El futuro de la política o la política del futuro

Quisiera plantear, en un formato de breves reflexiones, interrogantes sobre la construcción política hegemónica futura en Argentina. La figura de Alberto Fernández ha generado, sin dudas, expectativas en propios y ajenos, y es –sin más– la novedad del sistema político. Su imagen, su discurso, sus estrategias políticas, sus aliados y adversarios serán materia de futuros análisis políticos, de ríos de tinta… En estas notas quisiera simplemente indagar sobre cuál será el alcance de su figura y su potencia hegemónica futura, sus temas de agenda, su relación con los medios, sus dones de líder carismático, sus bases de sustentación, su estilo de construir poder, y el rol de sus adversarios y sus discursos.

 

Un nuevo sistema político

Desde el anuncio por parte de Cristina Kirchner de la candidatura de Alberto Fernández hasta el resultado de la PASO, parece haberse configurado un cambio en el “sistema político argentino”, en tanto una nueva oferta electoral ya sin Cristina delante en la fórmula modificó sustancialmente la demanda y el consecuente resultado electoral. Pero tal vez no es solo eso. Tal vez hay algo más… Si nos vamos un poco atrás en el tiempo, la última transformación del sistema político argentino se dio desde la desafortunada frase de Cristina: “si quieren tomar decisiones de gobierno, formen un partido y ganen elecciones” hasta la efectiva coalición electoral llamada Cambiemos y su triunfo electoral que ungió a Macri como presidente. Efectivamente, hoy el escenario político es un tablero en el que el Frente de Todos parece haber realizado la última movida exitosa de la partida. La pregunta que inmediatamente podemos hacer es si esa movida tiene algún parecido a la necesidad de una coalición electoral, y si en el futuro esa coalición se transformará en política. La respuesta es difícil y dependerá sin dudas de múltiples factores y eventos.

 

Comerse la cancha mediática

Pero refirámonos ahora a la pregunta por los efectos de este nuevo “sistema político”. Primer efecto y nada menor: Alberto no es Cristina, aunque sí es Fernández… Una reflexión inicial es que electoralmente Alberto ha iniciado sin dudas una pasada fenomenal por los medios gráficos, radiales y televisivos, como así también por las distintas redes. Como decía el sabio Moscovici, en el mundo contemporáneo los medios guían las representaciones del sentido común y son, en ese sentido, el canal más poderoso de influencia en los grupos sociales. De esto ya no hay dudas, y Alberto parece haber tomado nota perfecta de las enseñanzas del poscognitivismo comunicativo. Algo que, sin dudas, no existió en el cristinismo. Amén de una búsqueda electoral de los indecisos, aquellos que habían votado a Macri y quedaron desencantados y aquellos que posiblemente se subieran al “carro ganador”, el candidato del Frente de Todos mostró una solvencia muy efectiva. Sobre todo, en las entrevistas televisivas. ¿Se ha comido esa cancha? Es posible. Ha mostrado la autoridad que un futuro presidente necesita transmitir en un país “inseguro” como Argentina y frente a una líder notoria, “opacadora”, como Cristina. Sin dudas, lo ha hecho. Es difícil mensurarlo, pero se podría afirmar que parte del resultado de las PASO puede deberse a ese don del candidato impensado… Alberto Fernández es un candidato a presidente que ha crecido sustancialmente como figura política. Desde su primer acto en la localidad de Merlo, donde se enfrentó por primera vez con una multitud junto a Cristina Kirchner, no ha parado de crecer en su discurso, en su aplomo. Este no es un dato menor de cara a su capital propio a futuro.

