La implementación a escala nacional de la Agricultura de Conservación exige una política de Estado específica

Situación actual de los suelos en Argentina

En la Argentina, la forma de relacionamiento de la sociedad con el suelo –el sistema de producción aplicado – es la explotación agropecuaria (EAP) que, como su nombre indica, consiste en abusar o destruir el recurso, con el objetivo primario de obtener renta mediante la obtención de productos comercializables. En unidades de producción de subsistencia y autoconsumo los objetivos son otros, pero puede afirmarse que mayormente se aplica el mismo sistema. En todo el territorio nacional se practica la EAP que destruye el suelo, cualquiera sea la localización geográfica de la unidad de producción, su dotación de recursos, su tamaño, la condición de sus actores –en cuanto a su clase social, nivel de instrucción, etcétera. Solo existen excepciones puntuales.

El deterioro del suelo ocurre de dos formas: por degradación, provocándole pérdida de calidad; y por destrucción, permitiendo e incrementando su pérdida en cantidad por erosión, tanto hídrica como eólica. La degradación admite muy variadas formas: pérdidas de materia orgánica y de nutrientes, salinización, compactación, alteración perjudicial de la fauna y flora edáficas, y otras.

En la amplitud territorial de Argentina la EAP admite muchísimos modelos productivos, todos dentro del mismo sistema destructivo. Por ejemplo, en la región pampeana norte, el modelo productivo predominante en suelos de buena capacidad agrícola es el monocultivo sojero, en siembra directa sobre suelo desnudo con aplicación mínima de fósforo y azufre. Está demostrado que este modelo es deteriorante del suelo y se practica en millones de hectáreas en las que fueron de las mejores tierras del mundo.

La evidencia del deterioro de nuestros suelos es abrumadora e incontrastable, y permite afirmar que la explotación agropecuaria produce una violenta crisis silenciosa que ocurre bajo nuestros pies. La paleta de síntomas de deterioro del suelo argentino ofrece todas las posibilidades de visualización, desde los de escala macro –como desertificación en grandes áreas, cárcavas y zanjones– hasta la progresiva pérdida de cualidades de agregación, infiltración y fertilidad química.

Desde la estepa santacruceña hasta los valles altos de Salta y Jujuy, desde las cuchillas entrerrianas a los llanos riojanos, se observan los daños que la equivocada actividad humana le provoca al suelo. La mayor superficie nacional de suelo deteriorado se debe al sobrepastoreo, que causa su pérdida por erosión al desaparecer la vegetación protectora del suelo. La producción de carne –bovinos, ovinos y caprinos– y lana –ovinos y caprinos– sobre pastizales naturales ocupa la mayor superficie productiva de Argentina. Practicada mediante explotación agropecuaria por unidades de todas las escalas, ofrece el desolador panorama de destrucción del suelo en todo sitio. La pérdida parcial o total de la vegetación expone al suelo a una agresión mayor de los agentes del clima, al perderse su capacidad de amortiguamiento. Disminuye su capacidad de captación de lluvia, esta no infiltra y por lo tanto no se dispone de agua para el crecimiento de lo que vaya quedando de vegetación. El pisoteo de la hacienda con pezuñas sobre un suelo desnudo agrava los daños.

En donde se producen granos, las equivocadas técnicas agrícolas deterioran el suelo. En las regiones con pendiente, la erosión hídrica acumulada por más de un siglo de explotación produjo la pérdida de espesor de suelo. Igualmente ocurre en aquellas donde las características intrínsecas del suelo y clima predisponen su voladura: la erosión eólica ha sido el agente erosivo.

La actividad productiva sin reposición de nutrientes ha conducido al progresivo empobrecimiento de la capacidad química del suelo de continuar abasteciendo el crecimiento vegetal. El contenido de materia orgánica de un suelo, sencillamente su contenido de carbono –carbono orgánico del suelo–, es un componente fundamental y también un indicador “testigo” de su salud y potencial productivo. Los mejores suelos argentinos han perdido en término medio un 50% del carbono original en un cortísimo período de explotación de algo más de un siglo.

