El espíritu facúndico

I

La comuna es definida en Esquema de nuestro comunalismo, por Saúl Taborda (Chañar Ladeado, 9 de noviembre de 1885-Unquillo, 2 de junio de 1944), como un “grupo humano caracterizado por una continuidad de acción que liga un pasado a un presente con posibilidades dispuestas y arrumbadas hacia el futuro” (Taborda, 1994: 27). En esta definición, la continuidad de acción, la realización de una actividad ininterrumpida a través del tiempo, y la vinculación de un pasado con un presente que tiene un conjunto de posibilidades, remarcan la importancia del aspecto temporal en la categorización de un grupo humano bajo la forma comunal. Aquí, lo importante no está en la existencia de un grupo de personas con elementos económicos, sociales y culturales que se convierten en comunes con el transcurso del tiempo, sino en la existencia de un grupo de personas con dichas particularidades que, además, desarrollan en el tiempo una actividad que es constante. Tal forma de organización aparece en América como consecuencia directa de un movimiento que surge en España, antes del proceso de la Reconquista y, por lo tanto, de la unidad política de los Reyes Católicos. “Importa observar que la vida comunal, siendo en mucho anterior a los Reyes Católicos, subsistió a la unidad política lograda por estos, más viva y más lozana después de Villalar, y que subsistió en términos tales que infundió alientos incontrastables a la lucha de la Reconquista y a la empresa del Descubrimiento” (Taborda, 1994: 29).

 

II

A tono con lo dicho, en Eurocentrismo y modernidad, Enrique Dussel exterioriza que la conquista de América representa la continuación de la reconquista de España y, por ende, que la lucha contra los indios representa la continuación de la lucha contra los moros. Este “nomadismo conquistador” da como resultado una serie de ciudades y villas que extienden su radio de influencia con el paso del tiempo, originando un “tipo de vida de estilo feudal”, con “hábitos”, “fueros”, “leyes propias” y “localismos diferenciadores” que transmiten un “espíritu de autodeterminación” al “comunalismo” local. “Las ciudades y villas americanas extendieron su radio de influencia y de protección a territorios considerables y favorecieron con eficacia las faenas rurales –estancias ganaderas-agrícolas y laboreo de minas– adecuadas a las diversas zonas de los dominios reales, así como las permanentes operaciones militares de nuevas conquistas y de conservación de los territorios conquistados. (…) A consecuencia de esta actividad, cumplida durante tres siglos a la sombra de estos bastiones, el nomadismo conquistador cuajó en un tipo de vida de estilo feudal. Si en la formación del castillo feudal –producto de los pueblos nómades que irrumpieron sobre Europa, en el ocaso de la civilización romana– asistimos al hecho político en cuya virtud la autoridad se concentró en una persona –el barón– en la formación de nuestros incipientes centros urbanos asistimos a la aparición de un tipo de jefe que es el caudillo. (…) Parejamente a lo que aconteciera en España, durante las guerras de la Reconquista nuestros centros urbanos –ciudades y villas– crearon espontáneamente sus hábitos, sus fueros y sus leyes propias y acentuaron los localismos diferenciadores que fueron, por esto mismo, los progenitores del enérgico espíritu de autodeterminación que distingue a nuestro comunalismo” (Taborda, 1994: 30-32).

 

III

A la luz de lo expuesto en Mi campaña hispanoamericana, de Manuel Ugarte, y en La Revolución de Mayo, de Norberto Galasso, entre otros, esa particularidad explica en más de un sentido por qué la contienda que ensangrentó las tierras de América desde 1810 hasta 1824 no comenzó como una guerra independentista entre americanos y españoles, sino como una guerra civil entre españoles –europeos y americanos– que estaban a favor de un proceso revolucionario, y españoles –europeos y americanos– que estaban en contra. Asimismo, ayuda a entender, entre otras cuestiones, por qué Antonio Luis Beruti y Domingo French repartieron estampas con el rostro de Fernando VII en los días de la Revolución de Mayo; por qué la junta revolucionaria juró en nombre de Fernando VII, como el resto de las juntas americanas; por qué las autoridades oficiales dispusieron la utilización de la bandera española en las ceremonias y en las batallas; por qué las provincias no declararon la independencia en el momento de la destitución de Baltasar Hidalgo de Cisneros, sino seis años después; y por qué el Manifiesto que hace a las Naciones el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud América incluyó en su texto varias de las circunstancias mencionadas.

 

IV

Ahora bien, la fusión paulatina y persistente de los elementos sociales y culturales de la corriente hispana ya aludida con los elementos sociales y culturales de las corrientes aborígenes y africanas, en una variedad de paisajes con características propias desde las perspectivas geográfica y climática, nos coloca frente al “espíritu comunal” o “espíritu facúndico”: una realidad que recibe esa denominación en homenaje a Facundo Quiroga, una de las personalidades más importantes del federalismo argentino. Este “espíritu” opera como el cimiento de la democracia, al ser la manifestación de la comuna y, en especial, de los hogares, la escuela, la iglesia y la plaza pública que la integran; como el cimiento del federalismo al ser la manifestación de lo local; y como el cimiento de la nacionalidad, al ser la manifestación de los aspectos que hermanan a las comunas que conforman la Argentina. Por algo, Taborda (1994: 33) afirma que la comuna fue la “condición de la unidad nacional”. Para él, el mérito de esa obra no corresponde al Estado, sino a las comunas que emergieron del “nomadismo conquistador”. Esto significa que la Nación consiste en una construcción que se hizo poco a poco, desde abajo, desde las entrañas de cada uno de los grupos humanos que otorgaron una fisonomía propia a cada región, lo cual autoriza a hablar de una “argentinidad preexistente”, de una “argentinidad” que irrumpió como una realidad indiscutida, cuando la fundación de una república no estaba en la mente de nadie.

