El pueblo quiere saber: siempre es mayo cuando pensamos la Patria

Marca la costumbre que para hablar de la Revolución de Mayo hay que hacerlo en el mes de mayo. Pareciera que hacerlo en otro mes del año hace que la reflexión quede fuera de lugar. Este artilugio me suena a trampa de los hacedores de la denominada “historia oficial” en la historiografía argentina. Así, los hitos fundamentales de nuestra identidad nacional quedan reducidos a eventos del pasado que ya no tienen peso en el presente. El subtítulo de estas líneas se enfrenta a esta orden del imperialismo cultural: si el mandato de la academia indica que a la Patria se la piensa sólo en mayo, desde el lado del pueblo podemos afirmar que siempre es mayo cuando pensamos la Patria. Sirva este párrafo introductorio para justificar por qué el sol de mayo sigue caminando por las páginas otoñales de junio.

El recuerdo de los actos escolares, reflejo de lo enseñado en las aulas, insiste en afirmar que la clave de la Revolución de Mayo de 1810 estaba en French y Beruti repartiendo escarapelas, o en mulatas vendiendo empanadas –casi como un anticipo fatídico del choripán actual–, o en la discusión metafísica sobre si había o no paraguas en ese virreinato del sur del mundo. Pero la cuestión de fondo estaba y sigue estando en responder a esta pregunta: ¿en quién reside la soberanía, en una elite iluminada o en el pueblo? Las elites pueden cambiar su ropaje, se visten de salvadoras de la patria, de conservadoras o progresistas, de analistas político-sociales de prestigio, pero en el fondo responden mediata o inmediatamente a poderes económicos. No han dejado de ser lo que eran en los primeros años del siglo XIX en estas costas del “Buen Ayre”: contrabandistas de ideas foráneas para justificar a quienes hambrean al pueblo para acumular riquezas.

Por eso, tal vez, lo más verdadero –como categoría histórica– que nos ha legado esa narración escolar sea la frase “el Pueblo quiere saber de qué se trata”. Sí, el Pueblo siempre quiere saber, aunque a veces no sepa cómo, o no encuentre quién interprete su pregunta.

El que escribe estas líneas disfrutó de la alegría militante en un ya lejano 25 de mayo de 1973, cuando el compañero Héctor Cámpora asumía el gobierno en nombre del movimiento peronista, proscripto desde 1955. El discurso pronunciado en el Congreso se había escrito desde “abajo hacia arriba”, ya que muchos grupos de militantes habían elevado sus propuestas desde el campo específico de su quehacer político. En nuestro caso, la Educación de Adultos. Nunca sabremos si esta metodología fue tan cierta, la lógica nos dice que no, pero creerlo no deja de ser una caricia sobre tanto recuerdo hecho cicatriz.

Todo duró muy poco, apenas unos segundos, si lo consideramos desde la perspectiva histórica. Las imágenes pasan velozmente por la memoria: renuncia de Cámpora, luchas internas, semillas de cizaña sembradas en el terreno siempre fértil del egoísmo. Asume Perón, consciente de su salud deteriorada y de que con ese acto aceleraba su propia muerte. Ocurrida ésta, las persecuciones y los asesinatos ocurridos bajo la democracia sólo fueron el presagio de los que sobrevinieron durante la dictadura cívico-militar-religiosa-económica. Las oligarquías de dentro y de fuera querían nuestras riquezas y sistemáticamente eliminaron a quienes podían oponerse a su propósito.

Sólo un grupo de mujeres, “locas” de amor por sus hijas e hijos desaparecidos y sus nietas y nietos secuestrados en cautiverio supieron y pudieron volver a encarnar la clave de 1810: el Pueblo quiere saber. ¿Dónde están nuestros hijos? ¿Tienen hambre? ¿Tienen frío? Pero no preguntaban sólo por sus propios hijos e hijas. El tiempo y la lucha les enseñaron a ellas, y ellas a nosotros, que, en realidad, cuando preguntaban por sus hijos e hijas, preguntaban por las multitudes de militantes, de pobres y hambrientos, por todos los descartados y descartadas de la historia.

La Nación quedó destruida económica y moralmente por el neoliberalismo traidor. Porque tiene que quedar bien en claro que el neoliberalismo no tiene patria y no es posible aplicar en un país sus políticas de rapiña sin la complicidad de los traidores autóctonos.

Treinta años después, el 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner asume su presidencia para hacerse cargo de un país en ruinas. Este hombre casi desconocido, que asume su mandato con un porcentaje de votos menor que el índice de desocupación vigente entonces, dice en su discurso inaugural dos frases que definieron su identidad y su rumbo. Identidad: “formo parte de una generación diezmada”. Rumbo: “no pienso dejar mis convicciones en la puerta de entrada de la Casa Rosada”. Por su identidad, diezmada de ausencias, volvieron a latir nuestros corazones veteranos que habían saltado jubilosos treinta años atrás y, como diría don Atahualpa Yupanqui, “con nosotros nuestros muertos pa’que naide quede atrás”. Por su rumbo, comenzó un período de gobierno, continuado luego por la compañera Cristina, en el que volvió a vislumbrarse la dignidad del Pueblo, expresada, entre muchos otros logros, en las manos ocupadas del trabajador y la trabajadora; la construcción de miles de edificios escolares; la recuperación de la industria y tecnologías nacionales; el reconocimiento de la salud, la educación y la alimentación como derechos humanos y no bienes de mercado a los que sólo acceden quienes pueden comprarlos; la protección de la infancia y de la ancianidad. Como corolario, el desendeudamiento externo permitió liberarnos de los buitres financieros que asfixiaban nuestra economía.

