La guerra de Estados Unidos y Rusia vista desde América Latina

Se supone que los filósofos y las filósofas comprenden los acontecimientos desde un punto de vista bastante distante, al menos así aparece desde las páginas de Las Nubes, de Sófocles. Pero algunos, con los pies puestos en el barro de la historia, tratan de abordar estas cuestiones teniendo en cuenta modelos y procedimientos teóricos útiles como una contribución a un relato que quieren nacional y popular.

Desde ese lugar vemos que la modernidad europea construyó una subjetividad que supone un “sentido común” universal, el cual no es otra cosa que la forma que toma el relato de la justificación de su expansión, tal como afirmaba un socialdemócrata como Hermann Heller (2015: 106): cuando se habla, en abstracto, de la sociedad humana, en realidad se refiere, en concreto, a la humanidad civilizada europea. Aquello que no coincidía con tal sentido era considerado “atrasado”, “irracional”, o merecía ser aniquilado. A su vez, un hombre nacido en las márgenes de Europa y de la modernidad, Mircea Eliade, sostiene que no es lo mismo ser el sujeto triunfante en la construcción de un relato histórico que haber sido objeto de la violencia que supone tal construcción. A eso, los latinoamericanos lo llamamos “situacionalidad”. Claro que esto no trata de una ubicación geográfica, sino cultural: es el reconocimiento de la existencia de un universal situado, tal como afirma Mario Casalla (2022). Ese “desde dónde” construir un relato, para nosotros, no puede ser otro que el proceso de construcción de un espacio real latinoamericano. Por eso, al abordar el tema de la guerra europea podemos parafrasear la letra de un tango: soy del partido de todos / y con todos me dentiendo / pero váyanlo sabiendo / no me caso con ninguno. Es precisamente desde ese lugar desde donde proponemos analizar la cuestión.

El historiador inglés Arnold Toynbee[1] describía ciertos momentos de la historia como “tiempos revueltos”, y todo indica que es perfectamente aplicable a nuestros días, no solo por la guerra en Europa, sino por el proceso que desde la caída del muro de Berlín se presenta como una disputa en el establecimiento de un nuevo orden multipolar. Ello significa que, siendo Estados Unidos la potencia predominante, ha ido perdiendo su capacidad de obrar unipolarmente y han aparecido en la política internacional nuevos partícipes: Rusia y China.

Hay una serie de acuerdos vinculados a la desactivación del mundo bipolar –convivencia imperialista– que no incluyó la eliminación de la OTAN, organización militar que servía para defenderse del “comunismo”, pero sí se acordó no llevar hasta la frontera rusa sus misiles (1990), pese a lo cual y con el tiempo se incorporó a tal organización militar a Polonia, Hungría, Chequia, Bulgaria, Lituania, Estonia, Letonia, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia (2004), y finalmente Albania y Croacia (2009). El criterio que Rusia planteó en ese momento no era muy distinto que el esgrimido por los Estados Unidos en la llamada “crisis de los misiles” en 1962.

En este marco, y terminada una primera etapa de la pandemia de coronavirus, se da un cambio en la política exterior de los Estados Unidos. Se considera que en el mundo multipolar que viene conformándose han quedado un tanto indefinidos los límites de áreas de influencia en Europa, por eso el “enemigo” elegido ya no será China, sino Rusia. Lo que aparece claramente en la estrategia estadounidense es la puesta en juego de su poder hegemónico que ha encontrado un límite en su actuación unipolar, tal como ocurrió en la guerra en Siria.

¿Por qué Rusia? Porque ésta ha comenzado a tener peso en la definición política europea, cuyo caso paradigmático es la ruso-dependencia del gas como motor energético, o el acercamiento con Alemania y Turquía. Este escenario tenía un eslabón débil donde chocaban los intereses atlantistas y rusos: una nación en crisis, marcadamente pluricultural. Ucrania.

