La reactivación

Una frase repetida en cada ámbito donde se exponga la realidad actual, producto de años recesivos hoy agravados por la pandemia, es que la necesidad imperiosa en la población es la reactivación económica. Idéntica situación se viene profundizando desde hace bastante tiempo en el mundo. La falta de políticas generadoras de empleo, la utopía de redistribuir riqueza y la globalización fueron corriendo el eje sobre uno de los principales pilares: la producción. Efectivamente, sin producción no hay trabajo. Sin empresas no hay empleador o empleadora, y sin ellos no hay empleados ni empleadas. Comprobado está que son las PyMEs y MiPyMEs las que generan el 80% del trabajo argentino. Es en ellas donde debemos focalizar la atención y proyectar las herramientas que generen rápidamente trabajo formal.

El empresariado argentino –es necesario describirlo tal cual es– se encuentra aterrado para una inversión expansiva, ante la inconsistencia en una proyección estable del negocio. Esta sensación de inseguridad se agrava con los fantasmas de la supuesta falta de justicia, la tan trillada “industria de juicios laborales” y la “intromisión” sindical. Pero hoy ya vemos tres generaciones sin trabajo formal, con viejos paradigmas que no han resuelto la situación, por copiar formatos extranjeros, como el sabor amargo de intentar corregir el trabajo no registrado con incrementos excesivos en la indemnización, o pretender generar empleo con los nefastos “contratos basura”. En sí, la precarización de la relación del trabajo, o la famosa “flexibilización laboral”, no dan el resultado esperado por un sector del sistema productivo. Tampoco funcionó la presión fiscal, por más que a través de ella el Estado pudo financiar infinitos programas de ayuda a los sin empleo, mediante planes que se fueron incrementando día a día, pero quitando la dignificación que genera el trabajo genuino.

No es momento de incorporar medidas que intenten palear la situación o que busquen lograr objetivos alternativos, sino todo lo contrario. Es momento de desterrar ideas asiduas o supuestamente seguras para navegar sobre paradigmas que podríamos creer utópicos, pero que, dadas las circunstancias y la gravedad de la crisis, ameritan ser tomadas.

¿Cómo hemos llegado al hoy? Sin duda alguna, mediante un objetivo común. Era unidos y entre todos y todas. El diálogo y el consenso son la base de la convivencia democrática de estos nuevos tiempos. El siempre añorado federalismo debe abrirse paso, ante los egoísmos promisorios de esquemas puramente territoriales antagónicos, a un crecimiento general, real y efectivo. Un ejemplo de la historia es el Pacto de la Moncloa. Necesitamos un instrumento de similar magnitud que sea suscripto sobre una mesa firme, en cuatro patas, de idéntica magnitud, pero disímiles responsabilidades: trabajadores y trabajadoras; empleadores y empleadoras; el gremio; y el Estado. Todos direccionados hacia la producción y el trabajo y enmarcados temporalmente: por ejemplo, un año. Es absolutamente necesario e imperioso que estas cuatro columnas interactúen mancomunadamente. En este nuevo pacto productivo laboral se amplía el esquema de la paritaria. Así como se negocian las escalas salariales o cuestiones relativas a los Convenios Colectivos o Convenios Colectivos de Empresas, en esta ocasión se debería conformar una paritaria permanente por ese lapso temporal, para sostener la producción y el trabajo, para afianzar la inversión aumentando la productividad y, consecuentemente, incrementando los puestos de trabajo.

Antecedentes ya existen en cuanto a las épocas de crisis, y nadie podrá objetar que estamos dentro de una de las más grandes. En circunstancias similares, una empresa presentaría un Procedimiento Preventivo de Crisis de Empresa ante el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (MTESS), donde la autoridad administrativa debería fijar audiencia, citando a la entidad gremial. En este nuevo procedimiento ya se encuentra abierto ese espacio, con características disímiles que pasaré a exponer.

Necesitamos rápidamente generar nuevos puestos de trabajo y sostener los que se encuentran vigentes. Necesitamos afianzar a las MiPyMes y erradicar viejos conceptos de individualidades contrapuestas, que creen proteger al trabajador en perjuicio de su trabajo, o suponen que la acción gremial es en detrimento de la empresa. Esta clara yuxtaposición solo se conseguirá estableciendo reglas claras en el nuevo vínculo que se restablecerá a partir de la suscripción del Pacto Productivo Laboral. Suscripto tal pacto entre la asociación gremial, los trabajadores y las trabajadoras, la empresa y el MTESS, cada uno con su respectiva representación, entraría en funcionamiento un andamiaje dispuesto a la credibilidad, seguridad y trabajo mancomunado por el bien común de la unidad productiva, con beneficios para todas las partes. No debería existir ningún tipo de precarización laboral. Tampoco acciones inherentes a impedir, obstaculizar o descuidar el objetivo o premisa dispuesta en virtud de la inversión a realizar, destinada a una lógica ganancia para la empresa. Deberá ser garante de ello la asociación gremial, y controlar el hermanamiento de los engranajes la autoridad administrativa del Trabajo. Cada uno tiene una actividad y una responsabilidad, además de las propias, dentro del acuerdo.