 

Populismo o institucionalismo

Desde que Laclau volvió a la Argentina con Hegemonía y Estrategia Socialista –libro o biblia de los posmarxistas– supo poner sobre el tapete la cuestión del populismo. A Laclau le fascinaba el populismo, de izquierda, claro, aunque su esquema de análisis político sirviera tanto para los populismos de izquierda como los de derecha. Una vez leídos sus libros y escuchadas sus clases y conferencias –dio muchas, por cierto, hasta que lo alcanzó la muerte– quedó claro que el primer kirchnerismo fue un populismo, en sus términos… El segundo kirchnerismo también, pero menos, y el tercero menos que el segundo… Él señalaba dos causas: la figura y el discurso de Néstor Kirchner, populista por cierto –por su forma de construir poder–, y la figura populista de Cristina, pero con un discurso más institucional. Laclau creía que el populismo –de izquierda– era el mejor sistema para un país como la Argentina, porque el populismo mantiene –en su versión laclauiana– ese espíritu de interpelación de lo popular. Para mantener activo lo político y luchar por la igualdad y la inclusión social, el componente populista tiene esa vitalidad “spinoziana”, en un país como Argentina que se caracteriza justamente por lo contrario, por la desigualdad y la exclusión. La pregunta futurista es si el albertismo será un populismo o un institucionalismo. O si será un populismo de izquierda o de derecha. O si será un populismo de menor intensidad. Por lo que deja entrever en su discurso, Alberto se siente parte de ese discurso popular kirchnerista y también del discurso institucionalista. ¿Una suerte de Bacheletismo a la Argentina? Difícil de afirmar, pero es necesario preguntar.

 

Monitorear el significante vacío

Alberto es hoy un significante vacío. ¿Qué quiere decir esto? Se ha presentado como aquel capaz de vaciar su contenido diferencial, sin perderlo del todo, e interpelar un discurso de la integración de las fuerzas políticas en un frente electoral y político. El siglo XXI es el siglo de los frentes políticos, y Alberto parece haber tomado nota de esto. Se ha presentado en este sentido como aquel significante capaz de equivalenciar en una misma cadena de demandas sociales a sectores tan disímiles como los gobernadores peronistas, el ambientalismo de Pino Solanas con la minería sustentable, el sindicalismo de Moyano con la UIA, camporistas, massistas, etcétera. El problema del significante vacío es cuando comienza a llenarse una vez que se asume el poder. De allí que ese monitoreo de la articulación política va a ser central. ¿Cómo mantener esa articulación y seguir manteniendo ese lugar de significante amo o vacío capaz de mantener en una sola cadena de representación todas esas demandas? Será una pregunta clave. Los ocho millones de votos de Cambiemos presagian la necesidad de mantener el equilibrio articulador de Alberto de este lado de la frontera. Cambiemos parece haber consolidado una identidad en el sistema político nacional. Hoy el Frente de Todos jugará sus fichas para consolidar su propia identidad. Parece tener el deber de hacerlo. Del otro lado del muro hay “caminantes blancos dispuestos a volver”…

 

Del don del líder carismático a los primeros albertistas

Esto es pura futurología. Pero Alberto puede ser un líder carismático, ¿por qué no? Digamos que su modo comunicacional es absolutamente pedagógico y atractivo, no solo para los sectores más informados, sino también para aquellos alejados de la política. Alberto destaca por ser un conocedor del Estado. Una figura seria, coherente, abierta pero firme. También su discurso es el de alguien que ha estudiado los temas. Ha tenido tiempo para estudiar… algo no tan común entre los políticos de a pie. ¿Pero por qué la idea del carisma? Porque tiene dones para poder serlo, tal vez una mezcla de equilibrio racional, emotividad y afecto. Es difícil traducir al candidato electoral en político gestor, pero es evidente que existe una línea fina de continuidad. Lo que queremos decir es que es muy probable que parte de esos modos y dones mostrados puedan tener un papel destacado en el futuro incierto de la política nacional. ¿Quiénes son los primeros albertistas? Como en toda expresión política nueva, los jóvenes y no tanto están siempre entre bambalinas… Así estuvo la Franja Morada en el alfonsinismo, los jóvenes reformistas del menemismo, los sushiboys aliancistas y los camporistas del kirchnerismo. Hoy los que están detrás de Alberto son grupos de jóvenes y no tanto, formados, cuadros más político-técnicos que sociales probablemente, pero que parecen mostrar un equilibrio distinto en su relación con los poderosos medios, los votantes y la sociedad en general. ¿Esto puede presagiar el estilo futuro de hacer política del albertismo? Sí, y sería un signo de revitalización y de cambio. Revitalización en el sentido de, tal vez, incorporar en la agenda temas nuevos, del futuro, nuevos derechos, y en el sentido de usar lógicas distintas de construir poder.

