Peronismo y “el campo”: necesidad de construir una política inteligente

La unidad es superior al conflicto

Históricamente, las relaciones entre el peronismo y el heterogéneo sector reunido dentro del vago vocablo de “campo” nunca fueron idílicas ni mucho menos. Sin perjuicio de lo cual, diversos y muy importantes motivos hacen preciso generar mejores vínculos.

En buena medida, el peronismo es hijo del proceso de sustitución de importaciones que vivió el país en las décadas del 30 y 40. Nació apostando a la industrialización, considerada elemento central en el concepto peronista de Defensa Nacional. Incluso antes de llegar a la Presidencia de la Nación, Juan Perón explícitamente se mostró favorable a impulsar el desarrollo industrial por encima de la producción agropecuaria. Se puede rastrear allí la antipatía que gran parte del sector ha tenido y tiene hacia el peronismo. Sin embargo, hace décadas se ha entendido que lo razonable –al momento de plantear políticas públicas relativas al área– es superar el viejo dilema de “industria versus campo”. Pese a eso, nunca se logró consolidar una auténtica política agroindustrial nacional. Algo similar debe suceder con la articulación del discurso político. Es tiempo de abandonar la retórica beligerante que alimenta y termina siendo funcional al discurso de los adversarios del Movimiento Nacional y Popular, quienes, insidiosamente, intentan mostrar un “país productivo” contrario al peronismo.

No caben dudas que existe un conflicto y no puede ser ignorado. Es preciso asumirlo, sufrirlo y resolverlo, como aconseja siempre el Papa Francisco. Luego se profundizará este asunto.

 

Política inteligente o torpe

Ante cualquier situación, conflicto o problema político, uno puede tener respuestas de mayor o menor nivel de inteligencia o, en sentido contrario, de torpeza. Como se ha recordado anteriormente, la irrupción de la llamada Segunda Guerra Mundial aceleró el proceso de sustitución de importaciones en nuestro país. Emanado de aquella vertiginosa industrialización se agravó el conflicto social y gremial. Entre los revolucionarios de 1943 surgieron, a grandes rasgos, dos posibles remedios a esta situación. Todos los miembros del GOU –y del Ejército en general– profesaban un desprecio por las ideas comunistas. Pero había una enorme diferencia entre ellos. “Los conflictos obreros se resuelven de dos maneras: con la fuerza o con la justicia. Han pasado los tiempos en que los conflictos podían resolverse con la fuerza”, señaló Perón el 20 de julio de 1944 y eligió la segunda opción. Propugnó una política de inspiración socialcristiana, atendiendo lo pertinente de los reclamos y brindando justicia social. A los otros sólo se les ocurría reprimir obreros. Mientras la política de resolver las causas –recomendada por las encíclicas papales sobre la cuestión social– emergía como una solución inteligente y fue la que llevó adelante –con sumo éxito– Juan Domingo Perón, aparecía como torpe la idea de atacar las consecuencias con palos y balas.

 

Resolver el conflicto

“Si uno se queda en lo conflictivo de la coyuntura pierde el sentido de la unidad. Al conflicto hay que asumirlo, hay que vivirlo”, reflexionaba el arzobispo porteño, Jorge Bergoglio, en 2010. Existen diferencias –y no se piensa eliminarlas– pero deben resolverse las tensiones para alcanzar un plano superior de unidad, que es la grandeza de la Patria. Hay mucho para ganar si se logra superar la etapa del conflicto. No es saludable eludirlo, ni tampoco vivir encerrado en él. Un buen camino es empezar determinando cuáles son los más graves problemas que se verifican en la actividad agropecuaria, no desde una mirada sectorial, sino tomando en cuenta los intereses superiores de la Nación. Es dable suponer que desde el peronismo se enumeren como principales problemas la extranjerización de las empresas que controlan la exportación de los agronegocios, la primarización en el área y los altos niveles de informalidad laboral. El diálogo con el entramado del complejo agroexportador seguramente sumará nuevos anhelos y necesidades. Es razonable que el Movimiento Nacional tenga una inteligente estrategia para solucionar el conflicto y remediar los problemas antes mencionados. Aparece imprescindible que el Estado Nacional cumpla un rol preponderante sobre el sector y que logre supervisar o controlar el comercio exterior; consiga mayores niveles de industrialización; e instrumente una política de formalización laboral, pero nada de ello podrá llevarse a cabo sin cierto nivel de consenso. Es esencial desarrollar “una comunión en las diferencias” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 228).

 

“El campo”

A la hora de articular un discurso que sepa interpelar eficientemente a los sectores ligados al complejo agroexportador, existe la necesidad de distinguir. “El campo” es diverso. Hay productores de distintos tamaños, producciones y regiones. No son lo mismo los latifundistas que los arrendatarios. Tampoco los ocupantes precarios que los contratistas, ni los chacareros que los estancieros. Hay productores nacionales y enormes sociedades comerciales extranjeras. El mundo rural, repetimos, es múltiple y heterogéneo. Es esencial conocerlo para pensar una línea que convoque a diferentes sectores. Asimismo, es imprescindible contar con la información necesaria para apreciar los intereses contrapuestos y divergentes que pueden existir en su seno y, de ese modo, neutralizar las acciones del adversario político. Englobar a todo ese universo en el simplista concepto de “campo” y, para colmo, demonizarlo, es un acto de formidable torpeza, es regalarlo en bandeja a las manos de los contrincantes. Hacerlo es actuar de la misma manera que la fracción reaccionaria de los militares del 43 que supo vencer Perón. Que exista algo parecido a una pétrea solidaridad entre todo “el campo” es, en buena medida, responsabilidad de errores propios, hijos de cierta ignorancia acerca de la realidad de este sector. “En política, el arma de captación no puede ser otra que la persuasión”, enseñaba Perón en sus clases de Conducción Política. Los insultos, los agravios y el menosprecio no son una buena táctica del debate político si se pretende persuadir y obtener apoyo.