 

Las relaciones ruso-ucranianas

Es cierto que los rusos como tales tienen como origen el reino varego –vikingos suecos– de Kiev en el siglo IX, que absorberán la influencia eslava y bizantina, como así también que a fines del siglo XIV el Gran Principado de Moscú y el Gran Ducado de Lituania –que luego se unió a Polonia– se dividieron las antiguas tierras de la Rus –Ucrania. En el siglo XVII, la guerra entre Polonia-Lituania y Rusia dejó las tierras al este del río Dniéper bajo el control imperial ruso. En ese mismo siglo, en las regiones centrales y noroccidentales de la actual Ucrania existió un Estado ucraniano cosaco, pero en 1764 la emperatriz rusa Catalina la Grande le puso fin, y procedió a adquirir grandes extensiones de tierras que estaban en manos de la nobleza polaca, pero con un campesinado ucraniano.

También es cierto que cuando Lenin se planteó la cuestión de la nacionalidad en un imperio multinacional, le encomendó a Iósif Stalin –que era georgiano– el tratamiento del tema, el cual publica una serie de artículos en Prosveschenie, que serán reunidos en castellano bajo el título El marxismo y el problema nacional (Buenos Aires, Cepe, 1973), donde se plantea la “rusificación”, no solo cultural, sino el traslado de poblaciones, cosa que Stalin cumplió al pie de la letra. Ya en la Unión Soviética, de 1931 a 1933, producto del programa de colectivización forzosa impuesta por Stalin, llevó entre cuatro y siete millones de ucranianos a la muerte por hambre, en un proceso denominado Holodomor. Finalmente, en la Segunda Guerra Mundial se formó la 14ª División de Granaderos Waffen-SS (14 SS-Freiwilligen Division “Galizien”), la cual todavía hay sectores del nacionalismo ucraniano que la reivindican como expresión antirrusa, como así también los batallones 109, 114, 115, 116, 117, 118 de la Wehrmacht y la Schutzmannschaftant ucranianos 201°. En febrero y marzo de 1943, el 50º batallón Schutzmannschaftant ucraniano participó en la gran acción contra la guerrilla “Operación Winterzauber” –magia de invierno– en Bielorrusia, cooperando con varios batallones letones y el 2º batallón lituano. Finalmente, en 1958, Nikita Jrushchov, ucraniano de nacimiento, como presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, transfiere a Ucrania el territorio de Crimea con una población cerca del 70% rusa.

 

El embrollo actual

El 22 de febrero de 2014, producto de las protestas del Euromaidán –nombre que se le dio al “golpe de Estado blando” propio del lawfare, promovido por Europa y la OTAN, y que reivindicaba la posibilidad de que Ucrania fuera parte de la Unión Europea (UE) y de su organización militar– se puso fin al gobierno de Víktor Yanukóvich. A ello le sucedió, durante ese mismo año, la crisis de Crimea. Las protestas, realizadas principalmente en la zona noroccidental del país para apoyar el acercamiento a la UE, fueron rechazadas por la población rusófila y rusófona de la zona suroriental del país. También diversos grupos prorrusos se manifestaron en contra del nuevo gobierno en Kiev y proclamaron sus anhelos de estrechar sus vínculos –o inclusive reintegrarse– con Rusia. Varios gobiernos regionales propusieron referendos separatistas y se produjo una serie de revueltas militares. El 6 de marzo de 2014 las autoridades de Crimea anunciaron la convocatoria a un referéndum para decidir si se reintegraban formalmente a Rusia, en el cual el 95% de la población acordaba con tal medida. Las autoridades de Sebastopol, en tanto, aprobaron su reintegración. El 18 de marzo de 2014 se firmó el tratado de anexión a Rusia. ​ Entre el 7 y el 8 de abril se autoproclamaron la República Popular de Donetsk, la de Járkov y la República Parlamentaria de Lugansk. ​La semana siguiente, las autoridades de Kiev pusieron en marcha una operación militar especial contra el este del país con la participación de las Fuerzas Armadas, las cuales se enfrentaron a milicias pro-rusas en duros combates. Habrá un intento de pacificación con​ la firma del Protocolo de Minsk –septiembre de 2014– que establecía un alto el fuego, al que sucederá la tregua del acuerdo Minsk II –febrero de 2015. Luego de este proceso convulsionado triunfa en las elecciones Volodímir Zelenski (2019) con el abierto apoyo de la UE, la OTAN y los Estados Unidos, llevando adelante acciones que dejaban sin efecto los acuerdos de Minsk.

