EL MUSEO DE LAS OBRAS INCUMPLIDAS

Hace algunos años había en Balvanera un loco al que todos llamaban cariñosamente Juan Carlos, el “junta puchos”. Su nombre tenía que ver con su costumbre de coleccionar porquerías de todo tipo: botellas viejas, pedazos de hierro y cartón, camisetas viejas, entre otros implementos. Vivía solo junto a esos cachivaches en Deán Funes y Venezuela, en una vieja casa de muchas habitaciones que había heredado de sus abuelos.

Todos medio le huían porque le gustaba la historia y –como a todos los que les gusta la historia– empezaba a contar la de su vida y del barrio desde la época en que vivían allí los indios tehuelches.

Pero lo que ningún vecino de Balvanera sabía era que el loco Juan Carlos tenía un as en la manga impensado. El loco, además de ir por el barrio juntando porquerías, iba a todos los actos de todos los intendentes de los últimos sesenta años (el loco tenía 75) y después de comerse los sanguchitos, los canapés de rigor y el vinito tinto, se afanaba la piedra fundamental de la obra proyectada.

Así, Juan Carlos tenía en su amplia casa más de 2.000 rocas que había guardado con escasa prolijidad en el patio. Para darle más realce al piedraje, les pasaba aceite de lino, lo que las dejaba súper-relucientes.

Pero un buen día el loco sorprendió a todos. Aparecieron albañiles, plomeros y pintores. Hasta un pulcro arquitecto se hizo presente en su domicilio. Nadie sabía bien qué iba a hacer el extraño vecino. La mayoría pensó que pensaba vender su casa. Algún extraviado llegó a decir que se había levantado a alguna vieja y ésta le había impuesto un severo plan de obras. Pero la realidad era otra.

Tres meses después, en la puerta de su solar, el loco Juan Carlos –el “junta puchos”– hizo subir un reluciente cartel: “Museo de las Obras Incumplidas”. El subtítulo era el día y la hora de visita al mismo.

Así fue que un 9 de marzo se inauguró el singular museo. Concurrieron todos los vecinos y vecinas. La verdad es que la mayoría iba a morfar y a saber de qué se trataba. El cura de la Iglesia Nuestra Señora de Balvanera, el padre Carlitos, bendijo las instalaciones y repartió agua bendita para todos los wines. Posteriormente, el mismo Loco peló la viola y allí mismo empezó a cantar una milonga que en sus tiempos mozos solía cantarle a su hermana. En realidad, el loco estaba en aquella época haciendo un curso acelerado de guardabosques.

Se cortaron las cintitas y el Loco empezó a recorrer junto al numeroso público las distintas salas del singular museo. Como un verdadero guía de turismo, se paró en la primera Sala y comenzó a explicar:

–Esta es la piedra fundamental del Hospital de Agudos Juan José de Vértiz (en homenaje al virrey), que iba a tener 500 camas con medicina de alta complejidad.

Además de verse la roca, el Loco le había sacado la foto al intendente que reía junto a un grupo de mapuches, que con sus coloridos plumajes y lanzas automáticas decoraban el cuadro. Por supuesto, en la misma foto el cura de la época –con sotana negra– bendijo las futuras obras incumplidas.

En la Sala 2 se podía ver la piedra fundamental del orfanato “El niño argentino”, en donde el intendente de esa época se abrazaba con los chicos y las futuras enfermeras del instituto que no fue.

Finalmente, en la sala 24 del fondo se podía ver una piedra fundamental arriba de un montículo de tierra de las 500 escuelas que el actual intendente prometió construir en su campaña electoral. En la foto se lo veía sacándose selfies con jubilados y pensionados y se escuchaban fragmentos de su discurso del día:

–El otro día andaba caminando y Don Pancho salió a mi encuentro. El noble anciano me comentó: “yo caí en la escuela pública”.

–Señor intendente: ¿cuándo tendremos más aulas para que más pibes puedan estudiar y ser hombres de provecho?

–Yo me conmoví en ese momento y empecé a llorar. Tal fue así que di instrucciones a mi equipo para que en mil días se prepararan los planos para la licitación de 500 escuelas. Hoy –como ustedes pueden observar– empezarán las obras. Cada pibe tendrá su aula. ¡Basta de aulas contenedores o escuelas shopping! ¡Tendremos escuelas para todos! ¡Hasta los negros del barrio podrán estar! Un abrazo, queridos vecinos.

Pero, a pesar de que el loco Juan Carlos creía que el museo iba a crear conciencia de la mentira de los intendentes, ocurrió al revés. Una vieja de la calle México exclamó:

–Usted se está burlando de nuestros queridos intendentes, y del más querido de todos, el actual.

–¡Sí! –gritó otra vieja de la calle La Rioja– ¡Agárrenlo! ¡Es un conspirador!

Un grupo de fortachones lo agarraron, mientras las viejas nombradas llamaban a la policía. La cana con equipo nuevo llegó rápidamente y llevó al loco subversivo al manicomio.

Nunca se supo más nada del loco Juan Carlos, el “junta puchos”. Dicen que cayó en prisión y sus bienes fueron expropiados, para que aprenda. Por suerte, nadie más se burló de las autoridades. Por lo visto, al loco sólo le quedó la posibilidad de llorar y vivir su locura cantando el tango La gayola.

Las obras siguieron siendo humo, ¿pero qué importa?

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