 

V

En Sarmiento y el ideal pedagógico, Taborda presenta al “espíritu facúndico” como la actividad que clarifica las cosas que nos rodean a través de un movimiento perpetuo que va de la tradición a la revolución. “Entendemos por espíritu la actividad que procura claridad sobre las cosas que nos rodean mediante un sistema de relaciones ganadas por la observación, la distinción, la comparación y el análisis. Esa actividad supone una memoria, la memoria de las relaciones ya obtenidas, la memoria que nos trae –de tradere, de donde tradición– esas relaciones, y la revolución, esto es, la actitud con la que el espíritu vuelve sobre una relación adquirida y la convierte en un nuevo problema. Consiste, pues, en un movimiento decantador que va perpetuamente de la tradición a la revolución” (Taborda, 1994a: 47). Por un lado, esto nos vincula con las “matrices de pensamiento” analizadas en Los silencios y las voces en América Latina de Alcira Argumedo. O sea, nos deja ante la presencia de tramas lógicas, conceptuales y básicas que establecen los fundamentos de las corrientes ideológicas y, por lo tanto, la explicación de la naturaleza humana, las sociedades, el pasado, el presente y los modelos de organización social que marcan los ejes esenciales de los proyectos políticos. Y, por el otro, nos enfrenta con la figura histórica del caudillo. Mas, en este punto, conviene aclarar que no estamos ante el señor feudal descrito en Sociología argentina, por José Ingenieros, como el representante de un régimen político, de una superestructura política, de una acción política que no está determinada por la presencia de intereses comunes, sino por la influencia personal de los caudillos o jefes. Al contrario, nos hallamos ante el individuo caracterizado en Los profetas del odio y en El medio pelo en la sociedad argentina, de Arturo Jauretche, como el “sindicato del gaucho”, es decir, como el representante de los integrantes de la “clase inferior”, independientemente de su condición de peones o soldados.

 

VI

En virtud de lo dicho, nadie puede escribir sobre los caudillos si no se refiere en algún momento a José Gervasio Artigas, Juan Bautista Bustos, Martín Miguel de Güemes, “Pancho” Ramírez, Estanislao López, Felipe Ibarra, Manuel Dorrego, Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas, “Chacho” Peñaloza, Felipe Varela, Ricardo López Jordán, etcétera; o si no se refiere en algún momento al proyecto morenista, es decir, al que fue recuperado por ellos: un proyecto revolucionario de corte popular, nacional y americano que defendió el monopolio del comercio exterior; el control del mercado financiero y cambiario; la expropiación de las fortunas improductivas; el desarrollo de la industria, la educación técnica, la agricultura y la navegación; la estatización de las explotaciones mineras; la expansión continental de la acción revolucionaria; y la aplicación de medidas severas con el objeto de exterminar los focos de la contrarrevolución, de acuerdo a lo sustentado en Revolución y contrarrevolución en la Argentina, por Jorge Abelardo Ramos. A ciencia cierta, la investigación –con pretensiones de seriedad– que soslaya la verdadera biografía de los hombres que mediaron entre el “espíritu facúndico” y la forma de organización política y económica que receptó el aporte de ese “espíritu” –a semejanza de la que soslaya los verdaderos orígenes de esa forma de organización– tergiversa las causas, los caracteres, los fines y las consecuencias del caudillismo nativo. ¿Pero la comprensión de un fenómeno que aconteció en el siglo XIX tiene alguna importancia para los argentinos del siglo XXI? Sí, la tiene. Es tan grande que los argentinos de hoy la necesitamos para decidir, de una vez por todas, si la construcción de una nación independiente y, con más razón, de una “Patria Grande”, constituye una empresa deseable y posible.

 

Referencias

Argumedo A (1993): Los silencios y las voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular. Buenos Aires, Pensamiento Nacional.

Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud America (1817): Manifiesto que hace a las Naciones el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud América, sobre el Tratamiento y Crueldades que han sufrido de los Españoles, y motivado la Declaración de su Independencia, 22 de octubre. En Fuentes para el estudio de la historia institucional argentina, Buenos Aires, EUDEBA, 1982.

Dussel E (2001): Eurocentrismo y modernidad (Introducción a las lecturas de Frankfurt). En Capitalismo y geopolítica del conocimiento: El eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate intelectual contemporáneo, Buenos Aires, del Signo.

Galasso N (1994): La Revolución de Mayo (El pueblo quiere saber de qué se trató). Buenos Aires, Pensamiento Nacional.

Ingenieros J (1918): Sociología argentina. Buenos Aires, L.J. Rosso y Cía.

Jauretche A (1987): El medio pelo en la sociedad argentina (Apuntes para una sociología nacional). Buenos Aires, Peña Lillo.

Jauretche A (1992): Los profetas del odio y La yapa (La colonización pedagógica). Buenos Aires, Peña Lillo.

Ramos JA (1961): Revolución y contrarrevolución en la Argentina. Las masas en nuestra historia. Buenos Aires, La Reja.

Taborda S (1994): Esquema de nuestro comunalismo. En La argentinidad preexistente, Buenos Aires, Docencia.

Taborda S (1994a): Sarmiento y el ideal pedagógico. En La argentinidad preexistente, Buenos Aires, Docencia.

Ugarte M (1922): Mi campaña hispanoamericana. Barcelona, Cervantes.

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