificar la transmisión de su pensamiento: URSS, Estados Unidos, Francia, España, Alemania, Holanda. En síntesis, en la vida de Manuel Ugarte los viajes se encuentran determinados por la irradiación de nociones, conceptos y pensamientos que él consideraba como imprescindibles para pensar el pasado, presente y futuro de nuestra América. El ideario ugarteano se organiza en torno a los conceptos de Patria Grande y Patria Chica, socialismo nacional, nacionalismo oligárquico y nacionalismo revolucionario, liberación nacional, colonialismo ideológico y descolonización cultural, el rol y la función de la cultura y el arte nacional, de los intelectuales y estudiantes latinoamericanos, entre tantos otros.

Con relación a la significación de estudiar a un autor como Manuel Ugarte, justifico esta elección por al menos dos razones. En primer lugar, porque fue silenciado históricamente por el campo académico argentino. Ninguno de sus libros fue publicado en el país durante su vida y, a pesar de la iniciativa de escritores, poetas y editores, se le negó el Premio Nacional de Literatura. Para precisar rápidamente, si bien su obra abordó temas literarios, culturales, sociales y políticos en más de 25 títulos publicados en París, Madrid, Valencia, Santiago de Chile y Caracas, hasta mediados del siglo XX tan sólo podían encontrarse dos trabajos dedicados a estudiar su vasta producción. Dichos trabajos provenían de autores ecuatorianos: el primero de ellos, Manuel Benjamín Carrión, en Los creadores de la nueva América (1928), y el segundo, César Arroyo, en Manuel Ugarte, El apóstol de Latinoamérica (1931). En la Argentina, la recuperación y la difusión de su pensamiento se realizó luego de su muerte por dos historiadores de la denominada Izquierda Nacional: Jorge Abelardo Ramos (1953) y Norberto Galasso (1974).[1] En la década de 1970 fue creado el Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte” de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (1973) impulsada por Rodolfo Puiggrós. Constituyó un hito en los intentos de reivindicar, visibilizar e institucionalizar esta figura de tanta relevancia y tan poco conocida.

En los trabajos de los dos principales estudiosos de su obra, Ramos y Galasso, encuentro una serie de elementos comunes. En primer lugar, ponderan el pensamiento de Manuel Ugarte, ubicándolo como uno de los precursores del pensamiento nacional latinoamericano y destacando sus ideas como pilares de un nacionalismo democrático revolucionario, frente al nacionalismo oligárquico propio de la Argentina agroexportadora y semicolonial. Dice Ramos en la presentación de El porvenir de América Latina, primer libro de Manuel Ugarte publicado en el país: “Ha sonado la hora de restaurar una tradición trunca: la tradición de un nacionalismo democrático revolucionario, del verdadero nacionalismo sepultado por la oligarquía parasitaria y desfigurado por el terrorismo ideológico que el imperialismo ha ejercido sobre el país en las últimas décadas. Ese nacionalismo revolucionario de un país oprimido no podía manifestarse sino en un socialista argentino, abanderado de la unión latinoamericana y gran figura de las letras continentales” (Ugarte, 1910: 9). Hacia mediados de 1950, Manuel Ugarte aparece para Jorge Abelardo Ramos como un abanderado de la lucha por la liberación nacional de los pueblos de América Latina frente al imperialismo europeo y norteamericano. Destaco la recuperación de estas ideas de Manuel Ugarte, en el sentido de su vigencia, para aquellos del pasado siglo en donde diferentes gobiernos nacionales y populares de Latinoamérica libraban verdaderas luchas contra el capitalismo imperialista en la región.

En el libro Manuel Ugarte y la Revolución Latinoamericana (1961), Ramos vuelve a trabajar el pensamiento de Ugarte. Esta vez se detiene en examinar el socialismo revolucionario –nacionalista, latinoamericano y antimperialista– en oposición al socialismo cipayo –abstracto, antinacional e imperialista– del Partido Socialista Argentino (PSA) liderado por Juan Bautista Justo. En este libro, Ramos plantea las divergencias entre el PSA de Justo y Manuel Ugarte, disputas que, según el autor, llevarán a este último al aislamiento.

