Pensar nacional

El título de este artículo es ostensiblemente breve, a fin de poder desentrañar su significado. Entre “pensar” y “nacional” varias puedan ser las palabras que hagan juego. Es mi deseo, que espero sea compartido, que ésta sea una primera entrega de otros muchos encuentros en torno a la riqueza del pensamiento nacional, tanto argentino como latinoamericano.

La palabra pensar es pariente muy cercana de pesar. Cuando pensamos pesamos: la realidad, nuestras propias ideas, nuestra percepción de aquello que nos rodea, etcétera. El decir popular conserva esta relación etimológica, cuando acuña frases como “son ideas vacías”, “le falta sustancia al razonamiento” –que no es más que la forma académica del tan querido “pensar al pedo”. Cuando los enemigos de la Patria se empeñaron en destruirnos, antes que con los cañones nos tiraron con formas de pensamiento sin peso, es decir, sin relación con nuestras raíces: no pensamos desde nosotros mismos, sino desde experiencias ajenas. Si un periodista famoso dice que la Argentina está en el culo del mundo, habría que preguntarle dónde está la cabeza o, más futbolísticamente: ¿cuál es la parte de abajo de una pelota? Técnicamente a esto se lo llama penetración cultural: los oprimidos asumen el pensamiento del opresor que justifica, por supuesto, la opresión misma. En América Latina explicó esta situación con particular claridad el pedagogo brasileño Paulo Freire y, antes que él, el argentino Manuel Ugarte.

 Si agregamos la palabra nacional se nos ofrecen múltiples posibilidades. Veamos sólo tres. Podemos decir “pensar lo nacional”. En esta expresión, nacional se convierte en un objeto de estudio. Tomamos distancia ante él e intentamos desentrañar qué significa, cuál es su contenido. Pensamos el qué. Un ejemplo valioso de esta postura es la obra de Juan José Hernández Arregui. ¿Cuál es la esencia de nuestra nacionalidad? ¿Cuál es el peso de nuestras tradiciones y de la historia? ¿Cómo influye el territorio y el clima en la idiosincrasia de un pueblo? ¿Cómo se conjuga todo esto en un proyecto de liberación nacional?

Podemos decir “pensar desde lo nacional”, y entonces ponemos el acento en dónde nos paramos para pensar lo que somos y lo que hacemos, desde dónde tomamos nuestras decisiones. Es evidente que un conflicto gremial no se ve de la misma manera desde el lugar de los obreros que desde el de la patronal.

Podemos decir “pensar hacia lo nacional”. Esta expresión no es tan común y quiere decir que ningún pensamiento está terminado, es más: todo pensamiento auténtico debe ser abierto a las modificaciones que las circunstancias vitales le propongan. Decir que un pensamiento está cerrado es sinónimo de afirmar que está muerto. Pensar hacia lo nacional implica que no hay pensamiento fuera de la vida, y la vida es cambio continuo. Cuando se piensa con peso, es decir, en serio, se piensa hacia un mundo mejor, más justo, más humano. Este deseo es sanamente inalcanzable, es utópico.

Por último, hay que afirmar que todo pensar nace de un hacer. Pensar abstracto es una expresión contradictoria cuando de la vida comunitaria se trata. Dicho de otro modo, no hay pensar que no sea político.

Al final de estas líneas espero que haya quedado claro que sin un desde y un hacia no sabremos dilucidar cuál es el qué. Con el desde nos unimos a nuestro pasado, a nuestras raíces y a nuestros mayores. Con el hacia nos unimos al futuro, a nuestros frutos y a nuestros hijos. Somos responsables de los dos extremos. Del equilibrio y la tensión surgirá la respuesta sobre el qué soy, cuál es el sentido de mi vida. Pero cuidado, el liberalismo y el neoliberalismo nos proponen que la pregunta y la respuesta sean individuales. De ninguna manera. Nosotros somos compañeros, es decir, las preguntas fundamentales siempre son preguntas comunitarias, por aquello de que “nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”.

Si estas palabras tienen el valor de una introducción, nos queda para más adelante profundizar algunos autores que han tratado estos temas, no a la manera de una cátedra, sino como quien conversa con un amigo, mate –o vaso de vino– mediante. Hasta la próxima, si Dios quiere.

 

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