Liderazgo político y opinión pública

La pandemia producida por COVID-19 demostró que la gestión de gobierno se ha visto dificultada por la convergencia de dos fenómenos complejos. Por un lado, la crisis global emergió en el contexto del uso extendido de las tecnologías de la comunicación social y, consecuentemente, con la imposibilidad de controlar la circulación de flujos masivos de información. Por otro lado, con la posverdad, con predominio de la emocionalidad, los datos empíricos se han vuelto irrelevantes y aparecen las denominadas verdades alternativas. Por otra parte, cuando se desatan grandes crisis, la ciudadanía espera y exige mucho más de los gobiernos. La opinión pública se transforma, entonces, en un tribunal que juzga y evalúa a dirigentes políticos, acciones de gobierno y decisiones.

Un falso axioma sostiene que, en las crisis, los liderazgos políticos, puestos a prueba, se fortalecen. Basta mirar a países vecinos como Brasil, Ecuador y Chile para confirmar que las generalizaciones no sirven. Si no hay un líder que conduzca el proceso, difícilmente los liderazgos se vean beneficiados. El presidente Alberto Fernández ha logrado que su gestión de la pandemia sea reconocida de manera positiva por la ciudadanía argentina.

Desde el 20 de marzo, cuando el presidente decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, tanto las mediciones sobre su imagen como la aprobación de su gobierno se han mantenido siempre en niveles altos y estables. Las razones del acompañamiento de la opinión pública se deben a un conjunto de factores interrelacionados: a) el poderoso paquete de medidas sanitarias, sociales y económicas implementadas; b) su timing político que lo ha llevado a adelantarse a futuros escenarios; c) su responsabilidad en la toma de decisiones, siguiendo el consejo del comité de expertos científicos; d) su capacidad para concertar con los sectores de la oposición; y e) su comunicación altamente empática con las argentinas y los argentinos.

El liderazgo político de Alberto Fernández como conductor de la crisis es indiscutible y se apoya en evidencias empíricas. Los últimos datos indican, por caso, que ocho de cada diez argentinos valoran la política sanitaria llevada adelante por su gestión. Otros tantos están de acuerdo especialmente con la cuarentena obligatoria y en desacuerdo con las pretensiones de las corporaciones empresarias que pugnan por una apertura acelerada. Las preocupaciones de tipo sanitarias se imponen por sobre las preocupaciones económicas y revelan una clara sintonía con lo expresado por el presidente desde el inicio de la situación excepcional.

El Jefe de Estado ha sido capaz de activar un efecto que suele aparecer en episodios críticos pero que –una vez más– no todos los líderes pueden lograr: el rally round the flag, unirse alrededor de una bandera o causa. La efectiva comunicación gubernamental, desdoblada política y técnicamente, ha conseguido construir un frame –encuadre– que nos recuerda que de las crisis no se sale con comportamientos individualistas. La historia demuestra que, cuando cada uno actúa por su cuenta, el fracaso colectivo está a la vuelta de la esquina. Las grandes crisis apelan a la ética cívica y a la responsabilidad social: de la conducta de cada uno –dicen que decía Alejandro Magno– depende el destino de todos.

Como hacía mucho tiempo, palabras como solidaridad, cooperación y Estado volvieron a instalarse en el discurso político. Si algo bueno dejará esta crisis, sin duda será que volvimos a confiar en el rol del Estado como instancia fundamental de articulación de las relaciones sociales y económicas. Lejos de ser enemigo del individuo, tal como pretenden mostrarlo las visiones neoliberales, el Estado no sólo es el garante para la consecución de los derechos de ciudadanos y ciudadanas, sino también es el único responsable del bien común.

La gestión del gobierno nacional también ha demostrado que las respuestas a la crisis producida por la pandemia sólo pueden darse desde la política. Sólo la política puede definir la compleja relación entre el Estado, el mercado y la sociedad civil.

Las crisis suelen desestabilizar a los actores políticos. Sin embargo, el liderazgo político de Alberto Fernández se ha enaltecido. Maquiavelo decía que es virtuoso el príncipe que es capaz de actuar cuando la fortuna está de su lado, pero también el que es capaz de generar las condiciones para que esa fortuna lo acompañe.

 

Marina Acosta es doctora en Ciencias Sociales y directora de Comunicación de Analogías.

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