Infodemia, nuevos ejercicios del poder y desafíos para América Latina

Acerca de la infodemia y otros nuevos fenómenos

Según el Informe sobre Financiamiento para el Desarrollo Sostenible 2021, la economía global ha experimentado la peor recesión en 90 años, con los segmentos más vulnerables de las sociedades afectados de manera desproporcionada. Se estima que se han perdido 114 millones de puestos de trabajo y alrededor de 120 millones de personas han vuelto a sumirse en la pobreza extrema (United Nations, 2021). En el mismo transcurso de tiempo, las corporaciones de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) –las más valorizadas en los últimos cinco años– aceleraron su acumulación. La única forma de sostener una situación tan excluyente sin redistribuir la riqueza es mediante un conjunto de herramientas de disciplinamiento social y de guerra psicológica.

La mal llamada “infodemia”[1] es parte de las nuevas formas de ejercer el poder por parte de las fracciones dominantes. El termino oculta y construye una fetichización de un fenómeno social: relacionar la sobreabundancia de información con una epidemia hace que creamos que es un fenómeno “natural”, o que viene de la mano del propio uso de las tecnologías, e impide que lo asociemos al ejercicio de una relación social. Este fenómeno es la evidencia de la ruptura del pacto social moderno del vínculo entre el “hecho” y el “relato”, al que se lo denominaba “verdad”, o grados de veracidad. Este acuerdo social se rompe con la hegemonía de los gigantes de las tecnologías, que tienen la capacidad de construir infinitos relatos de manera directa, sin mediaciones. Esto se logra con la monopolización de Internet y la subordinación de estas tecnologías al poder del Big Tech y a los sectores más concentrados del poder global. Las nuevas tecnologías rompen las mediaciones propias de la modernidad; constituyendo una relación directa de poder entre los grupos más concentrados y el individuo-usuario-consumidor. Esta desigualdad invisibilizada es la estructura donde se constituye un pacto social a expensas de la voluntad del individuo.

El fenómeno mayor, que incluye la infodemia, es la “desinformación social”. Un sistema de desinformación masiva construida principalmente mediante las redes sociales y a la cual los medios tradicionales se suman. Para desinformar tiene que producirse una saturación de información, en donde no se puede saber qué es falso y qué es verdadero, e incluso qué no interesa. Esto no es producto del azar o de “la lógica de Internet”, a secas, sino que es un formato que adquiere la red monopolizada por estas corporaciones. Esta Internet permite y promueve la proliferación de miles de propuestas ideológicas –desde el terraplanismo hasta los antivacunas– y necesita que haya tantas propuestas como consumidores. Intenta construir sociedades fragmentadas mediante millones de propuestas ideológicas, para reconstruirlas fácilmente en una polarización en momentos político-electorales: una polarización que les permita sacar ventaja. El otro aspecto es la creación de burbujas de fortalecimiento de las propias convicciones: “la cárcel de los algoritmos”. Hoy lo que media en la lectura de la realidad no es la TV, sino Internet y las redes sociales, que construyen un mundo virtual acorde a cada personalidad.

Desinformación sumada a mundos parcializados construye, como ya lo han estudiado muchos, sistemas sociales cada vez más polarizados ideológicamente. Son sociedades donde no se enfrentan los desposeídos y los grupos de poder concentrados, por que la división no se produce por las situaciones materiales de exclusión: desocupación, aumento de la pobreza, etcétera. La polarización social es construida “desde arriba” por los centros del poder, quienes dividen en función de sus necesidades. Gramsci describió cómo en los momentos cruciales la nación italiana se dividía entre el Partido Agrario y el Partido de la Industria: era la forma en que las burguesías disputaban el poder real. La nación era la escala que ordenaba las relaciones de poder dentro de los países y los sectores dominantes dividían al pueblo, construyendo bloques de poder en función de dar batallas entre sí. En Argentina eran la UCR y el PJ: dos partidos de masas. Hoy, el umbral del poder y la escala de la contienda son globales, y las fracciones dominantes ejercen su poder sin demasiadas mediaciones. La forma de dividir ideológicamente al pueblo es a través de la construcción de múltiples grupos manifestándose solo por pequeñas causas, imposibilitando la construcción de un proyecto político de mayorías. El descontento social frente a situaciones materiales de exclusión cada vez más extremas es leído e interpretado por la sociedad por los relatos de los centros de poder como problemas naturales debidos al exceso de control de los estados, o causados por la corrupción, etcétera. Son lecturas que imposibilitan la comprensión acabada de su causa política y económica: imposibilitan la lectura de los intereses en juego y de los modelos sociales que disputan el territorio.

