Neoliberalismo extractivista

El neoliberalismo progresista llama desarrollo a un desarrollo extranjero que arranca frutos. Un crecimiento hacia afuera, para los de fuera. Nada de nuestro propio desarrollo nacional les interesa. Nos usan. No nos desarrollamos, nos desarrollan. Nos engordan. Llaman desarrollo al engorde y luego crisis a la faena.

Tanto el modelo financiero de la timba especulativa del dinero que se relame a sí mismo y se reproduce, como la inversión extranjera directa son parte del mismo robo. A ambas manos les chorrea sangre argentina. Ambas son formas del capital transnacional. Con ambas manos comen las mismas empresas monopólicas. Unas vinculadas a la cultura patoteril del complejo militar industrial yanqui o al fetiche productivo chino, y otras al globalismo internacional de bancarios números infinitos. Son parte del mismo holding. Pegarles solamente a los bancos es ridículo. ¿Dónde guardan las ganancias la Barrick o Monsanto?

Ambas, financieras o extractivas, apestan a explotación, saqueo y contaminación. Los industrialistas chinos o gringos, hechizados por el productivismo vacío de un hombre máquina, o los especuladores financieros, anhelando la vida eterna de los algoritmos. Se turnan en los gobiernos. Se ponen disfraces después de cenar caro y pasarse los sobres. Acuerdan los discursos y uno es la fuerza, la represión, el policía malo, el neoliberalismo malo; el otro hace de demócrata progresista: es el policía bueno, y todes re amiguis. Son el neoliberalismo de izquierda y el neoliberalismo de derecha. Orden y progreso, liberales o keynesianos se reparten el botín y se van para sus casas.

Cada diez años en Argentina hay un ciclo de acumulación para un sector. Luego, otros diez años para el otro sector. Pero son el mismo sector. Primero nos endeudan los timberos de Wall Street. Luego vienen los buenos a saquearnos con inversiones extractivas, pero con “puestos de trabajo”. Vienen para vestir al santo de la desocupación que dejó desnudo la deuda, y desvestir al otro santo de los ecosistemas que deja en bolas la contaminación. De la desocupación a la contaminación nos vamos hundiendo en la más abyecta indignidad. Un ciclo de endeudamiento seguido de otro de inversión extranjera. Primero nos endeudan y luego pasan a buscar las cosas. Primero deuda, después soja. Siguen vigentes las leyes de la dictadura y el menemismo que garantizan los turnos del saqueo. La Ley de Entidades Financieras exuda pestilencia sobre la desaparición de 30.000 argentinos y argentinas. El Código de Inversiones de 1994 garantiza en diez artículos que luego de endeudarnos puedan saquearnos legalmente. Ni una ordenanza municipal de tránsito es tan ambigua como la ley que regula la inversión de los monstruos transnacionales. Los acreedores de la deuda son los mismos que invierten en el saqueo de nuestros recursos naturales. Los mismos bancos, dueños de las petroleras, mineras y sojeras.

El pase de magia se hace con el cuento de las fuentes de trabajo. Primer paso: los bancos hacen timba con la tasa de interés, nadie produce, nadie trabaja, miseria y desocupación. A la enfermedad, el remedio. La inversión extranjera traerá fuentes de trabajo y a cambio se llevarán montañas, ríos, ecosistemas completos, recursos marítimos, glaciares, agua. La deuda, esa culpa que nos hace entregar todo. Somos muertos de sed vendiendo agua.

Primero los bancos nos endeudan, luego las transnacionales arman el paño con las empresas de agua, luz y gas, trenes, aerolíneas, refinerías construidas por decenas de años acumulados de trabajo y sangre argentinos, telefónicas, jubilaciones, todo. Todo a la venta en los noventa. Ahora el paño es verde y van como apuesta los ríos del Paraná, los montes de Punilla, las montañas de Catamarca, lagos, glaciares y fronteras de la Patagonia. Sí, hasta las fronteras están a la venta.

