Alberto Fernández o el retorno de lo político

La idea de cerrar la “grieta” que separa hace tiempo a los argentinos fue una de las promesas de campaña de Alberto Fernández. Además, una vez ganada la elección del 27 de octubre, esa consigna se convirtió en uno de los ejes centrales del discurso de asunción presidencial.

En estas primeras semanas de gobierno creo que se comienza a delinear qué significa cerrar la grieta para el Frente de Todos, resultando ser el regreso de la política como el gran ordenador de la democracia.

Recapitulando, la grieta fue el producto de una práctica política harto conocida en la modernidad occidental que se dedicó a dividir a las sociedades y buscar enemigos políticos internos. A estos procesos de fragmentación, que presentan una fachada democrática, pero con un trasfondo de violencia, Chantal Mouffe los denomina como “democracias agonistas”. Resultan herramientas muy útiles para instalar modelos de sociedad “aristocratizados” en los cuales se niega la existencia de un conflicto de intereses de clase y se atribuyen los males de la sociedad a un determinado grupo social, étnico, religioso, etcétera.

En Argentina, el proyecto “Cambiemos” vino a “unir a los argentinos”, pero a través de la negación del conflicto de intereses y el hallazgo de un “nuevo” enemigo del éxito y del desarrollo del país: los sectores populares, sus referentes políticos, los dirigentes sindicales, “los grasas”, los chiriplaneros, las kukas, los manifestantes, que se erigieron como el gran enemigo simbólico de los últimos setenta años. Tal vez, el momento en el que esto se pudo ver con mayor transparencia fue cuando el periodismo oficialista atribuyó al presidente de la Nación haber dicho a sus allegados que los problemas nacionales se acababan si metían a doscientas personas en una nave espacial y los mandaban a la Luna. Entre esas personas se encontraban –según trascendidos mediáticos– sindicalistas, políticos y jueces que no compartían la cosmovisión neoliberal.

A esta democracia de las formas podemos oponerle otro tipo más robustecido que es la democracia adversarial (Mouffe). Esta no oculta las tensiones y los conflictos internos de las sociedades, pero tampoco utiliza la negación, la violencia o la estigmatización del otro como práctica política.

El nuevo gobierno parece suscribir a un tipo de democracia adversarial, ya que ha llegado para tocar intereses, para tensar la cuerda histórica que existe entre libertad e igualdad, pero para hacerlo recurre al diálogo y al consenso. No viene a decirnos que el conflicto no existe, que vamos a una sociedad post-ideológica. Por el contrario, viene a decirnos que hay que ser solidarios con las víctimas del saqueo neoliberal, que hay que recuperar el rol del Estado para eliminar el hambre y que, para eso, hay que animarse a discutir con adversarios políticos, entender que hay intereses sectoriales, pero que nuestros enemigos no son los sectores productivos, ni los trabajadores, ni ningún otro argentino que produzca riqueza.

Solo de esa manera, retornando a la política, vamos a poder cerrar nuestra gran grieta, recuperando su valor en cada área de gobierno. Como hizo, solo para nombrar un caso, la ministra de Seguridad –Sabina Frederic–, que en pocas días de gestión saldó una de las grietas más violentas que se había instalado como práctica institucional, que era la criminalización y represión de la pobreza llevada adelante por Patricia Bullrich y su “doctrina Chocobar”, mediante normativas que racionalizan el uso de armas de fuego en los operativos de seguridad.

En el mismo sentido, el fin de las detenciones arbitrarias de “enemigos políticos” realizadas sin condena también marcan un cambio rotundo en el clima de época y crean un contexto favorable al retorno de lo político.

Ojalá sigamos viendo ejemplos como los mencionados, para que cada vez más argentinos se sientan parte de un proyecto nacional que ponga a la Argentina de pie.

 

Pablo Serdán es secretario de Capacitación de la UEJN y docente titular en la Facultad de Derecho (UBA).

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