Las mecánicas de la oligarquía y del neoliberalismo: en qué se basan y cómo revertirlas

La derecha y el neoliberalismo vienen aplicando con éxito en nuestro país y en la región una serie de técnicas y estrategias destinadas a que muchos desprevenidos adopten posiciones políticas contrarias a sus propios intereses personales. Las más conocidas, las noticias falsas y la persecución judicial, ahora renombradas como fake news y lawfare, vienen siendo aplicadas en nuestro país desde hace ya mucho tiempo, ya sea en modo independiente o realimentando un mecanismo con el otro. Es evidente que la fuerza y la finalidad que impulsa el uso de estos mecanismos es el debilitamiento y la derrota de los opositores. Pero en el caso del peronismo, tanto la derecha oligárquica como el neoliberalismo agregan otro ingrediente y otra finalidad: el odio y la destrucción del peronismo.

La pulsión por destruir al peronismo de quienes Arturo Jauretche bien caracterizó como “profetas del odio” intenta borrar de la conciencia de las grandes mayorías del pueblo argentino el objetivo de alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación mediante la construcción de una Patria justa, libre y soberana, con memoria, verdad y justicia. Objetivos que también comparten muchos de quienes no se consideran peronistas.

El odio siempre fue y sigue siendo de ellos. Siempre, a lo largo de toda nuestra historia. Desde hace más de doscientos años. Siempre contra el pueblo y contra quienes defendieron los intereses populares. Para no ir más lejos, en el último tercio de nuestra vida independiente el odio se concentró contra el peronismo: desde el en aquel entonces incomprensible “viva el cáncer”, seguido por los más de 456 muertos en los bombardeos a Plaza de Mayo a manos de los “comandos civiles”, y continuado con la Fusiladora, las ejecuciones sumarias de Valle y sus compañeros, los fusilamientos clandestinos en los basurales de José León Suarez, el intento de borrar a Perón de la memoria popular prohibiendo hasta la mención de su nombre, la desaparición de Felipe Vallese, la proscripción y la larga saga de golpes de Estado y gobiernos pseudo-democráticos. Fracasados todos esos intentos, siguió el final inevitable: el regreso de Perón y de la democracia. Después de la muerte del General, creyeron que sería posible borrarlo de la memoria popular. Dictadura cívico militar de por medio y 30.000 desaparecidos y desaparecidas después, constataron que el pensamiento y la doctrina de justicia social, soberanía política e independencia económica son imborrables para la inmensa mayoría de los argentinos y las argentinas.

Con el gobierno de Raúl Alfonsín –un radical demócrata, que también los hay– también constataron que los 30.000 fueron un precio que la sociedad no estaba dispuesta a volver a pagar. Con la restauración democrática, las persecuciones –por vía mediática y judicial a cualquiera que se opusiera a los intereses de los sectores económicos concentrados– vinieron a suplantar a la eliminación lisa y llana de opositores que prevaleció durante los gobiernos instaurados mediante golpes de Estado, que tuvo su clímax durante la última dictadura con la muerte o la desaparición de cualquier opositor o sospechoso de serlo –mecánica, que bueno es decirlo, contó con la complicidad de los medios de comunicación concentrados y de la justicia.

Tanto odio y tanto fracaso hicieron necesario un nuevo ensayo: dos gobiernos de un neoliberalismo disfrazado de populismo y después con De la Rua y Cavallo sin esa careta. El robo a las clases populares continuó hasta desembocar en la crisis de 2001, con los muertos en la Plaza y la desocupación y la miseria enseñoreándose en toda la Patria.

Fueron necesarios tres gobiernos de Néstor y de Cristina para comenzar a revertir ese desastre, aunque todavía falte. También fue necesaria la actualización doctrinaria de agregar una cuarta bandera al justicialismo: Memoria, Verdad y Justicia. En esos doce años el odio no fue vencido: se agazapó, recuperó fuerzas y reinició su corrosivo trabajo a través de los sus voceros económicos, intelectuales y especialmente de los medios concentrados, en particular en la “tribuna de doctrina” y en la multimedia que no supimos detener y que se agigantó. Fueron diez años de golpes cotidianos a Cristina y al kirchnerismo, comenzando con las caricaturas de Sabat, el “se robaron todo” y toda la sarta mediática que llegó a calificar la muerte de Néstor y el suicidio de Nisman como asesinatos. Al asedio permanente de los odiadores mediáticos se agregó más tarde el asedio y la persecución continuada de buena parte de la justicia. No tuvieron límites de ninguna clase.

