Vuelve el peronismo. ¿Qué peronismo será?

Los resultados del domingo 11 explotaron como una bomba sobre mercados adormecidos por encuestas interesadas. Se abrió entonces un fenómeno peculiar de estas pampas, una transición que no es transición. Es transición porque todos actuaron bajo la premisa de que los resultados se reiterarán en octubre. No es transición porque no estamos en octubre, porque Alberto Fernández es apenas un popular candidato a presidente, no un presidente electo.

En un mundo ideal, donde los seres humanos cabalgan en unicornios, ambos hombres deberían cooperar en aras del interés general. En uno menos ideal, Macri se vería compelido a cooperar para no forzar al candidato más votado a estrategias similares a las de 1989, para salir por la puerta y no por la ventana. Sin embargo, el hecho de que deba mantener todavía la cohesión entre sus filas dificulta esa cooperación. Al fin y al cabo, lo único que evita la estampida es, por ahora, el hecho estadístico de que la elección real no ha tenido lugar. Pero es sintomático que Alberto Fernández convalide un dólar a sesenta pesos, y el dólar retroceda… al menos por ahora. El duelo entre los mercados y el futuro presidente se palpa en el aire, en los rendimientos que pagan los papeles de la deuda soberana, cada día más valiosos, cada día más en riesgo.

Repasemos: el próximo gobierno debería sacar al país de años de estancamiento, alta inflación, endeudamiento, tasas usurarias, políticas monetarias calamitosas. Eso significa retornar al sendero del crecimiento, con baja inflación, redistribución de la riqueza en la medida de lo posible –o al menos la promesa de evitar nuevos deterioros. Deberá lograr esos nada módicos objetivos, al tiempo que paga o posterga el pago de 156.000 millones de dólares en tres años, arrancando el año que viene. Si esa no es la definición de “bomba”, no sé muy bien cuál es.

¿Es imposible? Nada más lejos de la verdad. Requerirá, ciertamente, de pericia técnica y política. De unidad y dominio del parlamento. Pericia y consistencia en la política monetaria, coordinación entre todas las agencias públicas. De paz social y de acuerdos partidarios amplios. De sacrificios y concesiones de todas las partes, y no solamente, ni nada más que de aquellos que se sacrifican siempre. En principio, si una fuerza política puede cumplir con todos esos desafíos –crecer con baja inflación, pagando deuda y redistribuyendo la riqueza–, esa fuerza es el peronismo. No le toca un mundo fácil. La guerra comercial y monetaria entre China y Estados Unidos, el ascenso de la ultraderecha brasileña o la inestabilidad en varios países de la región así lo demuestran.

Hay dos máximas que deben tenerse en cuenta. En primer lugar, se requiere la cooperación del sector privado, tanto local como transnacional –aunque la tarea del gobierno se reduzca por momentos a proteger al primero, con base en una rica tradición que no ha hallado hasta ahora una burguesía nacional en ningún lado–, de los socios comerciales, desde Brasil hasta China, y de una experta negociación con el FMI, tarea para la que surgen nombres casi naturales. En segundo lugar, y casi como requisito, urge recobrar la autoridad del Poder Ejecutivo sobre la economía, algo que puede lograrse vía negociaciones o vía regulaciones, pero que debe lograrse a cualquier costo.

¿Estamos como en 2003? Sí y no. No es lo mismo una depresión ya consumada con explosión social incluida, que una economía en estanflación, al borde del default. En ese sentido, si no tenemos virtud y algo de fortuna, lo peor puede estar por delante. Me gusta pensar que estamos de nuevo en 1983, con la misión sagrada de renegociar los pagos de la deuda, evitando el default y controlando la inflación –peligro sensiblemente más bajo, pero igualmente creíble. No es retórica refundacional, basta mirar los números para darse cuenta de que realmente venimos muy mal.

La versión democrática del óleo de Samuel parece encaminada a dictaminar que el encargado de la titánica tarea sea un hombre preparado para esto, un tipo fogueado en crisis, capaz de formar buenos equipos, institucionalista por profesión, pero con la muñeca necesaria para darse cuenta de cuándo las instituciones requieren algo de lubricación. Ese hombre, si así lo confirma octubre, deberá, paso a paso y día a día, confiando en las infinitas energías del pueblo argentino, hallar el camino correcto para que los habitantes de nuestro suelo encuentren estabilidad, base natural de la prosperidad. Para que la democracia cure y eduque, para que podamos afianzar la justicia y la paz interior, promover el bienestar general, y para que nos encaminemos a ser un país normal, como nos propuso Néstor Carlos Kirchner. Ese hombre, ni más ni menos, es Alberto Fernández. Ojalá sepamos acompañarlo, recuperando las mejores tradiciones del peronismo, del radicalismo y de las fuerzas nacionales y populares. Las vamos a necesitar.

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