Y te la va a seguir debiendo… Aportes para desenmascarar a los canallas

Un hombre nos sonríe desde las pantallas y nos promete que de un día para el otro se acabarán todos los males del mundo, o por lo menos los de Argentina: la pobreza será cero en menos de tres meses, lloverán inversiones desinteresadas de distintas potencias que advertirán el trabajo cordial y honesto de los gobernantes, no habrá más engaños, no existirán inútiles disputas ni nada por lo que hacerse malasangre, se terminará la corrupción, reinará la paz social, alcanzaremos la excelencia en educación, la justicia abrirá los ojos y se impartirá justamente, los sistemas de salud serán de calidad para todos, los jubilados gozarán históricamente de su jubileo, ya no habrá que pelear por los Derechos Humanos porque será tiempo de reconciliación… Y no tendremos que dedicarnos más que a ser ciudadanos tranquilos y ciudadanas cumplidoras, porque no será necesario hacer ningún esfuerzo más que el que exija el jefe, el patrón, el CEO o uno mismo, en caso de tener el mérito de ser un individuo emprendedor… De repente, una Argentina feliz parece ponerse delante de cada uno, sin preocupaciones ni conflictos. Bailamos, lanzamos globos al aire, repetimos como si fuese un mantra unas pocas palabras de escasa consistencia: “va a estar bueno”, “qué lindo”, “todo bien”. Un halo de amabilidad plástica nos envuelve y nos embarga la ilusión de una comunidad unida por la virtud de un futuro próximo sin conflictos. Pero los conflictos existen, aunque se intente eludirlos o negarlos. O peor aún: suprimirlos.

El conflicto es inherente a la convivencia humana, expresa las tensiones propias de un colectivo de seres humanos que piensan, sienten, perciben, actúan, imaginan la vida de modos distintos. Crear y habitar una comunidad requiere siempre un esfuerzo y un trabajo, donde buena parte de la “individualidad”, buena parte de eso que “yo quiero” que “vos podés”, buena parte de lo que cada uno cree “que merece”, se amalgama y se entrelaza con otros, con los deseos y necesidades de otros, para poder cuidar “lo común” que es un bien superior. El sujeto social considera al otro como a su semejante, sea quien sea, porte los rasgos que porte. El sujeto del lazo social se distingue del individuo, ya que no reduce su expresión a su bienestar y superación personal. Busca siempre “ser parte” de un colectivo que no rechaza el lazo con nadie. El sujeto del lazo social se atiene además al relato colectivo que ofrece “una verdad” para ser habitada: se hace cargo no solo de sí mismo, sino de ese otro que en el relato de lo social debe ser cuidado, contenido, respetado en sus derechos. En la medida en que el sujeto social da su palabra de manera responsable ante el otro, sus actos estarán sujetos a esa suerte de “verdad” construida socialmente, por la cual, si deja a otro fuera de lo compartido, sentirá culpa, vergüenza, angustia o algún otro tipo de sentimiento que implica que el sujeto se cuestiona a sí mismo por sus actos, sobre todo cuando está en falta frente a otros.

Pero hay una modalidad subjetiva explorada por el psicoanálisis que parece eludir esa responsabilidad. Se trata de la subjetividad canalla. Al respecto, dice la psicoanalista Marisa Morao (2006): “voy a proponer que en la modalidad canalla no se trata de sujeto, sino de individuo; el individuo canalla es portador de una conciencia que no constituye un soporte para la equivocación, es decir no se atiene a sus palabras, ni a sus actos”. Es por esto que la misma autora indica más adelante, siguiendo a J.A. Miller, que en la modalidad canalla hay una “imposibilidad de aislar en los relatos los signos de la división subjetiva, es decir culpa, vergüenza, angustia, duda, etcétera. De esta manera ciertos actos delictivos pueden ser evocados como acciones o conductas del pasado bajo una forma impune ‘eso ya pasó’, es una manera de expresar la ausencia de implicación subjetiva ‘no me implico en eso que viví-gocé’”. Miller (2000: 177) explica que se trata de privilegiar la satisfacción propia en detrimento del amor –al otro– y la verdad.

