Enamorarse del crecimiento: la economía después de la pandemia

En la Argentina trabajan o buscan trabajar aproximadamente 20 millones de personas, de las cuales dos millones no encuentran empleo. De las restantes 18 millones, trabajan en el sector informal cerca de 6,5 millones, y otras dos millones están en otras situaciones de precariedad laboral: autoempleo, subempleo, etcétera. Es decir, de un total de 20 millones de personas que desean trabajar, más de 10 millones están excluidas del mercado laboral formal, en tanto solo un poco más de 8,5 millones tienen empleos formales estables. Unas 6,5 millones de esas personas trabajan en el sector privado.

Cualquier sendero de desarrollo sostenido para la Argentina, cualquier solución duradera a la situación de pobreza de más del 40% de los argentinos, requiere revertir dramáticamente esta radiografía del mercado laboral argentino: entre la mitad y dos tercios de nuestros recursos humanos están subutilizados. Para que una economía crezca se requiere que una porción cada vez mayor de su fuerza laboral sea absorbida por sectores dinámicos de alta productividad. En nuestro caso, estos sectores necesitan más que duplicar su tamaño actual.

¿Cómo hacerlo? No es la intención de este artículo delinear un plan. Sí, en cambio, quiero revisar dos aspectos que considero importantes: el espíritu de base y algunos puntos comunes que he visto en algunos planes que han circulado entre los equipos técnicos del Partido Justicialista.

 

Cómo pensar el crecimiento

Según dijimos, tenemos que pasar de seis millones de empleos privados formales a no menos de 14 o 15 millones. ¿Suena mucho? Es muchísimo, un desafío majestuoso, quizás comparable al que enfrentó Néstor Kirchner en 2003, cuando partió de 3,5 millones de empleos privados –¡la mitad de los de hoy!– y en pocos años los duplicó. Lo que permitió que esto ocurriera fue el crecimiento a “tasas chinas”: siete u ocho creciendo a una velocidad que no se registraba hacía más de 100 años en nuestro país.

¿Qué es lo primero que se necesita ahora para que ello ocurra? Ambición, grandeza. O –dicho en palabras que alguna vez le escuché decir a Carlos Leyba– necesitamos una generación de economistas enamorados del crecimiento.

El gobierno nacional debería desechar cualquier plan que no genere al menos un millón de puestos de trabajo por año. Para ello, se necesita como mínimo una tasa de crecimiento de 6% anual, si no más. Todo, absolutamente todo lo que no logre estos objetivos debe ser desechado. Este debe ser el objetivo de mínima, y todas las demás variables deben ajustarse detrás. “Los números deben cerrar con la gente adentro” es una síntesis genial. Con descaro, me permito reformularlo. La gente debe estar adentro, hagamos los números y resolvámoslo. No hay tarea más importante que esta. No debemos aceptar plan B, ni negociar subóptimos. Que millones de argentinos permanezcan en la pobreza, que deban esperar unos años para ser integrados a la sociedad, no es subóptimo: es injusto e indeseable.

La primera buena noticia es que este desafío no es nuevo para el peronismo. Lo tuvo Perón en el 46, lo tuvo Néstor en 2003, lo tenemos hoy. La segunda buena noticia es que hay algunos compañeros que han elaborado planes, quizás perfectibles, pero que demuestran que la búsqueda de nuevos horizontes existe. Probablemente no estén en las consultoras de la city, ni en los economistas de las agencias de desarrollo. Pero están, y solo hay que coordinarlos.

Ahora sí, paso a enumerar algunos componentes que vi en algunos de esos planes, que en muchos casos rompen con la lógica tradicional. Lo que sigue no es un decálogo taxativo, sino un punteo subjetivo de aspectos novedosos en algunas propuestas que han circulado.