¿No pudimos con un enemigo poderoso? ¿No supimos comunicar nuestras ideas y proyectos? ¿Nos distrajimos en la ocupación mezquina de espacios de poder, en vez de valorar el tiempo de realización de los proyectos políticos? Muchas son las causas, pero la cuestión es que el neoliberalismo volvió, más cruel y efectivo que nunca. Hoy, después de cuatro años de destrucción, hemos vuelto al gobierno, apenas y con lo justo. Al gobierno, porque para volver al poder falta mucho todavía. De ahí el título de estas líneas.

Una nota de color en la enseñanza de los hechos de mayo de 1810 señalaba que el virrey Cisneros era bastante sordo, como consecuencia de haber sido herido en la batalla de Trafalgar (1805), por lo que, siguiendo el simbolismo, uno podría decir: ¡cómo iba a escuchar los reclamos del pueblo! Con esta digresión lo que queremos señalar es que las y los gobernantes, y la dirigencia en todos los estamentos sociales: legisladores, legisladoras, dirigentes sindicales, referentes políticos, religiosos, sociales y económicos, pueden tener defectos –como los tenemos todos– pero no pueden ser “sordos” como Cisneros. Porque el Pueblo, como en 1810, quiere saber y por eso pregunta.

El pueblo quiere saber por qué hay que negociar tanto con los sectores monopólicos de la economía argentina, cuyo único negocio parece ser aumentar sin justificación sus ganancias a costa de empobrecer al país. ¿Por qué está tomando tanto tiempo analizar la cadena de precios y distribución de alimentos y otros bienes imprescindibles para la vida? ¿No debería tomarse aquí, como un mandato urgente, la advertencia de nuestro Himno Nacional: “oíd el ruido de rotas cadenas”? Si las familias argentinas no pueden acceder al pan, la leche o los medicamentos, ¿qué sentido tiene cantar “libertad, libertad, libertad”?

Si la denominada “Ley de Medios”, aprobada por una inmensa mayoría legislativa, fue derogada por decreto, ¿por qué no restaurar también por decreto su vigencia, para democratizar, aunque sea un poco, el funcionamiento de los medios masivos de comunicación?

¿Por qué nos cuesta tanto modificar un sistema financiero construido sobre una ley de la dictadura que usurpó el poder en 1976? ¿Por qué los tiempos de los trámites legislativos parecen no tener la urgencia que las necesidades del pueblo reclaman?

¿Por qué cuesta tanto plantear y comenzar a implementar una nueva distribución de la tierra, dando prioridad a la producción de la agricultura familiar? ¿Por qué permitimos que los monopolios de siembra nos sigan envenenado con los agrotóxicos o destruyendo nuestros bosques nativos? ¿Por qué cuesta tanto encontrar espacios para oír los reclamos de los argentinos y las argentinas pertenecientes a los pueblos originarios y encontrar una solución en común?

¿Por qué la Suprema Corte de Justicia se parece cada vez más en su accionar a una junta de comandantes militares? ¿Por qué no hay ninguna forma de sanción para las y los comunicadores que mienten, difaman y distorsionan la realidad, incluso contribuyendo a que muchos y muchas compatriotas se enfermen y mueran?

¿Por qué no se escuchan con más claridad las voces de las y los dirigentes sindicales denunciando las injusticias y acompañando las medidas de gobierno que intentan solucionarlas?

¿Por qué es tan tibia la decisión de retomar el control soberano de nuestras vías navegables, como el Paraná? ¿No nos damos cuenta de que es la “versión siglo XXI” de la Batalla de la Vuelta de Obligado?

Podríamos prolongar esta lista de preguntas incompleta y aleatoria, pero la muestra tiene la intención de abrir el camino para que cada compañera y cada compañero la completen con otras que les parezcan más relevantes. Estas preguntas no tienen la intención de “correr por izquierda” a nadie, sino, por el contrario, buscan poner en evidencia la magnitud de la crisis que estamos atravesando, cuya resolución será mucho más difícil si no preservamos la unidad de las fuerzas que integran nuestro espacio político.

Las vivencias de este tiempo de pandemia nos obligan a valorar los esfuerzos hechos por nuestro gobierno. Sin duda, si el neoliberalismo hubiera seguido en el poder, éste habría sido un 25 de mayo mucho más doloroso de lo que ya es. ¿Somos conscientes de que nuestro gobierno está reconocido mundialmente como el que más recursos económicos ha distribuido para morigerar los problemas sociales y económicos que la pandemia produjo? ¡El primero en el mundo! La obligación ética de agradecer no tiene por qué anular la obligación de preguntar como Pueblo que quiere vivir cada vez más como Comunidad Organizada.

La militancia política del campo nacional y popular es alegre, porque milita por la vida y siembra la esperanza. Hunde sus raíces en la historia y busca la justicia que repare. Parafraseando al poeta cubano, al mismo tiempo que nos ponemos “a llorar por los ausentes”, cantamos con toda la fuerza de los descamisados y grasitas de Evita: “pagarán su culpa los traidores”.

¡Viva la Patria!

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