La labranza inadecuada, rutinaria y repetitiva destruye la estructura del suelo y produce compactaciones en superficie y en profundidad. La falta de un plan sistemático de secuencia de cultivos que aporten carbono por sus rastrojos y raíces determina una pérdida progresiva del contenido de materia orgánica, que a su vez dispara compactaciones y disminución de su capacidad de infiltración y almacenaje de agua y limita el crecimiento radicular. La disminución de la infiltración origina mayores volúmenes de escurrimiento de aguas que producen inundaciones en los bajos. A su vez, la interrupción total del ciclo natural del suelo, impidiendo el crecimiento vegetal que incorpore carbono por largos períodos, no solo desbalancea el necesario equilibrio de materia orgánica, sino que la utilización de menos agua que la disponible dispara inundación y ascenso de las napas, y esto, en gran parte del territorio nacional, produce salinización, porque nuestras freáticas son generalmente salinas.

Sea por codicia, por desesperación o por ignorancia, flotamos sobre una tragedia imperdonable a una sociedad que se dice agraria.

 

La Agricultura de Conservación en Argentina

El Sistema Nacional de Ciencia y Técnica propone reemplazar la EAP por la Agricultura de Conservación (AC), sistema de producción que permite utilizar el suelo manteniendo sus cualidades intrínsecas indefinidamente. Sus prácticas o técnicas son conservacionistas, en contrario de las prácticas deteriorantes de la EAP. Estas prácticas permiten mantener –y aún mejorar– la calidad del suelo en simultáneo con la prevención y el control de la erosión. El sistema de ciencia y técnica ha desarrollado alternativas superadoras de esta crisis, particularmente para las regiones pampeana y chaqueña. En muchos ambientes es posible recuperar un suelo degradado. En casi ningún ambiente es posible recuperar un suelo erosionado. La degradación es reversible hasta cierto punto, la erosión es irreversible.

Cada suelo, con el ambiente “que tiene encima”, constituye una unidad de potencialidad productiva determinada, presentando un comportamiento específico, y no debería ser utilizado más allá que lo que permitirían sus características. Superar este límite, excediendo su capacidad, es explotarlo: esto es lo que ha hecho la sociedad nacional durante su corta historia. Es necesario conocer cada suelo, entendiendo su funcionamiento, para utilizarlo con criterio conservacionista.

Existen varios métodos de clasificación de suelos según su potencialidad productiva: el de Capacidad de uso del USDA (Departamento de Agricultura de Estados Unidos), el de Capacidad de uso mayor de tierras del IICA (Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura), el de Evaluación de tierras de FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y otros. El de Capacidad de uso del USDA determina ocho categorías o clases, ordenándolas según la severidad de sus limitaciones y riesgos, siendo los de Clase I aquellos sin limitaciones; los de Clase II a IV con limitaciones; los de Clase V y VI de uso ganadero; los de Clase VII de uso forestal; y los de Clase VIII no aptos para uso agropecuario ni forestal.

Entendiendo a la agricultura como la actividad de cultivar plantas y criar animales, la Agricultura de Conservación será aquella que practique cultivar plantas y criar animales conservando los recursos naturales que utiliza –en particular suelo y clima– sin adoptar esa odiosa separación entre agricultura y ganadería, tan rioplatense. En este sentido, podría utilizarse el concepto de ganadería conservacionista cuando se practique aplicando los principios de la AC, que la incluye.

El Desarrollo Sostenible ocurre sobre tres ejes: la eficiencia productiva, el equilibrio ambiental y la equidad social. En un futuro próximo, toda actividad socio-productiva deberá conducirse considerando estas premisas. Un componente básico del territorio –entendido como entidad global que incluye recursos naturales y humanos y sus relaciones– es el suelo, soporte de la sociedad y recurso productivo y de esparcimiento. Su deterioro ha sido una de las más frecuentes causantes de involución de sociedades humanas.

