Elogio académico de Antonio Cafiero

El 16 de julio de 2010 la Universidad de Buenos Aires le entregó el doctorado honoris causa al doctor Antonio Cafiero. En ese acto el autor leyó este elogio académico.

Ante todo, mi eterno agradecimiento por haberme hecho el enorme honor en ser quien diga, como exalumno, egresado y actual profesor de esta casa, este justificado elogio del doctor Antonio Cafiero, con motivo de la recepción del doctorado honoris causa de la Universidad de Buenos Aires. Somos muchos, y otros con mayores méritos que yo, los que podríamos destacar las virtudes del homenajeado, porque nos consideramos herederos de sus enseñanzas y de sus ejemplos. Es por eso que trataré de cumplir con este insigne privilegio argumentando, según mi leal saber y entender, sobre las razones que justifican el otorgamiento de este doctorado.

Puedo afirmar, sin lugar a dudas, que Antonio Cafiero tiene sobrados antecedentes para ser merecedor del insigne título que hoy se le ofrece. Porque es un símbolo de institucionalidad en la Argentina de dos siglos, ya que desde 1940 en adelante ha venido trabajando la teoría y en la práctica políticas con una coherencia difícil de encontrar en otros.

Es un maestro de políticos y un hombre público que ha actuado con maestría. Lo primero, porque muchos le deben lo que saben y muchos más la posibilidad de haber alcanzado altas responsabilidades en la conducción del Estado. Lo segundo, porque en cada uno de sus muchos destinos públicos se ha destacado con su espíritu pragmático y a la vez innovador.

Es un hombre de coraje cívico y personal, porque jamás rehuyó sus obligaciones patrióticas, aun sufriendo todo tipo de penurias, hasta la pérdida de la propia libertad. Es un hombre de méritos, porque aplicó su inteligencia y su saber a la tarea de resolver los problemas más trascendentes de la sociedad argentina.

Convencido de la afirmación de ese otro intelectual que fuera don Arturo Jauretche –en cuanto a que lo que movilizó a las masas hacia el peronismo no fue el resentimiento, sino la esperanza– volcó todos sus esfuerzos en explicar y sostener los argumentos filosóficos de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica.

Antonio Cafiero es un pensador que ha dotado a la política argentina de un sistema de ideas enmarcadas en el humanismo y en la justicia social. Pero es además un pensador comprometido con su tiempo y con su pueblo que entendió desde su juventud el fenómeno popular que encarnaran, cada uno en su momento histórico, Yrigoyen y Perón, y los nutrió con sus conceptos e ideas frente a quienes sostenían falsas opciones entre lo culto y lo popular, olvidando que la cultura nacional es una amalgama de creencias, conocimientos y prácticas sociales que identifican a un pueblo.

Los más lúcidos de esta intelligentsia divorciada del pueblo se arrepintieron después. Por dar un ejemplo relevante, decía Ernesto Sabato en los años sesenta: “los estudiantes de 1930 estábamos equivocados en muchas cosas… y en el 45 nos volvimos a equivocar. Nosotros, precisamente el sector más ilustrado del país, dijimos cabecitas negras, hablamos de chusma y de alpargatas, olvidándonos que esos cabecitas negras habían constituido el noventa por ciento de los ejércitos patriotas que habían llevado a cabo la liberación de América… ¡¡qué fácil es despreciarlos ahora desde nuestras aulas!! Sí, los estudiantes, los doctores, hemos estado trágicamente separados de nuestro pueblos”.

Antonio Cafiero representa el nexo del segmento universitario que tiende una mano y que escucha las demandas de justicia social de sus conciudadanos que no tuvieron las mismas posibilidades de crecimiento en lo educacional, en lo económico y en lo social.

