Notas sobre la prensa de la(s) resistencia(s). Columnas del Nacionalismo Marxista, un cruce novedoso

Hemos presentado buena parte de la prensa de los primeros tiempos de la “resistencia” peronista. Extendiéndonos en el tiempo nos ocupamos de los derroteros de Palabra Prohibida, Rebeldía, Línea Dura y Norte. Estos medios corresponden al período de liberalización restrictiva que sigue al llamado de elecciones a convencionales constituyentes y luego a la convocatoria para elecciones presidenciales de febrero de 1958. Dimos cuenta, también en ese contexto, de la salida efímera de De Frente, tras la fuga de su antiguo director de la cárcel. En ese marco hay que ubicar la publicación que nos ocupa en la oportunidad, Columnas del Nacionalismo Marxista (en adelante, CNM), que se editó entre julio y setiembre de 1957 y se propuso como un diálogo entre dos tradiciones que operaban en los márgenes de la opción peronista: los epígonos de un “nacionalismo sin pueblo” y los de un “marxismo sin nación”. En esa tarea no estuvieron ausentes los tópicos revisionistas,[1] ni las miradas sobre procesos de otros países, ni los debates doctrinarios y políticos de la realidad política argentina.

Uno de los protagonistas de la publicación ubica de esta manera la iniciativa: “Con el advenimiento del nuevo régimen político y la intervención a los diarios de ALEA, fueron apareciendo numerosos periódicos políticos destinados en su mayoría a hacer llegar al lector los planteos opositores al actual gobierno: El 45, Lucha Obrera, El Federalista y Gaceta Argentina, ya desaparecidos, Resistencia Popular y Qué, órganos oficiosos del ‘frondicismo’, Azul y Blanco, nacionalista católico, Nuestra Palabra, órgano oficial del comunismo, La Argentina, Soberanía y Palabra Prohibida, estos tres de Rosario y alineados en un frente nacional y popular, Consigna, Palabra Argentina y Rebeldía, de la misma tendencia y publicados en esta capital; Mayoría, semanario ilustrado del equipo del antiguo Esto Es (intervenido actualmente) y Columnas del Nacionalismo Marxista de reciente aparición” (Cruz Romero, seudónimo de Fermín Chávez, 1957: 67).

El emprendimiento fue orientado por Eduardo Astesano y contó con la colaboración de una diversidad de escritores, de los que intentaremos dar cuenta en el desarrollo de este artículo.

 

Características básicas

Es una publicación que se pretende quincenal, aunque sale mensualmente en los meses de julio, agosto y septiembre de 1957. Su tamaño es de 20 por 29 centímetros. Sus tapas se integran con colores vivos (combinando azul y rojo, verde y amarillo, verde y rojo en cada entrega) y letras blancas para el título principal (Nacionalismo Marxista, así en mayúsculas). En el detalle de tapa se distingue un diseño que combina dos columnas que convergen en la bandera argentina. Al frente de una de ellas un militar extiende su brazo hacia el mástil y en la otra un obrero de overol sostiene la bandera con ambas manos. Se trata nada menos que de la simbolización de la unidad entre pueblo y ejército reclamada por el director en algunas de sus intervenciones. Tras ellos aparecen hombres y mujeres con vestimenta más propia de una clase media urbana.

 

 

 

En la función de director de los tres números aparece Eduardo Astesano, aunque se solapa la figura de uno de los colaboradores, Fermín Chávez. En la redacción de artículos se cuentan, entre otros, John William Cooke, Elías Castelnuovo, Juan M. Vigo, Antonio Castro, Antonio Nella Castro, Darío Pretto, Victorio Belavita, Ernesto Bustamante y Juan Pablo Oliver.

 

Trayectoria de Astesano

Eduardo Astesano nació en Villa María, Córdoba, el 24 de julio del año 1913. Al poco tiempo se trasladó a Santa Fe (Tarcus, 2007: 30). Estudió Abogacía en la Universidad Nacional del Litoral. Se afilió al Partido Comunista después del golpe militar del año 1930. Conoció a Rodolfo Puiggrós, con quien siguió interactuando y colaborando durante largo tiempo.[2] A fines de los años treinta militó en las corrientes de izquierda que combatieron el fraude electoral.

