¿Se puede pensar en un peronismo post-pandémico?

El peronismo ha sido la expresión de una ideología que históricamente tiene su impronta en la construcción de identidades colectivas a través de su presencia en la gestión de políticas públicas, que buscan combinar crecimiento económico con inclusión social, a través de:

  • Un fuerte rol del Estado con relación al crecimiento económico y la generación de demanda agregada.
  • Distribución de la riqueza a partir de los salarios, la redistribución y las políticas sociales.
  • Impulso al diálogo social de actores que tienen en las organizaciones sindicales interlocutores válidos para representar los intereses de la clase trabajadora.
  • Reconocimiento del rol de las organizaciones sociales para canalizar las demandas provenientes de la economía popular y quienes en ella se desenvuelven.

Hoy, un partido que siempre se percibió a sí mismo como idóneo para la gestión de políticas estatales, se ve desafiado a reconstruir y construir la gestión de dichas políticas para afrontar los cambios que el COVID-19 en algunos casos introdujo, pero que fundamentalmente aceleró y amplificó en estos días de cuarentena. Todo fue muy rápido, pero además no se han desacelerado los procesos que la cuarentena desencadenó. No se puede dejar para más adelante el análisis y la elaboración de propuestas de políticas que permitan reconstruir la economía y los lazos sociales y políticos de nuestra sociedad.

El impacto de las tecnologías de la información, el acceso a ellas –en particular a la telefonía celular–, los requerimientos basados en las nuevas infraestructuras –conectividad, banda ancha– y los procesos de digitalización de tareas y ocupaciones han impactado en quienes trabajan y en sus intereses, y evidentemente impactarán en las formas de reconstrucción de identidades y solidaridades. Esta es una tarea fundamental para el accionar sindical, pero también para un partido político que buscó el desarrollo económico con la inclusión social ascendente a través de la combinación de educación y empleo de calidad.

Pero los cambios nos parece que son que más profundos que los imaginados. La pandemia puso en agenda la centralidad de las políticas sanitarias, las consecuencias en términos de cantidades de personas infectadas, atendidas, recuperadas y fallecidas, tanto a nivel de los países desarrollados como en desarrollo. En un mundo globalizado se garantizó la libre circulación de las mercancías, de las finanzas, relativamente menos de quienes trabajan y por supuesto, ahora, del virus y sus variantes. El impacto del abandono de las políticas sanitarias en un mundo globalizado muestra su cara brutal.

El Estado pudo responder a esta necesidad priorizando el cuidado y la prevención, poniendo la vida por encima de la economía, construyendo una política amplia y participativa en todos sus niveles nacionales, provinciales, municipales. Pero esta dinámica de políticas de Estado estuvo muy sesgada hacia la respuesta sanitaria, y en tal sentido fue pertinente y oportuna, eficaz y solidaria. Hemos respondido a la crisis sanitaria, queda preguntarnos: ¿podemos responder a la crisis económica?

Pensar el día después de la pandemia es afrontar las consecuencias que en temas de empleo –se está anticipando una cifra cercana a los dos millones de desempleados y desempleadas, con fuerte incidencia del desempleo femenino y de jóvenes–, de contracción de la economía –caída del PBI–, de déficit fiscal y de endeudamiento externo heredado. Esto requiere de políticas más amplias en sus objetivos, más integradas y con mayores capacidades estatales de gestión.

A eso hay que sumarle las consecuencias que los cambios tecnológicos y organizacionales –hoy fuertemente concentrados en lo que se denomina “teletrabajo” o “trabajo domiciliario” – han generado, cuyo impacto y reversibilidad requiere formas de intervención, de gestión de las instituciones políticas en general y de las laborales en particular, en dimensiones que aún no terminamos de percibir. Estos impactos no sólo recaen en los procesos económicos, en la configuración del mercado de trabajo argentino y en su heterogeneidad estructural, sino también en el otro pilar de los procesos de inclusión social que es la educación pública y masiva. El acceso a la educación post-pandémica requiere revisar mecanismos de gestión de la matrícula, carga horaria, distribución de aulas, formación docente, infraestructura y mantenimiento sanitario de nuevo tipo. Si esto no es así, ¿por qué hablamos de la nueva normalidad? ¿Qué va a tener de nuevo?

El día después de la pandemia ya es tarde para pensar el futuro post-pandémico. Hay cambios que difícilmente retrocedan. La llamada “nueva normalidad” da cuenta de temas sanitarios, de cuidado, de prevención, de mantenimiento o de distancia social que afectan los espacios de socialización colectiva tradicionales: el trabajo, el empleo, la educación. Y con ello la configuración del espacio urbano, las concentraciones poblacionales y sus déficits sanitarios, pero también de transporte, de infraestructura digital, de accesibilidad en el uso de tecnologías digitales.

Una desigualdad de nuevo tipo se está instalando sobre la desigualdad histórica de nuestra sociedad. La justicia social ha sido una bandera que –junto con la independencia económica y la soberanía política– nos ha identificado como un partido que prioriza las necesidades sociales. Nos queda una pregunta, que nos permitimos hacer en voz muy baja: ¿es la misma justicia social del 45, del 73, de los 90, del 2002, del 2003-2015, la de la actualidad? ¿Es la misma sociedad? ¿O estamos frente a sujetos históricos nuevos? El movimiento de mujeres ha demostrado las formas de expresión de estas nuevas necesidades y demandas, y los resultados de las elecciones han mostrado cómo es la expresión ciudadana de nuevo tipo en algunos baluartes históricos. La sociedad del trabajo ha devenido en sociedad del consumo. ¿Será que ya no hay una sola clase de hombres, sino que hay clases de hombres y mujeres –y por qué no de otras diversidades? Las identidades históricas colectivas y homogéneas han demostrado su fluidez y diversidad –incluso hoy, gracias a las nuevas tecnologías, su individualidad meritocrática– y nada nos hace pensar que en 2021 no nos puedan sorprender nuevamente en los resultados electorales.

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