Carlos Piñeiro Iñíguez y la Nueva Argentina

Acerca del libro de Carlos Piñeiro Iñíguez: El Peronismo y la consagración de la Nueva Argentina. Desde la Revolución de junio de 1943 hasta 1950, año del Libertador. Buenos Aires, Peña Lillo-Continente, 2021, 608 páginas.

 

El Gran Wyoming no aprobaría esta costumbre de publicar libros inmensos. Dijo: “lo más importante de un libro es que no pese. De nada nos sirve que su lectura sea muy edificante, si lo que ganamos en el terreno de lo cultural lo perdemos en salud”. Lo cierto es que por cantidad y por calidad, la producción escrita de Carlos Piñeiro Iñíguez es prácticamente inigualable y representa una amenaza para nuestra salud física.

Le debo a su libro Perón, la construcción de un ideario –de 640 páginas y publicado por primera vez en 2010– una comprensión integral de la enorme diversidad de ideas y disciplinas que fueron conformando el pensamiento de Juan Perón, desde la vertiente socialcristiana, pasando por la economía nacional, el sindicalismo y los textos sobre estrategia militar, hasta los nacionalismos populares de América Latina. Gracias a ese libro me quedó muy claro que, contrariamente a lo que postulaban tantos intelectuales antiperonistas –que reproducían con pretendida cientificidad aquello de que el peronismo andaba en alpargatas–, el peronismo fue en la mayor parte de su historia un movimiento político inspirado en ideas que fueron reflejando –a su manera y sin escolasticismos– los debates filosóficos de cada etapa. Pero, además, al menos en comparación con la producción escrita de otras fuerzas políticas con pretensiones mayoritarias, en el peronismo se dedica mucho tiempo y espacio leer y a escribir. Por mis conversaciones personales sé que, si hiciéramos una encuesta entre funcionarios y funcionarias nacionales, provinciales y municipales, incluso en quienes están actualmente en funciones ejecutivas, nos sorprenderíamos de la cantidad y diversidad de sus lecturas. Claro, no es esto lo que refleja una buena parte de las investigaciones universitarias, pero entendamos que muchos de quienes las hacen o las evalúan todavía escriben como si siguieran creyendo que solamente andamos en alpargatas. Y algunos reciben doble postre por eso.

También le debo a Carlos Piñeiro Iñíguez habernos aportado una lectura peronista de muchos de los Pensadores latinoamericanos del siglo XX –otro libro monumental de más de 800 páginas publicado en 2006– donde varios profesionales de mi generación redescubrieron a autores como Tamayo, Céspedes o Henríquez Ureña. Estoy en deuda con él aun por otros libros, como los que analizan las ideas de Hernández Arregui, Prebisch, Alvear y Agustín Justo (Alvearismo y Justismo, también publicado en 2021). Como si fuera poco, publicó libros de ficción y poesía. Creo que su última novela es Cipriano Peralta, del año pasado, una excelente novela peronista, pero publica tan rápido que temo estar desactualizado. En todo caso, supongo que retribuí en parte esta inmensa deuda intelectual al haber dedicado a leer su obra los mejores años de mi vida.

Bueno, vamos al libro. Es raro: no tiene introducción ni conclusiones. Parece incluso una novela, porque si bien al inicio de cada apartado incluye un párrafo que intenta resumir tendencias generales, casi todo el texto está escrito con una secuencia temporal, aunque claramente no describe solamente hechos, porque a lo que dedica más espacio y análisis son las visiones que tenían los actores de ese tiempo, y a las interpretaciones posteriores de los historiadores.

El libro comienza explicando directamente los diversos factores que confluyeron en “la Revolución de Junio” de 1943, poniendo énfasis en el punto de vista de los oficiales que la impulsaron acerca del contexto internacional: por ejemplo, su idea acerca del peligro que implicaba la geopolítica de Brasil. También en las primeras páginas desacredita con abundante documentación las calificaciones del GOU como “grupo nazi”. Cita por ejemplo al embajador británico, quien en una nota a su cancillería afirmó que Perón no era “hombre de guardarse sus pensamientos, pero no le hemos detectado algún rasgo de filosofía política nazi-fascista”.

Continúa el libro reflejando el oficio de historiador de su autor, quien describe detalles significativos del derrocamiento de Castillo y de los gobiernos de facto que lo sucedieron, donde el poder del GOU y de Perón fue creciente. Es particularmente interesante el detalle con que describe el autor las diferencias ideológicas entre los sectores que apoyaban al gobierno de facto –de hecho, en todo el libro es un aporte destacado la descripción que hace sobre las diferencias internas de cada grupo político– y la forma en que analiza las estrategias que fue asumiendo Perón para desplazar a sus adversarios y competidores del interior de la Revolución.

