Los tiempos están cambiando

En las elecciones de medio término confluyen varios desafíos simultáneos, pero de distinto signo. De ahí el título de este artículo. En un momento de crisis de los esquemas liberales predominantes en Brasil, Colombia y Chile, se requiere de un esfuerzo mayor y una orientación más clara para dar vuelta la página y retomar un camino de autonomía y justicia social.

 

El contexto mundial y latinoamericano

Con motivo de los cien días de gobierno, el presidente de los Estados Unidos criticó la teoría del derrame y a Wall Street, elogió a la clase media y los sindicatos, y propuso que la economía de ese país debía resurgir desde abajo hacia arriba. Ignoramos si estos anuncios ya acompañan su política económica y, menos aún, si en el plano mundial también está pensando en los mismos términos, lo que sería un auténtico cambio para el resto del globo, en particular para las naciones que, como la nuestra, orbitan alrededor del imperio americano.

Mientras tanto, China avanza con prisa y sin pausa. Prácticamente, su PBI no retrocedió con la pandemia, mostró una disciplina interna que envidia el resto de la humanidad, y un despliegue de propuestas internacionales atractivas, tanto para países periféricos como centrales.

A la vez, nuestro continente muestra signos de convulsiones sociales fortísimas. El retorno de Lula, las insurrecciones populares en Chile y –en estos días– las movilizaciones colombianas contrastan con el triunfo del banquero ecuatoriano. El neoliberalismo muestra signos evidentes de fatiga.

Se trata, pues, de un panorama del que es muy complejo deducir una dirección clara: la moneda está en el aire, parece decirnos la coyuntura.

Los rasgos de nuestro gobierno

Argentina, con un panorama más pacífico, tiene sin embargo una piedra inmensa pendiendo de su cuello: la deuda. Es cierto que se negoció muy hábilmente con los acreedores privados, pero quedan aún otras vallas a sortear que se llaman Club de París y Fondo Monetario. El establishment sabe que, si las resolvemos, los sectores dominantes nacionales quedarán librados a sus solas fuerzas, que no son tantas. Y de ahí este forcejeo. Estamos en un desfiladero, nosotros, pero también ellos. Al final, la luz o la oscuridad.

Alberto Fernández ha puesto toda su energía en la pandemia y en la deuda. Y ello descorazona a nuestra gente. Lo ve tibio, sin avanzar sobre nudos muy sentidos para todos, poco dispuesto a luchar allí donde se nos hace frente –por ejemplo, Vicentin. Para colmo, no podemos recurrir a la calle que, como siempre, es la garantía de los gobiernos populares. Entonces, corremos tras la voz publicada: que las diferencias entre un ministerio y otro, que activistas reaccionarios y golpistas que trabajan de jueces en el poder judicial impiden nuestra política, que si habló Cristina, que si no habló, que si Guzmán, etcétera, etcétera, terminan constituyéndose en grandes temas, cuando en realidad no pasan de chimentos pasatistas.

Nuestro gobierno es combate a la pandemia, resolución de la deuda y buscar el centro de la problemática política, no la izquierda. Puede que a algunos de los votantes del Frente de Todos no les guste, pero para combatir hoy al neoliberalismo debemos arrinconarlos. Eso se hace, como nos decía el General, con todos y todas, no con los mejores y esclarecidos.

 

La cotidianeidad popular

La realidad de nuestro pueblo hoy pasa por sobrevivir. Mucho desempleo, planes gubernamentales generosos, rebusques, pequeño comercio en situación desesperada, el tsunami de la pandemia de la que estamos todos cansados y que todavía no domamos, los chicos y las chicas en la casa, un país que se observa fracturado, con pocas luces, mostrando un camino de justicia social, de independencia económica. Se votó contra Macri, es cierto. Eso está muy presente y pesará en las elecciones del último trimestre, pero nosotros todavía somos promesa, no realización. No tenemos viento en contra, sino un huracán desbocado, pero lo importante no es que lo comprenda el núcleo duro peronista de ley, sino la mayoría de nuestro pueblo.

 

El centro y los ultras

Por suerte, tenemos a Bullrich y a Cornejo, que son nuestros principales aliados. Si es cierto que hoy nuestro pueblo tiene demandas muy modestas –vivir, comer–, las posiciones radicalizadas, por más prensa que tengan, no salen de un círculo intenso pero pequeño. El único logro que tienen –y a esto sí hay que prestar atención– es el grado de organización alcanzado por una posición que siempre fue dispersa. El nivel de coordinación de los grupúsculos autodenominados padres y madres de escuelas, con sus terminales partidarias perfectamente conocidas, es un claro ejemplo de lo que afirmo. Hay una posición ultra, llena de odio, de respeto decreciente por las instituciones, bien organizada, alimentada por los medios y con un respaldo fuerte por los agitadores que medran en el poder judicial, que configuran un verdadero peligro para nuestro sistema democrático, y que redoblarán sus tácticas cuando hayan sido derrotados en las urnas.

 

Virtudes de los retrógrados

Pero, a pesar de sus diferencias internas, en estas elecciones de medio término los reaccionarios no se dividirán. Es cierto que están luchando por el liderazgo y por el perfil a mostrar. Pero las posiciones ultras dentro de su espacio han debilitado enormemente a Milei y a Espert, por un lado y, por el otro no es necesario dividirse, porque se trata de elecciones legislativas. Debemos reconocer que ese logro –el de la unidad de los reaccionarios– ha sido mérito histórico del denostado Mauricio. El día que revirtamos ese éxito, todo será más fácil para los sectores populares.

