El “albertismo”, un camino posible en búsqueda de las mayorías

Agosto nos muestra un escenario impensado tanto para el oficialismo como para la oposición. A fines del año pasado no era difícil imaginar que, a esta altura del 2020, el problema de la deuda estaría encaminado –algo que recién está sucediendo– y se estaría en medio de un proceso de recuperación del aparato productivo, de los ingresos y los consumos de gran parte de la población. Esa normalidad política, que hubiera marcado la arena de disputa de una manera más previsible, no sucedió. La pandemia pateó el tablero, y reacomodó las piezas.

La oposición descubre un terreno más favorable del imaginado para operar políticamente. Con la cuarentena, la televisión recuperó parte de su influencia y se pone como escenario privilegiado de la discusión política junto a las redes sociales. Al tiempo que algunos grupos mediáticos endurecen su discurso, la oposición transita diferentes caminos para marcar el punto donde se ubica. Tanto el discurso más duro –encabezado por la titular del PRO, Patricia Bullrich–, como las muestras de coordinación y sensatez de los sectores con responsabilidades de gobierno –Larreta, e intendentes de la provincia de Buenas Aires como Jorge Macri y Néstor Grindetti– y los intentos de construcción de un discurso progresista –Lousteau y parte del radicalismo– forman parte de un mismo universo. Sin articulación estratégica, pero funcionando en la práctica como una red de contención del propio espacio, en medio de un proceso de reordenamiento interno que está en marcha.

Pero para poder consolidar lo propio, Juntos por el Cambio (JxC) necesita de un oficialismo que refuerce la estrategia, se suba al ring y actúe en espejo. No sólo para potenciar a los sectores que buscan polarizar sino principalmente para desplazar al oficialismo del centro, de la búsqueda del diálogo y de la gobernabilidad, dejando libre un espacio que le den a la oposición posibilidades de crecer o por lo menos impedir el crecimiento de la coalición gobernante. Desgastado como recurso el reclamo anticorrupción –por la aparición de casos propios–, y con el recuerdo todavía presente de los resultados del gobierno de Macri, el discurso heterogéneo de Cambiemos encuentra cada vez menos capacidad de articular los diferentes nichos a los cuales les habla. La búsqueda del “orden”, que fuera uno de sus caballitos de batalla, encuentra en el discurso regulador de la cuarentena –y en algunas expresiones del oficialismo, aunque con matices, como la mirada sobre la inseguridad de los Sergios Berni y Massa– parte de esa demanda. Sin expectativas sobre un modelo de país alternativo, JxC navega entre el discurso de defensa institucional, la apelación a las libertades individuales y una postura conservadora ante cualquier posibilidad de cambio. Por otra parte, las expresiones de radicalización por derecha –Espert, Milei y López Murphy– y de discurso antipolítica achican la capacidad de acción de JxC, y esperan con expectativas el escenario postpandemia que, si el gobierno no logra encaminar, pronostican va a demandar algún tipo de ruptura con la oferta tradicional. Y es en este punto donde lo que denominamos “albertismo” puede ocupar su papel estratégico. Hacia adentro y hacia afuera del Frente de Todos (FdT), pero principalmente actuando performativamente sobre lo que viene. Evitando jugar a otro juego que no sea el propio.

En nuestro país hace años que se discute sobre la existencia de dos polos de atracción hacia los costados del tablero político y de un centro que algunos llaman la “avenida del medio”. Para unos, muy ancha; para otros, poco importante. Pero su existencia casi no tiene discusión. El tiempo fue dejando claro que el centro fue consecutivamente capturado por una oferta específica que lo contenía –siempre minoritaria, como lo fue Lavagna en 2019– o por aquella expresión que logró incorporar o articular discursivamente sus demandas. Esto que parece historia sirve para contextualizar el desafío que tiene el oficialismo para operar estratégicamente. El presidente cuenta con instrumentos para trabajar en este sentido. La construcción de una nueva corriente de pensamiento y acción que sintetice –no que unifique ni hegemonice– en parte la diversidad de espacios que integran el FdT debería ir en ese sentido. Cuando hacemos referencia a la posibilidad de construir “albertismo”, no lo pensamos como corriente interna o agrupamiento de dirigentes cercanos al presidente, sino como una operación de construcción de sentido para la etapa que viene.

Tanto en la espectacular decisión de Cristina Kirchner de postular a Alberto Fernández como en la construcción del FdT, los objetivos de ganar las elecciones, desplazar a JxC del gobierno y construir una herramienta política capaz de gobernar en un escenario adverso funcionaron como instrumentos articuladores de la diversidad de espacios que integran la alianza. Cumplidos los objetivos, hoy esos instrumentos pierden fuerza como elementos unificadores, y es la agenda de gobierno la que funciona como catalizador de la discusión colectiva. Se discute política posicionándose públicamente alrededor de la acción del gobierno. Esto es dañino para cualquier oficialismo. Mucho más en un país inmerso en una importante crisis económica y social, en la que los actos de un gobierno muchas veces son más un resultado del manejo de las coyunturas y de correlación de fuerzas, que definiciones sobre rumbos futuros. El oficialismo necesita correr la discusión y la disputa interna de ese lugar, para ubicarlas en un espacio donde pueda administrar mejor las diferencias, reduciendo el desgaste del gobierno y la figura presidencial.

