Las enseñanzas de la elección en Bolivia

El triunfo en las urnas de Luis Arce plantea algunas lecciones para los movimientos nacionales y populares latinoamericanos. El triunfo de Evo Morales el 20 de octubre del año pasado tuvo –al margen de la movida destituyente de las fuerzas armadas, los medios de comunicación, partidarios derechistas y grupos religiosos– la contradicción de impulsar una reelección tras un plebiscito negativo y de forzar un desconocimiento del resultado que, si bien revalidó su apoyo, dio razones a la intentona golpista concretada en el gobierno de facto de 11 meses padecido en el hermano país. El cóctel derechista BBB –blancos, biblias y balas– impuesto en Bolivia dio un marco de persecución a las y los dirigentes del gobierno depuesto, represión a la población coya y aimara, recetas neoliberales, beneplácito estadounidense, entrada profana de la Biblia de manos de “Macho” Camacho al palacio de gobierno y disfraz de “Mamá” Noel de la presidenta de facto Jeanine Añez.

Al excelente diagnóstico realizado por el exvicepresidente Álvaro García Linera a los pocos días del golpe, se le debe agregar el análisis del accionar de los grupos derechistas que intentan en Latinoamérica tomar formalmente el control del Estado y constituirse en gobierno. Los casos recientes de Argentina y Brasil fueron convalidados por votaciones democráticas, lo mismo que en Ecuador, aunque en este último caso con Lenin Moreno se presuponía la continuidad del estilo político de Rafael Correa y no se explicitó el verdadero programa de gobierno neoliberal, cual Menem en los 90.

El ejemplo boliviano –lo que ansían Juan Guaidó y la oposición venezolana contra el gobierno chavista– fue la interrupción institucional por medios violentos, un golpe casi a la vieja usanza pero que, más allá de su accionar represivo y de medidas económicas antipopulares, no pudo prevalecer y mantenerse. Aunque –siguiendo a Jorge Alemán– la “derecha” no pueda generar hegemonía, su estilo “extractivo” cual mina de metales preciosos que sería Bolivia sólo le genera el ansia de sacar recursos y no producir consensos en el pueblo. Teniendo el poder de facto respaldo de las armas, aún en modo de tutela –al estilo de José María Guido en Argentina o Enzo Bordabehere en el Uruguay– creyó que con sólo eso y la estigmatización permanente de Morales y compañía bastaba, a la usanza de Macri y el aparato mediático con Cristina y los K. De allí que no pudiese constituirse en Bolivia un frente común contra el MAS: no sumaron voluntades de grupos y sectores, ni plantearon un programa de atracción a las y los votantes, que vieron en esos 11 meses cómo se deterioraba su nivel de vida y que, con aciertos y errores, el MAS tenía una experiencia positiva en la gestión pública. Sólo atinó a denunciar fraude –siendo el gobierno de facto el “oficialismo”, algo que ya hicieron el macrismo y Trump–, atizar odio por las redes y movilizar a sectores reaccionarios a las calles, buscando así tomar nuevamente el poder para imponer un programa de hambre y exclusión.

Que la derecha gane en Latinoamérica es un hecho. El tema es su permanencia, al carecer de un proyecto a largo plazo sustentado en un programa de supuesto desarrollo que no implique represión policial, ajuste económico, persecución mediática a la oposición y exclusión de sectores importantes del pueblo.

Por el lado de los movimientos populares –pandemia mediante–, deben replantearse la alternancia y la rotación de la dirigencia, a pesar del ejemplo de Lenin Moreno; una agenda más amplia para todos los sectores sociales, sin tener miedo de priorizar a su base real en el ejercicio del poder; y lograr un equilibrio en las fuerzas que convergen en su frente electoral, para ser una opción real de poder y gestionar de forma homogénea.

El mensaje de Cambiemos –hoy Juntos por el Cambio–, más allá de alguna desinteligencia y la incontinencia verbal de Elisa Carrió, fue en general homogéneo y tuvo una direccionalidad concreta en su comunicación. Hoy el Frente de Todos debe equilibrar –cual coalición europea parlamentaria– la vertiente de centro del Frente Renovador, Alberto Fernández y el Partido Justicialista, y la centro izquierda de Cristina y partidos afines, de modo que puedan tener una agenda amplia y común, amén de equilibrar un mensaje único, ya que no cuentan con el favor de los medios de comunicación hegemónicos. Es atrayente sumarse a las agendas de minorías con temas disruptivos, pero en estos tiempos de pandemia y crisis económica heredada se debe priorizar el planteo de temas como el de tierras, humedales, agrotóxicos, generación de empleos e impuestos efectivos para quienes más tienen, para constituir un plan de gobierno efectivo.

 

Pablo A. Vázquez es licenciado en Ciencia Política y docente del INCAP.

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