La unidad hoy – Homero. R. Saltalamacchia

Con una conciencia mayor o menor, o con diferencias de juicio al respecto, todos podemos repetir que no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época mundial. Esto importa, pues la política ahora, si bien seguirá desplegándose con peculiaridades nacionales, es cada vez más dependiente de la capacidad de las fuerzas en oposición de establecer unidades trasnacionales (Vitali, Glattfelder & Battiston, 2011). Poder trasnacional –de capital financiero en alianza con industrias extractivas y otras de sofisticada producción tecnológica– que alcanzó un grado de unificación que, si bien no impide sus luchas internas, le permite arrasar con la soberanía de los estados nacionales menos poderosos e instalarse en los gobiernos de los países de mayor poderío bélico, económico e ideológico, sea en el Este como en el Oeste. Esto nos lleva a pensar en la unidad del movimiento dentro del país, pero siempre con ojos puestos en la construcción de fuerzas trasnacionales capaces de enfrentar el poder trasnacional que hoy puede regular las políticas nacionales como nunca antes.

Con todo lo impuro o mezclado que son los procesos político-sociales, el primer peronismo tuvo una peculiaridad: rompió con la tradición liberal en un punto neurálgico: la partidocracia, heredera del racionalismo ilustrado, de la división liberal entre lo económico social y lo político, y de la distinción de origen contractualista entre Estado y sociedad civil (Saltalamacchia, 2017). Eso indignó a la mayor parte de nuestra intelectualidad, pues estaban convencidos de que solamente el partido político era el instrumento legítimo de la lucha política, según las reglas de las constituciones liberal republicanas. En su lugar, el movimiento peronista –uniendo unidades básicas, juntas vecinales, cooperativas, gremios y otras formas de organización popular– pudo producir organización y liderazgos en cada rincón de la sociedad, coordinando y superando conflictos, pues una sociedad compleja no podía ni puede ser organizada en una entidad unificada según el paradigma de la forma partido.

A diferencia de la forma-partido, el movimiento, siempre en proceso de reconstrucción, da lugar a formas de unificación, a luchas e indispensables articulaciones, e incluso puede sobrevivir en condiciones de máxima represión, distribuido en complejas redes sociales e incluso reuniéndose en casas, si las organizaciones de base son intervenidas policialmente. Es una red compleja, lo que permite entender por qué Perón no hablaba de dirección sino de “conducción”, que acciona reconociendo y respetando la diversidad y dando lugar a negociaciones en una paciente operación política.

Libre del ideal ilustrado de unidades que se construyen mediante argumentos racionales,1 la unificación en el movimiento es el producto de inteligencias políticas capaces de reconocer los conflictos y superarlos, produciendo una mística y conduciendo hacia una finalidad, inteligente y afectivamente compartida. Esto hace al mismo tiempo posible: a) el gobierno; b) el reconocimiento de la pluralidad organizativa de núcleos afectiva e inteligentemente unificados; y c) la satisfacción de necesidades populares, en contacto con gobiernos locales o nacionales, sean estos propios o ajenos. Fue la potencia de esa dispersión de organizaciones unificadas y reunificas en redes lo que permitió en estos 70 años enfrentar enemigos poderosísimos, integrados por: a) propietarios cuasi monopólicos de los recursos económicos; b) sus intelectuales y funcionarios formados en las universidades –locales y extranjeras– y en las fundaciones hegemonizadas por el liberalismo; c) miembros del Poder Judicial mayoritariamente cooptado por muy diversos medios; d) miembros opositores dentro de los poderes electivos; e) integrantes de los diversos escalones de las burocracias que coordinan con la oligarquía en forma horizontal; y f) la prédica constante de los medios de comunicación que les son propios. Enfrentando a esos poderes, como toda identidad, la peronista se forja mediante esos trabajos compartidos que, recogiendo una mística, una experiencia y una doctrina, se sienten parte de una misma familia. Sin ella no hay movimiento, y por lo tanto no habrá lucha por la justicia social, la soberanía política y la independencia económica, cualquiera sea la redefinición que esos vocablos impongan en este cambio de época.

Hablar de unidad es volver a pensar en ese contexto, en el que se deben robustecer las organizaciones populares –que hoy reverdecen en los comedores y ollas populares, en los clubes de trueque, y en los gremios en todos sus niveles– y desplegar en ellos un remozamiento de lo que fue lo mejor de la doctrina peronista. Porque pensar hoy la unidad es hacerlo para una lucha larga, en la que deberemos aprender a trabajar en condiciones que hasta hace muy poco tiempo no conocíamos, tanto por el modo en que se organiza el poder trasnacional en el mundo, como por las técnicas y recursos de las que dispone. En esa batalla las bases no son nada sin sus organizaciones, y los liderazgos provinciales y nacionales tampoco son algo sin ellas.

