Escenario argentino

La economía, la salud y la comunidad en su conjunto son atravesadas por el fenómeno global de la pandemia. En el marco de la carencia de vacunas, y dado lo global y sistémico del virus, el acuerdo sobre la liberación de patentes aparece como el –potencial– primer gran acuerdo a nivel mundial. Ningún país se salva solo. Sin embargo, en el terreno local la carrera entre plan de vacunación y rebrote expone nuevas condiciones de ejercicio del poder político y de la negociación, en medio de un año electoral.

Si en 2020 el gobierno implementó la dinámica de involucrar a las y los responsables políticos que administran la cosa pública en cada distrito –oficialistas y opositores– en sus actos oficiales, 2021 muestra otro paisaje. En 2021 la oposición con mayores posibilidades electorales ha desnudado su verdadero espíritu: tensar el clima social, dividir, limar los logros del gobierno y seguir fomentando el desaliento colectivo. A esto se le suma el clásico emergente argentino de otra opción “peronista” hija de los partidos del no –“no al populismo”, “no a Cristina”, etcétera– destinada a licuar un porcentaje de votos del Frente de Todos en franjas medias y bajas.

Como resultado de este ajedrez, el jefe porteño Horacio Rodríguez Larreta, socialdemócrata de salón, ya no puede vender sus caramelos de madera en la negociación política con Nación, y queda al borde de la calificación de delincuente sanitario. El “centro” cambiemita es un terreno de disputa, donde Vidal, bañada en la fuente de la juventud que sólo el ecosistema mediático puede brindar, aparece en escena para pedir “otra oportunidad” a las y los mismos votantes que la padecieron. Jorge Macri, el ciudadano ilustre de Vicente López, intenta entrar a los empujones con sus buenos modos a una mesa a la que todavía no parece estar invitado. No obstante, son los dueños del circo –Macri-Bullrich– quienes conducen los tejidos nerviosos del proyecto liberal inconcluso. Los padres y las madres de la criatura marcan el horizonte, no sólo de la plataforma política de Juntos por el Cambio, sino que la dotan de su marco ideológico. Es así como la oposición política con mayores posibilidades electorales en Argentina insiste en la narrativa de una oposición “a la venezolana”: envenenada, intransigente, copiloteando la fiebre de las redes sociales e incitando a la ruptura del plan sanitario. Claro, el macrismo demostró que la indignación también puede ser una plataforma política, y que el odio puede conformar una comunidad de sentido, pero no un plan exitoso de gobierno.

En el pasado reciente, Cambiemos gobernó quitándole bienes patrimoniales a la sociedad, y los negoció por bienes simbólicos: sindicalistas presos, dirigentes kirchneristas procesados, “mayor transparencia”. Su acción de gobierno fue hacer política desde la simulación y la estetización. Cabalgando sobre estas consignas de odio, habitó el Estado para producir conflicto, en el cual educó a sus bases más puras. Entonces, ¿podrá el macrismo transformar todo el caudal de indignación violenta que fomentó y fomenta en una plataforma electoral, después de haber fracasado de manera rotunda en la gestión? ¿Podrá construir en estos meses una opción “centrista” que contenga a su núcleo duro? Y lo más importante: ¿querrá hacerlo? El Frente de Todos es el resultado político de la salida de la inconducente endogamia de tribus que hablaban para sus “convencidos”. El macrismo hoy, dada la radicalización de su núcleo duro, parece enfrentar un problema similar.

 

Precios y puja distributiva

“Es evidente que las ‘recetas’ internacionales que nos han sugerido bajar la demanda para detener la inflación no condujeron sino a frenar el proceso y a mantener o aumentar la inflación. En esta cuestión no se acertaba con la solución adecuada. Por épocas se bajó la demanda pública a través de la contención del gasto –olvidando el sentido social del gasto público–; se bajó la demanda de las empresas a través de la restricción del crédito –olvidando también el papel generador de empleo que desempeña la expansión de las empresas–; y se bajó la demanda de los trabajadores a través de la baja del salario real. Pero, como al mismo tiempo no se adoptaban las medidas para que todos participaran en el sacrificio, en definitiva fueron las espaldas de los trabajadores las que soportaron el peso de estas políticas de represión de demanda para combatir la inflación, que el país aceptó y que repitió aunque su ineptitud quedó bien probada por la propia historia. Es esta una experiencia muy importante derivada de nuestro proceso; y, puesto que necesitamos evitar la inflación para seguir adelante con auténtica efectividad, debemos tenerla permanentemente en cuenta” (Juan Perón, Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, 1974).

Para 2021, las decisiones de gobierno encuentran un acotado margen de opciones: continuar con la campaña de vacunación, pero, en simultáneo, instalar pautas ordenadas de precios con salarios al alza para hacer piso y volver a recomponer los ingresos populares. Para esto, el Estado cuenta con instrumentos capaces de disciplinar cabalmente la producción, ajustándola a las necesidades esenciales de la población.