De la misma forma, la pandemia movió el tablero interno del Frente de Todos. Lo que algunos sectores consideraban un gobierno de transición hacia alguna figura cercana a Cristina, Sergio Massa o algún gobernador sin posibilidad de reelección, hoy se comienza avizorar como un proceso que no tiene decretado su final de ciclo. Esto reordena expectativas y organiza la disputa en torno a las legislativas del año que viene. No tanto para buscar posicionarse hacia la carrera presidencial sino para fortalecer sus espacios legislativos, a los fines de tener mayor capacidad de influencia en el 2023. Si bien es más que evidente que en la capacidad de encauzar el proceso de salida de la crisis económica y social se juega toda posibilidad de futuro, esto despeja el camino del “albertismo” dentro de la propia fuerza también.

Es decir, tanto hacia adentro como hacia afuera del FdT existe espacio para una nueva identidad política, producto de una nueva síntesis dentro de la heterogeneidad del peronismo y el campo nacional, que funcione como instrumento integrador de los diferentes sectores que forman la alianza gobernante, pero que principalmente tenga la capacidad de interpelar a porciones mayoritarias de la población. Hay acciones del presidente que van en este sentido, y otras que podrían potenciarlo. Un antecedente es el modo de gestionar la crisis sanitaria. Con un consejo de asesores expertos y una mesa de trabajo interjurisdiccional, que trasciende las diferencias políticas. Con un Alberto dialogando, poniendo en el centro el problema por resolver, y definiendo estratégicamente el rumbo. Es en estos escenarios donde el presidente mejor se mueve, y donde más estrecha su vínculo con gran parte de la población. Una forma de hacer gobierno que pareciera sintonizar –según marcan las encuestas– con las demandas de la nueva etapa.

En esta línea, el llamado a conformar un Consejo Económico y Social es un paso importante. Más allá de que las conversaciones por sectores productivos suelen producir mejores resultados que las convocatorias de este tipo –ver el caso del flamante Consejo Agroindustrial Argentino–, el dispositivo del “acuerdo” encuentra su sentido estratégico en su capacidad “instituyente” más que en la posibilidad de transformarse en un espacio institucional de construcción de consensos. Es decir, en su capacidad de operar sobre el “sentido común” a través de un espacio que simbolice públicamente “el interés nacional”, con el presidente sentado a la cabeza de la mesa.

Por otra parte, la convocatoria a un espacio de gestión federal con los gobernadores es otro elemento que Alberto puso en el centro de su campaña –“formar un equipo de un presidente y 24 gobernadores”– y que funcionó como una pieza interesante de su propia construcción como candidato. A diferencia de etapas anteriores, se trata de actores con cierta autonomía financiera y con construcciones políticas y votos propios, lo cual le sirve al presidente como un elemento de contrapeso interno dentro del FdT, y de plataforma de su propia construcción identitaria.

Por último, avanzar hacia un proceso de institucionalización del Frente de Todos, que no solo le otorgaría perspectiva de largo plazo a un instrumento –electoral– construido para ganarle a Macri, sino que puede funcionar como dispositivo que potencie las líneas internas, incorporándolas a un juego “reglado” que fortalezca el espacio, especialmente en la dinámica electoral, y en conformación de listas y de candidaturas. Pero sobre todas las cosas, para correr la discusión sobre la agenda, el gobierno y las diferencias internas del plano público, como único escenario posible. Para administrarlas internamente, evitando que sean solo las personalidades del espacio las que deben y pueden ordenar la discusión –también públicamente.

Se trata de acciones que demarcan el campo político, de manera beneficiosa para el oficialismo. No solo porque achican el espacio de maniobra de la oposición, sino porque refuerzan la estrategia –que fuera constitutiva del FdT– de repensar los errores del pasado y conformar una unidad lo más amplia posible. El “albertismo” es el intento por nombrar y darle forma a una nueva síntesis de las diferentes expresiones del peronismo y el campo nacional. Todavía incipiente y sin la decisión estratégica de ser impulsada. Con un oficialismo que debe aprender a gobernar en coalición, administrando sus disputas y sus diferencias internas de manera inteligente. Con el objetivo de la construcción de un modelo de país que convoque a amplios y diversos sectores del quehacer nacional a la difícil tarea de encontrar un rumbo, que fundamentalmente pueda interpelar a las mayorías necesarias para poder transitarlo.

 

Salvador Tiranti es doctorando en Ciencias Sociales (FLACSO), magíster en Políticas Públicas (FLACSO), licenciado en Educación (UNQui), investigador y docente del Área de Estado y Políticas Públicas (FLACSO).

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