Identificar mal al imperialismo te hace socio del diablo. El imperio ya no es más nacional: no es ya un país grandote y violento. El poder global es una oficina, una oligarquía financiera transnacional y extractiva. Son etapas de un plan de desposesión, de un mega diseño de saqueo, donde bancos y empresas extractivas siempre ganan. ¿Cómo puede ser que haya militantes en contra del neoliberalismo y a favor del extractivismo?

En medio del abandono siguen esperando los pueblos. De un lado, las megaempresas queriendo saquear todo; del otro, los Estados bobos, asfaltándoles el camino; en el medio, los pueblos viendo qué onda con ellos. Nadie pregunta qué quieren los pueblos. Las madres de los pueblos fumigados o las asambleas populares resistentes a la minería cianurífera son tratados como niños protestones, hijos quejosos de un Estado paternal violento y una madre neoliberal abandónica.

Los conflictos en defensa de nuestros bienes naturales no juntan votos. Se dan en medio de las montañas, de los montes, de los inmensos campos desiertos de la soja. Son unos pocos locos y locas, dignos, luchando contra los gigantes del saqueo en defensa del patrimonio de todos los argentinos y todas las argentinas.

La “política” solo atiende al consumo masivo que deforma a los pueblos y garantiza votos en la logística simple y cómoda de los conurbanos hiperconcentrados, rifando sus identidades en masas bobas y obedientes, babeantes seres insectificados sin cultura propia. Perfectos feed lots humanos predispuestos a votar mugiendo.

El Estado, ¿está del lado de los pueblos o del de las empresas? El neoliberalismo es la privatización de la dignidad, es el Estado haciendo malos negocios con lo que es de todos. El neoliberalismo es el Estado estafándonos, vendiéndonos. Porque ni siquiera es hacer un buen negocio lo que a los pueblos les motiva. Los pueblos quieren ocio, más que negocio. Ocio del bueno, no entretenimiento barato de baratijas chinas. Un pueblo no es un conglomerado amorfo de individuos yuxtapuestos. Un pueblo quiere cultura, naturaleza e identidad. Espíritu y ocio saludable, re-creativo, tener tiempo para poder pensarse como ser. Los pueblos no son una máquina de trabajar. Los pueblos quieren leer su cuento en voz alta: necesitan tiempo y naturaleza. No cosas. El neg-ocio niega al ocio. El negocio solo junta cosas para consumir.

Los pueblos no ven a la naturaleza solo como un recurso. La naturaleza es su identidad, el lugar de su memoria, la memoria de su lugar, la historia de una vida en común, atestiguada en las abuelas montañas. ¿Qué mito se puede contar sin paisaje? ¿Qué cuento evitaría la presencia de la escenografía natural? Solo la mediocridad igualitaria de las maquinas automáticas. La cultura de las cajas registradoras, la materialidad abstracta de las cosas. La globalización de un libro con un mismo cuento, un ‘cuento’ de contabilidad: el inventario de un mundo conteiner, el planeta cosa, un depósito infinito de mercaderías que nunca termina de llenarse.

Ya es hoy, este presente llegó hace rato y un gobierno global nos saluda desde la ventana de nuestros celulares. La integración total mundial ha llegado de la mano de las empresas, del comercio minorista global, de la logística cósmica. El mundo les queda chico, en la palma de la mano. Algunos Estados todavía pueden ser llamados naciones, pero todos ven la película acelerada de la integración total mundial con la cuchara en la mano, estirando el brazo con la lengua afuera.

Los pueblos ya no se ven reflejados en sus representantes, ya no se les parecen. Otros rostros, de facciones más artificiales, colonizan el espacio de la política. El plástico de la farándula no refleja el gesto histórico de la tierra. Dirigentes sintéticos no armonizan con pueblos orgánicos. Habrá que volver a buscar a los pueblos y preguntarles qué quieren. Y respetarlos. Quieren florecer, y para eso se necesita más tierra que cemento.

La alternancia no está dada entre derecha liberal o izquierda progresista. Lo que alterna es el modo de acumulación, del financiero al extractivo. Bancos y empresas transnacionales juntan en la misma bolsa, y nosotros solo elegimos los modales del ladrón.

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