 

Sobre el devenir de la fórmula

Si Alberto Fernández obtuviese en las elecciones generales un caudal de votos del 60%, significaría el resultado para una fórmula en la que no puede escindirse el candidato a presidente de su candidata a vice. Sin embargo, se dice que quien tracciona los votos, el 80%, es Cristina. Sin embargo, podría estar sucediendo un fenómeno de encantamiento “luhmaniano” mediático de Alberto Fernández, que indicaría que ese porcentaje no es tal. Más allá de esas especulaciones, un interrogante lógico es si esa fórmula, que es indisociable para el conteo de votos, lo será cuando gobierne. Allí los matices de los personajes, sus historias o sus trayectorias podrían indicar lo contrario. Es claro que se trata de un proyecto común. Pero es indefectible, más allá de las especulaciones y –a veces– de las malas intenciones sobre el futuro de la fórmula, que las diferencias se intuyen y hasta se pueden sentir. Cristina es una política más recostada sobre la cuestión social y Alberto Fernández es un político más de centro. El cristinismo deberá hacerse centrista y el albertismo, social. Esa sería una combinación suplementaria. De lo contrario, es evidente que ambos liderazgos podrían chocar en algún momento. No se trataría de la idea bifronte que le habían atribuido a Néstor con Cristina, pero es cierto que el peso relativo de Cristina podría romper el equilibrio. También es posible que el peso de Alberto se acreciente y esa balanza pueda equilibrarse de algún modo. El éxito de la fórmula, es cierto, será compartido. Un fracaso de Alberto podría arrastrar a la propia figura de Cristina. Allí habita otro factor de equilibrio sistémico que es insoslayable.

 

El futuro es con los medios

La disputa que el cristinismo estableció con los grandes medios de comunicación es vista hoy como un hecho del pasado. Mucho se ha escrito sobre la eficacia de esa confrontación. Las interpretaciones son dispares. El cristinismo logró instalar en la agenda la problemática inherente a la hegemonía de los medios concentrados de comunicación y su impacto socializante en el sistema democrático. La ley de medios fue un hito del cristinismo. Pero, lamentablemente, eso que había sido un gran triunfo en su momento, se convirtió en un fracaso en el largo plazo. No en un fracaso identitario ni ideológico para el cristinismo, pero sí en una derrota. Como se ha señalado recientemente, Clarín ganó esa disputa… que parece haberse terminado. No sería un tema en la agenda de Cristina. Claramente menos en la de Alberto. Para ganarle a Clarín en este nuevo período, la estrategia será ignorar su crítica sistemática. Por otro lado, la presencia de Alberto en los medios ha demostrado una notoria cintura política. Parece improbable un futuro en el que se machaque por la herencia recibida por la responsabilidad de los grandes medios que se han dedicado a cubrir a un gobierno nefasto como el de Cambiemos. Sin dudas que cada uno sabe sobre esa cuota de responsabilidad, pero no será un tema de agenda a futuro.

 

El futuro del radicalismo y el larretismo, el día después

La novedad del radicalismo y el PRO unidos –que había representado el gran movimiento maestro para coronar a una coalición de derecha al poder sin necesidad de recurrir a botas y fusiles– podría sufrir un cambio sustancial el día después de la elección general del 27 de octubre. El radicalismo podría despegarse de la coalición Cambiemos. Tras la reunión de Cumelén, donde los gobernadores radicales y la conducción orgánica le anticipara a Macri que despegarían la elección nacional de las provinciales, rechazando su pedido de ir juntos, se configura como una clara muestra de que la alianza, por lo menos con la orgánica radical, se acabó. Por el lado de Rodríguez Larreta, de conseguir el triunfo electoral en la CABA, pasaría a ser el jefe del PRO y de algunos sectores del radicalismo, junto a María Eugenia Vidal. Contradiciendo la visión de Miguel Ángel Pichetto, es altamente probable que Macri deje de ser el líder de la coalición y dé un paso al sector privado. El futuro de lo que quedaría de esa coalición estará representado por esa conducción orgánica, con una pérdida de gran parte del radicalismo. Con lo que la novedad será que la coalición Cambiemos se habrá debilitado de cara a los desafíos políticos y electorales del futuro, y esto abriría el camino a nuevas fuerzas filo peronistas y filo radicales.