En Argentina, hace 45 años fueron enunciados los principios de la AC y las alternativas de su implementación en condiciones de campo. En 1977, la Experimental Marcos Juárez del INTA organizó el Primer Congreso Nacional de Labranza Conservacionista, en el que se expusieron las alternativas técnicas debidamente evaluadas para prevenir y controlar la erosión, en particular la hídrica. En 2004, en la VII Jornada Don Mario de actualización en soja, realizada en Pergamino, técnicos de INTA presentaron el Modelo AMG (Andriulo, Marie, Guerif) de balance de carbono para los suelos pampeanos. Ambos eventos técnicos presentaron los elementos necesarios y suficientes para que toda nuestra sociedad agraria tome conocimiento de la AC y enderece su rumbo hacia un mejor trato del recurso.

Existen numerosas y potentes evidencias de la conveniencia productiva, ambiental y social de la utilización de la AC para todos los ambientes de todas las regiones del país. Sin embargo, no está ocurriendo el reemplazo de la explotación agropecuaria por la Agricultura de Conservación. En la región pampeana, una práctica como la siembra directa, adoptada aisladamente, logró suavizar la pendiente de destrucción, pero no modificar su dirección, y así también ha ocurrido con otras prácticas. Se trata de reemplazar un sistema, no de algún componente aislado.

La AC utiliza técnicas o prácticas conservacionistas que requieren prácticamente los mismos insumos y equipos que la EAP. La disponibilidad de personal exigido para pasar de la EAP a la AC es suficiente, pero debe invertirse en estos recursos humanos, capacitando a todos los actores, tanto para conocer y comprender los fenómenos de deterioro del suelo, como para operar las técnicas de conservación. No existen requerimientos financieros adicionales para pasar de un sistema a otro y, además –y es necesario explicitarlo– la disponibilidad de recursos monetarios en el sector agrario es extraordinariamente abundante en Argentina, y se extraen de la sociedad agraria para dirigirse hacia otros destinos que no son los del interés nacional.

La AC permite producir sin provocar deterioro en el suelo, con dos objetivos: limitar su pérdida en cantidad –impedir la pérdida de volumen de suelo que es la erosión– y evitar la pérdida de su calidad productiva intrínseca, denominada en términos generales degradación, como pérdida del grado. Veamos sus aspectos generales.

 

Cómo evitar la erosión

Para evitar su pérdida en cantidad se procede a prevenir su erosión por agua o viento o, en caso de no poder evitarla, controlarla aplicando diversas prácticas. Para controlar ambos agentes erosivos se dispone de técnicas que consisten en disminuir –y de ser posible anular– la velocidad en que ambos agentes se mueven sobre el suelo, fenómeno que es el origen del arrastre de las partículas del suelo.

Un aspecto clave para evitar ambas erosiones es mantener el suelo cubierto de una masa vegetal, viva o muerta, que ofrece rugosidad en superficie y una consistente masa radicular dentro del suelo, que le confiere mayor resistencia a su desagregación y su posterior transporte o voladura. Este aspecto contrasta con la agricultura tradicional que aplica variados métodos de laboreo, desmenuzando su estructura y despojándolo de cobertura. Ampliando esta consideración, puede afirmarse que la mayor parte del laboreo de suelos que se practica en todo el territorio nacional se realiza casi exclusivamente para que las máquinas sembradoras puedan desempeñarse eficientemente o para simplificar la siembra manual. Puede concluirse que el laboreo no es necesario en general, ni para el suelo ni para el cultivo, solo responde a las necesidades operativas de las técnicas usuales de siembra y control de malezas. La siembra directa es una técnica o práctica excelente para posibilitar la prevención y el control de erosión, ya que permite implantar los cultivos –por siembra– con mínima remoción del suelo, manteniendo los restos vegetales –rastrojos– u otra vegetación como campo natural, cultivos de cobertura, pasturas, etcétera.

El cultivo de pasturas perennes –o permanentes–, sean naturales o introducidas, es una alternativa formidable para producir protegiendo al suelo de la erosión cuando se manejan con criterio conservacionista, sea por pastoreo directo de la hacienda, como cuando se hace cosecha mecánica de forraje.

En el caso de erosión hídrica se recurre a la sistematización del terreno mediante el diseño de estructuras que disminuyen la velocidad de escurrimiento del agua de lluvia que no infiltra y que la conducen de forma ordenada. La sistematización puede instalarse con variados componentes: terrazas de tierra cultivables de base ancha o estrecha y fijas –no cultivables– construidas ambas a distancias regulares y con pendientes ajustadas a las condiciones de suelo y lluvia locales. Constan también de desagües empastados –o no–, con retardadores de velocidad –o no–, que conducen el escurrimiento hasta desagües mayores o canales que terminan en arroyos o ríos.