El aislamiento de Ugarte fue un hecho. Ya durante la guerra de 1914 la socialdemocracia, de la cual el Partido Socialista era una simple réplica colonial, constituía un cadáver insepulto, ligado al apogeo y a la descomposición del capitalismo mundial. Aquel Manuel Ugarte, que había sido el representante del Partido Socialista ante el Buró de la Segunda Internacional y asistido en tal carácter a las principales reuniones y congresos internacionales de Europa, se veía desglosado de su partido, que aplicaba a la Argentina semicolonial el mismo metro político que al imperio británico, al país oprimido idéntica táctica que al país opresor (Ramos, 1961: 37).

En 1974[2] la editorial EUDEBA de la por entonces Universidad Nacional y Popular publica una biografía de Manuel Ugarte en dos tomos. Son más de 700 páginas en donde su autor, el historiador Norberto Galasso, realiza el estudio más completo y profundo sobre la vida, la trayectoria y la obra de Ugarte. Los tomos tienen títulos diferentes, el primero: Manuel Ugarte. Del vasallaje a la liberación nacional, y el segundo: Manuel Ugarte. De la liberación nacional al socialismo. Este minucioso trabajo recorre prácticamente todas las publicaciones de Ugarte: los 37 libros publicados en vida y sus más de 50 artículos e intervenciones públicas en revistas, diarios, conferencias y congresos. Más allá de la amplia gama de temas tratados, encuentro un conjunto de ideas fuerza que motivaron y al mismo tiempo, articularon, la colosal biografía realizada por Norberto Galasso. El propio autor lo aclara en la introducción: “El socialismo nacional es, pues, la ideología revolucionaria de aquí y ahora. Es nacional porque opera en función de las condiciones reales de América Latina, elaborando su propia táctica y apelando, en cada país, a los medios más adecuados para alcanzar el triunfo. Es nacional, porque es antiimperialista y lucha para que la clase trabajadora acaudille el proceso de la Revolución Nacional que devendrá Revolución Socialista. Y es nacional porque plantea como objetivo fundamental la Unión Latinoamericana. Pero esencialmente, es socialista, es decir, revolucionaria. No reduce pues su programa a una mera legislación social avanzada, ni a una ayuda social protectora, ni a un capitalismo ‘humanista’. Por el contrario, la explotación de los pueblos coloniales llegará a su fin, pero también cesará la explotación de la clase obrera por los capitalistas, sean extranjeros o nativos. (…) Por eso, para contribuir en lo posible a alumbrar ese gran acontecimiento, intentaremos revivir –a través de la vida de Manuel Ugarte– las principales vicisitudes de la lucha librada a favor del socialismo y la unidad latinoamericana” (Galasso, 1973: 8). El abordaje de la obra de Manuel Ugarte por Norberto Galasso se encuentra marcado por el objetivo de posicionarlo como el fundador de la corriente política a la que Galasso adscribe, prestándole especial atención a su concepción acerca del Socialismo Nacional, el antiimperialismo, la Liberación Nacional y la Unidad Latinoamericana.

Otro avance fundamental en la recuperación del pensamiento de Ugarte se lleva a cabo en 1978, cuando el gobierno venezolano edita la Biblioteca Ayacucho con el objeto de promover y difundir la herencia histórica y espiritual de Nuestra América. En el número 45 de esta colección, Manuel Ugarte. La Nación Latinoamericana, Norberto Galasso se encargó de la compilación de textos, prólogo, notas y cronología (Ugarte, 1978).

