Si mi guitarra canta como canta: Leonardo Favio y su música, en los años del Proceso

¿El arte nace del dolor? Es una pregunta casi filosófica que atraviesa a Hugo del Carril desde un primer momento, desde que descubrió que su veta, su manera de expresar sus sentires, era desde la música, el cine y la actuación. Con el tiempo –ya reconciliado con el corsi e ricorsi, esto es, con el tiempo vectorial que lo sumergía, o bien lo preparaba para darle envión y sacarlo a flote– entendió que el arte no es consecuencia del dolor, sino de la vida. La ausencia de sus progenitores –se separaron cuando él apenas tenía dos años– lo obligó a refugiarse en la calle, donde descubrió héroes y villanos. De niño, la milonga y el tango canción los sentía palpitando en sus oídos. Una empleada doméstica le cantaba el tango Carasucia y terminó aprendiéndolo de memoria. Seguía siendo niño cuando ya merodeaba por las radios, buscando engañar a los ejecutivos con su sonrisa, que era igual a la de Gardel. Ya establecido con su nombre artístico, se convirtió en uno de los artistas jóvenes más consagrados, protagonizando películas que quedaron marcadas en la retina de los espectadores. Sin embargo, su vigencia en la memoria popular no es por su voz candorosa, tampoco por su notable labor como director de cine, sino por su vínculo con el peronismo. Esta relación lo convirtió en Cantor de Pueblo, pero también lo sujetó a su suerte: el golpe de Estado de 1955 lo llevó a someterse a los peores vejámenes que puede sufrir un artista honesto y comprometido. No nos referimos a la prisión, sino al silencio: obligaron a un trabajador de la cultura popular al exilio, porque el establishment no toleraba cómo un cantante y director destacado se pudiera involucrar con el peronismo, aquella palabra sentida y prohibida. Durante esos años oscuros tuvo que refugiarse en México. Así fue la suerte de uno de los malditos de nuestra cultura: Piero Hugo Fontana, más conocido como Hugo del Carril.

México, la tierra azteca, el territorio latino del norte de nuestro continente que siempre acogió a los perseguidos y las perseguidas. Por entonces, muchos exilados argentinos habrán recordado a Trotsky y su estadía allí, más Leonardo Favio no pudo evitar identificarse, una vez más, con el otro cantor de pueblo que había corrido su misma suerte: Hugo del Carril. Ambos habían tenido una trayectoria –y un derrotero– similar, producto de sus elecciones políticas, y por dicho pecado su obra había caído en el silenciamiento. Hugo del Carril lo padeció en 1955, Leonardo en 1977. Ambos habían desarrollado y estrenado sus dos últimas películas en 1975: Del Carril estrenaba Yo maté a Facundo, protagonizada por Federico Luppi[1], al mismo tiempo que Favio ultimaba detalles con Soñar… soñar, con Pagliaro y Carlos Monzón.

Cuando Soñar… soñar fuera criticada severamente y terminara pasando sin pena ni gloria, Leonardo decidió una vez más aferrarse al canto. Antes de que se le cerraran las puertas de los medios gráficos anunciaba su regreso a la canción. Es el propio Leonardo el que nos sumerge en la idea equivocada de que él había abandonado la canción en 1971 y ahora regresaba. En realidad, lo que había hecho fue postergar a un segundo plano su faceta cantora para dedicarse al cine, pero la realidad era que, a excepción de 1972, seguían saliendo discos suyos. Ya sin el éxito exorbitante de sus primeros dos años, Favio había cosechado una marca registrada. A mediados de los setenta, Sandro y él mantenían su éxito y reconocimiento en el exterior, mientras que en Argentina –si bien eran “pesos pesados”– habían sido relegados por el éxito de nuevos cantantes melódicos, como Sergio Denis o Cacho Castaña, pero sobre todo por cantantes españoles: Camilo Sesto y luego el imbatible Julio Iglesias.

Empezaba 1977 con el augurio perseverante de que, volviendo a los escenarios, podría mantenerse en el país. Para una nota periodística a cargo Alberto González Toro, Leonardo sentenciaba: “¡me tengo una fe bárbara!”. Habían pasado cinco años de su última actuación en Canal 11. La agencia artística Buenos Aires Espectáculos confirmaba que Leonardo Favio volvía no solo a grabar –en este caso para el sello Microfón– sino que también regresaba a las actuaciones personales.

Su regreso había sido en Junín, el 22 de enero de 1977. El fervor popular continuaría con el inolvidable show brindado el 26 de febrero, donde reuniría a más de 40.000 personas. Dicha sensación popular sería ilustrada en la contratapa de su álbum Nuestro Leonardo Favio, con arreglos a cargo del “Flaco” López Ruiz.