 

Hogar, dulce hogar

¿Y por casa cómo andamos? Pareciera que nuestra coalición, que no ha sido solo electoral, como la de Cambiemos, sino también de gobierno, muestra signos de elasticidad muy ponderables, pero no totalmente suficientes para acumular poder creciente. Más en claro: suficiente cintura para atenuar los golpes, pero poco punch para voltear al contrincante. Es cierto que ellos detentan el poder económico, el mediático y el núcleo duro del judicial. Y nosotros, apenas el Ejecutivo, el Senado y casi, casi, Diputados.

Nos faltan 5 para el peso. En realidad, 10. Tenemos que ganar diputados. Hay 119 gladiadores y necesitamos 129. Si lo logramos, ahí sí podremos quejarnos con razón si las cosas no salen.

 

Las tareas domésticas

La más importante es recordar que no estamos solos, que somos un gobierno de coalición, que sólo en esa alianza tendremos fuerza suficiente para avanzar, que, en suma, el peronismo no lo es todo. Los más viejitos recordarán esa consigna graciosa, que revelaba un trasfondo verdadero y lamentable: “ni sectarios ni excluyentes, Montoneros solamente”. Es lo que no hay que hacer. Somos mayoría electoral, pero debemos construir una mayoría más poderosa, cuantitativa, organizativa e ideológicamente. Falta mucho, por cierto, en este momento que estamos encerrados en nuestras casas.

 

Cuantitativamente

Debemos buscar alianzas, no demonizar a quienes están algo distanciados y, sobre todo, saber que, en esta coyuntura, la inmensa mayoría apenas busca sobrevivir y observa que todavía nosotros no hemos logrado cumplirles. Explicar, explicar, explicar. Hacer proselitismo desde nuestro aislamiento. No enojarnos porque mucha gente tiene como único abastecimiento político ideológico a los medios hegemónicos. Hacemos mucho, pero es insuficiente. Reconocer errores, señalar una y otra vez los 44.000 millones de dólares que nos sustrajeron. Redignificar nuestra Patria, que es una bandera hoy demasiado denigrada, como si fuéramos los peores del mundo. Sabemos que el primer escalón, y quizá el más poderoso, es el de la dominación cultural. De ahí que la reivindicación del Paraná no es un capricho, sino una necesidad. Y ello es sobre todo válido para los habitantes del litoral. Pero también la pesca depredadora en nuestras aguas territoriales, que no podemos controlar por falta de una flota que nos defienda. Los pueblos débiles siempre son objeto de saqueos desembozados o sofisticados. Pues bien, volver a poner sobre el tapete estos aspectos no sólo son banderas de nuestro sector, sino que deben serlo de todas y todos los compatriotas.

 

Organizativamente

La pandemia ha debilitado la trama social. Los amigos casi ni nos vemos, las familias tampoco. Imaginemos los efectos horribles que tiene sobre la organización popular. Triste, pero cierto. ¿Estamos haciendo lo suficiente para mantenerla? Pensemos incluso que los adelantos tecnológicos hacen que las relaciones políticas deban adquirir nuevas formas. ¿Estamos en Facebook, en Twitter, en TikTok? Apropiarnos de esas herramientas a fin de organizar a nuestra gente es un imperativo. Fijémonos en los reaccionarios. Nos reímos de los cacerolazos, de los bocinazos, etcétera, pero lo cierto es que constituyen modos de relacionarse entre ellos mientras que nosotros, obedientes de las consignas gubernamentales, nos hemos quedado un tanto paralizados. Recordemos la movilización del 17 de octubre pasado. Ese acto paralizó a los macristas por más de un mes. Nuestra prudencia es entendida como debilidad. De ahí que encuentros virtuales y movilizaciones alrededor de algunas fechas o cuestiones constituyen un elemento central en el apoyo popular al gobierno, en la confianza en nosotros mismos y en marcar un derrotero de futuro.

 

Ideológicamente

A mi juicio, este es el tema más peliagudo por resolver. Tenemos nuestras tres banderas. ¿Cómo deben expresarse hoy? Hay varios nudos. El primero es la heterogeneidad social de nuestro pueblo, que es novedoso en términos teóricos. Antes estábamos con la clase obrera y denostábamos a la clase media. Gran error, por cierto. Pero hoy la cosa es más difícil. Hay economía formal y economía informal. Hay clase obrera que tiene obras sociales y jubilación, y una proporción de nuestro pueblo sumergido. Hay clase media con sueldos misérrimos y clase media que vive en los countries. ¿Cómo les hablamos a todos y a todas?

¿Hemos elaborado un proyecto que las y los pueda convocar? ¿Cuál debe ser el peso del Estado y cuál el de los privados? ¿Podemos direccionar la inversión en función de intereses de creación de empleo y de riqueza nacionales? La temática nacional se ha diluido muchísimo. ¿Es correcto eso? ¿Es posible hablar de justicia social –como lo hacemos todos los días– sin hablar de independencia económica?

Creo que las elecciones serán anteriores a dilucidar estos interrogantes, pero el proceso de revivificación política ha de ser una buena ocasión para que avancemos en estas cuestiones, pues sólo si sabemos adónde queremos ir, quizá lo logremos.

 

Ernesto Villanueva es rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

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