Quienes intentan sostener y justificar esta promesa de liviandad y felicidad negando la existencia de los conflictos, sin hacerse cargo del tendal de personas que quedan por fuera del mundo ideal, que se caen del mapa mientras le ponemos una sonrisa al ajuste y a la represión que requiere tal nivel de negación de la realidad, merecen llamarse canallas. Van por la vida, especialmente en las pantallas, afirmando una realidad que nada tiene de verdad, usando para ello artificios geniales, incluso con algunos rasgos heroicos. A propósito de la caracterización del canalla, afirma Lacan (1960): “esta astucia inocente, inclusive esta tranquila impudicia que les hace expresar tantas verdades heroicas sin querer pagar su precio”, señalando con claridad lo fútil de una palabra que no está dispuesta a asumir la responsabilidad de los actos. Sólo un canalla –o un equipo de canallas– puede responder “esa te la debo” mientras ocupa el cargo de mayor responsabilidad en el gobierno de una nación. No saber cuánto gana un jubilado, qué precio tiene la leche, cómo evitar un default o cuáles serán las medidas urgentes que se tomarán ante el hambre y la muerte de seres humanos debido a situaciones de carencia extrema, no es un simple error, ni es producto del desconocimiento. Afirmar que “se cae en la escuela pública” habla de una palabra dicha sin asumir consecuencias, que no se resuelve señalando al canalla como un simple tonto divertido. Continúa Lacan: “Después de todo un canalla bien vale un tonto, al menos para la diversión, si el resultado de la constitución de los canallas en tropel, no culminara infaliblemente en una tontería colectiva. Es lo que vuelve tan desesperante en política a la ideología de derecha”. O sea: “te la va a seguir debiendo”.

Viene necesariamente al recuerdo The Truman Show, película estadounidense dirigida por Peter Weir que cuenta con actuaciones de Jim Carey y Ed Harris y relata la vida del personaje Truman –homófono en inglés a true man, que significa “hombre verdadero”– en un reality show en el que vive aún antes de nacer, sin ser consciente de esto. Toda su casa, su ciudad, son decorados artificiales, y las situaciones que vive están manejadas desde fuera por los productores del programa. Cada vez que algo despierta las sospechas de Truman acerca de la veracidad de su vida, algún medio de comunicación envía una noticia que explica “racionalmente” el fenómeno, impidiendo que un acontecimiento fuera de lugar altere su percepción de realidad. Pero, tarde o temprano, la realidad se impone. Ya no es posible tapar el sol con las manos: el decorado empieza a derrumbarse, el mismo Truman se encarga de rasgar bastidores para comprobar, primero con desconcierto, luego con rabia, que su mundo es “cartón pintado”… tal vez él mismo sea un personaje de ficción. Poco a poco, lo divertido se vuelve siniestro.

Es posible que las PASO hayan mostrado que unos cuantos Truman ya se dieron cuenta de que es necesario atravesar los decorados artificiales para saber en dónde estamos. Efectivamente, estamos en medio de un campo minado, habitando una ciudad en ruinas. Pero sabremos qué hacer: construiremos con más verdad, igualdad y justicia entre nosotros. Aprenderemos de la experiencia para que nunca más volvamos a elegir la falsedad, por más dura que resulte la verdad.

El neoliberalismo ha instalado el discurso de la inseguridad minando la confianza entre unos y otros. Pero, como decía Silvia Bleichmar, nuestro problema no es la inseguridad, sino la impunidad. Si quienes gobiernan no cuidan a su gente, si se enriquecen a costa del hambre, si persiguen, estigmatizan, asesinan… si cualquier cosa vale, entonces nadie está bajo amparo. Debemos construir legalidades sin sesgos y hacerlas respetar. Freud señalaba que nadie es más grande que las leyes que nos contienen a todos: deberíamos convertir ese señalamiento anti canallas en una práctica ciudadana. Tal vez sea el desafío para quienes asuman el gobierno el próximo 11 de diciembre.

 

Bibliografía

Lacan J (1960): El Amor al Prójimo. Seminario 7, Clase 14, 23 de marzo.

Miller JA (2000): El lenguaje, aparato del goce. Buenos Aires, Diva.

Morao M (2006): “Sobre la individualidad canalla”. Dispar, 6, Buenos Aires, Grama.

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