 

Planes de crecimiento: componentes comunes

  • Primero el trabajo. Todas las inversiones y planes de desarrollo deben ser realizados priorizando aquellos que son más intensivos en empleo. Por ejemplo, no es lo mismo invertir 100 millones de dólares en un plan de viviendas que en un puente sobre un río. El primero tendrá un impacto mucho mayor en el empleo. Otro ejemplo: entre el desarrollo de biocombustibles como el etanol o el petróleo, vale la pena considerar el impacto de una y otra alternativa en el empleo y las PyMEs argentinas.
  • Nuevas modalidades de organización. La mayor parte de los planes apuestan al cooperativismo y a la economía social como nuevas modalidades de organización, con mucho mayor potencial de generación de empleo que la simple apuesta a los grandes empresarios. El establishment es el que es: más que confrontarlo, hay que buscar alternativas que hagan lo que los grandes grupos empresarios no harán.
  • Priorizar el uso de divisas. Antes de la crisis de la deuda en 2018, el saldo neto de divisas por turismo era negativo por 10.000 millones de dólares anuales. Esos mismos fondos, vertidos al mercado interno, podrían haber generado hasta 500.000 puestos de trabajo. Como ese ejemplo hay muchos otros. La Argentina debe asegurarse de que las divisas que genera se orienten a inversiones productivas que generen empleo y modernicen su estructura económica. Todo lo demás, puede esperar.
  • Ahorro interno. Los argentinos año tras año ahorran más dinero del que se invierte en el país. Retener el ahorro argentino es fundamental para no estar sujetos a los vaivenes y estados de ánimo de los mercados internacionales.
  • Ciencia y tecnología. Un kiosco que emplea a tres personas no requiere inversión en ciencia y tecnología. Una economía que crece y busca oportunidades dinámicas de atraer trabajadores a segmentos de alta productividad, sí. Si queremos que nuestra fuerza laboral obtenga trabajos de alta remuneración, debemos aumentar sostenidamente la inversión en ciencia y tecnología.
  • Aumento de la tasa de inversión. La inversión en capital productivo debe saltar drásticamente. ¿Necesitamos “tasas chinas” de crecimiento? Mejoremos la tasa de inversión, que es lo que hacen los chinos.
  • El Estado como garante. El punto anterior quizás haya sonado a expresión de deseo. Claro que todos quieren que aumente la inversión. ¿Cómo hacerlo? Al mirar la experiencia de los países que han transformado su estructura económica en la magnitud que necesita la Argentina, se ve siempre un Estado que se ocupa de que ello ocurra. En algunos casos, como en China, invirtiendo directamente y movilizando el ahorro hacia fines productivos. En otros casos, como el coreano, organizando al sector privado para que oriente sus excedentes de ahorro hacia sectores de alta productividad. No es el mercado el que va a asignar esos recursos. El Estado debe ser el garante de que los recursos del país se inviertan en fines socialmente útiles y en emprendimientos de alta productividad.
  • Fiscalidad sana y efectiva. El Estado debe ser capaz de financiar adecuadamente su gasto y el esfuerzo de inversión que se requiere. Sin finanzas saneadas, no hay Estado eficaz. El uso de fondos públicos debe orientarse cada vez más a la inversión que el sector privado no realizará ni ha realizado nunca. Esto es un desafío enorme, ya que también se requiere de un Estado que garantice un piso de derechos que el mercado está lejos de asegurar. Por ejemplo, debemos sanear urgentemente el déficit en las cuentas fiscales generado por el sector energético, sin trasladar el costo de ese saneamiento a los sectores de menor poder adquisitivo, y trasladar el ahorro generado a inversión productiva.

 

Una nueva oportunidad

No es mi intención caer en el optimismo cándido: sería una falta de respeto a una enorme parte del pueblo que la está pasando mal. Si la economía argentina presentaba desafíos antes de la pandemia, hoy son mucho más agudos y urgentes. Pese a ello, creo que la pandemia representa una nueva oportunidad para repensarnos. Quizás salgamos de esta crisis con algunas convicciones fortalecidas: el Estado es el que en última instancia garantiza la paz social y el bienestar de los argentinos; el establishment empresario presionará siempre por sus intereses, aun a costa de poner en riesgo la salud pública; la inmensa mayoría de los argentinos sabe solidarizarse y hasta resistir situaciones extremas en pos de un bien social superior; el Estado, solo el Estado, puede mediar entre los ciudadanos, las ciudadanas y el mercado.

También es una oportunidad para cuestionar los saberes económicos reinantes. Lo que nos trajo hasta esta situación no nos va a sacar de acá. Necesitamos una nueva organización social, con nuevos actores coordinados por el Estado. Es hora de ver nuevas caras, nuevas formas de pensarnos. Lanzarnos a un drástico cambio de modelo de desarrollo.

Es hora de enamorarse de los planes de grandeza.

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