En el caso de la erosión eólica se recurre a variados sistemas de barreras cortavientos, diseñadas según las características locales de suelo y clima. Se disponen a variadas distancias y direcciones, con plantación de árboles, arbustos o franjas de cultivo permanentes, técnicas diseñadas e instaladas para evitar ofrecer suelo desnudo sobre el que actúe el viento levantando sus partículas y también interrumpiendo la circulación del aire para disminuir su velocidad.

La prevención y el control de erosión como sistema de conservación se basa en la Ecuación Universal de Pérdidas de Suelos, una fórmula empírica desarrollada hace decenios por el Soil Conservation Service (SCS) del USDA y luego ajustada y actualizada por muchísimos institutos técnicos de todo el mundo, entre ellos el INTA desde 1975. Es conocida como USLE y su versión revisada USLE/RUSLE. Esta fórmula calcula las pérdidas de suelo que ocurren para un sinnúmero de situaciones, y al aplicarla modificando valores de sus parámetros permite elegir cuál es el modelo de sistematización para mantener las pérdidas de suelo dentro de un límite tolerable.

 

Cómo evitar la degradación

Un componente fundamental del suelo es su materia orgánica, más sencillamente el Carbono orgánico del suelo: aproximadamente 58% de la materia orgánica. Dada su trascendencia, además de componente es considerado el indicador universal de la calidad del suelo –con algunas excepciones. Mantener un cierto nivel de materia orgánica o Carbono orgánico es un aspecto fundamental para conservar la calidad de un suelo.

En cuanto a la conservación de la calidad del suelo, existe otro componente que debe ser considerado y es la dotación de nutrientes minerales que posee y que suministra los minerales requeridos para el crecimiento vegetal. Hoy es posible realizar un balance de carbono y un balance de nutrientes para cada suelo, considerando un plazo de tiempo con el objetivo de observar la tendencia que manifiestan esos balances. Es posible entonces determinar un balance que informa pérdida, ganancia o neutralidad, tanto para carbono como para cada uno de los nutrientes esenciales.

El mantenimiento del nivel de carbono de un suelo es el resultado entre lo que ese suelo “gana” y lo que “pierde” de carbono a lo largo del año. Ese es el balance de carbono. Los ingresos –la ganancia de carbono– están dados por la fijación de carbono atmosférico que las plantas realizan mediante fotosíntesis y que incorporarán al suelo en un plazo variable, y que está determinado no solo por lo que suelo, clima y cultivo incorporan, sino por el uso que el ser humano hace de esos tejidos vegetales, cuánto y cómo cosecha, qué deja en el campo, cómo fertiliza el cultivo, y un sinnúmero de factores que contribuyen a estos ingresos. Los egresos de carbono ocurren por causas naturales, tanto porque naturalmente los microorganismos del suelo consumen materia orgánica, liberando carbono al aire, como por actividades humanas, al retirar grano, forraje y rastrojos del cultivo, y también por las técnicas que fueron usuales, como la quema de rastrojos, que enviaban al aire cantidades enormes de carbono. En término medio. la llanura pampeana ha perdido más de la mitad de su Carbono orgánico en solo un poco más de un siglo de EAP.

La materia orgánica es responsable en gran parte de la cohesión entre las partículas minerales del suelo –arcilla, limo y arena– aún en aquellos con presencia de piedras. Esa cohesión determina la existencia de espacio poroso dentro del suelo, y esta porosidad contribuye tanto al crecimiento y la exploración radicular, como al intercambio gaseoso e hídrico dentro del suelo, y a la dinámica química y biológica que gobiernan la vida dentro del suelo.