Por ese tiempo comienza su interés por los trabajos históricos. En su formación influye el historiador Juan Álvarez, de quien fue alumno[3] y las lecturas de Jacinto Oddone.[4] Según su propio relato, no satisfecho con esas aproximaciones “me puse a investigar los hechos, a fichar” (Arcomano, 1983). Mientras estudia, crea y orienta la Revista 1810 del Centro de Estudiantes de Derecho de Santa Fe.

En 1939 publica una serie de notas en la revista Argumentos. En tapa anuncian los siguientes artículos: “El instrumental técnico en la estancia colonial” (Astesano, 1939a); “Domingo Cullen” (Astesano, 1939b); y “Aspectos militares de la Revolución de Mayo”.[5] Estas intervenciones darían sustento efectivo a la idea de su vinculación con la izquierda comunista porteña a través de Rodolfo Puiggrós.[6] En 1940 publica Origen y desarrollo comercial de Rosario (Astesano, 1940), obra a la que no asigna mayor significación. En el año 1941 publica en la editorial “parapartidaria” Problemas el libro Contenido social de la Revolución de Mayo.[7] La obra es premiada por la Comisión Provincial de Cultura de Santa Fe en el año 1942.

 

 

En ese tiempo, en la facultad, es compañero de estudios de Ítalo Luder, Ángel F. Robledo y Alberto Ottalagano, así como de Humberto Martiarena y Brizuela, que luego serán legisladores bajo el primer peronismo. También “dirigió la revista de la Federación Gremial del Comercio e Industria de Rosario, a la que contribuyó con numerosos ensayos de esa especialidad” (Cutolo, 1966: 23).

En el año 1943, coincidentemente con el golpe militar, Puiggrós publica Rosas, el pequeño.[8] Astesano, que había trabajado La herencia que Rosas dejó al país (Puiggrós, 1940), ahora lee con avidez el nuevo libro y comienza una larga polémica epistolar con el autor. Para Astesano, “Rosas representaba el nacimiento del capitalismo en el país”, y Puiggrós “sostenía que era feudalismo”.[9] Ese mismo año publica Derecho Penal Argentino (Astesano, 1943). Se gradúa de abogado en el año 1946 en la Universidad del Litoral.

Continúa su militancia en el Partido Comunista. Ante el surgimiento del peronismo manifiesta su disconformidad con la actitud del Partido frente al nuevo movimiento de masas. Lidera en Rosario una fracción disidente que, confluyendo con la que en Buenos Aires lidera Puiggrós, constituye primero el Movimiento Pro-Congreso Extraordinario y luego, desde el año 1949, el Movimiento Obrero Comunista (MOC).[10] Al lanzar Perón al Justicialismo como Doctrina Nacional se le presenta un desafío que lo acompañará toda la vida: “En una de las reuniones de la Presidencia, Perón dijo que él había creado una doctrina que eran los tres principios: la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social. Tres principios que las masas podían comprender fácilmente y seguir. En esa reunión dijo que él no había hecho una teoría, ‘yo les tiro una manzana y la teoría háganla ustedes’. Y desde ese momento yo me puse a trabajar en la Teoría de esa Doctrina” (Arcomano, 1983). Dirá más tarde que esa tarea comienza con la publicación de la Historia de la Independencia Económica (Astesano, 1949), a fines de los años cuarenta, en la importante editorial porteña El Ateneo. Si bien ya había realizado una lectura crítica de los trabajos de Puiggrós y en especial el referido a Rosas, en este material se mueve en esa matriz interpretativa.[11] Dice: “La presencia de la industria argentina en el poder político ha constituido la gran sorpresa para todos los sectores que tradicionalmente han venido gobernando el país y orientando la opinión pública… Al discutirse la reforma constitucional se enfrentaron las fuerzas que representan las dos argentinas. La Constitución del 53 fue en la práctica la bandera mejor de la defensa de la ‘libertad de comercio’ y el movimiento industrial concretó en cambio en la reforma la orientación de intervencionismo estatal que lo caracteriza”. Vincula, pues, pasado y presente, coloca el eje en el nuevo fenómeno económico y afirma: “Cada época tiene su propia visión que nace de la nueva organización de la vida que ella significa. La revolución industrial que vive hoy el país es el nuevo lente con que hay que mirar nuestro pasado, despojándose de viejos prejuicios antiindustrialistas que dominan la interpretación histórica conformada de verdades relativas como cualquier otra manifestación humana” (Astesano, 1949: 7 y 8).