En sintonía con la restauración del pensamiento de Manuel Ugarte y en estrecha relación con su lucha emprendida por la liberación nacional de los pueblos latinoamericanos, en 1976 se publica el libro de Benito Marianetti Manuel Ugarte: un precursor en la lucha emancipadora de América Latina. En 1981 se publica otro libro de Norberto Galasso, titulado Manuel Ugarte: Un argentino maldito, con las mismas características que la biografía en dos tomos publicada en 1974, pero de 700 pasa a tener 122 páginas. En 1985 se publica el libro de Jorge Abelardo Ramos, Introducción a la Argentina criolla y el autor le dedica el primer capítulo a Manuel Ugarte, bajo el título “Redescubrimiento de Ugarte”.

En los últimos 25 años aparecieron autores que estudian en la misma línea que Galasso y Ramos la obra de Ugarte, como son los aportes de Pablo Yankelevich (1995), Claudio Maíz (2003), Miguel Ángel Barrios (2007), Carlos Piñeiro Iñíguez (2006) y la compilación de libros de Manuel Ugarte realizada por la Universidad Nacional de Lanús en 2014 que bajo el título Pasión Latinoamericana reúne las obras El porvenir de la América Latina, La patria grande y La reconstrucción de Hispanoamérica.

Otra tradición de lecturas y trabajos sobre Manuel Ugarte la encuentro en la corriente de académicos de la denominada “historia de las ideas”. Con ello hago referencia a filósofos, sociólogos, críticos literarios, antropólogos y geógrafos que se han detenido en trabajar la obra de Ugarte, pero no en su contexto sociopolítico, sino que la han abordado desde la crítica literaria y la estética. De esta corriente encuentro una serie de trabajos de larga data. Mencionaré tan sólo algunos de ellos. El primero de este grupo es el libro de Dardo Cúneo (1955) El romanticismo político en la Argentina: Lugones, Payró, Ingenieros, Macedonio Fernández, Manuel Ugarte y Alberto Gerchunoff. Luego se pueden mencionar los artículos de Eduardo Peñafort, Contribución a la historia de las ideas de Manuel Ugarte. La disputa sobre el valor estético (1996); Marcos Olalla Modernismo y esfera pública en la Argentina. Socialismo y literatura en Leopoldo Lugones y Manuel Ugarte (2001); Claudio Maíz, Nuevas cartografías simbólicas: espacio, identidad y crisis en la ensayística de Manuel Ugarte (2002); Laura Erlich, Una convivencia difícil. Manuel Ugarte entre el modernismo latinoamericano y el socialismo (2007); la tesis de doctorado de Margarita Merbilhaá presentada en la Universidad Nacional de La Plata en 2009, Trayectoria intelectual y literaria de Manuel Ugarte (1895-1924); y el libro de Horacio González, Manuel Ugarte. Modernismo y Latinoamericanismo (2017).

En los trabajos de esta última tradición de lecturas no se aborda la trayectoria en la que se inscriben los textos de Manuel Ugarte, y tampoco se profundiza sobre la coyuntura y el contexto ideológico-político sobre el que fueron expresadas sus ideas. Esta camada de autores y autoras, con sus trabajos vinculados a los relatos, a la “performance”, la teoría del discurso y las resignificaciones posibles de un texto, no se han preocupado por estudiar y reflexionar sobre las posibles respuestas planteadas por Manuel Ugarte para los problemas históricos de Nuestra América, como el imperialismo británico-francés-norteamericano, la integración latinoamericana, las características de nuestros sistemas democráticos, las distintas constituciones nacionales, los dueños de los medios de comunicación y la discusión sobre el control de los recursos naturales. El pensamiento de Manuel Ugarte, además de enmarcarse en los temas mencionados –colonialismo, socialismo nacional e imperialismo–, se relaciona con criterios, conceptos y nociones afincadas en el mundo educativo, académico y científico de América Latina y el Caribe.

