Perón, la guerra actual y la posición argentina

La enseñanza de Perón

Siempre es un buen ejercicio leer, releer y estudiar la obra del general Perón. Mucha sabiduría se encuentra en sus diversos textos. Lamentablemente la situación de Ucrania ha vuelto a poner a los asuntos bélicos en primera plana del debate público. Perón realizó diversos trabajos a lo largo de su carrera militar y política ligados a esta temática. Pero particularmente nos interesa rescatar algunas de las reflexiones que hizo bajo el seudónimo de Descartes en los tiempos de la Guerra de Corea y mientras ya era presidente de la Nación Argentina.

En uno de los artículos escritos para el diario Democracia, titulado “Conducción política y de guerra” –publicado el 2 de agosto de 1951–, Perón (1984: 101) manifiesta que es difícil encontrar ejemplos de liderazgo donde se unan el acierto y la armonía en ambos tipos de conducción. Más adelante, expresa que “Siendo la guerra una parte de la política y a la vez un medio de los que ésta se vale para la consecución de sus fines y objetivos, los éxitos militares no tienen valor ni trascendencia cuando no se inspiran y sirven a la finalidad política. Los éxitos guerreros pueden procurar ventajas momentáneas, pero de poco han valido en la Historia tales triunfos cuando no han sido inspirados en concepciones políticas trascendentes”.

Esta enseñanza de Perón será el numen del presente escrito. Desglosando el profundo fragmento que acabamos de citar, se entiende que –según la concepción peronista– los éxitos militares deben estar subordinados a las finalidades políticas. Entonces, ante una acción bélica, se hace imprescindible determinar cuáles son los objetivos políticos de los bandos en pugna.

 

Finalidades políticas

¿Operación militar especial, guerra, invasión?

Habitualmente el actual conflicto ruso-ucraniano es presentado como producto de la decisión del gobierno de Kiev de sumarse a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), que incluyó la modificación de la propia Constitución Nacional en esa dirección. Durante años Rusia expresó que no toleraría tal situación. En la Cumbre de Bruselas de junio de 2021, la OTAN reafirmó la intención de Ucrania de formar parte de la alianza militar. Así las cosas y luego de semanas de tensión entre las partes, la Federación de Rusia invadió, el 24 de febrero pasado, el territorio ucraniano, alegando motivos de seguridad que hace años venía sosteniendo. Moscú llamó “operación militar especial” a este acontecimiento, pero no podemos ver en tal afirmación sino un eufemismo de las autoridades rusas. Al respecto hacemos nuestras las sabias palabras del Papa Francisco, quien, el pasado 6 de marzo, expresó: “En Ucrania corren ríos de sangre y de lágrimas. No se trata solo de una operación militar, sino de guerra, que siembra muerte, destrucción y miseria”.

¿Una victoria rusa?

Independientemente de la caracterización del conflicto como una “operación militar especial” o como una invasión, queda pendiente determinar sus finalidades políticas. Superficialmente el conflicto es mostrado como una guerra entre Rusia y Ucrania. Por múltiples motivos ha quedado claro que estamos ante un asunto de envergadura mayor. En general es apreciado como una disputa de Estados Unidos contra Rusia, o entre la OTAN –que no deja de ser una organización comandada por Estados Unidos– contra la misma potencia euroasiática. Dicho lo cual, aquí nos vamos a circunscribir a intentar determinar cuáles podrían ser los objetivos de Rusia y Estados Unidos. No los de Ucrania en sí –que también los tiene–, ni tampoco los de la OTAN, porque entendemos a esa alianza militar como un mero instrumento de Washington.

La contienda aparece como resultado de la respuesta rusa a la pretensión ucraniana de sumarse a la OTAN o, mejor, a la pretensión de la OTAN de incorporar a Ucrania como miembro pleno. Pero ante tal afirmación cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿habrá sido esa la verdadera intención de los Estados Unidos, en tanto líder de la OTAN? ¿No estaría siendo esa una mirada que podría estar pecando de ingenua? Si el conflicto se redujese a lo mencionado, ya deberíamos hablar de una clara victoria rusa: Ucrania no será miembro de la OTAN. Por lo menos en el corto y mediano plazo. También Rusia estaría muy cerca de cumplir los objetivos militares de desarmar las principales capacidades de las fuerzas ucranianas. Además, es altamente probable que Rusia consiga que Ucrania le reconozca la anexión de Crimea ocurrida en 2014, e incluso algún tipo de reconocimiento sobre la región oriental del país (Dombás). Desde el punto de vista militar uno podría señalar que los objetivos rusos –o, por lo menos, los más importantes– estarían muy cerca de ser cumplidos. Pero aquí es necesario recordar aquello que decía Perón sobre que los éxitos militares no tienen valor alguno si no sirven a los objetivos políticos. Entonces, en este punto es preciso volver al interrogante: ¿cuáles eran y cuáles son los objetivos de los Estados Unidos? ¿Era sumar a Ucrania a la OTAN o había otros?