 

El caso de la provincia de Buenos Aires

Luego de las elecciones de 2019 se reprodujeron mapas que mostraban que la zona central del país –donde se concentra la producción agropecuaria– se había volcado mayoritariamente por la opción de la alianza Juntos por el Cambio. Entre algunos partidarios de la opción victoriosa abundaron lecturas torpes de tal acontecimiento. En vez de aceptar las limitaciones de la propuesta política, se recurrió al agravio de esos votantes y hasta se llegó a sugerir –con dudosa gracia– la secesión de esas provincias del territorio nacional. En esos mismos mapas, la provincia de Buenos Aires aparecía pintada de azul –el color del vencedor Frente de Todos– pero una lectura fina llevaría a matizar –mucho– tal circunstancia. Los números generales mostraron claras victorias –en torno a los 15 puntos– de los candidatos Alberto Fernández (52% a 36%, sobre Macri) y Axel Kicillof (52% a 38%, sobre Vidal), en las categorías a presidente y gobernador, respectivamente. Sin embargo, un análisis más pormenorizado informa que la fórmula presidencial del FdT ganó en 77 municipios, pero fue derrotado en 58. Todavía menos azulado se observa el mapa bonaerense si se desglosa municipalmente la elección a gobernador. De hecho, la fórmula liderada por la exgobernadora María Eugenia Vidal triunfó en más municipios (69 a 66) y en más secciones electorales (5 a 3).[1] Esto denota una debilidad del Frente de Todos en gran parte de la provincia, especialmente entre las zonas agropecuarias. La provincia de Buenos Aires es demasiado grande y son ingentes sus riquezas. El peronismo no puede conformarse con representar –casi exclusivamente– la problemática de las populosas barriadas de las secciones electorales del Conurbano bonaerense. Hace muchos actos electorales que viene siendo predominante la presencia de dirigentes del llamado Gran Buenos Aires o de la Ciudad de Buenos Aires en las fórmulas a gobernador del peronismo, y también la problemática urbana ocupó el mayor espacio en la agenda planteada en cada una de esas campañas. Es necesario ampliar la mirada. “Desconurbanizar el peronismo” pidió Martín Rodríguez hace unos años, y cada vez se hace más necesario retomar ese planteo.

 

La pospandemia

El peronismo necesita generar un discurso que contenga a los sectores productivos de la zona pampeana. La actividad política implica la persuasión. Y eso no se limita a los propios adherentes, sino que debe propender a hacerlo, también, en ámbitos hostiles. Es parte fundamental de su tarea. Es imprescindible que el peronismo conduzca un proyecto que los haga parte. No puede abandonar sus históricas banderas de la producción y el trabajo nacionales. En ese sentido, el sector agrícola ganadero ocupa un papel trascendental. En mayo pasado, el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica le aconsejó al presidente argentino Alberto Fernández que “no cometa el error de pelearse con el campo”. Coincidimos con esa recomendación. Y no se trata de aceptar actos de corrupción ni maniobras fraudulentas de alguna empresa en particular, ni resignar las justas aspiraciones estatales de intervenir e incluso supervisar el comercio exterior. Se trata de prudencia política. Este sector produce alimentos en gran cantidad. Este tipo de producción debe atender prioritariamente las necesidades de nuestro pueblo: en los tiempos de la pospandemia el resto del mundo también va a demandar alimentos y se hace necesario contar con una inteligente relación con quienes van a poder abastecer a buena parte del resto del mundo y generar divisas que redunden a favor del interés de la Patria.

Fogonear la “grieta” es negocio de otros. El peronismo no es el movimiento de las tensiones y los conflictos estériles. Terminó mal cuando se enfrascó en esas peleas. A situaciones trágicas nos llevó la beligerancia de 1955. Perdió mucho más el pueblo que sus enemigos. Tampoco concluyó bien lo de 2008: derrota legislativa y ruptura con importantes sectores ligados a actividades agropecuarias que se verificaron con duras derrotas en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba en las elecciones de 2009.

El peronismo es hijo legítimo de la Revolución de 1943 que tuvo como principal bandera la Unidad Nacional. “El peronismo anhela la unidad nacional y no la lucha”, reza la undécima de sus verdades. La pospandemia será muy dificultosa y se va a requerir una fuerte unidad nacional. El mismo presidente Alberto Fernández el pasado 1 de julio eligió recuperar al Perón que convocaba permanentemente a la unidad nacional. Es menester concertar una inteligente política de integración con una de las actividades más dinámicas de la economía nacional. Algunos creen que es una ingenuidad proponer esto. Creemos que no hacerlo sería –además de una torpeza política– un suicidio colectivo.

[1] Los datos los he tomado del informe de Franco Buonacosa, politólogo (UBA).

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