En síntesis, del pensamiento de Manuel Ugarte se desprende una serie de problemas vinculados a intentar comprender al mundo de otra manera, y en esa línea lleva a la recategorización o reconceptualización de los términos de cultura, sociedad y nación. Desde su concepción, el mundo se presenta en cualquier lugar que uno analice, en cualquier territorio del planeta en el cual uno se detenga a estudiar –ya sean las relaciones humanas, las poblaciones, su origen o los lazos que establecen para subsistir, los productos que consumen y crean– como un mundo que indica contacto y conexiones de origen: de allí la idea de una Nación que es Latinoamericana, y que se ha constituido a través de las relaciones de poder establecidas con los imperios. Esta concepción interpela directamente a la historiografía, la sociología, la antropología, la filosofía y demás ciencias que han estudiado, y en parte siguen estudiando al mundo dividido. Por ejemplo, el estudio de las antiguas sociedades americanas ha sido abordado mayoritariamente más por la Arqueología y la Antropología que por la Historia. Este desplazamiento tuvo consecuencias para la historiografía, por mencionar las principales: a) concepción tradicional europea, ubicando a nuestros pueblos como “pueblos sin historia”; b) cuando se estudian los pueblos de Latinoamérica se los aborda con categorías extraídas del positivismo y del llamado darwinismo social, imperante desde 1850 en el mundo académico europeo; c) se establecieron recortes cronológicos, destacando únicamente las grandes civilizaciones de América, describiendo a los incas, aztecas y mayas desde una metodología europea. No sólo eso, sino que se ha eliminado y accionado para borrar el profundo proceso de sincretismos motivado por sectores de la iglesia, sacerdotes y congregaciones que mancomunaron con los pueblos indígenas americanos, llegando a chocar con los sectores oligárquicos, como en el caso de los jesuitas en Sudamérica o los levantamientos populares de los sacerdotes Hidalgo y Morelos en México.

El resultante fue la abstracción y el silenciamiento de estos pueblos, usurpando su memoria y cultivando el olvido. Manuel Ugarte en El Porvenir de la América Latina advierte sobre la operación técnica y científica que el centro de Europa y los Estados Unidos llevan a cabo en el continente al borrar las huellas de la época precolombina, negando el pasado colonial y la herencia de ese pasado vigente en los pueblos de América. Con el positivismo como universo teórico, desde los ámbitos académicos latinoamericanos se negaba la tradición y la historia de los pueblos de la región iniciados antes del denominado proceso civilizatorio. Esta transformación era materializada por el fomento de la inmigración europea en América, junto con la eliminación del componente indígena e hispánico –Iglesia Católica– por conquista y sumisión a la raza “superior”, o directamente por el exterminio de estas razas “inferiores”. Enfrentando al positivismo que regía a la intelectualidad de la América Latina oligárquica, Manuel Ugarte sostiene en el Porvenir de América Latina: “La Tenochtitlan de los aztecas con sus monolitos gigantescos, su Caoteocalli donde habitaban siete mil sacerdotes, sus canales anchos y su código célebre; los mayas de Yucatán con sus instituciones sabias, su comunismo agrario y su concepción europea del casamiento y la familia; los araucanos indómitos de que nos habla el escritor chileno Tomás Guevara en su Historia de la Civilización; los incas, los nahuatls y los toltecas han sido barridos o estrangulados por una mano de sangre. Las limitaciones impuestas a los sobrevivientes de las primeras hecatombes y la esclavitud a que se les sometió después, han disminuido el número en una proporción tan brusca, que se puede decir que en los territorios donde levantamos las ciudades no hay un puñado de tierra que no contenga las víctimas de ayer. Algunos arguyen que desde el punto de vista de nuestro porvenir debemos felicitarnos de ello. Pero hoy no cabe el prejuicio de los hombres inferiores. Todos pueden alcanzar su desarrollo si los colocamos en una atmósfera favorable. Y aunque las muchedumbres invasoras han minado el alma y la energía del indio, no hay pretexto para rechazar lo que queda de él. Si queremos ser plenamente americanos, el primitivo dueño de los territorios tiene que ser aceptado como componente en la mezcla insegura de la raza en formación” (Ugarte, 1910: 50).