 

Llegar a octubre, difícil. A diciembre, misión imposible

Varios economistas han señalado, no sin acierto, que el actual cepo para la compra de divisas no ha frenado la salida y que podría haber quedado corta la medida para evitar una crisis en el sistema financiero y en la caída de las reservas del Banco Central. La opinión de banqueros y analistas parecen coincidir en este punto. Distintas notas de Verbistky, Sebastián Soler, Mónica Peralta Ramos, Horacio Rovelli, Enrique Asquieri, Ricardo Aronskid y Walter Graziano parecen presagiar lo inevitable: la necesidad de adelantar la asunción del mandato después del 27 de octubre con la consecuente renuncia de Macri. El planteo de los bancos es que el cepo deberá ser achicado de 10.000 dólares a 3.000, y eso producirá una nueva corrida. Sumado a eso, de no venir el nuevo préstamo, la situación sería catastrófica. Algo que preanuncia la posición del FMI de no tomar ninguna decisión hasta que no se sustancie el proceso electoral del 27 de octubre.

 

El mejor discurso: Tucumán

El discurso de Tucumán fue algo así como una hoja de ruta: de las ideas a la acción. Sin dudas, y como se ha señalado, ¡un verdadero gran discurso! En ese discurso hay varios elementos interesantes a destacar. Por un lado, es un discurso donde el emisor ejerce un poder significante notable. Se hace escuchar atentamente en una mezcla de racionalidad y emotividad. Es el discurso del liderazgo que se ejerce. Se presenta, más que como un candidato, como un líder en ejercicio. Es un discurso que sitúa a la tradición que va desde la reforma universitaria –de escala continental– hasta el decreto de gratuidad de Perón, de lo que fuimos en educación, de lo que supimos ser. “Fuimos distintos en América Latina con la Reforma del 18, pero más distintos fuimos el día que Perón dijo que esa universidad era gratuita y podían ir los hijos de los trabajadores, y ahí fuimos mucho más distintos”. Es un discurso que traza una frontera entre la escuela pública como significante privilegiado y quienes denuestan lo público –“caer” en la educación pública. Es un discurso que marca una frontera rígida con quienes sostienen que hay demasiadas universidades, que son un gasto y a la que los pobres no llegan, con los que dicen que todo lo bueno que nos había pasado es el problema actual que tenemos. El emisor como figura idealizada se sitúa como en un continuo en donde lo público es la causa del ideal, que va desde su educación con los maestros y profesores hasta llegar a ser presidente, como efecto: Alberto es un hijo de la educación pública de calidad que le permitió llegar a ser presidente. La reivindicación de la tradición olvidada, mi hijo el doctor, el orgullo de esas generaciones… La reivindicación de los derechos, del rol de los sindicatos, de los trabajadores. Por otro lado, es un discurso de reivindicación del norte argentino. Que pone en el centro la inequidad de las provincias más alejadas del centro de la Ciudad de Buenos Aires, la más privilegiada, la París de América Latina. El emisor le dice basta a esa injusticia de la desigualdad territorial, la desigualdad educativa, la laboral. Y sitúa en el centro de la agencia al Estado y a la autonomía social, para volver a ser lo que alguna vez fuimos. Es un discurso que entusiasma, promete y calma… Todo lo demás se verá.

 

Sebastián Cruz Barbosa es doctor en Ciencias Sociales, sociólogo y politólogo de la Universidad de Buenos Aires, docente e investigador de UNLA, UMET y FLACSO.

 

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