Con la unidad sola no alcanza: notas sobre los desafíos del Frente de Todos para la etapa que viene

Parece existir hacia el interior del Frente de Todos (FdT) un amplio consenso sobre la “hoja de ruta” –vacunación, reactivación económica y unidad política– que debe ser guía de la gestión en este año pandémico y electoral. A la vez, son cada vez más fuertes las señales públicas de sus principales dirigentes para fortalecer las instancias de coordinación y unidad política, aun en la diversidad. Sin embargo, permanece constante la incapacidad del espacio de administrar sus diferencias de manera eficaz, construir procesos de síntesis colectivas, y desarrollar instrumentos de proyección estratégicos. Esto obliga a tramitar la indispensable discusión interna de forma desordenada, en el ámbito público, y exclusivamente centrada en la agenda del gobierno.

La forma y el sentido que adopte la administración y la salida de la pandemia es el principal desafío –por su complejidad y por las tensiones que lo atraviesan– que tiene el FdT. No solo para su consolidación en las elecciones legislativas de este año, lo cual es de suma importancia para las perspectivas del gobierno, sino para su continuidad como proyecto a largo plazo. La identidad del espacio va a depender del “modelo de salida” que logre construir, y va a actuar como síntesis necesaria –todavía pendiente– para cualquier intento de permanencia y de renovación política en unidad. En 2019, la unidad fue un elemento central para la convocatoria de un interesante abanico político y social, que no solamente le imprimió peso electoral a la propuesta frentetodista, sino que construyó un activo crucial que fue puesto en “juego” a la hora de otorgar mayores grados de gobernabilidad a un Estado que fue sorprendido por la pandemia y la crisis mundial. Instrumentos políticos construidos al calor del proceso de unidad, que sirvieron como soportes tácticos al momento de gobernar, y sobre los cuales se construyó un delicado y sinuoso equilibrio interno. Un dispositivo construido sobre cinco ejes de anclaje y acumulación política: la relación estratégica entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández; la mesa de “coordinación” táctica entre el presidente, Máximo Kirchner, Sergio Massa, Santiago Cafiero y “Wado” De Pedro; el rol que ocupa la “liga de gobernadores con votos propios”; el bloque social conformado por la CGT –en todas sus versiones–, las dos CTA, la mayoría de los movimientos sociales, algunos sectores del empresariado nacional y la estructura de intendentes del Gran Buenos Aires. La pandemia y la profunda crisis social y económica pusieron en valor el instrumental político del Frente de Todos y la mirada estratégica de Cristina Kirchner a la hora de impulsar el espacio. En otras palabras, la unidad sirvió para ganar, pero especialmente para gobernar.

Hoy ya no alcanza. La obligación de ganar y desplazar al macrismo del gobierno, y luego de atravesar un año extremadamente excepcional como el anterior, quitó del centro –lógicamente– la necesidad estratégica de convertir al FdT en un instrumento de síntesis y organización política, privilegiando como dinámica interna los movimientos superestructurales de sus principales dirigentes, sin más correas de transmisión hacia su activo militante y su base de sustentación que la de los grandes espacios que componen el Frente, chocando constantemente con un problema de “sobre” y “sub” representación interna.

Las diferencias conceptuales se debaten públicamente, siempre con relación a la agenda y los instrumentos de gobierno, y sin espacios en los diferentes niveles que vayan promoviendo síntesis y construcción colectiva. Lo cierto es que, a partir de la decisión de entregar el centro de la comunicación política exclusivamente al presidente, el FdT perdió una referencia coral que le permita contener, orientar y administrar eficientemente las distintas miradas ante cada coyuntura. A la vez, las urgencias desplazaron la discusión sobre el modo y la necesidad de formatear el espacio de modo que permita transformar las diferencias en tensiones creativas,[1] para que funcionen presionando sobre el campo de la acción política y abonen en la construcción de un espacio sólido y estratégico que funcione como fuerza centrípeta.

Las elecciones las ganan y las pierden los oficialismos. Las de este año adquieren una centralidad única por lo que está en juego y en el difícil momento en que se juegan. El FdT llega a la compulsa de medio término con una importante “hoja de ruta” –ya mencionada– amenazada peligrosamente por la presión inflacionaria y lo insondable de la segunda ola de contagios por COVID-19. La perseverancia del proceso vacunatorio, así como la convocatoria al Consejo Económico y Social (CES), tratan de alinear expectativas y defender los objetivos de gestión trazados, todavía con suerte incierta. Se torna definitivo generar un fuerte impacto en el “metro cuadrado” del votante, que no solo repare daños, sino que principalmente reconstruya expectativas. Solo aparece fuertemente consolidado el proceso de unidad interna, aun cuando se haya cristalizado en un punto de equilibrio sin mucha profundidad y con poca proyección estratégica.