Para la concepción eurocéntrica, la prexistencia de los pueblos americanos y el pasado colonial que reivindica Ugarte significaban un obstáculo al progreso irremediable de la sociedad blanca, el capital extranjero con su modernidad de puertos, ferrocarriles, bancos y empresas extractoras de recursos naturales. En este sentido, para Sarmiento, Mitre, Alberdi y Justo, la idea de nación sólo podía pensarse en el futuro. Era pensada. No era preexistente, ya que en estos territorios parecía que había que borrar el pasado.

Por último, dejo una reflexión sobre la historia de la historiografía argentina. Hace años observo que buena parte del campo historiográfico se sigue ocupando de quienes han elaborado estas perspectivas. Temas como “El proyecto de Nación”,[3] “Pensar la Nación” (Terán, 1986; Acha, 2006), “La construcción de la Nación”, “Una Nación para el desierto argentino”, o incluso se ha llegado a escribir sobre un “momento romántico en el Río de la Plata”.[4] En pocas palabras, una buena cantidad de trabajos historiográficos que afirma la no existencia de la Nación o mejor dicho, la afirmación –implícita– de que la Nación nace de una construcción “desde arriba”. La Nación como resultado, por un lado, del pensamiento de un conjunto de ilustrados; por otro, de la acción de guerreros, estancieros, gobernantes, políticos. Una Nación que siempre aparece como pensada, ya sea cuando se habla del siglo XIX o del XX, que nace por fuera del tiempo y el espacio. Nunca es un fruto de la historia, más bien todo lo contrario: nace en el pensamiento y luego, desde allí, construye la historia.

En este sentido, observo cierta continuidad de las perspectivas planteadas por el positivismo decimonónico frente a una carencia de estudios de cultura popular, de aquello que Ugarte denomina “la imposición de los hechos” en el campo historiográfico argentino. Subrayo esto porque creo que es en esos estudios en donde las y los historiadores pueden encontrar algunas explicaciones para comprender el concepto de Patria y la historia de nuestra Nación. No creo que estas nociones puedan vislumbrarse mejor en Sarmiento, Mitre, Alberdi o Justo que en las historias de nuestros habitantes, de nuestros pueblos.

Manuel Ugarte, en su libro El porvenir de la América Latina, publicado en 1910, dice: “La patria no depende de nuestra voluntad; es una imposición de los hechos. Limitarla, reducirla, hacerla nacer artificialmente, es tan difícil como renunciar a ella en toda su plenitud cuando existe”. Ugarte, cien años después de la Revolución de Mayo, vuelve sobre la idea de la Patria. Reflexiona sobre ella, al mismo tiempo que otros, desde distintos ámbitos académicos y políticos, redireccionaban su sentido y el significado de las palabras Patria y Nación.

 

Bibliografía

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Cúneo D (1955): El romanticismo político en la Argentina: Lugones, Payró, Ingenieros, Macedonio Fernández, Manuel Ugarte y Alberto Gerchunoff. Buenos Aires, Transición.

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Facundo Di Vincenzo es profesor de Historia (UBA), doctorando en Historia (USAL), especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa), docente e investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte”, del Instituto de Problemas Nacionales y del Instituto de Cultura y Comunicación. Columnista del Programa Radial, Malvinas Causa Central, Megafón FM 92.1, Universidad Nacional de Lanús.

[1] El primer trabajo de Ugarte publicado en el país fue por impulso de Jorge Abelardo Ramos, su editor, quien realizó el estudio preliminar a ese libro: Manuel Ugarte. El porvenir de América (Ramos, 1953). Otro libro de Ramos es Manuel Ugarte y la Revolución Latinoamericana (1961).

[2] En 1973 aparece un folleto de Norberto Galasso titulado: Manuel Ugarte y el socialismo en América Latina: sobre un precursor del antiimperialismo en la Argentina, en donde se adelantan algunos aspectos del libro publicado en 1974.

[3] Halperin Donghi (2007, 2005). Otros trabajos puntualizan en el pensamiento o las ideas de quienes gobiernan (Ternavasio, 2007; Golman, 1992).

[4] El autor debería decir, en realidad: un momento de cuatro o cinco ilustrados en un salón de Buenos Aires.

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