 

 

 

Escribe el libro titulado Teoría y práctica sobre Zona Económica Argentina, en el año 1950. Tras la unión de núcleos disidentes del comunismo y del socialismo de Buenos Aires con adhesiones del interior, se entrevistan con Perón y deciden formar con su anuencia el Instituto de Estudios Económicos y Sociales que funciona en Pellegrini 972 y preside Juan Unamuno. Con el apoyo financiero del gobierno abren un local y sacan un periódico desde agosto de 1951, bajo la dirección formal de Adolfo Abello. La salida de la revista coincide con el proyecto reeleccionista de Perón, al que adhieren: “Por Perón, como expresión auténtica de la política de liberación nacional”. Astesano escribe en Argentina de hoy (Herrera, 2014, II: 121) una serie de notas históricas, hasta que se produce su alejamiento del espacio junto a Puiggrós y Reinaldo Frigerio, quienes publican Clase Obrera por el Frente Nacional Antiimperialista en el que colabora.

En la década del cincuenta se destaca con la obra La movilización económica de los ejércitos sanmartinianos (Astesano, 1951).[12] Hacia el año 1951 consideraba que el marxismo no había desarrollado la potencialidad de su filosofía crítica para entender al justicialismo, a la vez que se declaraba partícipe de los errores del sectarismo de izquierda que el surgimiento del peronismo había puesto en evidencia. Esa es la base de un ensayo, que proponía una lectura a la vez sugestiva y heterodoxa de la Argentina peronista. En ese trabajo busca comprender el proceso que vivía el país. Se trata de Ensayo sobre el Justicialismo a la luz del materialismo histórico (Astesano, 1953).[13] El ensayo se propone exhaustivo en contenido. Tras el prólogo, en la primera parte desarrolla los siguientes puntos: Las Bases políticas de la revolución nacional; Por qué estamos viviendo una revolución; Su ubicación internacional; Objetivos de la Revolución Justicialista; Una Revolución popular; Carácter revolucionario de su doctrina; Asegurar la independencia militar; El programa de Justicia Social; Las fuerzas motrices de la revolución; De las desviaciones en el proceso de liberación; Un nuevo Estado y una nueva democracia; Las etapas de la liberación. La segunda parte incluye los siguientes títulos: La Estructura económica de la nueva Argentina; País dependiente del “estatismo privado” extranjero; Los beneficios máximos; La intervención del Estado en la economía; El poder político y el Estado empresario; “Economía de Estado” imperialista y revolucionaria; Las nacionalizaciones antiimperialistas; “Economía estatal” comercial y financiera; La base jurídica constitucional; “Economía de Estado” y capitalismo privado; La tendencia a la concentración; La cooperación de la pequeña empresa; El cerco imperialista; Los monopolios nacionales y los extranjeros; La clase obrera y la “Economía Social”. La tercera parte se compone de los siguientes títulos: La revolución en la industria pesada; Nuestra dependencia de la industria pesada extranjera; Siderurgia colonial latinoamericana; El “déficit” industrial pesado; Carácter manufacturero del proceso de industrialización; El salto hacia la independencia industrial; ¿Industria liviana o industria pesada? El “sistema óseo y muscular” propio; La conquista del acero nacional; El Plan Siderúrgico; Los altos hornos y el carbón nacional. La cuarta parte involucra a las “Tesis fundamentales”. Allí afirma “la tesis principal de que vivimos una revolución”: a) “porque en el orden político se ha producido un desplazamiento de clases y sectores de clase que controlan el Estado”; b) “la Revolución Justicialista debe ser considerada como aliada del frente socialista revolucionario mundial”; c) “tiende hacia una república de nueva democracia, ‘tercera forma’ que aparece en todos los países coloniales en revolución, entre la dictadura burguesa de los grandes países imperialistas y la dictadura proletaria de los países que marchan hacia el socialismo, y en la que el gobierno deberá constituirse por la alianza de todas las clases que luchan por la liberación nacional”; d) “es una revolución nacional por su oposición a la penetración económica y política del imperialismo, democrática, por la participación popular, y burguesa, por mantener todavía el régimen de propiedad privada y la libre empresa en parte del orden interno”; e) el Justicialismo es una doctrina de toda la nación, que los marxistas aceptan como un programa mínimo en la actual etapa de liberación, sin renunciar a su programa máximo, a la etapa futura del socialismo; f) “el primer impulso de la Revolución estuvo representado por la fuerza extraeconómica del Ejército argentino, dando origen a que la independencia militar constituya el corazón de nuestra independencia económica”; g) “las fuerzas motoras que empuja la Revolución democrática antiimperialista son: el Ejército Argentino y la Clase Obrera, que constituyen al mismo tiempo los dos poderes definitivos de la sociedad; h) “La Revolución dio nacimiento a un nuevo Estado, independiente de la burguesía extranjera y a un nuevo sistema de dictadura democrática antiimperialista”; i) “La Revolución Nacional se desenvuelve en dos etapas: la recuperación nacional y la revolución en la industria pesada, que constituye ahora su eje principal”; j) “En la actual economía argentina ha surgido un ‘fenómeno nuevo’, la ‘Economía de Estado’, que constituye su forma predominante”; k) “La ‘economía de Estado’ expresa una tendencia a la autodefensa económica, configurando una forma estatal de liberación”; l) “la ‘Economía de Estado’ entra en la esfera jurídico-política por el camino de las nacionalizaciones antiimperialistas”; m) “Existe una supeditación evidente de la economía privada a la ‘Economía de Estado’ que dispone una masa mayor de riqueza y que utiliza la fuerza política del Estado en sus relaciones con las formas privadas de producción y de cambio”; n) “El país está entrando en un déficit de mecanización y motorización”; ñ) “Nuestra actual industria pesada, con baja composición orgánica de capital, es fundamentalmente manufacturera, manual y no mecanizada”; o) “El proteccionismo, ‘fábrica’ de industriales y artesanos, ha engendrado un crecimiento conjunto del capitalismo industrial y la pequeña economía mercantil”; p) “La enorme acumulación estatal permite superar el camino lento habitual capital de construir la industria pesada”; y q) “Nuestra Revolución tiene pues como eje la industria pesada”.

