¿Qué miramos?

La película Don’t look up despliega su argumento en una serie de oposiciones. La primera y más evidente: mirar o no mirar arriba tiene una larga tradición en la cultura occidental. Platón pone en boca de Sócrates la anécdota de una sirvienta que se burlaba del astrónomo Tales, porque mirando al cielo mientras caminaba se había caído en un pozo.

En la película, como en el chiste socrático, mirar o no mirar para arriba articula una triple oposición: la sabiduría o el sentido común; los grandes o los pequeños problemas; la teoría o la práctica. Y su consecuencia: frecuentemente, las personas que consagran su vida al conocimiento aparecen ante los demás como inútiles y chiflados. Aunque sepan que va a ocurrir una catástrofe, los científicos y las científicas no pueden hacer nada para evitarla. Siguiendo el registro narrativo del nihilismo sardónico de Los Simpson, la película ubica a la presidenta del país más poderoso de la Tierra en el plano miserable del sentido común y los pequeños problemas prácticos, pero, más allá de sus motivaciones, es la única que puede hacer algo para salvar el planeta. La diferencia entre quienes pueden y quienes no pueden está en el núcleo argumental de la película. La estrella de rock se tira un pedo frente a otra persona porque puede. Sin embargo, esta diferencia no aparece como oposición. Todos somos iguales –nos tiramos pedos– sólo que unos se animan, mientras que otros necesitan permiso para mostrarse como son. Así, los y las gobernantes se parecen a sus gobernados y, en todo caso, todos aspiramos al éxito.

Paradojalmente, el fracaso justifica la película: estamos ante una catástrofe porque falla la empresa que debía desactivarla. El afán de lucro se revela opuesto a la vida. Ni siquiera los poderosos se salvan. El oráculo de la big data anuncia con precisión cómo habrá de morir la presidenta. La oposición entre voluntad o destino se resuelve con el canon de la tragedia antigua, aunque estemos viendo una comedia. Aquí la ciencia, como conocimiento de lo necesario, se presenta como esclava de la fatalidad, y la pregunta relevante es sobre aquello que creemos o no, aquello que amamos u odiamos. Entonces, la salvación no dependerá de la sabiduría, sino de la comunidad de fe, de nuestra auténtica naturaleza sin vanos artificios. En el final, el único sobreviviente publica un mensaje en sus redes sociales: “¿Qué pasa, gente? Soy el último hombre en la Tierra. Esto es un caos. Denme un like y suscríbanse. Aquí estaré”.

Nadie se salva solo.

 

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