“–¿Por qué volvés a cantar? –En primer lugar, porque tengo necesidad de hacerlo. Cuando decidí abandonar el canto, lo hice por una razón sencilla: estaba cansado, me sentía insatisfecho con lo que hacía; me encontraba vacío. Era una máquina de hacer guita. Ahora, en cambio, vuelvo a experimentar la necesidad de expresarme a través de la música. (…) Considero que los cantantes actuales son muy malos. No te hablo de la gente que hace música en serio, como el pibe Spinetta y otros muchachos que están en la búsqueda de nuevas expresiones. Te hablo de los que se ponen a cantar cualquier cosa. No tienen ni una pizca de imaginación. A estos, los tengo que pasar por encima. (…) En este momento no hay cantantes, exceptuando a Palito y Sandro. Estoy convencido de que ellos dos y yo constituimos tres marcas todavía no superadas. Por eso me tengo tanta fe”.[2]

Nuestro Leonardo Favio fue el disco que sale mientras el cantor del pueblo partía al exilio junto a su familia. El denominado “Proceso de Reorganización Nacional” exigía un nuevo contrato social a través de un feroz y letal Estado de Excepción. El régimen perseguía y desaparecía a miles de trabajadoras, trabajadores y activistas políticas y políticos, mientras que artistas e intelectuales eran silenciados y amenazados. En ese sentido, Favio no logra realizar su ansiado regreso, conformándose con un show que termina siendo una forzosa despedida en Palermo, con una asistencia de 40.000 personas. Refugiado en la casa de su representante, el hijo de aquel miraba con sorpresa y admiración cómo ese enorme cantante estaba en su hogar tomando mate y componiendo canciones. Con el tiempo, aquel niño se convirtió en su ahijado artístico, cuando en los ochenta se consagró como un cantante melódico conocido como Orlando Netti. Luego de una estadía breve en su provincia natal con su familia, Favio logra recuperar su visa y parte a México.

Fruto de un contexto por lo menos desconcertante, el disco Nuestro Leonardo Favio contiene una suerte de misticismo romántico. El decir de Favio se apoya en la religión del barrio. De las ocho canciones que integran el larga duración, seis hacen alusiones religiosas, mencionando a Dios, Jesús de Nazareth y la Virgen María. De este álbum se destacan la sentida descripción de un niño pobre Que se parece a Jesús, la última canción que canta junto a su mujer Carola, Ave María niña, y dos canciones que auguran su partida al exilio: Como un velero en alta mar y Mi historia.

En Mi historia, Favio recuerda su infancia, sus amores y sus amigos –sobre todo a Carlos Esmoris, a quien le dedicase en su primer álbum la canción de Almendra Para saber cómo es la soledad– y sentencia con amarga tristeza: “Adiós mi tierra querida, algún día volveré. / Algún día volveré a la inocencia perdida. / Del alma en deuda, vencido, ya viejo para / querer, a la inocencia perdida del alma. / En deuda, vencido, ya viejo para querer. / Pero lo importante de todo esto es que / ustedes ya saben de dónde vengo, / de un pueblo pequeñito como el de Jesús de Nazareth / donde aún se acostumbra a saludar / buenos días, buenos días. / Saludarse y quererse como buenos vecinos”.

Mientras que en Como un velero en alta mar recupera la imagen del náufrago. La idea del naufragio y la balsa forman parte del ADN de la cultura rock argentina:[3] de hecho, la canción fetiche del movimiento, autoría de Tanguito con Lito Nebbia, se llama precisamente La balsa y remite a la tristeza y el abandono en que se encuentra el individuo en la sociedad moderna. No obstante, Favio, en su canción, parece ofrecerse como voz del pueblo silenciado: había sido muy abrupto el cambio cultural entre los sueños revolucionarios de fines de los sesenta y la reacción conservadora de mediados de los setenta.

“Solo, igual que vos me siento solo
Solo, como un velero en altamar
Solo, en medio de la gente yo estoy solo.

Solo por estas calles como vos
Dios mío cómo duele el estar
Solo, es una pesadilla el estar solo
Solo, como tal vez se encuentre Dios.

Tuve, tuve un amor como
no hay otro, tonto lo destruí
Igual que vos.

Busco igual que vos borrar
mi pena, pero yo sé muy bien
Que no podré.

Dios mío es un infierno el estar solo,
como un traidor me siento solo.

Solo como tal vez se encuentre Dios.

Yo quería proponerte que corramos
cada uno hacia nuestro verdadero amor,
tengo el presentimiento de que aún…
aún es tiempo de salvarnos
del naufragio.

Solo, igual que vos me siento solo
Solo, como un velero en altamar.

Tuve, tuve un amor como
no hay otro, tonto lo destruí
Igual que vos”.

 

Julián Otal Landi es profesor en Historia, autor de El Joven Fermín Chávez (Fabro, 2021) y Vibración y Ritmo. Sandro, el padre del Rock and Roll en Argentina (Insolubles, 2020). Este texto es un avance del libro Era… cómo podría explicar, dedicado a la música de Leonardo Favio.

[1] La película está inspirada sobre un hecho histórico trascendental: el asesinato del caudillo federal Facundo Quiroga en 1835, del cual nunca se supo fehacientemente quiénes fueron los autores intelectuales del hecho. “Con Yo maté a Facundo, Hugo del Carril intenta –como ya lo había hecho antes Favio en Juan Moreira (1973)– demostrar cómo pueden usarse las personas o grupos de poder en determinados momentos históricos. Los Reynafé de la Argentina, y en eso Del Carril tiene razón, jamás son ajusticiados. A quienes se ajusticia es a sus lacayos, a los Santos Pérez que siempre están haciendo cola para ser utilizados y, posteriormente, cuando ya no sirven, entregados a la así llamada justicia” (Abel Posadas, “Hugo del Carril. La coherencia de un romántico”, CREAR, 8, 1982).

[2] Alberto González Toro, “Leonardo Favio vuelve a las cantadas”, diciembre de 1976.

[3] Julián Otal Landi: Vibración y ritmo, Buenos Aires, Insolubles, 2020.

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