En los momentos electorales, esta lógica instalada desde los grupos de poder es utilizada por los sectores neoliberales de los distintos países, tanto en su ala liberal, como en la conservadora. Los datos procesados de la población –a la que consideran objetos– es el material con el cual inducen conductas futuras. Apelan a las emociones: el odio les queda muy a mano últimamente. Lo importante es mantener a la población en un estado emocional que imposibilite el despliegue de una racionalidad que conecte sus necesidades con el proyecto político que pueda resolverlas. Estas ideologías desvinculadas de los hechos concretos y materiales están lejos de las necesidades reales del pueblo. “Donde hay una necesidad nace un derecho” es la frase de Evita que como condicionante epistemológico nos ubica en la necesidad de reconstruir una mirada que aporte a esclarecer el camino político e ideológico que permita resolver cada necesidad: la unidad popular, la importancia del proyecto colectivo y de una ciencia política que tenga por base las historias y las experiencias de luchas populares.

El segundo momento es la construcción de la polarización necesaria para ganar, en donde se instalan ejes ideológicos que cortan a la sociedad en dos: en Argentina y en muchos países de la región, el caballo de batalla es “la corrupción”. Se inventan causas, se mantiene el tema en pantalla permanentemente. Lo importante es instalar el eje, cortar a la sociedad por ahí, con múltiples campañas de odio por las redes sociales y en los medios masivos de comunicación. Esto consolida ideológicamente y envalentona al sector social más conservador, el cual se siente representado por las propuestas neoliberales, pero arrasa ideológicamente al sector más despolitizado e indeciso.

Esta situación –graficada a grandes rasgos– es la forma en que se ejerce el poder aprovechando las nuevas tecnologías al servicio de los grandes centros de poder angloamericanos.

En Argentina, de cara a las elecciones legislativas de este año, estamos viendo la acción decidida por parte de los exportadores de la agroindustria, algunos grupos económicos locales y los medios de comunicación hegemónicos –Clarín, La Nación– en una avanzada ideológica. Lo que más nos cuesta ver es cómo juegan Facebook, Instagram, WhatsApp, Google y YouTube, habilitando y siendo parte de campañas de odio. Más adelante veremos cómo se estableció una alianza entre los medios tradicionales y estas corporaciones. Lamentablemente, todavía hay sectores dentro del propio campo nacional y popular que consideran que estas tecnologías son neutras, como meras “autopistas” donde fluye la información. Esto genera el problema técnico-político-ideológico de creer que es cuestión de pagar un poco más para que estas corporaciones nos permitan instalar nuestras ideas. Esto es un error, ya que ellas funcionan por acuerdos político-estratégicos de escala global… ¡eso no quiere decir que no aprovechen un pequeño negocio! Incluso mejor para ellas, si por ese negocio nos creemos que juegan de manera neutral.

 

Nuevas alianzas, una telaraña

Para diferir la decadencia de su proyecto imperialista y aprovechando el margen de maniobra que les permite la obscena valorización de sus corporaciones, las Big Tech cierran alianzas con diversos sectores. En 2020 Google impulso su nueva plataforma de noticias News Showcase, una herramienta desarrollada “con el objetivo de promover el acceso a periodismo de calidad, asociándose con medios confiables que producen contenido. Se puede acceder a este contenido de alta calidad a través de las aplicaciones Google News y Discover, disponibles para Android e iOS” (Perfil, 2021). Es decir, una plataforma en donde se pueden ver las noticias de algunos medios. Para publicar esas noticias Google paga a estas corporaciones mediáticas. Así, Google invierte durante tres años… ¡mil millones de dólares! Los distribuye entre los medios que esta corporación considera “serios” y por eso pueden colocar información en su plataforma.

También Facebook está avanzando en el mismo sentido. El conflicto con el gobierno de Australia, el cual tuvo la osadía de querer imponer sus condiciones para que Facebook pague por el contenido utilizado a los medios de comunicación, tuvo la respuesta de un apagón informativo de más de 24 horas de todas las noticias de Australia en la red. Durante esas horas, si cualquier persona del mundo quería saber algo de Australia vía Facebook se iba a encontrar sin respuesta, gracias al gran muro tecnológico. La conclusión fue que Facebook comenzó a pagar también a los medios por utilizar su información, con la diferencia de que fue el Estado quien puso algunas condiciones.