El espacio poroso está conformado por conductos de distintos tamaños, mayores y menores de 60µ de diámetro. Los de mayor diámetro, genéricamente denominados macroporos, son los responsables del intercambio gaseoso dentro del suelo, así como del movimiento de agua, y son los que permiten la penetración y el crecimiento radicular. Esta porosidad mayor es la que puede ser alterada por las prácticas agrícolas y el pisoteo de la hacienda, de forma que el suelo superficial es “aplastado”, perdiéndola y disparando un sinnúmero de perjuicios para la producción y para el suelo mismo. En superficie, la materia orgánica –mediante esa cohesión que agrupa las partículas de suelo– contribuye a una mayor infiltración y en profundidad –contribuyendo al mantenimiento de macroporos– favorece el almacenaje de agua y el drenaje del excedente. Ambos aspectos disminuyen el escurrimiento superficial, evitando encharcamientos e inundaciones.

El excesivo laboreo compacta el suelo subsuperficialmente en las huellas de las máquinas y en las superficies de presión y corte de las herramientas de labranza. Además, al remover el suelo, le “inyecta” mucho más oxígeno del aire, y este oxígeno dispara la actividad microbiana que digiere mucho más rápido la materia orgánica disponible dentro del suelo. Sus consecuencias directas son la compactación y la pérdida de materia orgánica.

En 1999, técnicos del Grupo suelos de INTA Pergamino presentaron el Modelo de Simulación de la materia orgánica que permite estimar la dinámica del Carbono orgánico en la mayoría de los suelos pampeanos, en función de las secuencias de cultivo, sistemas de laboreo de suelos aplicados y otras variables, y predecir su evolución, para conocer su balance anual e interanual. Este modelo permite conocer la pérdida anual natural de un suelo dado. A partir de la secuencia de cultivos aplicada, el rendimiento en grano de esos cultivos y su índice de cosecha, es posible conocer cuánto Carbono se ingresa al lote y por lo tanto calcular ese balance, incluyendo además las correspondientes variaciones que ocurren, ya que no todo el carbono agregado como material vegetal termina siendo Carbono orgánico del suelo. Cuando el modelo se corre para una serie de años es posible conocer el balance en el largo plazo.

Obviamente, la provisión de carbono a un suelo o lote será dado por los cultivos que en él se practiquen. Si se pretende un balance positivo de Carbono orgánico será necesaria una secuencia de cultivos tal que el aporte de carbono exceda a las pérdidas que ocurrirán. Esto remite a rotaciones que incluyan cultivos exuberantes como gramíneas de verano e invierno en secuencia y frecuencia ajustadas para lograr esa incorporación de carbono. Esto remite a un cierto “orden” de acomodamiento de diversos cultivos a lo largo del tiempo y se denomina secuencia de cultivos.

El balance de nutrientes –en realidad, balance de cada nutriente– es la forma de medir el stock o la existencia de cada nutriente, sobre todo de las formas químicas que pueden ser tomadas por los cultivos. Esto es una indicación precisa de la fertilidad química de un suelo, como mecanismo de provisión de los minerales esenciales para el crecimiento vegetal. Se dispone de datos, información y conocimientos de cómo ocurren los cambios en la disponibilidad de cada nutriente y para cada cultivo.

Excepto por el mecanismo biológico que permite a las plantas de la familia botánica de las Leguminosas fijar Nitrógeno del aire (FBN), todos los demás nutrientes son suministrados por los componentes minerales del suelo. De forma que, desde una muestra de suelo representativa, por métodos de laboratorio rutinarios y seguros, es posible conocer con certeza su disponibilidad para un cultivo y época determinados. La práctica anual permite conocer la evolución de ese contenido y planificar la aplicación de los nutrientes escasos mediante fertilización, que será diferente según las estrategias seleccionadas, pero que siempre permitirán conocer el balance nutricional de un nutriente en particular. La fertilización es otra herramienta que permite conservar la calidad de un suelo, en este caso de su fertilidad química –la fertilización puede mejorar la fertilidad de un suelo. Mantener una existencia adecuada de cada nutriente exige un plan ordenado de fertilización de todos ellos, excepto por la posibilidad de incorporar nitrógeno vía biológica utilizando leguminosas –que también deberán participar dentro de una secuencia de cultivos.