Piñeiro Iñíguez certifica su pertenencia a la tradición intelectual peronista al buscar siempre interpretar la política nacional a la luz de la política internacional, vinculando los problemas internos con los internacionales. No solamente era la forma en que pensaba Perón la política, sino que ya es parte de un rasgo peculiar del pensamiento político de las y los peronistas.

Pero probablemente donde más se puede verificar la habilidad de Piñeiro Iñíguez como escritor es cuando va describiendo los sucesos históricos a la vez que discute las interpretaciones de otros autores sobre tales hechos. La holgura de su formación académica –la bibliografía ocupa 70 páginas– está a la vista, pero también la virtud de su pluma: es difícil el arte de lograr que la lectura de la historiografía sea amena.

El libro detalla además algo conocido por muchos y muchas peronistas: el proyecto transformador que concibió e impulsó Perón. “Ese proyecto se basaba en la necesidad de crear la Argentina de la posguerra, definiendo tanto su ubicación en el mundo y en la región, cuanto su modelo de desarrollo económico, social y político”. Si bien ese proyecto se había venido formulando en diversas cabezas durante la década anterior, para Piñeiro Iñíguez, la “novedad de Perón consistió en su habilidad para construir ese liderazgo” que permitió llevarlo adelante “y la decisión de encarar las transformaciones necesarias”. Agregaría por mi parte que algún mérito le cabe también a su capacidad de sintetizar y ordenar varios ideales en un solo proyecto, al punto tal que esa amalgama –con algunos agregados posteriores que encastraron perfectamente, como la ecología, los derechos humanos o el feminismo– sigue inspirando la acción política del movimiento político que más elecciones ha ganado en las últimas décadas.

También destaca el libro la importancia que le asignaba Perón a la planificación en la posguerra, la construcción de consensos y la producción de datos estadísticos para esa planificación, y va avanzando por los logros y los debates políticos más relevantes hasta llegar al año 1950. Destaca en ese análisis que, en lugar de mostrar el tránsito de las ideas a los logros del gobierno peronista como un proceso mágico o automático, lo que hace es ir mostrando la inmensa cantidad de dificultades que Perón y el peronismo debieron superar en esos primeros años –que hoy tantos ven como si hubieran sido caminar barranca abajo. En ese sentido, es un aporte medular el estudio pormenorizado de las relaciones entre el peronismo y las diferentes expresiones del radicalismo durante los siete años en estudio. De alguna manera sirve para entender que muchos de los aciertos de Perón de alguna manera fueron errores del radicalismo, y viceversa: en el libro no solamente se examinan los yerros ajenos, sino también los propios.

En cuanto a la estrategia política de Perón hacia los sectores políticos “externos” a la Revolución, Piñeiro Iñíguez afirma que –si bien compartía con sus camaradas de armas el desprecio por los “políticos profesionales”– Perón inicialmente emuló a Agustín Justo al buscar “respaldo en dirigentes políticos de diversa extracción”, privilegiando entre esos sectores al radicalismo y especialmente al yrigoyenismo, aunque luego fueron sumándose forjistas y alvearistas. Tras las elecciones de 1946, Perón percibió que ya no necesitaba a la vieja estructura radical, y así pensó en “algo nuevo para su movimiento”. Además, desde la Ley Sáenz Peña ninguna fuerza política había logrado semejante mayoría en el Congreso y los gobiernos provinciales. Mientras, la “Revolución” en su discurso iba dejando de ser el movimiento de junio de 1943: ya no solamente era un período de excepción institucional, sino que ahora además entendía a la revolución como la realización de transformaciones que llevarían a un nuevo orden político, económico y social: soberano, libre y justo.

Esta concepción revolucionaria no solamente fue teniendo importantes consecuencias económicas en términos de producción, empleo y consumo, sino también las tuvo en el reconocimiento de un rol protagónico en la sociedad para los trabajadores y las trabajadoras, expresado en “el poder adquirido por las organizaciones gremiales, y un fuerte cambio cultural, a partir de la concepción del trabajo como un derecho y la noción de justicia social. Era, al mismo tiempo, una ampliación del concepto de ciudadanía” que incluía “los derechos económicos, sociales y culturales”, la ampliación de los derechos políticos de las mujeres. Yo agregaría que la provincialización de los territorios nacionales también significó una ampliación de la ciudadanía.