En ese marco, no extraña el ajustado triunfo del macrismo aliado a lo más reaccionario del radicalismo y a un progresismo naif siempre funcional a lo más gorila de nuestra sociedad. Lo que siguió a la restauración oligárquica y neoliberal no es novedoso: la represión para imponer más pérdidas de derechos a las grandes mayorías en favor de las minorías más ricas. Lo vimos con la prisión de Milagro Sala y otras y otros militantes populares, con las prebendas a los sectores económicos más poderosos, con la represión a trabajadoras y trabajadores despedidos, a las protestas sociales, a estudiantes, científicas y científicos que los cuestionaron. En su versión más despiadada, lo vimos con la desaparición forzada de Santiago Maldonado, que no sólo ocultaron, sino que además nos acusan de “usar electoralmente”.

Tampoco extraña demasiado que, ante sus seguidores y las y los despistados que lo votaron, solo pesen los incomprobados e incomprobables 30 millones de pesos que le endilgan a Cristina, a pesar de los años de fallida investigación y del prolongado espectáculo de las excavadoras mecánicas en nuestra Patagonia. Mientras que, por otra parte, parecen no importar o incluso no existir los anuncios descarados de los 45.000 millones de pesos que el macrismo se autoadjudicó, los 70.000 millones que intentó autocondonarse y los 2.200 millones de dólares que Macri y sus ministros permitieron blanquear a sus parientes más cercanos, con un decreto contrario a la letra de la ley votada por el Congreso. Tampoco parecen importar mucho los más de 100.000 millones de dólares de nueva deuda externa que terminarán de pagar nuestros tataranietos.

En este punto es oportuno detenerse brevemente a pensar en las razones de la oligarquía para utilizar el odio como estrategia básica para destruir al peronismo. El odio es un sentimiento que conlleva rechazo y deseo de eliminar lo que genera disgusto. Es sentimiento de profunda antipatía, aversión, repulsión o enemistad hacia la cosa o el sujeto odiado y que genera el deseo de destruirlo. Es bueno entender cómo se construye el odio: al igual que todos los sentimientos, el odio se construye a partir del procesamiento inconsciente y la conceptualización racional de emociones,[1] en tanto reacciones instintivas que todos experimentamos ante ciertos estímulos. Las emociones básicas que contribuyen a la construcción del sentimiento de odio son muchas: entre ellas el enojo, el miedo, el asco, la decepción, la frustración y la culpa, esta última empleada por la meritocracia neoliberal para explicar los propios fracasos de quienes resultan descartados por el sistema.

Es necesario tener en cuenta que el odio es un sentimiento profundo y perdurable, difícil de eliminar o de neutralizar, en muchos casos, mucho más que el amor, su sentimiento opuesto.[2] También, que el odio puede convertirse en autodestructivo para quien lo profesa.

Hasta aquí, todo normal. Execrable, pero con su lógica. Desde inicios de 2017, con el macrismo en el gobierno, pude percibir por primera vez una novedad: que los grandes odiadores de la política argentina nos acusen a nosotros y nosotras de odiar. Sí, a nosotros, los fusilados, los proscritos, los desaparecidos, los cabecitas, los choriplaneros. Ese hecho fue el que despertó mi atención, pero me hizo ver en perspectiva que ya lo venían haciendo desde antes, con las acusaciones de “se robaron todo” en boca de los grandes saqueadores de los sectores populares, así como las acusaciones de corrupción a nuestros dirigentes por los grandes corruptores de nuestra sociedad, entre otras.

Con el peronismo nuevamente a cargo del gobierno, esa metodología se multiplicó hasta el infinito. No quedó tema en el que no nos acusaran de pensar lo que ellos mismos piensan, ni de hacer lo que ellos mismos hacen. Siguen solo algunos ejemplos que dan cuenta de esta metodología:

