Lo político, las políticas y los equipos técnicos del Partido Justicialista

Congratulaciones. El Partido Justicialista, que hasta hace poco parecía agonizante, publicó un documento que –a menos de una semana de presentado en sociedad– cuando uno pone “documento equipos técnicos PJ” en Google, le sale que hubo cerca de 700.000 entradas. Por cierto, buena parte de lo que aparece en la web es de tono crítico, lo que era esperable y, en algunos casos, deseable. En otros, no tan deseable: duelen las críticas de compañeros y compañeras que pareciera no lo leyeron con detenimiento. Si bien mi propósito es tratar un tema menos coyuntural, ligado al papel que les cabe a los partidos políticos en esta etapa histórica, no puedo dejar de señalar que el documento de marras fue elaborado por más de setecientos compañeros de enorme reconocimiento nacional e internacional. Para no aburrir al lector con el listado de nombres –aunque sería bueno que se publique en algún lado–, baste señalar que en la comisión de Seguridad que tuve el honor de coordinar participó gente de la talla de Silvia La Ruffa, Cecilia Rodríguez, Ramiro Gutiérrez, Glen Evans o Luis Tibiletti, por mencionar sólo algunos.

Uno de los aspectos más destacables de todo este proceso fue la alegre energía con que cada una de las personalidades convocadas aceptó el convite a ser parte de esta patriada. Todos y todas venían a aportar. No había nada para llevarse y eso estaba claro: ni más prestigio, ni la posibilidad de medrar con un cargo. Nada. Excepto la dicha de saberse parte de un proyecto que sigue enamorando, lo que no es poco. En todas las comisiones se tuvo el cuidado de trabajar desde una perspectiva de género, de tener en cuenta los derechos de descendientes de los primeros pobladores de nuestra tierra, de la sustentabilidad ambiental, y todo esto no por ser políticamente correctos, sino por ser peronistas, por militar en un movimiento que siempre tiende a pensar desde el subsuelo de la Patria. Un movimiento que siempre supo que, si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia. Esa otra historia que seguimos escribiendo, le pese a quien le pese, por derecha y por izquierda.

Pero decía que mi propósito no era hablar del documento en sí mismo, sino de lo que esto implica en orden a cómo pensar el papel del Partido Justicialista como lugar de encuentro necesario –y, por ahora, insustituible– de lo político, la política y las políticas. Intentaré explicar esto con tres ejemplos:

Las políticas públicas: poco antes de que Lanús ganara su primer campeonato nacional –hito que divide en dos mi historia personal– participé de una reunión de expertos convocada por un organismo internacional. Fui invitado como especialista en seguridad y llevé preparado un esquema con mi tema recurrente: el problema de la seguridad no pasa por más penas o más policía, sino por disminuir los factores que pueden llevar a alguien a delinquir. El problema fue que el experto en educación planteó que las dificultades más serias en materia educativa no eran tanto cuestión de escuelas y maestros como de mejorar las condiciones de educabilidad, lo que tenía que ver con el entorno familar, la vivienda, la salud, etcétera. Siguió el turno del especialista en salud, que explicó que su problemática no tenía tanto que ver con médicos y hospitales, sino con la educación, el deporte, la calidad de vida… Cuando me tocó el turno, planteé que en definitiva todos tirábamos la pelota afuera y, más allá de algún comentario en tono de broma, la cosa no pasó de ahí. Pero al pensarlo un poco mejor, advertimos que el problema radicaba en concebir a las políticas públicas al modo de los organismos internacionales, es decir: como una suerte de ideología capaz de dar respuesta a todos los problemas. Esas políticas pueden funcionar cuando lo que funciona es el sistema como un todo: allí son una metodología idónea para atender demandas puntuales. Pero cuando encontramos un sistema estructurado sobre injusticias seculares, lo que corresponde es poner en un lugar central la discusión sobre lo político. Primer corolario: el olvido de lo político nos lleva a fracasar constantemente en la aplicación de las políticas.

Lo político: por esas cosas de la vida, tuve ocasión de participar en un encuentro encaminado a lograr un acuerdo entre distintos sectores de la izquierda chilena, que culminaría en la conformación del Frente Amplio en enero de 2017. Durante más de media hora, los participantes se dedicaron a discutir un tema puramente teórico –para colegas curiosos: el debate se armó en torno al prólogo de Spivak a la Grammatología– que, a mi juicio, nada tenía que ver con problemas tales como la estructura tributaria, la industrialización, la gratuidad universitaria o la jubilación de los uniformados, que, me parecía, tenían mayor relación con una construcción política electoral. Alguien me respondió: es que no se puede hablar de las políticas si no hay acuerdos en torno a lo político. Meses después, ese mismo grupo consideraría un éxito haber salido terceros, con un 20% de los votos. Segundo corolario: el olvido de las políticas públicas torna estéril la discusión en torno a lo político.

La política: poco después de la Convención de la UCR de Gualeguaychú de marzo de 2015, donde el radicalismo decidió orgánicamente dar su apoyo a la candidatura de Macri, un amigo radical me explicó que era una decisión política, no ideológica. De ese modo, se podía sacar del gobierno al kirchnerismo y, a la vez, obtener varios escaños nacionales, provinciales y locales, así como algunas gobernaciones e intendencias. Tercer corolario: el olvido de lo político y el desinterés por incidir en las políticas públicas condena a la irrelevancia política.

Si nos quedamos sólo con las políticas públicas, terminamos fracasando, como la mayoría de los organismos internacionales y algunos gobiernos neoliberales que procuran cumplir sus recetas. Si nos quedamos sólo con lo político, terminamos como Podemos. Y si nos quedamos sólo con la política, nos pasará lo que le está pasando ahora al radicalismo.

A lo largo del proceso de redacción de los documentos que fueron produciendo las distintas comisiones, y habiendo participado en varias de ellas, pude ir constatando cómo se iban debatiendo propuestas distintas –e incluso enfrentadas– en torno a la elaboración de políticas concretas. Pero ese debate tenía sentido y no devenía en un mero enfrentamiento de opiniones contrapuestas, porque había una común comprensión de lo político. Los candidatos y las candidatas que llegaron después, con Alberto a la cabeza, fueron los encargados de articular eso en términos de política para poder ganar las elecciones. Seguramente habrá compañeros y compañeras capaces de generar desde el Estado las políticas pertinentes para dar respuesta a las demandas y anhelos de nuestro pueblo. Pero bien sabemos que ni la arena electoral, ni la gestión pública, son ámbitos que posibiliten el pensamiento reflexivo indispensable para plasmar con éxito cualquier proyecto. El Partido Justicialista recuperado y viviente sí puede –y debe– seguir siendo ese espacio de articulación entre lo político, la política y las políticas que permita nutrir de ideas y propuestas a nuestros compañeros y compañeras cuando tengan la responsabilidad de gobernar para todo el pueblo argentino.

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