Respecto a los agentes bio que pueden afectar a los cultivos, disminuyendo su rendimiento o su calidad, la AC dispone de un conjunto de prácticas en un sistema que llamamos manejo integrado de plagas, malezas y enfermedades, disponiendo de medios químicos, biológicos y de prácticas culturales que ofrecen una enorme paleta de posibilidades de prevención y control. En este caso es necesario un entrenamiento específico para aplicar estas prácticas y asumir el compromiso de utilizar técnicas e insumos del más bajo impacto ambiental.

La secuencia de cultivos con alternancia de aquellos para granos y de forrajeras plurianuales para pastoreo directo –conocida en la región pampeana como rotación mixta– resulta probadamente mejoradora del suelo cuando se realiza con criterio conservacionista. En toda la región pampeana esta rotación mixta funcionó aceptablemente bien durante casi un siglo, combinando cultivos para granos con alfalfa en principio, y luego con pasturas de leguminosas y gramíneas. En estas pasturas permanentes la leguminosa aportaba nitrógeno de origen bio y las gramíneas “construían” suelo con sus raíces en cabellera. Si en la etapa forrajera se aplicaban técnicas conservacionistas como el pastoreo rotativo, la permanencia plurianual de la pastura lograba una franca recuperación de la calidad del suelo y simplificaba la prevención y el control de erosión. Este modelo productivo virtuoso finalizó abruptamente, por dos motivos. Uno de ellos fue la disminución de la oferta nutricional, particularmente de fósforo, que limitó el crecimiento de la leguminosa e indirectamente la productividad de las gramíneas, abandonando entonces las pasturas; y el otro fue la mayor rentabilidad y simplicidad de los cultivos para granos, en particular la soja.

Las actividades productivas que se intentan en cada sitio suelo-clima deben adecuarse a la potencialidad de ese tándem: adecuar el uso que se haga de ellos a su capacidad es una necesidad imperiosa para la sociedad nacional. Forzar su uso explotándolo es un error que se paga más temprano que tarde.

La AC propone utilizar prácticas o técnicas de cultivo que sean conservacionistas, que respeten los principios arriba enunciados, tendientes a mantener o aún mejorar las propiedades de nuestros suelos, y simultáneamente a prevenir y controlar los fenómenos erosivos –cuando no puedan ser anulados– para producir con un mínimo o nulo impacto ambiental.

 

La problemática política de la conservación de suelos

Utilizar el suelo y no explotarlo es un imperativo ético, y como tal remite a la conducta política de habitantes, ciudadanos y sociedad involucrados en el uso y manejo del recurso. Ninguna de las iniciativas desarrolladas en los últimos 60 años logró revertir la crisis silenciosa del suelo. Instituciones de los estados nacional y provinciales, como un sinnúmero de entidades civiles de diferente naturaleza, encararon acciones tendientes a poner en evidencia y superar la crisis de nuestros suelos. Piadosamente podemos afirmar que sus resultados han sido pobrísimos. Las evidencias del deterioro del recurso superabundan. Entonces, carece de sentido sobrecargar información y conocimientos con nuevos estudios para alcanzar el mismo diagnóstico: estamos consumiendo nuestro suelo irreparablemente.

La reflexión sobre esta crisis determina dos interrogantes: a) porqué se continúa practicando la EAP; y b) a quién corresponde la conservación del suelo. La respuesta al primer interrogante remite a la tradicional búsqueda de rentabilidad de corto plazo que caracterizó la ocupación del territorio nacional desde la colonia, con su racionalidad económica de factoría, y que no ha sido reemplazada por criterios económicos que contemplen costos ocultos y externalidades en el largo plazo. Decididamente, será mejor para la sociedad nacional que los actores que actúan sobre y con el suelo y buscan renta de corto plazo se pasen al sector financiero –que seguramente genera más dinero– y dejen la actividad a los verdaderos productores, que son quienes asumen un comportamiento conservacionista en relación al suelo –y al ambiente.

La respuesta al segundo interrogante es sencilla: el propietario o la propietaria son quienes definen el sistema de producción que se aplica en su propiedad: les corresponde aplicar o gestionar la AC, ya que es a ellos a quienes el Estado provincial les ha entregado la potestad omnímoda de decidir qué hacer con ese suelo y de qué forma.