Relación Unión Europea-Rusia

John Mackinder desarrolló interesantes aportes a la disciplina geopolítica, pero nunca dejó de ser un inglés empeñado en mantener la supremacía global del Reino Unido. Una de sus grandes preocupaciones era evitar la alianza entre dos potencias que amenazaban el dominio mundial del imperio británico: Alemania y Rusia. También es sabida la importancia que Mackinder le otorgaba al control del oriente de Europa. Ahora, en pleno siglo XXI, creemos que no hay dudas acerca de la importancia estratégica de la zona del litigio, pero cabe preguntarse: ¿seguirá siendo una amenaza para el poder anglosajón la alianza ruso-germana? Observando la preocupación que generó en Londres y Washington el acercamiento de los últimos años entre la Unión Europea –cuya máxima potencia económica es Alemania– y Rusia, la respuesta podría ser afirmativa.

Luego de finalizada la Guerra Fría disminuyó la importancia estratégica de la seguridad trasatlántica y se manifestaron contradicciones entre la Unión Europea y los Estados Unidos en diversos temas. Pero tal situación se ha modificado luego de la invasión rusa a Ucrania. El tema de la seguridad ha vuelto a ocupar el centro de la escena. Visto lo que ha sucedido estas semanas, podemos comprobar que se ha dado una revitalización, tanto de la relación entre los Estados Unidos y la Unión Europea, como del brazo armado del poder norteamericano, la OTAN.

En las últimas décadas la Unión Europea cosechó amplios logros en materia económica. Fueron también importantes los resultados en cuestiones de unidad política. Pero –pese a que desde hace años existen diversas intenciones en Europa para crear fuerzas armadas poderosas que les permitan quebrar la dependencia de los Estados Unidos– los europeos nunca pudieron superar su debilidad estratégica en temas militares. La invasión rusa a Ucrania los ha desplazado nuevamente hacia el redil estadounidense, del que venían alejándose paulatinamente. Si esto se verifica, bien vale meditar e interrogarse: ¿hasta qué punto se puede hablar de una victoria rusa? ¿No habrá sido, acaso, distanciar a la Unión Europea de Rusia uno de los objetivos políticos estratégicos de los Estados Unidos?

Hay pocas dudas sobre el éxito militar ruso en la presente contienda, pero la invasión rusa a Ucrania ha tenido como efecto inmediato –nunca se puede descartar que evolucione hacia otros escenarios– el reacomodamiento del bloque europeo debajo del ala norteamericana, una vez más.

 

Patria grande y sistema multipolar

En este punto es preciso marcar cierta vinculación con los intereses de nuestra región. Antes que nada, es dable mencionar que a América Latina no le beneficia una Europa subordinada a los Estados Unidos. Le favorece, en cambio, un sistema mundial multipolar, en el que Estados Unidos y la Unión Europea sean dos polos de poder diferentes, y no uno unificado bajo la hegemonía norteamericana. Nuestra región precisa conformar un nuevo polo de poder para que nuestros países tengan mayor margen de autonomía y no queden sujetos a los dictados de alguno de los otros polos. Un sistema multipolar con una América Latina dividida no sería un gran cambio, porque fragmentados siempre quedaríamos subordinados a otro poder. Entendemos que un nuevo polo de poder solo será posible en el marco de una integración regional basada en el eje argentino-brasileño, como lo sostenía, entre otros, el pensador oriental Alberto Methol Ferré, quien definía a la alianza de Argentina y Brasil como “el núcleo básico de aglutinación” de América del Sur.

 

Posición argentina: ¿continúa la neutralidad?

Interés nacional

En la edición número 25 de esta misma publicación señalamos que era fundamental la defensa de los objetivos patrióticos sin alinearse a ninguna de las potencias que se disputan el dominio material del mundo. En aquella oportunidad manifestamos que la Argentina debía continuar al margen de conflictos que le son ajenos. El interés nacional argentino consiste no subordinarse a ninguna de las estrategias de las grandes potencias con ansias de influir política, militar, cultural o económicamente en nuestra región.

El conflicto ruso-ucraniano del presente año plantea desafíos en ese sentido. En un artículo escrito apenas unos días después de la invasión rusa expresamos que era necesario preservar la neutralidad argentina. Hoy ratificamos esa posición. Es fundamental encontrar un equilibrio que libere al país de caer en algunas de las tendencias extremistas que pretenden influir en el debate político nacional y que se verifican, también, en el interior del Movimiento Peronista. Por un lado, advertimos que hay un grupo que cree que todavía estamos viviendo en la unipolaridad norteamericana de los años 90 del siglo pasado y de principios de la actual centuria. Por otro lado, observamos a un sector que exagera las consecuencias del declive de los Estados Unidos, subestimando su poder y el de la Unión Europea, y evalúa que Rusia y China –entendidos, antojadizamente, como una unidad monolítica– son los vencedores y creadores de un nuevo orden multipolar.