Con la consagración de la Nueva Argentina el título del libro hace referencia a que la consolidación del liderazgo de Perón “tuvo su respaldo en la exitosa concreción del proyecto modernizador que impulsaba, tanto en la ubicación de la Argentina en el mundo cuanto en la redefinición de la realidad que incluye al interior del país”. En palabras del autor, lo que distinguía a Perón era “su empeño en lograr que los cambios generados por sus propias políticas dieran lugar a una sociedad cualitativamente distinta a la preexistente hasta 1943”. Entiendo que esta frase identifica lo que la mayoría de las y los peronistas identificamos como peronismo: las ideas y la organización política cuyo objetivo es realizar cambios profundos y progresivos que lleven a construir una Nueva Argentina, diferente a la que existe. Tal vez es esta una de las claves que explica la permanencia en el tiempo del peronismo: no porque siempre haya logrado llevar adelante esos cambios felizmente, sino porque nunca deja de intentar construir una Nueva Argentina. De quienes se dicen peronistas pero no piensan así, pensamos que son falsos y falsas peronistas. Y de quienes piensan así pero no se identifican con el peronismo, pensamos que en realidad sí son peronistas, pero no lo saben. En todo caso, los problemas suelen sobrevenirnos en los momentos en que algunos piensan que la Nueva Argentina ya está lograda y no hace falta hacerle más cambios, o cuando piensan que reclamar nuevos cambios ya es ser desagradecidos. Piñeiro Iñíguez lo dice de una manera que sirve para entender algo más sobre las décadas más cercanas: “el peronismo fue la luz de los desposeídos en los comienzos de su experiencia política, pero ya a partir de los años 50 le resultó difícil representar a los sectores medios que había ayudado a crear y consolidar”.

En el pensamiento de Perón, la Nueva Argentina no solamente implicaba una visión realista respecto a la posición de la Argentina en el contexto internacional, sino que quería ser aún más realista respecto a la ubicación que pretendía alcanzar en el mundo futuro. Por mi parte, postulo que para comprender la irracional oposición a Perón hay que entender este punto: no solamente era un sector de la sociedad argentina que resistía duramente los cambios en las relaciones económicas y sociales –o que incluso admiraba esos cambios, mientras ocurrieran en Europa y no acá–; o que se sentía vejado ante la emancipación de quienes hasta ese momento eran discriminados como seres inferiores; sino que además consideraba inaceptable que la Argentina asumiera un rol en la política exterior que difiriera al papel subordinado que habían reservado para ella las potencias mundiales y sus clases dominantes locales. No es que no pensaran en una Argentina Potencia, sino que su idea de potencia era muy diferente a la que impulsaba Perón: era simbólica, etérea, no política. Era la potencia de los toros de la Sociedad Rural, la admiración internacional por ciertos intelectuales –que supuestamente nos habilitaba a darnos aires de inteligentes–, o la opulencia y el buen gusto de las clases altas. En esto lamentablemente han tenido incluso más éxito que en revertir los avances económicos, sociales o culturales del primer peronismo.

Vuelvo al principio. Carlos Piñeiro Iñíguez es un exponente brillante que marca el camino acerca de cómo hacer historia de peronismo. Claro que no me animo a pedirle cambios en los temas que elige, pero aprovecho que este texto lo escribí en primera persona y para esta revista para advertir a quienes quieran dedicarse a la historia del peronismo que va a ser muy difícil superar su producción en los temas que ha trabajado; y para pedirles que ya no investiguen tanto las ideas de la etapa fundacional del peronismo o de los 60 y 70, y que se orienten más a analizar y explicar el contexto y las ideas de hombres y mujeres peronistas que tuvieron protagonismo político en las décadas más recientes. Si no fuera mucho pedir, les solicitaría que se centren en esos raros personajes que –en parte emulando a Perón– generó el peronismo en casi toda su trayectoria: dirigentes, funcionarias y funcionarios que ocuparon y ocupan cargos públicos –no necesariamente ejecutivos– con la idea transformar nuestro país en una Nueva Argentina, y que en sus textos o discursos explicaron con profundidad las ideas que inspiraron e inspiran sus decisiones. No hago nombres para evitar comparaciones, pero pienso en varios legisladores y legisladoras notables, gobernadores y gobernadoras, intendentes e intendentas, ministros y ministras.

Este libro y su autor ya son insoslayables cuando alguien quiera escribir o decir algo sobre la historia del peronismo, y en particular sobre las ideas de Perón. El peso –simbólico y en kilos– de la obra de Carlos Piñeiro Iñíguez ya es tan grande que es indisimulable cuando otras u otros colegas –involuntariamente o no– omiten citarlo. Como todo clásico, se nota más cuando lo callan que cuando lo nombran.

Peronismo

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