Los medios tradicionales ya vieron la posibilidad de una nueva gran entrada de dólares, en lo que podríamos denominar una “pauta no-oficial” –si no privada– proveniente de las corporaciones trasnacionales. En esta nueva alianza “de ganar-ganar”, los medios tradicionales tienen una gran entrada de dinero y las corporaciones transnacionales continúan legitimando los excesos que ya están cometiendo o que van a cometer. Esta alianza permite ocultar el rol monopólico comunicacional. Pensemos: ¿quién va a cuestionar algo cuando Facebook cierre la cuenta de otro funcionario político que no sea funcional a sus intereses? Estas corporaciones se están asegurando un apagón comunicacional que les permita cometer los excesos que sean necesarios frente a un ejercicio cada vez más brutal del poder debido a la creciente desigualdad social.

Otro hecho preocupante para la región es la alianza entre la OEA y Facebook, una “fructífera asociación, utilizando medios innovadores para promover la democracia, la seguridad, el desarrollo y los Derechos Humanos”, según ha dicho Luis Almagro. “Facebook constituye un ‘socio’ que comparte los objetivos de la organización para las Américas y con quien se puede trabajar ‘productivamente’ por el bien de los ciudadanos de la región. Estamos comenzando con la cooperación en materia de integridad electoral, desarrollo sostenible y libertad de expresión, pero esperamos expandirlo a otras muchas áreas. (…) ‘En Facebook somos conscientes de los retos que enfrenta la región y de la importancia de la tarea de la OEA para robustecer la democracia y los derechos humanos en las Américas. Esta alianza fortalece nuestro trabajo ante desafíos como la desinformación, la integridad electoral, la libertad de expresión, la privacidad y la protección de quienes defienden los derechos humanos’, ha manifestado Clegg” (Notimérica, 2021).

Las desestabilizaciones políticas y los golpes de Estado que se han producido en la región en la última década se construyeron principalmente mediante una arquitectura de intereses entre el poder judicial, las oligarquías y parte de los grupos económicos y los medios de comunicación. Todos estos actores juegan en alianza con Estados Unidos, quien pone a disposición su Centro Estratégico de Inteligencia Artificial. Mediante el aparato del “capitalismo de la vigilancia” viene interviniendo de manera exponencial: lo vimos en las elecciones en Brasil, Argentina y Ecuador. La alianza entre Facebook y la OEA es el “blanqueo” de una alianza que interviene desde hace tiempo en los asuntos internos de los países de la región.

 

Estados Unidos, el capitalismo de la vigilancia y la región

Silicon Valley y unas pocas corporaciones –las que denominamos Big Tech: Google-Alphabet, Apple, Amazon, Facebook-Instagram-WhatsApp y Microsoft– lograron monopolizar el desarrollo tecnológico de Internet. Bajo la lógica neoliberal, estas tecnologías quedaron ancladas y limitadas a las ganancias, la especulación y la manipulación social, tres aristas que van de la mano. Las tecnologías nunca han sido neutrales: son parte de un entramado de relaciones sociales de producción. Para hacer una síntesis podemos decir que en Silicon Valley el desarrollo de las nuevas tecnologías se produjo desde los años 2000 entre los intereses geopolíticos de Estados Unidos –por la caída de las torres gemelas y la doctrina de la vigilancia total–, los Fondos Financieros de Inversión –especulación con capitales de riesgo, etcétera– y la utilización del conocimiento de las universidades. En ese ambiente se desarrollan las Start Up que muchas y muchos jóvenes latinoamericanos tienen como ideal de progreso y oportunidad.

Frente a la crisis estructural de los proyectos imperialistas angloamericanos –de los cuales las corporaciones de tecnología, las Big Five, son parte– Estados Unidos necesita mantener su decadente dominio en la región, para lo cual despliega una guerra multidimensional contra los sectores populares, fortaleciendo sus alianzas con los sectores más concentrados de poder en los distintos países e imponiendo sus instrumentos de guerra económica, política y psicológica. Aunque tengan muy poco que ofrecer –principalmente, la especulación financiera y el narcotráfico– las alianzas se tejen al calor de estos negocios y de históricos acercamientos ideológicos, y en considerar como enemigo principal de sus intereses a los sectores populares.

