Sobre el trigo y la cizaña

Preguntas en agosto

La escarcha de agosto nos congela el alma, como un presagio de dolores nuevos. El horizonte anuncia un sol-tristeza y los pequeños pasos del pobrerío peregrinan hacia la esperanza matutina de la escuela. ¿Estará ya listo el desayuno? Se preguntan dos deseos hechos pupilas, mientras los labios perezosos ensayan sin querer el “buen día, Seño”.

¿Puede el amor de una maestra llenar de luz las penumbras del alba? ¿Puede el amor de un auxiliar de escuela convertir el mate cocido en una bienvenida para el alma?

Pero las vidas que se anhelan no podrán encontrarse. La desidia de los lacayos de los fondos buitres hace añicos el corazón del barrio. No fue una explosión. Fue un grito enorme desde las entrañas de la pobreza suburbana. Fue un llanto infinito ante tanto desprecio acumulado. Las piedras, los vidrios, las ollas y los jarritos perdieron su esencia y ahora son sólo lágrimas que ya no podrán ser lloradas.

¿En qué columna de la planilla de cálculo los gerentes de la usura contabilizarán la tristeza? Tal vez nos respondan con su sonrisa de plástico siempre igual: “la tristeza, como el salario, es un costo más”.

Dos cuerpos ya sin vida son testigos de tanta injusticia acumulada. ¿Dónde van las maestras cuando mueren? Imagino un cielo de escuelas con aulas como abrazos y con patios-siempre-soles. ¿Dónde van los auxiliares de las escuelas cuando mueren? Imagino que se pararán a la entrada de una alegría sin puertas y servirán en jarritos sin límites mate cocido eterno de sonrisas. Y mientras tanto… ¿nosotros qué hacemos con tanto dolor, tanta bronca y tanto espanto?

Propongo que sigamos marchando con el alma desgarrada en este tiempo desgarrado. Caminemos entre los escombros del dolor y vayamos recogiendo los pedacitos de dignidad escondida en los vidrios rotos y los ladrillos triturados. No parece, pero son instrumentos musicales que esperan nuestras manos para volver a sonar. Y propongo también que nos vayamos arrimando unos con otros y, así, todavía aturdidos, comencemos a afinar los corazones y las manos. Porque Sandra y Rubén seguramente no querrán que también nos roben la música de la lucha por la vida y la esperanza.

 

¡Ollas sí!

“¡Ollas no!” dicen las marcas hechas con un punzón sobre el abdomen de esa maestra. Y nada menos que en Moreno, distrito escolar golpeado por la muerte injusta de personas que dedicaron su vida a la educación.

El mensaje y la metodología dejan muchos indicios, demasiados para que los pasemos por alto: el secuestro violento en la calle, los golpes adentro del vehículo, la bolsa en la cabeza, la tortura… Todo nos recuerda un tiempo al que no queremos volver. Pero volvió, provocando un dolor inmenso, porque volvió convocado por gran parte de la población que lo llamó con su voto ciudadano. Volvió y –para usar un término informático– recargado.

Es el poder del dinero y la avaricia en su máxima expresión. Es el neoliberalismo del 76, primo hermano de los 90 menemistas, pero esta vez atendido por sus principales gerentes nacionales, porque no olvidemos que los dueños siguen siendo otros.

¿Qué nos sorprende? ¿Acaso no supimos ver los gestos que anunciaban su llegada? Le venden territorio de frontera a un extranjero y el Lago Escondido le hace dolorosamente honor a su nombre, aunque ahora debería llamarse “Lago Robado”. Mientras tanto catalogan de terroristas al pueblo mapuche que reclama sus tierras ya acordadas por ley. Asesinan por la espalda con el “gatillo fácil” y los ejecutores son premiados y ascendidos. Instalan bases militares extranjeras, mientras quieren convertir a las Fuerzas Armadas nacionales en fuerzas de ocupación de la propia patria. Convierten los remedios, los alimentos, la vivienda familiar, la educación y la salud en bienes de mercado y, al mismo tiempo, rebajan los salarios y las jubilaciones para que el pueblo no pueda adquirirlos.

Ante tanta soberbia y prepotencia, cualquier gesto que muestre el lado solidario de la persona les molesta. No les molesta si un grupo de personas desesperadas saquea un comercio, porque ellos mismos son gerentes saqueadores y en el fondo de su oscuro corazón se solazan pensando “son como nosotros”. Pero sí les molesta un grupo de mujeres sencillas de pueblo compartiendo su amor y sus lágrimas que convierten una olla de hambre en un guiso solidario. Les molesta el fueguito de la dignidad calentando la olla de la esperanza. Les molesta la vida que se resiste a arrodillarse ante la muerte injusta que cotiza en alza sus acciones en Wall Street. Les molesta Dios que se esconde en cada pobre que ellos mismos provocan. No cabe duda de que son ateos. Les molesta la verdad que les grita “hambre” en la cara plastificada de su sonrisa mentirosa. Les molesta la historia, que es mujer, y sigue pariendo la liberación de los pueblos y los humildes. Por eso la tortura en el vientre es un signo para resaltar especialmente. Ellos son los ejecutores del famoso “la letra con sangre entra”. Pueden lastimar la carne, pero la sangre colectiva de hoy se une a la sangre derramada de ayer y de todos los oprimidos y excluidos de la historia. Pueden lastimar la carne, pero el espíritu también tiene su sangre.

“¡Ollas no!”, dicen ellos y se sorprenden de que el eco del pueblo les responde con una carcajada desafiante. “¡Olla y Patria Grande!”, grita Juana Azurduy, abrazada a Carlos Fuentealba. “¡Olla y Educación!”, gritan Isauro Arancibia, Alfredo Bravo y Stella Maldonado. “¡Ollas sí!”, grita Evita, mientras escucha sonriendo a María Elena Walsh leyendo el poema que le dedicó para su muerte. “¡Olla y Solidaridad!”, escribe Santiago Maldonado en un tatuaje sobre la piel de la Patria. “Ollas sí!”, grita cada una de las mujeres dispuestas a amasarse a sí mismas como pan solidario. “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”, dijo aquel que se hizo pan. Ellos no lo entienden porque son la cizaña, el trigo falso que envenena. No importa lo que hagan los gerentes de la cizaña, mantengamos indestructible el compromiso de ser siempre trigo. En eso consiste nuestra esperanza, porque hace falta que seamos trigo para poder compartir el pan.

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