 

Propaganda

La propaganda y la censura siempre fueron parte de la guerra y desde mediados del siglo XX se las entiende como “guerra psicológica”. Las noticias falsas (fake news), las imágenes de origen desconocido e imposibles de constatar en su veracidad, o la censura a las noticias de uno de los bandos –por ejemplo, la desaparición de imágenes o información del estado de la zona de Donetsk– son parte del combate. Las imágenes que saturan los medios de comunicación, en donde nada es casual, son seleccionadas entre aquellas que poseen gran impacto emocional, más allá de la distinción entre lo verdadero y lo falso. De esto se trata la “posverdad” y el lawfare. Esto nos pone frente a dos peligros: la monserga que intenta revivir el discurso de la época de la convivencia imperialista y, por otra parte, aquella que busca colocarnos en la zona de confort de la ingenuidad irresponsable que consume la televisión y las redes sociales, atribuyéndonos un conocimiento que carecemos y transformándonos en jueces con un discurso maniqueo donde confrontan el bien –nosotros– y el mal –ellos.

Más allá de la propaganda de guerra de los contrincantes, aparece en forma evidente la existencia de eso que se llama “posverdad”, cuya consecuencia en el plano político es la eliminación de todo tipo de límites. En 1999, Qiao Liang y Wang Xiangsui escribieron un libro titulado Guerra irrestricta (Unrestricted Warfare, Beijing, PLA Literature & Arts) que plantea la necesidad de abandonar ciertos códigos en busca de lograr los objetivos, aclarando que la cuestión no es si se usan vías legales o ilegales, sino, pensando en la guerra, usar medios sin restricciones. Hablando en términos militares, esto podría significar el límite entre el campo de batalla y lo que no es el campo de batalla, entre lo que es un arma y lo que no lo es, entre soldado y no combatiente, entre Estado y no Estado, o supra-Estado. En resumen, significa ignorar todas las fronteras que restringen la guerra dentro de un rango especificado. El significado real del concepto de sobrepasar los límites propone trascender la ideología y los límites y fronteras (Mason, 2020).

 

Una visión desde Argentina

Hay un dicho laosiano que dice: cuando dos búfalos pelean, el que sufre es el pasto. Los latinoamericanos no somos búfalos –Estados Unidos y Rusia– ni pasto –Ucrania. Tampoco somos observadores pasivos, pues nuestro proyecto es la conformación de un espacio latinoamericano, y cuando hay desorden mundial se abre la posibilidad de avanzar en dicha construcción. En una carta desde el exilio, Juan Manuel de Rosas le escribió a Josefa Gómez[2] que Argentina –podríamos ampliarlo a América Latina– no es como un barco a vapor que encara la tormenta de frente, sino que, como un barco a vela, debe ir zigzagueando, buscando los vientos propicios para avanzar.

Por supuesto que no se trata de justificar una guerra que es externa, aunque suframos sus consecuencias económicas, y de ninguna manera puede aceptarse una política de legitimación de la ocupación territorial “manu militari”, coherente con nuestra posición histórica respecto de las Malvinas. Lo que está en discusión en esta guerra son, precisamente, las áreas de influencia de la multipolaridad. Pero en tal disputa el tiempo cobra un valor particular.

En los Estados Unidos, cerca del 60% de la población está disconforme con la administración del gobierno y la conducción de la guerra por parte de Joe Biden. Según todas las encuestas, en las elecciones de medio término a realizarse en noviembre la derrota demócrata será muy significativa, lo cual crearía un clima de ingobernabilidad. Esta situación lleva a una jugada extrema: la intervención directa del ejército de los Estados Unidos en la entrega material bélico ofensivo en suelo ucraniano, buscando como objetivo producir un mayor deterioro militar a Rusia que traiga como consecuencia un cambio político: el derrocamiento de Vladimir Putin. En ese sentido, las sanciones económicas no han producido gran efecto. Por ello se han ido centrando en el ataque a millonarios rusos que ejerzan presión sobre el gobierno.