El gobierno enfrenta un árido escenario repleto de potenciales conflictos con los factores del poder permanente. En este sentido, el posibilismo económico no parece compatible con las permanentes afrentas de empresas concentradas que combaten contra cualquier tipo de control o regulación. Es un dato de la realidad que estos grupos económicos financiaron al peor gobierno de la historia democrática, que se retiró con una intención de voto del 40%. Pero también es un dato de la realidad que, tanto la historia como la actualidad evidencian que no es posible acordar con quien reclama que uno se arrodille. Las inteligentes transigencias construyen puentes, pero cuando se trata de grandes principios como garantizar alimento para las argentinas y los argentinos, la intransigencia y la decisión política del Estado –que sólo es neutral en la visión liberal– son las que deben primar en el ejercicio del poder.

La inflación, esa espada de Damocles en las espaldas del gobierno, es alimentada por los mismos empresarios que absorben las transferencias monetarias del Estado hacia la población vía aumento de precios. La inflación se convierte así en el modo en el que se resuelve la puja distributiva en nuestro país. Entonces, además de la vocación del gobierno por ganar tiempo con el FMI –estrategia en pleno despliegue–, “poner en caja” a ese entramado de cinco megas empresas formadoras de precios, e intervenir proactivamente en el mundillo de exportadores de soja –divisas– así como también en el maíz, parecen ser las acciones más importantes a encarar desde la acción de gobierno. Estas últimas acciones, más que “tranquilizar la economía”, pueden conformar los pilares de la reconstrucción de un modelo basado en el trabajo y en la producción, que redistribuya el ingreso de una manera más justa que en la actualidad. La historia del peronismo y la del país enseñan que ocultar el tipo de democracia que se quiere es el mejor modo de preservar el tipo de democracia que quieren aquellos para quienes la democracia funciona con una república abstracta, como entelequia juridicista cuyos militantes son capaces de defender “las instituciones” con el 60% del país en el pozo absoluto.

El proyecto del bloque oligárquico-liberal ha sido siempre el de atarle las manos al país y entregar la soberanía decisional del Estado a los organismos de crédito internacional, para que nos digan cómo armar nuestra política económica. El Frente de Todos, al representar intereses completamente opuestos, debe utilizar las herramientas del Estado y de la ley para que tampoco sean las empresas formadoras de precio las que definan si un argentino o una argentina tienen o no derecho a un plato de comida en su mesa. Son este tipo de decisiones de gobierno –las que favorecen a las mayorías– el gran método para lograr reacumulación de poder político y enfrentar a quienes quieren arrodillar al país. Medidas concretas en lo económico pueden reforzar la legitimidad de las medidas en lo sanitario.

 

Orden versus anomia

Por un lado, el frente gobernante debe darse un orden para sí mismo. El bloque oligárquico-liberal tiene como objetivo a corto y mediano plazo la grietología permanente: seguir fomentando la polarización política, el divisionismo y permanecer en estado de constante intransigencia a cualquier medida del gobierno para horadar el plan sanitario. Casi la política del delito. Entonces, aun en un contexto mundial de estas características, la coalición de gobierno debe apostar por reforzar los compromisos con su propia base de sustentación electoral y recuperar las expectativas de muchos desencantados y desencantadas.

La oposición milita y fomenta el desorden, la anomia. El gobierno debe, entonces, fomentar el orden en un sentido amplio, que sólo puede ser garantizado por la justicia social. Esa justicia social se construye con decisiones políticas. El gobierno tiene instrumentos para hacerlo, con conducción centralizada y ejecución descentralizada que incorpore de modo más explícito a los componentes del frente de gobierno –sindicatos, movimientos sociales, sectores pymes– y los haga parte de una planificación urgente de una estrategia destinada a seguir cuidando la vida de las argentinas y los argentinos, pero también a garantizarles el plato de comida.

El Estado, como órgano de conducción gubernamental, posee dos componentes: la conducción política –materia indelegable del presidente que da sustento a la capacidad de hacer en lo político-administrativo– y el gobierno político-administrativo –que corresponde a las decisiones y acciones que se adoptan a través de los mecanismos corrientes de gobierno. Sin embargo, vale remarcar que este segundo componente fue diezmado durante el gobierno de Juntos por el Cambio y continúa en esa situación en la actualidad. En este sentido, para reconstruir y fortalecer aún más la capacidad de intervención estatal, es necesario dotar a todos sus órganos de una racionalidad estratégica en sentido amplio. Resulta fundamental entonces, desde la conducción política, darle un orden concreto al entramado administrativo, porque con o sin macrismo en terceras líneas, la política debe imponerse a la mera administración. Sólo de este modo las políticas públicas que fueron votadas podrán ser más eficaces en su implementación práctica.

Por último, ordenar también implica concentrar las energías en hablar de las propias políticas de gobierno –muchas son realmente exitosas y necesarias– sin caer en la constante tentación de dar explicaciones a operadores y opositores que entienden el diálogo político como aniquilación del peronismo en general, y del kirchnerismo en particular. Claro está, no se puede relegar de modo permanente la construcción de una narrativa propia para estancarse discutiendo con corrientes políticas que no expresan movimientos sociales, sino posturas intelectuales sobretelevisadas o empujadas desde la dinámica de los algoritmos.

Otra vez, las bases de sustentación del gobierno y los sectores desencantados del peronismo deberán tomar un posicionamiento claro en los enfoques de campaña, dado a que los campos políticos en pugna ya aparecen delimitados.

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