  • Nos dicen que no sabemos gestionar la pandemia, después que construimos 12 hospitales de emergencia en tiempo récord, que logramos que ningún argentino quedara sin la atención médica que necesitó y que fuimos uno de los primeros países más eficaces en la compra de vacunas e iniciar más tempranamente la vacunación; lo dicen quienes redujeron el Ministerio de Salud a una secretaría e inutilizaron miles de vacunas en los depósitos aduaneros.
  • Nos acusan de no preocuparnos por la caída de la actividad económica y de la inflación, después de que implementamos medidas de contención social y de sostenimiento de las empresas; los dicen los mismos que generaron con sus políticas tres años de recesión, duplicaron la inflación que recibieron –pese a que dijeron que la inflación era lo más fácil de resolver– y, lo más grave, destruyeron 25.000 empresas pequeñas y medianas.
  • Dicen que no sabemos renegociar la deuda externa e inclusive que estamos endeudando al país: lo dicen después que renegociamos la deuda privada por más de 67.000 millones de dólares, con un alivio en la próxima década de 37.700 millones de dólares, con una reducción de la tasa de interés promedio del actual 7% al 3,07% y mientras estamos renegociando las deudas que contrajeron con el FMI; lo dicen los mismos que contrajeron deudas con ese organismo por 45.000 millones de dólares en condiciones imposibles de cumplimentar y quienes permitieron y propiciaron la fuga de una cantidad similar.

Y así podría seguir. Pero hay dos cuestiones imposibles de soslayar: nos denuncian de atentar contra el sistema republicano, uno de sus máximos y más declamados valores, mediante maniobras contra la división de poderes, para así colonizar al Poder Judicial e iniciar la persecución de dirigentes. No es una exageración: además de los múltiples titulares de los medios concentrados, esa denuncia fue presentada formalmente en estos días por escrito ante la OEA[3] por el exsecretario de Justicia y por una diputada del PRO. Los que organizaron la “mesa judicial” para direccionar la Justicia; los que utilizaron a los organismos de inteligencia para espiar opositores y también a los propios; los que con la complicidad de fiscales y jueces extorsionaron testigos para generar falsas acusaciones y encarcelar opositores; son ellos los que ahora nos acusan falsamente de hacer lo que ellos mismos hicieron.

A modo de conclusión: la oligarquía y el neoliberalismo han instalado una mecánica de espejo con la que quieren devolvernos la peor y más odiada imagen de sí mismos. Imagen que, como en el cuento del rey desnudo, hay sectores importantes de la sociedad que no quieren ver, aunque esté a la vista de todos.

Respecto de esta problemática y para avanzar en nuestra construcción política, las dos grandes preguntas que necesitamos responder son: cómo neutralizar estas mecánicas del odio y cómo revertir este sentimiento que ha llevado a buenas porciones de la sociedad a adherir a políticas que atentan contra sus intereses. En verdad, no tengo las respuestas que necesitamos, apenas puedo intentar el esbozo de un par de ideas que deberíamos profundizar y que podrían servir de base para combatir esta malicia.

La primera, referida a la neutralización de las mecánicas del odio empleadas por la oligarquía y el neoliberalismo, consiste en desplegar acciones continuadas destinadas a demostrar tanto la falsedad de cada uno de sus dichos, como la mecánica de generación del odio que vienen empleando y sus consecuencias para el futuro. Creo que este tipo de denuncias deberían ser realizadas y difundidas al conjunto de la sociedad por los medios de comunicación masiva y reforzadas en modo individual por cada una y cada uno de nuestros militantes a través de las redes y en modo presencial, cuando se pueda.

El segundo esbozo es el destinado a revertir los efectos de las mecánicas del odio que llevan a cada una de sus víctimas a respaldar políticas que atentan contra sus propios intereses personales. Al respecto, estimo que ese convencimiento debería ser realizado cara a cara por nuestros militantes, tomando en cuenta las características y las formas de lograr el raciocinio de sus interlocutores. Uno de los argumentos que podrían ser utilizados en ese cara a cara es confrontar el odio que preconiza la oligarquía con los fundamentos del amor al prójimo, y en especial a los más desprotegidos, que sustentan todas y cada una de nuestras políticas.[4]

 

[1] Los términos sentimiento y emoción no son sinónimos, aunque sí dependen uno del otro. Las emociones son intensas y de breve duración. Por el contrario, los sentimientos son duraderos, pueden ser verbalizados y pueden determinar la disposición y la conducta del individuo que los experimenta.

[2] El odio es una de las emociones básicas del ser humano. Al igual que el amor, parece ser irracional. El odio puede conducir al individuo a la malicia, mientras que el amor está orientado de una forma indulgente y constructiva, que protege y conserva la vida.

[3] www.lanacion.com.ar/politica/cambiemos-denuncio-ante-la-oea-el-deterioro-de-la-democracia-en-laargentina-nid09042021.

[4] Como siempre, mucho agradeceré cualquier comentario o aporte que hagan llegar a mi correo: josemafumagalli@gmail.com.

Share this content:

Un comentario sobre “Las mecánicas de la oligarquía y del neoliberalismo: en qué se basan y cómo revertirlas

Deja una respuesta