Rac & Pop

“–Praga: está claro que tampoco se puede responder a todo: hay sectores con reclamos retrógrados y hasta inhumanos. –Rosendo: el problema es no verlos. O creer que se les va a ganar solo por sentir que se tiene razón. –Praga: pensar que se gana porque se tiene razón es hermoso cuando precisamente se gana. Cuando se pierde, se le dice soberbia. –Rosendo: apa. Muy de choto eso que decís” (Pedro Saborido, Una historia del peronismo).

El presidente viene manifestando cierto hartazgo frente a la supuesta irracionalidad de las críticas que recibe su gobierno. Fernández asegura que una “minoría intensa” compuesta de “terraplanistas” políticos se empecina en cuestionar cualquier medida, sin otro motivo que el afán de confundir, producir daño, etcétera. Por su parte, el gobernador de la provincia de Buenos Aires también ha tenido intervenciones en este mismo sentido, por ejemplo, cuando le pidió a la sociedad: “no nos hagan discutir lo obvio”. Al parecer, la pertinencia de extender el aislamiento social obligatorio y preventivo (ASPO) más de 150 días es algo obvio. Unos cuantos intelectuales han acompañado este giro en el discurso presidencial. Mario Wainfeld llamó la atención sobre que, cuanto más racional y moderado se muestra el presidente, más radicales y violentos se exhiben sus oponentes. Jorge Alemán, por su parte, no dudó en plantear que hay odio y delirio en los opositores más recalcitrantes.

Un dato curioso es que la idea de que la oposición se divide entre quienes dialogan y quienes, en cambio, son “irracionales”, tiene un antecedente próximo en el discurso oficial del gobierno de Macri. Como se recordará, a través de sus voceros oficiales y de sus poderosas usinas mediáticas, la coalición calificaba como “irracional” a cualquier fuerza política que no acompañase sus iniciativas, especialmente al kirchnerismo. En aquellos días, Alberto Fernández formaba parte del amplio espectro político que nuestros adversarios denominaban “peronismo racional”. Más tarde, cuando gran parte de esta oposición comenzó a tomar distancia de la coalición gobernante, también ella fue acusada de ejercer una oposición “irracional”.

Ahora bien, cuando era el macrismo el que propiciaba este eje de confrontación, muchos creíamos que negar racionalidad al discurso o al comportamiento de un adversario era una operación políticamente nula. ¿Hay algún motivo ahora para cambiar de opinión? ¿Será que estamos pensando la situación con las categorías de nuestro adversario? Si así fuera, podría ser demasiado optimista advertir que, si seguimos por esta senda, nos conduciremos a una lamentable derrota, porque en rigor ya estaríamos parados de lleno en ella.

Al mismo tiempo, como en un extraño espejo, el ASPO ha generado las condiciones para otra llamativa alteración en el paisaje político. De pronto las calles parecen tomadas por quienes se autoperciben republicanos. Y aunque no se trata de algo nuevo, sino de la profundización de una veta que ya se había abierto durante la gestión macrista, lo cierto es que la relativa ausencia de organizaciones populares manifestándose en las calles alimenta la ilusión de que ahora ellos han ganado el espacio público. ¿Cómo interpretar esta avanzada? ¿Estamos ante la emergencia de una metamorfosis de la derecha?

Aquí cabe recordar que, cuando se convocaron las primeras marchas en defensa del gobierno de Cambiemos, allá por 2017, un sector del propio oficialismo trató de tomar distancia de ellas. No sólo por cuestiones tácticas ligadas a la derrota, implicaría una magra asistencia. Algunos dirigentes con mirada estratégica temían que, si la convocatoria era exitosa, se iniciara una reconfiguración de la praxis política del espacio y sus seguidores. ¿Será que ahora están pensando la situación con nuestras categorías? Si así fuera, ¿podríamos celebrar por anticipado un triunfo profundo, dado que con su accionar asumen la validez de un esquema de acción política que hasta hace algún tiempo parecía ajustarse tan sólo a las manifestaciones populares? En una sola pregunta: ¿es que ahora ellos son el pueblo y nosotros empezamos a ser racionales?

De ningún modo: ni ellos son pueblo, ni nosotros empezamos a ser racionales. Ellos nunca lo fueron ni lo serán, y nosotros –a pesar de nuestras propias imposturas– ciertamente ya lo éramos.

Así pues, la coyuntura parece ofrecer un singular desafío a nuestro imaginario. ¿Será este gobierno peronista, nuestro gobierno, un gobierno “racional y popular”? ¿Qué podría ser un gobierno racional y popular si no es, ante todo, un gobierno “nacional”?

 

Ezequiel Pinacchio es profesor de Filosofía y docente (UBA).

 

(Pares)

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