El actual esquema de representación seguramente se verá reflejado en el armado de las listas con el cual el FdT compita en el proceso electoral de este año; con un “reparto” que exprese este delicado equilibrio entre sectores y evite la disputa interna; con fuerte impronta local de los gobernadores y las gobernadoras; con el foco puesto en la pelea por la provincia de Buenos Aires y la posibilidad cierta de alcanzar mayorías legislativas; y con un presidente sobrevolando la mesa de negociaciones y focalizado en la gestión. A la vez, el escenario que resulte luego del domingo 24 de octubre va a establecer las condiciones para el fortalecimiento o la reorganización del equilibrio interno; va a condicionar el ritmo y el tono de la gestión; y va a determinar el proceso de sucesión o continuidad presidencial y el modo en que se darán las disputas por la representación interna de cara al futuro.

Por otra parte, empiezan a aparecer entre los principales dirigentes del FdT una serie de acciones que no solo buscan demarcar el actual campo político, sino que se proponen la construcción estratégica de escenarios futuros.

Si bien Cristina Kirchner ya el año pasado había convocado a “un acuerdo político, económico y mediático”,[2] el último 24 de marzo en la localidad de Las Flores profundizó sobre el tema, afirmando que “deberíamos hacer un esfuerzo, el oficialismo y la oposición, para que nos den mayor plazo y otra tasa de interés de una deuda que otros contrajeron”. Continuó diciendo que “si desde los partidos políticos no somos capaces de articular un acuerdo mínimo frente a cuestiones estructurales, como es el endeudamiento externo y la economía bimonetaria, va a ser muy difícil gobernar la Argentina, sino imposible, tal vez”.[3] Abonan esta línea de acción el llamado de Alberto Fernández al CES y el audaz e inteligente intento del jefe de la bancada oficialista Máximo Kirchner de operativizar un compromiso público multipartidario para llegar a un acuerdo por veinte años con el FMI. En el mismo sentido puede ser interpretado al interesante proceso de reorganización del Partido Justicialista, que no solo deja como resultado la cristalización institucional de su proceso de unidad y su indiscutida centralidad en el campo oficial, sino la estratégica decisión del espacio mayoritario y de mayor volumen político –vinculado a la vicepresidenta– de conducir la estructura partidaria de la provincia de Buenos Aires.

Una serie coordinada, quirúrgica, audaz y estratégica, que busca reordenar prioridades en un escenario muy complejo, operar en la configuración de futuros escenarios y establecer condiciones estructurales que sienten las bases para la necesaria reconstrucción nacional. Es por esto último que entendemos como un importante desafío para el oficialismo –luego de las elecciones de medio término– encaminarse hacia un proceso de profundización y fortalecimiento del dispositivo político que lo devolvió al gobierno, que potencie y administre las dinámicas internas, promueva debates sobre la gestión, construya cuadros técnicos e instancias de acumulación y despliegue territorial, y formalice los mecanismos de representación política. En otras palabras, avanzar en el camino hacia una institucionalización de un proyecto político-identitario de carácter estratégico, que preserve y priorice el carácter movimientista, posibilite sus corrientes internas y sea innovador en sus formas de representación del conglomerado social y político que lo constituye. Y que, a partir de un intento performativo de representación del “interés nacional y mayoritario”, ensanche sus fronteras y márgenes de acción, ocupe mayor espacio en el tablero político y limite fuertemente el margen de operación de otras opciones y discursos alternativos.

Pero, principalmente, un proyecto que trabaje para construir las condiciones necesarias que no solo eviten un regreso a experiencias con terminales neoliberales, sino que permitan pensar y planificar de forma estratégica y situada la construcción de un largo ciclo de continuidad de políticas nacionales y populares.

 

Salvador Tiranti es docente e investigador del Área de Estado y Políticas Públicas de FLACSO Argentina.

 

[1] Linera ÁG (2011): Las tensiones creativas de la revolución: La quinta fase del Proceso de Cambio. La Paz, Vicepresidencia del Estado Plurinacional, Presidencia de la Asamblea Legislativa Plurinacional.

[2] www.pagina12.com.ar/301921-cristina-kirchner-llamo-a-un-acuerdo-politico-economico-y-me.

[3] www.pagina12.com.ar/331544-cristina-kirchner-sobre-el-24-de-marzo-necesitaron-de-la-des.

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