Opinión y Realidad

Hay una tendencia suicida en la gran mayoría de nuestra dirigencia, y en buena parte de nuestra militancia, a confundir la estrategia comunicacional –en la que nos entrampa cotidianamente el enemigo oligárquico, guionado por las usinas ideológicas del Imperio– con la permanente batalla cultural que libramos los argentinos y las argentinas. La misma que viene desde el fondo de nuestra historia como Nación, para precisamente afirmar nuestra identidad como tal. La califico de suicida porque el espacio físico y virtual donde nos invitan a dirimir lo estrictamente comunicacional ha sido siempre propiedad de ese enemigo. En cambio, la batalla cultural históricamente se libró y se seguirá librando en la consciencia profunda de nuestro Pueblo, en el esfuerzo constante y permanente por reconvertir la masa amorfa e inorgánica en la que intentan sumergirnos, en un Pueblo libre que, con doctrina y organización, pueda ser artífice de su propio destino.

En otras palabras, deberíamos tener claro y saber distinguir que lo comunicacional es sólo una parte instrumental de la batalla cultural, donde prevalece siempre la opinión del que la impone por el poder de fuego de sus medios. Creer que allí radica el todo, o que es ahí donde se dirime el destino de un proyecto de Nación soberana o un nuevo Estatuto del Coloniaje, es de una imbecilidad propia de los tiempos que corren. En ella se inscriben y desgraciadamente conviven –“en un mismo lodo todos manoseaos”– comunicadores que posan de nacionales y populares con perros falderos de las corporaciones mediáticas que dicen combatir.

La aparente confrontación con la opinión publicada, televisada o “socializada” a través de las redes virtuales creadas con ese fin –hoy personalizada en comunicadores formados en las mismas aulas del colonialismo pedagógico, tanto unos como otros– poco y nada tiene que ver con la guerra cultural desatada contra los argentinos y las argentinas desde nuestros albores patrios. No en vano pensar en nacional y vivir en sintonía popular son materias que no se enseñan en las aulas o en las cátedras del iluminismo racional, sino en la práctica política, militante y de servicio que abrazamos en nuestros sueños de justicia y solidaridad.

“La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad”. En este principio de Francisco también se resume, desde otro ángulo, lo que expresamos. Precisamente, la estrategia comunicacional como herramienta predilecta y cotidiana del enemigo cultural se basa en hacer, del relato que sólo expresa su idea de la realidad, la realidad misma, prolijamente envasada para consumo de su clientela. Mientras, la que vivimos, la que vemos y sentimos como real, queda a un costado del camino, junto a la inmensa mayoría de nuestro Pueblo, descartada…

Por ello, el reduccionismo que nos lleva a confundir la guerra cultural histórica de nuestro Pueblo con la confrontación cotidiana en el terreno de la comunicación mediática –como si ésta fuera el eje vertebral de la anterior– es un error que venimos garpando las y los peronistas y el Peronismo por estar ausentes de pensamiento y acción en los escenarios donde se libran esas batallas. Salvo muy contadas excepciones de compañeras y compañeros que esto lo entienden a la perfección, y que seguramente no revistan en la nómina de los gabinetes ministeriales, el resto es pan del mismo circo.

La guerra cultural –en tanto va en paralelo con el devenir histórico de nuestro Pueblo en las distintas etapas de sus luchas por la Liberación– es formación de conciencia y pensamiento nacional, de sus cuadros conductores, pero por sobre todas las cosas, de reconstrucción del alma colectiva de esa Nación que es su doctrina de identidad y realización en comunidad.

Si así lo comprendemos, lo otro, las batallas mediáticas por la comunicación, vendrán por añadidura…

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