Es mucho más que un economista o un político. Pertenece a ese corto número de personalidades en las que está representada la conciencia de su generación, de las que la precedieron y de las posteriores que hemos aprendido de él. Es quien nos enseñó a quienes hemos alcanzado una posición de privilegio en la sociedad que tenemos el deber ineludible de transformar la realidad en beneficio de todos, pero especialmente de aquellos que no han tenido esa suerte. Es un hombre justo, en los términos de Aristóteles, cuando decía que lo es el ser humano que en sus relaciones con los demás solo aspira a la igualdad.

Es el que, cada vez que volvió a la cátedra después de ser perseguido y apresado, repetía: “como decíamos ayer…”.

Es el que sintió y sigue sintiendo la justa indignación –la némesis aristotélica– que es el desconsuelo ante la presencia de quienes sufren una desgracia inmerecida.

Para concretar la descripción de su personalidad me permito recordar algunos hitos de su historia política y personal: su renuncia al cargo de ministro de Comercio Exterior, en abril de 1955, para no tener que contraponer su pensamiento político con su posición religiosa; su paso reiterado por las cárceles de sucesivos procesos militares, donde aprendió con dolor y sufrimiento a ser más justo y a perdonar a quienes lo ofendían; su voluntario regreso al país en 1976, pese a tener plena conciencia de que iba a ser encarcelado por los responsables del último golpe militar; su capacidad y decisión para salir de las ruinas del peronismo después de la derrota de 1983, para reconstruirlo desde sus bases con la renovación peronista; su presencia en la Plaza de Mayo como presidente del Partido Justicialista junto al presidente Alfonsín, cuando la democracia estaba amenazada por militares sediciosos; su demostración de sentido democrático cuando, pudiendo haber sido proclamado candidato a presidente por el Congreso partidario, se sometió al voto de todos sus compañeros, en la única disputa de este tipo realizada antes o después en el Partido Justicialista. Su valiente denuncia de irregularidades en el Senado Nacional, que le generó innumerables agravios.

Como el mismo Cafiero dijo, hace más de veinte años: “nuestro pensamiento es de síntesis creadora: la libertad debe llevar responsabilidad social, el destino común, el valor de la nación. En nuestra forma se combina la igualdad social, la movilidad ascendente, el progreso de las personas y el sistema político plural. Esta es nuestra utopía”.

Economista, hombre público y, como tal, funcionario, varias veces ministro, convencional constituyente, diputado, senador, gobernador, embajador. Prolífico autor de notas, artículos y ensayos sobre los más diversos temas de la realidad argentina, como el desarrollo humano y el ambiente, y ha recibido numerosas distinciones y premios, tanto nacionales como internacionales. Creador de distintos entes de capacitación técnica de cuadros políticos, como el CEPARJ, el Instituto del Tercer Plan Quinquenal y el Instituto de Altos Estudios Juan Perón, que desarrolla una actividad permanente bajo su dirección. Pero siempre maestro, maestro de sucesivas generaciones de la política, a las que enseñó los secretos de la organización y la ideología de la causa popular, el valor, la templanza, la modestia, la amistad, y esencialmente la generosidad.

Guardamos el recuerdo de su paso por las aulas de esta Universidad en la que enseñó señeramente, de su .joven amor por la universidad, de su pasión por la política universitaria, a la que volvió cada vez que la otra docencia –la política– se lo permitió.

Porque a Antonio Cafiero le ocurrió lo que señalaba el filósofo del derecho Norberto Bobbio, cuando explicaba que “la razón fundamental por la cual he sentido, no el deber, sino la exigencia de ocuparme de la política, ha sido mi malestar frente al espectáculo de las enormes desigualdades, tan desproporcionadas como injustificadas, entre ricos y pobres, entre quien está arriba y quien está abajo en la escala social, entre quien tiene el poder y quien no lo tiene”.

Nuestro homenajeado ha cumplido cabalmente con el imperativo categórico kantiano: hacer de su conducta una regla ética a la cual podamos imitar todos sus conciudadanos. Por eso, el doctor Antonio Cafiero es, señor rector, señoras y señores, digno de la importante distinción que hoy le otorga esta casi bicentenaria Universidad de Buenos Aires.

Muchas gracias.

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