La posibilidad de diferir la perestroika de Estados Unidos y su crisis terminal está basada en mantenerse competitivo y en el despliegue de lo que Shoshana Zuboff describe como “capitalismo de la vigilancia”, un nuevo régimen de acumulación basado en la monopolización de las TIC por parte de las Big Tech. América Latina es parte subordinada de ese capitalismo de la vigilancia, en tanto continúe permitiendo el extractivismo masivo de datos para el fortalecimiento del Centro Estratégico de Inteligencia Artificial de Estados Unidos; en tanto continúe generando mano de obra barata de programadores y programadoras que terminan trabajando de manera tercerizada para estas empresas, por sueldos mucho más bajos que los de Estados Unidos; en tanto se consolide una estructura de pequeñas y medianas empresas económicamente dependientes de las Big Tech –como impulsa la Alianza del Pacífico–; y en tanto continúe permitiendo el extractivismo de materias primas, también centrales para el desarrollo tecnológico, como el litio y las tierras raras.

Si Estados Unidos perdiera su patio trasero se aceleraría fuertemente su crisis, frente el despliegue de un mundo multipolar encabezado por China y Rusia. Las luchas populares en la calle son una posibilidad de construir conciencia colectiva y de un sujeto emancipatorio en contra de estos imperialismos y por la consolidación de los proyectos nacionales y populares. Ellas determinarán los grados de soberanía que tendrán las próximas generaciones.

 

La región, entre la crisis, el desacople de Estados Unidos y la soberanía

Hasta 2015 en la región se avanzó –en el marco de organismos regionales legítimos, como la UNASUR e incluso la CELAC– con propuestas de soberanía tecnológica y comunicacional. Quizás no con la celeridad que se necesitaba, pero indudablemente se estaban dando pasos centrales. Un pequeño paso en esta órbita implicaba que pudiera verse afectado el sistema del “capitalismo de la vigilancia” que se estaba imponiendo de manera no advertida por los cuadros y los estados latinoamericanos.

Retomar el sendero de la soberanía implica avanzar en múltiples frentes desde una estrategia propia. En este marco, que la región comience a cuestionar el extractivismo masivo de datos personales y de empresas –como se produjo en Argentina desde la Secretaría de Comercio Interior–[2] es un gran avance político. Pero sin duda tenemos que retomar el camino de la alianza regional para tener la fuerza necesaria para contrarrestar a tantos actores entrelazados en contra del bienestar de nuestros pueblos, del desarrollo de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. También es fundamental la convocatoria y la participación de las organizaciones sociales y la comunidad en general. Son estos sectores sociales los que deben estar alertas y movilizados para defender estas medidas.

Las explicaciones de fondo son claves para generar la conciencia necesaria para dar estas batallas, en conjunto con las herramientas para profundizar y ampliar la organización social. Es el tejido social organizado y movilizado el que no queda preso de los medios de comunicación y las redes sociales virtuales que buscan imponer sus ejes de discusión.

 

Referencias:

Notimérica (2021): La OEA y Facebook firman un acuerdo para fomentar la integridad electoral y los Derechos Humanos en Latinoamérica. https://www.notimerica.com.

Página 12 (2021): “WhatsApp: el Gobierno oficializó el freno a la nueva política de privacidad”. Página 12, 18-5-2021.

Perfil (2021): “Se lanzó la alianza entre Google News Showcase y Clarín, La Nación y Perfil”. Perfil, 10-2-2021.

Sforzin V (2020): “Los datos, las tecnologías, la comunicación y el rol del Estado. Apuntes para el debate”. En Libro abierto del Futuro. Argentina Futura, Jefatura de Gabinete de Ministros.

Sforzin V (2020a): “Los sentimientos son de nosotros/as, los datos son ajenos”. Movimiento, 20.

United Nations (2021): The Sustainable Development Goals Report 2021. https://unstats.un.org.

Zuboff S (2019): The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power. Nueva York, Public Affairs.

[1] “El término infodemia se emplea para referirse a la abundancia de información sobre un tema concreto. El término se deriva de la unión entre la palabra información y la palabra epidemia. Se relaciona con conceptos similares como fake news o infoxicación, en la medida que la cantidad y exposición de estos se intensifican” (https://es.wikipedia.org/wiki/Infodemia).

[2] “La Secretaría de Comercio Interior formalizó la medida cautelar dictada a la filial argentina de Facebook para que suspenda la puesta en vigor de las nuevas Condiciones del Servicio y Políticas de Privacidad de WhatsApp, por considerar que ‘se incurriría en una situación de abuso de posición dominante’” (Página 12, 2021).

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