Comentario a La Comunidad Organizada

El 9 de abril de 1949, el presidente Perón brinda el discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Filosofía en la ciudad de Mendoza. Al año siguiente se publican las Actas de aquel evento académico, incluyendo el discurso presidencial, aunque con el agregado de 16 capítulos anteriores al texto pronunciado por el primer magistrado. El 29 de noviembre de 1951, en el diario Democracia y bajo el seudónimo “Descartes”, se publica el artículo Una comunidad organizada, y a partir de 1952 se publican diversas ediciones del texto La comunidad organizada, de acuerdo a la versión que la Subsecretaría de Informaciones tomó de las Actas del Congreso de 1949, omitiendo la introducción. Finalmente, en mayo de 2014 la Biblioteca del Congreso de la Nación publica la versión completa de La Comunidad Organizada, en base a las Actas y al registro magnetofónico de la intervención de Perón.

La Comunidad Organizada es un discurso político y un concepto filosófico. Perón inicia su alocución invocando la relación entre Alejandro Magno y Aristóteles, el general y el filósofo tutor. Además de exagerada, esta referencia no se corresponde con el desarrollo de la conferencia. Perón habla ante un conjunto de filósofos. A lo largo de su discurso cita a una gran cantidad de autores y es altamente probable que varios especialistas lo asistieran en la redacción de su intervención.

La Comunidad Organizada es una puesta en escena de la relación entre la pluralidad del pensamiento y la singularidad de la conducción política.

La Comunidad Organizada expone los procedimientos mediante los cuales la conducción política se nutre del pensamiento.

En el ámbito del pensamiento, Perón enumera distintos autores y distingue diferentes géneros discursivos: teológico, filosófico, científico, ideológico. Desparrama estos elementos sobre la mesa, los coloca ante nuestra vista para que los tengamos en cuenta a la hora de responder la pregunta fundamental: ¿cuánto de satisfacción y cuánto de perfección hacen a la felicidad humana? Perón se formula esta pregunta como hombre de Estado, obligado a realizar aquello que afirma. Así, la felicidad humana es una cuestión de Estado, el propósito de la acción política.

La historia del pensamiento occidental muestra una deriva de la perfección a la satisfacción como claves de la felicidad humana. Perón recupera ambos términos. Observa que el malestar de nuestra época se debe tanto a la pérdida de ideales como a la desigual distribución de beneficios materiales. Observa también cómo la pérdida de ideales abrió el cauce para una exponencial multiplicación de los bienes materiales. El progreso científico tecnológico y el colapso ético van de la mano (ver el capítulo VI de La Comunidad Organizada). El ser humano, reducido a un conjunto de necesidades, entra en una confrontación fratricida, ya sea que quiera alcanzar su satisfacción individual o colectivamente. Esta guerra de intereses y de necesidades es una guerra total, porque compromete a los recursos materiales y humanos del país. Es una guerra mundial porque ningún país puede sustraerse a sus efectos, y es una guerra civil porque se desarrolla en la retaguardia mediante la acción psicológica, la quinta columna y los partisanos. Esta guerra, que pone en riesgo la existencia misma de la nación,[1] es el problema propio de la conducción política.

Los sistemas ideológico políticos del siglo XX, liberales, comunistas o racistas, escalaron este conflicto a niveles aterradores: Hiroshima, el Gulag y Auschwitz son los símbolos de esta suprema decadencia. El hedonismo posmoderno es la máxima expresión del materialismo utilitario y del agotamiento de aquellas ideologías.

Fracasaron las ideologías y fracasó la subordinación de la política a sus pequeñas tesis. La conducción política exige la elaboración de un pensamiento propio, de una idea sintética que encarne en el alma colectiva de la comunidad (ver el capítulo XV de La Comunidad Organizada). Perón propone un colectivismo de signo individualista. Nutriéndose una vez más de la pluralidad del pensamiento, recupera el sentido místico de los antiguos que situaba al ser humano en un orden cósmico. La virtud socrática del deber incondicional del ciudadano y la esperanza evangélica fundada en la igualdad innata entre los seres humanos, el amor fraternal, la libertad de conciencia y de voluntad. Recupera al ser humano aristotélico ordenado para la convivencia social y al imperativo categórico kantiano que proyecta en lo colectivo los deseos personales. Recupera la experiencia de los pueblos que gestaron naciones y construyeron instituciones democráticas. Cita en extenso a Rousseau, que define como pueblo al “conjunto de seres humanos que mediante la conciencia de su condición de ciudadanos y mediante las obligaciones derivadas de esta conciencia, y provistos de las virtudes del verdadero ciudadano, acepten congregarse en una comunidad para cumplir sus fines”.

Sobre estas premisas Perón propone un modelo de comunidad organizada para alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación: gobierno centralizado, Estado descentralizado y pueblo libremente organizado. Al gobierno corresponde el arte de la conducción,[2] al Estado los conocimientos técnicos propios de la gestión, y al pueblo la acción creativa que plantea exigencias, necesidades y aspiraciones.

Perón convoca a los filósofos a participar en esa acción, creando un clima de virtud en la vida de los pueblos.[3] Los convoca a la misión pedagógica de iluminar las relaciones del ser humano con su principio, con sus fines, con sus semejantes y con sus realidades inmediatas. Los convoca a la formación de un estilo de vida pluralista en el que lo conquistado convive con lo debido; en el que los imperativos personales y públicos conviven con las luchas, el progreso y las sagradas rebeldías. Perón convoca a los filósofos a ser protagonistas en la libre organización del pueblo. Sin ellos, la disputa por la unidad espiritual de la nación se reduciría al adoctrinamiento y la propaganda.

[1] En Política y Estrategia afirma: “si para un mejor gobierno de lo interno la organización es indispensable, para enfrentar lo internacional esa organización es un imperativo ineludible de nuestra época. (…) No podemos presentarnos con dualidades al exterior sin correr el grave riesgo de desaparecer como nación”.

[2] En El Político de Platón encontramos un modelo para este arte que forma y asegura la unidad de la ciudad componiendo un tejido suave y sólido a la vez, armonizando las fuerzas opuestas que habitan en la comunidad.

[3] Perón propone el modelo del antiguo filósofo ambulante, antes que el filósofo rey o el filósofo tutor. La intervención del filósofo en el cuidado de uno mismo como práctica de libertad en un campo complejo de relaciones de poder fue estudiada sistemáticamente por Michel Foucault.

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