Cábala

A todos nos sorprendió.

Aunque en algún lugar lo sabíamos, pero esa cábala de ni siquiera pensarlo. Cuando suceden estas cosas, estos hechos que nos hacen reafirmar que estamos protagonizando un hecho histórico, sobrevienen en mí sentimientos encontrados. La alegría infinita de ser millones, claro. Esa alegría que se multiplica por todos y cada uno. Pero también la ambivalencia de sentir en el cuerpo que estuvimos verdaderamente en peligro. Y que ese peligro tenía además el riesgo enorme de ser naturalizado, como quien despierta al borde de un precipicio. Porque en blanco sobre negro todo se ve más claro. No podía llorar hasta que pude. Y las razones son tan íntimas que no es necesario contarlas, pero cuando pude finalmente llorar me di cuenta de que por fin estaba asumiendo que tal vez sí, que muy posiblemente sí, que nos lo merecemos, que lo construimos, que la acción fue resistir democráticamente, pelear contra la maquinaria enorme de la propaganda con nuestras herramientas más nobles, la verdad y la palabra.

Como esas pesadillas que duran muchos días hasta que se desvanecen, pero también vuelven de golpe en algunas noches, estos años han sido así de temibles. Se metió en los vínculos, limó relaciones, destruyó –con el sálvese quien pueda– muchas lealtades algo lábiles, pero también lastimó vínculos familiares. Se construyó la idea del lugar para pocos, y cualquier lugar para pocos tiene las mismas reglas que la selva.

Nuestra resistencia fue seguir queriéndonos. Fortalecer nuestras amistades, nuestros amores y nuestras lealtades. Personalmente, también me pasaron cosas muy buenas, me enamoré de un hombre la noche del bunker de la derrota y aún estamos juntos, y además fundamos con un grupo de amigos geniales y talentosos El Club, Compañía Independiente de Cine. Y nos juntamos e hicimos una película que nos quedó hermosa, que empieza su recorrido internacional dentro de unos días y que filmamos en una semana, sin dinero, sin cobrar un centavo, poniendo lo que podíamos de nuestras difíciles economías personales. Teníamos proyectos detenidos en laberintos de expedientes retrasados e incumplidos. Se fueron sumando voluntades y reunimos a una especie de selección nacional para hacerla. Una selección de artistas y de empresas de post producción que tampoco cobraron un peso. Y de mecenas que nos ayudaron. Y hasta músicos de la filarmónica y estudios de grabación en vivo.

Me acuerdo que llovía cuando hicimos la primera reunión, y verlos llegar de a uno, mojados por la tormenta, movidos por la voluntad de hacer cine sin cobrar un peso, por la misma voluntad de hacer cine para existir, para ser, para no dejar de ser, me hizo llorar esa noche como lloré el domingo, como se llora cuando algunos sueños casi imposibles se empiezan a volver tangibles y uno siente que casi llega a tocarlos con las manos.

Siempre me pareció algo egocéntrico ese llanto que proviene de un logro personal. Sin embargo, estos años no, y es porque sentí cada logro personal como colectivo. Es que de otro modo no hubiéramos podido nada.

Ahora lo pienso y todo lo que hubiera sido un trabajo hecho con profesionalismo y responsabilidad se tiñó de algo más, de una mística especial, de un acto de amor. Estoy llena de amor por todas y cada una de las personas con las que pudimos construir un mundo en estos años en los que vivimos en peligro.

Y no voy a seguir escribiendo.

Por cábala, claro.

Ojalá.

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