Los rusos nunca buscaron tomar ciudades, pues está en su experiencia histórica el costo en sangre que ello supone –Stalingrado, Leningrado, Budapest, Berlín–, sino forzar una política de neutralidad al estilo finlandés para Ucrania. A su vez, en ésta la supervivencia política del presidente Zelenski depende de no ser quien firme la derrota, y por ello sus acciones están en el mismo sentido que plantean los Estados Unidos. La batalla decisiva se está librando en el este de Ucrania, en la zona situada entre el Dniéper y Donetsk, donde combate la tropa de élite ucraniana que desde el 2014 está luchando en el Donbás.

Esto abre en dilema para Europa respecto del futuro de la OTAN y la Unión Europea, debiendo determinar si continúan con el modelo Bruselas-Maastricht, o si ir hacia la integración de los pueblos y las patrias que planteaba Charles de Gaulle (Buglioni y Mason, 2018). La cuestión para los europeos es si quedan atrapados en la esfera estadounidense, o si logran tener una política independiente estableciendo un diálogo con Rusia… a la que prefieren antes que a China.

Como reflexión final, encontramos que este es un año decisivo en la construcción de un espacio latinoamericano nacional, popular y democrático. Hay elecciones en Brasil que, si concluyen con la elección de Luiz “Lula” da Silva, permitirían avanzar en una alianza estratégica con Argentina, lo cual podría ser base de un proyecto integrador sudamericano. Que los poderosos estén en disputa nos permite avanzar en ello. A su vez, pensamos que, en terreno de la política internacional, y siguiendo al dicho laosiano, los búfalos son tres: dos pelean y el otro saluda a la izquierda y le hace un guiño a la derecha, mientras juega sus cartas. Se trata de China, el principal socio agroindustrial de Argentina, su segundo socio comercial y el tercer inversor extranjero en el país. Cuando hablamos de ese gigante, no olvidemos que hay dos conceptos propios del pensamiento chino diferentes a los occidentales y que se hallan aquí en juego: el tiempo, que es más prolongado, y el poder, que es invisible, pero opera.

 

Referencias

Buglioni A y A Mason (2018): La irrupción de los nacionalismos en Europa. Buenos Aires, CICCUS.

Casalla M (2022): “La noción de pueblo”. Cuadernos de ASOFIL, 16, Buenos Aires.

Eliade M (1949): El mito del eterno retorno. Madrid, Alianza, 1989.

Heller H (1934): Teoría del estado. México, FCE, 2015.

Mason A (2020): “La guerra sin códigos”. Revista de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales, 28, Buenos Aires.

 

Alfredo Mason es consejero académico de la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales.

 

[1] Este historiador inglés en 1915 comenzó a trabajar para el departamento de inteligencia del Ministerio de Relaciones Exteriores británico. Después de servir como delegado en la Conferencia de Paz de París (1919), donde se redactó el Tratado de Versalles, de 1921 a 1922 fue corresponsal del Manchester Guardian durante la guerra greco-turca. En 1925 se convirtió en profesor de investigación de historia internacional en la London School of Economics y director de estudios en el Royal Institute of International Affairs en Londres. Toynbee trabajó para el Departamento de Investigación del Foreign Office (1943-1946) y visitó Argentina en 1966, dando una conferencia en la Escuela Superior de Guerra ante autoridades militares y oficiales de Ejército, Marina y Aeronáutica, incluyendo al dictador general Juan Carlos Onganía, a cargo de la presidencia de facto.

[2] A Josefa Gómez la llamaríamos hoy una influencer. Estableció relaciones epistolares con políticos como Juan Manuel de Rosas o con intelectuales como Juan Bautista Alberdi.

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