Como toda actividad humana, la agricultura en sentido amplio –insisto, aquella que incluye a la producción animal– se ejecuta en tres planos: lo fáctico, lo jurídico y lo ético. Conservar el suelo productivo, no destruirlo, es indiscutiblemente una cuestión ética –considerando aquella sencilla definición: la ética es lo mejor para todos. Para alcanzar metas fácticas de conservación de suelos debemos avanzar en la construcción de un marco jurídico que directamente obligue a abandonar la EAP para practicar AC, y esto remite al ámbito de lo jurídico como herramienta que indique el camino de transición de un sistema a otro. La Constitución Nacional indica el mecanismo para la construcción de un marco jurídico incluido en una Política de Estado en Conservación de Suelos, estableciendo requisitos mínimos de uso y manejo ajustados a su potencial productivo sin forzarlo. El mecanismo legal de inducción al cambio de sistema aparece como única alternativa, dado que después de dos siglos de vida independiente no se percibe ninguna tendencia hacia el uso del suelo en reemplazo de su explotación. Lamentablemente, en muchas regiones del país llegamos tarde, pero hay que intervenir en lo que resta, que es mucho y bueno.

 

Una política de Estado en conservación de suelos

La política de Estado debe contemplar la legislación –lo jurídico– y las acciones concretas –lo fáctico– apoyadas ambas en la necesidad impostergable de cambiar el sistema de producción –lo ético. Exige poner en línea a todos los estamentos del Estado –Nacional, provinciales y municipales– y sus instituciones –ministerios de Agricultura, Ganadería y Pesca, de Desarrollo Productivo y de Obras Públicas–, pero alcanza también a aquellos como Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación, Ambiente y Desarrollo Sostenible y Economía, que participan indirectamente en la actividad agrícola. Exige también que todos los actores de la agricultura nacional –de nuevo: agricultura es hacer cultivos y criar animales– estén comprometidos en el mantenimiento del bien común. Individuos e instituciones, propietarios y contratistas, gremiales de productores grandes, medianos y chicos, territoriales o no, de industriales del sector agroalimentario, agro metalmecánica, agroquímicas, técnicos y personal de campo, políticos y ciudadanía, deben quedar del “lado de adentro” de la AC.

Obviamente, existen sectores de la actividad agrícola –de nuevo en sentido amplio– que, estando cómodamente instalados mediante el uso de la explotación agropecuaria, son refractarios a un cambio de la magnitud del pretendido. La respuesta a esta resistencia deberá operarse desde la política, primero asumiendo que esta crisis silenciosa afecta a la sociedad en su conjunto, que no es ético continuar promoviendo una forma de actividad deteriorante del recurso y que existen alternativas superadoras; y segundo, mediante una legislación que obligue a reemplazar la explotación por un sistema que permita un uso indefinido del recurso, y que en nuestra opción es la AC.

La participación de los medios de comunicación es esencial para instalar la problemática y sus alternativas de solución, y para contribuir al necesario debate comunitario que requiere semejante desafío.

El sistema de Ciencia y Tecnología ha acumulado conocimientos y experiencias suficientes para contribuir a la elaboración, puesta en funcionamiento, seguimiento y mejoramiento progresivo de una política de Estado en conservación de suelos. Además, existen experiencias cercanas que pueden aportar ideas y métodos sobre cómo construir ese proyecto, en particular la uruguaya y la estadounidense. Reconociendo la distancia entre la realidad argentina con la oriental o la estadounidense, es posible identificar una coincidencia básica entre ellas: su base fue la fusión de liderazgo técnico con voluntad política, y si bien encontramos liderazgos técnicos sobre el tema en cada región argentina, carecemos en contrario de voluntad política en todas ellas.

Se requieren conocimientos y experiencia técnica de los que la sociedad argentina dispone, pero seguramente no disponemos de conciencia pública y compromiso territorial en cantidad y calidad para poner a andar un proyecto consistente y progresivo que atienda a la necesidad histórica de proteger a nuestro suelo.

Sin suelo fértil no hay futuro.

 

Fernando Martínez es ingeniero agrónomo (UNR). Fue jefe de la Agencia de Extensión Rural INTA Casilda.

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