La prudencia implica fortalecer una política exterior independiente –como marca el espíritu de la tercera posición peronista– que sepa aprovechar las ventajas que pueden obtenerse de la puja entre las grandes potencias. Pero no está siendo sencillo para el gobierno nacional mantener la neutralidad por motivos de diversa índole.

Votaciones en la ONU

En el campo de las ciencias políticas y de las relaciones internacionales se debate, desde hace décadas, cuál es la importancia de las votaciones en la Asamblea General de la ONU para evaluar la política exterior de un gobierno o de un país. Sobre el particular diversos expertos han realizado apreciaciones bien diferentes. Autores como William J. Dixon (1981) han interpretado a la ONU como una mera arena pasiva en lo concerniente a la interacción de los Estados. Cercano a esa posición, Paul Kennedy (2006) entiende que las votaciones realizadas en su seno tienen un carácter apenas simbólico. En cambio, no son pocos los politólogos –Thacker (1999), Tomlin (1985), Voeten (2000), entre otros– que utilizan las votaciones en la Asamblea General de la ONU como un indicador de la orientación más general de la política internacional de los Estados. Sin embargo, a nuestro modo de ver es un indicador válido, pero solo si se lo sopesa con otros elementos. Tomar exclusivamente las votaciones en la Asamblea General de la ONU para calificar la orientación de la política exterior de un gobierno no parece razonable.

Cometiendo ese error metodológico puede llegar a interpretarse que Argentina ha abandonado la neutralidad y que se ha alineado a la posición de la OTAN por el mero hecho de haber votado en sintonía en las últimas dos votaciones de la Asamblea General. No compartimos esa apreciación. Nuestro país ha votado en forma consecutiva en contra de la Federación Rusa en dos oportunidades. El 2 de marzo pasado el gobierno argentino decidió acompañar la condena a la invasión rusa a Ucrania en la Asamblea General de la ONU y –en el mismo ámbito– este último 7 de abril votó a favor de una resolución para suspender a Rusia como miembro del Consejo de Derechos Humanos de ese organismo. En ambos casos consideramos que hubiera sido una muestra mayor de neutralidad abstenerse, en vez de tomar partido en contra de una de las partes en conflicto. Entendemos que en las dos ocasiones referidas se dieron pasos en la dirección equivocada. Pero, pese a lo señalado, consideramos que la Argentina sigue manteniendo la neutralidad y no se ha alineado a la estrategia de la OTAN, como una mirada simplista quiere dar a entender. Para sostener lo afirmado podemos recurrir al ejemplo de Serbia. En las dos votaciones mencionadas, Serbia votó igual que la Argentina. Pese a ello, nadie duda que Serbia no sólo no se encuentra alineada a la OTAN, sino que, por el contrario, es de los principales aliados que tiene Rusia en Europa.

Asimismo, otro dato fundamental, que prueba que Argentina mantiene una posición neutral en el litigio ruso-ucraniano y que no se ha sometido a la postura de la OTAN, radica en que no se ha sumado a la ola de sanciones comerciales y financieras contrarias a Rusia que están llevando adelante Estados Unidos, Reino Unido, la Unión Europea, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Suiza y Taiwán, entre otros. La misma Federación Rusa está utilizando esta situación como criterio para determinar qué países son hostiles y cuáles no. En consecuencia, con lo afirmado, Argentina no ha sido incluida en ese listado de naciones hostiles que ha publicado Rusia, ni creemos que eso suceda debido a esta última votación. Tampoco creemos que ambos votos impliquen un alineamiento con la OTAN ni con Estados Unidos, toda vez que el país, al mismo momento que vota contra Rusia en la ONU, prosigue adelante con el proceso de adhesión a la iniciativa financiera y comercial de la República Popular China –conocida como La Franja y la Ruta de la Seda–, potencia aliada de los rusos y cuyo proyecto contrapone los intereses norteamericanos. La política internacional escapa a los análisis simplistas.

Igualmente, esperamos que en lo sucesivo se logre preservar la neutralidad del mejor modo posible. La neutralidad ante conflictos externos es lo recomendado por nuestro interés nacional y es concordante con la mejor tradición diplomática nacional.

 

Bibliografía

Dixon WJ (1981): “The Emerging Image of U.N. Politics”. World Politics, 34, 1.

Kennedy P (2006): The Parliament of Man: The Past, Present, and Future of the United Nations. New York, Random House.

Perón JD (1984): Obras completas. Tomo XVII. Buenos Aires, Proyecto Hernandarias.

Thacker SC (1999): “The High Politics of IMF Lending”. World Politics, 52, 1.

Tomlin BW (1985): “Measurement Validation: Lessons from the Use and Misuse of U.N. General Assembly Roll-Call Votes”. International Organization, 39, 1.

Voeten E (2000): “Clashes in the Assembly”. International Organization, 54, 2.

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