Ahora bien, previo a la suscripción del pacto es preciso fijar nuevas pautas que vincularían a las partes, porque a partir de ellas podremos erradicar dudas en cuanto a la conformación de un equipo homogéneo y un objetivo común. Para ello es imprescindible recurrir a nuestra Carta Magna y cumplir el mandato dispuesto en su Artículo 14 bis. Cada vez es más necesario un Plan Productivo Argentino que reformule los derechos del trabajo generando producción desde el apoyo mutuo. Desde hace años creo que es momento de ir un paso más allá: institucionalizar la solidaridad dentro del marco de productividad y trabajo, y hacer de nuestra República Argentina un ejemplo al mundo de reactivación económica sustentada en normas que dejen claridad absoluta sobre el nuevo paradigma que confrontará a la globalización. El restablecimiento de las economías regionales y la incorporación del concepto solidario y participativo deben hegemonizar una estructura orgánica productiva sólida, direccionada al crecimiento interno con proyección futura al mercado exterior, mediante una serie de ítems que concatenadamente vayan formando la estructura jurídica funcional que genere las bases del entramado reconstitutivo del Sistema Productivo Argentino y su ansiada reactivación.

El artículo 14 bis de la Constitución Nacional, en la parte que refiere al apoyo mutuo, el objetivo conjunto y la participación en el logro, jamás fue reglamentado. No existe norma que haya desarrollado este importantísimo eslabón para nuestro objetivo. Es allí donde debemos comenzar. No es posible ya que en el siglo XXI los trabajadores y las trabajadoras solo participen de las pérdidas. No pueden seguir viendo que el fruto de su correcto trabajo solo le otorgue una posible contraprestación dineraria y crezca exponencialmente la empresa, a costa de esa aletargada compensación que en carácter de gratificación podría no llegar nunca. Establezcamos nuevas reglas claras. Participemos de las ganancias a nuestros trabajadores y trabajadoras. Cumplamos la manda constitucional. Démosle garantías a las MiPyMes con el control de una asociación sindical que trabaje a la par en este nuevo vínculo. Es de vital importancia el acompañamiento sindical en el día a día de la empresa. Cuidar el trabajo es una tarea de todos. Cumplir con las obligaciones y los derechos, dentro de un marco de cordura en pos de una finalidad común, es la nueva responsabilidad, y todo ello dentro de un marco dispuesto por la autoridad administrativa: el MTESS. Equilibremos la balanza en la ecuación productiva y otorguemos parte del beneficio que con su labor logran los trabajadores y las trabajadoras. Sean partícipes ellos y sus gremios de los cambios necesarios para mejorar el destino perseguido en la célula productiva, estableciendo mecanismos de control y ayuda para focalizar y profundizar dicha productividad. Garanticemos que los cambios planteados no tengan dobles intenciones, y deroguemos de una buena vez el despido sin causa. Ya no es posible, como sucede en casi todos los países progresistas, que se desvincule a una persona de su trabajo sin justa causa para ello.

Establezcamos objetivos mensuales, trimestrales y semestrales para el pacto, ya sea en planificación, inversión, incorporación de fuerza de trabajo o resultados. Pongamos al Estado en una situación de extremo sostenimiento del programa a desarrollar, quitando la presión fiscal y transformándola en la necesaria inyección de capital, mediante el acceso a créditos que permitan la reinversión productiva, otorgando la exención del pago de ganancias en los periodos fiscales donde se reinviertan las utilidades en bienes de capital. Este último concepto no proviene de mí, sino de un afamado cuadro técnico de nuestro país, que lo presentara como proyecto en la legislatura nacional, pero supongo que el consenso no alcanzó para tanto. Véase aquí al Estado protectorio dando el paraguas que acompañe el proyecto productivo de la empresa conjuntamente con la asociación gremial, otorgando exenciones impositivas, controlando la reinversión y creando instantáneamente puestos de trabajo formales y efectivos. Dicha implementación federal deberá ser sustanciada también por las provincias y los regímenes comunales, para que la finalidad perseguida tenga cumplimiento efectivo, además de que estos gobiernos puedan, también, acompañar con otros beneficios a su alcance en la incorporación de nuevos puestos de trabajo.

Por último, y como necesaria readecuación de los “planes sociales”, sean estos directamente aplicados a las trabajadoras y los trabajadores incorporados a los planteles de trabajo, como paliativo de las cargas sociales que deberán dispensarse en el periodo que dure el pacto. Ya es hora de comenzar a trasladar el buen uso de ese capital por generación de trabajo. Téngase en cuenta que la medida no basta con su solo lanzamiento, ya que es necesario articular con todas las demás herramientas del Estado, a fin de que tenga efectividad plena e inmediata.

Reconozco que la implementación de un pacto de estas características podrá verse ilusorio, además de impensado y quizás extremo, por ello no puedo sino citar a Albert Einstein en su pensamiento sobre la crisis: “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar ‘superado’. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla”.

 

Walter Di Giuseppe es abogado (UBA) con trayectoria en el Derecho del Trabajo y vinculado activamente con varios gremios.

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