La Argentina y una nueva oportunidad de desarrollo

Hace unos días leía una editorial de Jorge Alemán que manifestaba que la utopía del peronismo residía en pretender resolver las contradicciones existentes en su seno en forma no antagónica. Efectivamente, Perón diseñó el dispositivo del Movimiento Peronista para que fuera mayoritario y pudiera abarcar la diversidad del Movimiento Nacional y Popular de la Argentina reconociendo las diferencias internas, la existencia de intereses distintos y de metodologías de trabajo diferentes, y propuso que esas discrepancias se resolvieran mediante mecanismos orgánicos y de forma no antagónica, impulsando un proceso evolutivo que sintetizó con el concepto de “cabalgar la evolución”. El gran secreto para lograrlo reside en no perder de vista al verdadero enemigo. Algo que a lo largo de nuestra historia en muchas ocasiones resultó más sencillo de enunciar que de implementar, favoreciéndose el ascenso de aquellos que le generaron un gran daño al pueblo argentino.

Una Patria Justa, Libre y Soberana es aquella que alcanza el desarrollo con pleno empleo, y para imponerse debe superar al sistema de intereses del subdesarrollo que cada vez que gobierna primariza y endeuda a la economía, destruyendo empresas, endeudando al Estado y expulsando del sistema de derechos a gran cantidad de argentinos y argentinas, de modo de debilitar a las fuerzas del trabajo y maximizar el excedente que termina transferido al exterior.

El bimonetarismo es el emergente más claro de la debilidad de nuestro sistema económico: es la expresión de la pérdida de capacidad de nuestra moneda de ser reserva de valor. En la confusión que logra instalar, el neoliberalismo periódicamente expone como solución a este déficit la eliminación total de la moneda nacional y su reemplazo por la divisa extranjera. Es como si a un enfermo le propusieran morirse para terminar con su enfermedad. Un Estado sin moneda pierde una herramienta fundamental para hacer política económica soberana.

Nuestro gobierno asumió esta etapa con plena consciencia de las restricciones que heredaba, después de cuatro años de gestión macrista muy destructivos para el sistema económico nacional: tres de los cuatro años con fuerte caída del PBI, 25.000 PyMEs destruidas, desempleo creciente, 20% de pérdida de la capacidad adquisitiva promedio de los salarios –llegando a 37% en el caso de los sectores informales–, 48% de pobreza, y regreso del hambre a muchos hogares argentinos. Todo ello en un marco de inflación del 54%, cesación de pagos externos e internos producto del sobreendeudamiento de 100.000 millones de dólares tomados en sólo dos años, de origen exclusivamente especulativo, para financiar una fuga de más de 86.000 millones de dólares, y con el regreso del FMI a través de un crédito inédito por su dimensión, que debía reintegrarse en sólo dos años y medio. ¡Nunca está de más recordarlo! Macri hizo el trabajo más dañino, sin pandemia y sin guerra, producto sólo de su concepción –que ratifica cada vez con más fuerza– que expresa al sistema de intereses claramente antinacionales.

Las primeras medidas de nuestro gobierno fueron redistributivas: tarjeta Alimentar y bono a los jubilados con la mínima. La Argentina comenzaba a crecer. Se desató la pandemia, que paralizó las cadenas de producción nacionales y mundiales, entorpeció el comercio y encareció la logística y el transporte internacionales. Sembró mucha muerte y mucho dolor. También tuvo su aspecto positivo en nuestro país: permitió ver la importancia de tener una industria y un sistema científico tecnológico que, aunque debilitados, mantenían capacidades para atender las necesidades de la población, reconstruir el sistema sanitario y dar asistencia a todas las personas que la necesitaron. Se garantizó el mantenimiento de los puestos de trabajo, con moratoria impositiva; reprogramación financiera; pago de salarios privados desde el Estado; subsidios generalizados; bonos y gratuidad de los remedios a los jubilados. Se trató así de minimizar los daños de una situación inédita. Lamentablemente, esta situación golpeó más a los sectores de servicios personales e informales que más demandan asistencia. En ese marco se logró renegociar la deuda externa con acreedores privados, postergando pagos y con una quita de intereses por 37.000 millones de dólares. Quedaba el grave problema de la deuda con el FMI –es decir, con el sistema de poder político y económico mundial– que generalmente, con la excusa de lo que ellos denominan reformas estructurales, imponen condiciones recesivas para garantizarse su cobro. Se logró una renegociación inédita, sin reformas estructurales, que esencialmente despeja incertidumbres y permite ganar cuatro años para encarar las políticas que modifiquen las condiciones del subdesarrollo. Esta negociación –debatida por primera vez en el Congreso Nacional, lo que constituye un antecedente inédito que enaltece nuestra democracia– dejó expuesto un conflicto interno que todavía ocupa el centro del debate político nacional, relegando a un segundo plano la disputa con los adversarios que aspiran a reinstalar el proyecto neoliberal y la necesaria discusión sobre cómo sentar las bases definitivas del desarrollo nacional. En ese contexto se inicia una guerra por la ocupación rusa de Ucrania, acelerando una inflación internacional que nos impacta de lleno por nuestra inflación de base.

Aun así, es tan importante el potencial de capacidades personales y económicas de nuestra comunidad que logramos recuperar en un año la caída producida por los cierres ocasionados por la pandemia, cuando los mejores pronósticos preveían que lo haríamos en cinco años. Lo hicimos empujados por la dinámica del sector agropecuario, el petróleo y el gas, la industria, la construcción y los servicios de densidad tecnológica. Todos ellos ubican el empleo de la capacidad instalada no sólo por encima de la prepandemia, sino también de la precrisis macrista del sector externo de abril de 2018. No fue magia, ni casualidad, sino el resultado de haber priorizado la capacidad productiva con políticas activas. Son procesos complejos que llevan su tiempo de maduración, por lo que la dimensión del trabajo recuperado no ha permitido aún restituir toda la capacidad adquisitiva brutalmente demolida durante el macrismo, sobre todo en el sector del empleo informal y de los servicios personales especialmente afectados por las características de la pandemia. Pero haber priorizado el crecimiento es la condición necesaria para esta recuperación en base a empleo genuino, con derechos y capacidad retributiva.

Dos amenazas acechan sobre el horizonte: a) la aceleración inflacionaria motorizada por la guerra en Europa que impacta sobre los alimentos y la energía; y b) la disponibilidad de divisas, que siempre ha sido la principal restricción al crecimiento y que luego del gobierno macrista acentuó su escasez, a través del endeudamiento público y privado promovido. Para neutralizarlas debemos sostener el crecimiento, cubrir con política de ingresos las necesidades de nuestro pueblo y garantizar la estabilidad a pesar de las restricciones heredadas. Para ello es imprescindible ampliar la producción exportable, no sólo del sector agropecuario –que por su tradicional carácter de principal proveedor de divisas ejerce una fuerte extorsión política–, sino potenciando a los sectores mineros, energéticos e industriales que el mundo demanda y donde la Argentina tiene un enorme potencial a desarrollar. La oportunidad existe y las negociaciones desarrolladas con los acreedores de la Argentina nos dan el paréntesis de tiempo adecuado para aprovecharla. De nuestra unidad política dependerá si seremos capaces de maximizar esa oportunidad –traducida en valor agregado y calidad de vida para nuestro pueblo– o si le damos ventaja a nuestros adversarios para que una vez más expolien las riquezas de la Argentina, debilitándonos como Nación. Unidos o dominados sigue siendo la consigna, no sólo como continente, sino también para la política doméstica.

 

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