Las movilizaciones con las que inundamos las calles son expresiones importantes de la construcción del movimiento, pero no serán formas perdurables de construcción de unidad a menos que, ante la represión, tengamos organizaciones de base en las que atrincherarnos. Para eso no basta el “vamos a volver”, ni el “hay 2019”, porque incluso ganando el gobierno, el poder trasnacional seguirá condicionando la vida social. Y los organismos militares y de inteligencia seguirán protegiendo al capital financiero al que Cambiemos entregó la Nación.

Para que al primer peronismo le fuese posible construir un movimiento que no pudieron consolidar otros líderes latinoamericanos –incluido Lula–, hubo antes de su llegada un largo aprendizaje de luchas y construcción organizativa de más de 50 años. Fue una larga lucha que hizo que las relaciones de poder no fueran solamente marcadas por la fuerza militar-judicial, sino por la conquista de posiciones mediante organizaciones que permearon –sobre todo en las grandes urbes– a casi toda la sociedad, y en la que líderes con diferentes habilidades organizaron grupos sociales con sus diferentes oficios y demandas. Frente a los recursos del poder oligárquico, cada una de esas posiciones –organizadas de modo y con fines diversos– fueron recursos de poder. Eso es importante pues el poder no es algo que se tenga, sino algo que se ejerce, asegurando derechos o luchando por ellos, en disputa por el logro de un pavimento o de una cloaca, de un salario o de una jubilación digna, o de cualquier otra demanda que no es necesario rememorar, pues las conocemos de sobra. En esa conquista que es organizativa e ideológica –pues conforma personalidades, afectos y unificaciones– reside la fortaleza real del movimiento peronista y sus posibilidades de sobrevivir en las peores circunstancias. Por eso, no se trata de subestimar los liderazgos prominentes de las principales ramas del movimiento, porque desde ellos se construye la compleja unificación del movimiento como fuerza provincial, nacional y también trasnacional. Si hablamos de unidad del movimiento y no cultivamos aquellas organizaciones que se extienden a toda la Nación –con sus dirigentes y participantes acostumbrados a hacer valer sus derechos– la unidad será un cascarón vacío. Y en ese juego ganan los liberales de Cambiemos, capaces de sobornar, de distinto modo, a los dirigentes que hicieron carrera política meramente superestructural.

Viví al primer peronismo desde un hogar radical y ello me permitió ver la lucha de los peronistas desde la otra vereda. Lo que recuerdo es que el peronismo no desarticuló, sino que hegemonizó las viejas organizaciones, incluidas las cooperadoras escolares. Eso diferencia a los partidos del movimiento y es lo que definitivamente volvió locos a los gorilas pos-fusiladora, que mediante sucesivos golpes militares quisieron destrozar al movimiento.

El movimiento es un sistema complejo, por eso es siempre cambiante e impredecible: puede ser conducido, pero no dirigido. La famosa parábola de los gatos reproduciéndose es justamente una extraordinaria síntesis de lo que es un sistema complejo, con causalidades circulares, espiraladas, sobre determinadas. Perón lo sabía. Por eso hoy construir organización y buscar formas de juntarnos es tanto o más importante que preguntarnos por quién habrá de conducir. Incluso puede ocurrir que haya una combinación de conductores, tal como hoy lo estamos viendo. Nuestras acciones deben conducir a que se articulen aquellos que se relacionan orgánicamente desde sus bases, y no los burócratas superestructurales. Hacer que ello sea posible puede impedir que se imponga la monstruosa barbarie liberal que recorre el mundo destruyendo sociedades y recursos naturales. Lo que hoy en nuestras discusiones sobre el tema está ausente es que la política no se agota en los estados-nación, sino que incluye las relaciones internacionales y, en nuestro caso, a las organizaciones populares de diversos países y de distinto tipo, de la Patria Grande, pero también de los países centrales.

Agradezco a los organizadores de esta publicación por haberla lanzado. Veo que gran parte de las discusiones sobre la unidad del movimiento han puesto el acento sobre la necesidad de no ser sectarios. Pero siento que no se está pensando en otras dimensiones del problema, a las que quise aludir aquí. No se trata solo de ganar la calle sino el territorio, creando la posibilidad de una disputa en redes capaces de desorganizar el poder de control de los servicios de inteligencia que hoy cuentan con recursos que ni imaginábamos hace 30 años. Sobre todo hoy, cuando el poder trasnacional puede condicionar e incluso desbaratar la política de los mejores gobiernos, como ocurrirá si gana una alternativa con la que nos sintamos afines. Solo una sociedad bien organizada y articulada puede resistir lo peor de esta barbarie, que hasta hoy solamente asomó una parte de su horrible fachada. Tema de otros artículos.


Bibliografía

Saltalamacchia HR (2017): Conceptos usuales y luchas contrahegemónicas. El caso de la dicotomía Estado-sociedad. Revista de Ciencias Sociales. UNQ, 9(31).

Vitali S, JB Glattfelder & S Battiston (2011): The network of global corporate control. Chair of Systems Design, 1-36.

1 Tal como lo postulaba Habermas, para tomar solo un ejemplo de referentes idealizados.

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