La obra, inserta en la tradición del marxismo contemporáneo, recoge ideas de escritos de Stalin[14] y Mao (1951)[15] sobre las etapas de desarrollo y cambio, la cuestión colonial y la participación en la revolución socialista mundial, en las que Astesano inscribía el movimiento generado por el peronismo en el país. Astesano considerará esta obra como “libro puente”, aunque reflejando aún un peso significativo del período anterior, impregnado fuertemente de “materialismo histórico”, con una “concepción clasista” que aplica al peronismo. Señala que el libro “creó bastantes problemas, porque ahí dije –con el odio general de toda la izquierda no justicialista y de la izquierda que estaba dentro del justicialismo (nadie me apoyó)– que el Justicialismo era socialista” (Arcomano, 1983).[16] Es probable que a esta etapa corresponda la afirmación de Tarcus (2007: 31) con respecto al distanciamiento con el MOC: “en los últimos años del gobierno peronista expresa una tendencia más peronizante dentro del MOC, pues mientras Puiggrós y la mayoría del movimiento adoptan una perspectiva clasista desde donde apoyar al gobierno peronista y al mismo tiempo mantener una cierta distancia, Astesano propicia una visión estratégica nacionalista-económica con acento en el liderazgo del Ejército”.

Recibe el premio de la Comisión Nacional de Cultura-Región Litoral, del año 1953, por su obra Teoría y práctica sobre Zona Económica Argentina. Trabaja por entonces en el periodismo. Participa con algunos artículos en el suplemento cultural de La Prensa (“Para una historia del alambrado”, La Prensa, 31-1-1954). Colabora con una serie de notas sobre las migraciones internas en la revista de orientación nacionalista Esto Es.[17] Vuelve a escribir en Clase Obrera, la publicación que orienta Puiggrós, y en este marco, en las postrimerías del primer peronismo, realiza la obra de adaptación de El Capital a la historia y la economía argentina. El texto es prologado por Puiggrós: “El verde árbol de la vida sigue dando sus frutos. Uno de ellos es este resumen y adaptación de El Capital de Carlos Marx a los problemas argentinos y latinoamericanos que publica Eduardo Astesano. Lo presentamos como un acontecimiento de extraordinarias proyecciones para la revolución y la cultura de nuestro país. Culmina la tesonera labor de un gran estudioso de nuestro pasado y de nuestro presente, de un luchador que ha sabido aunar la teoría y la práctica en un todo armonioso de continuas creaciones” (Puiggrós, 1955: 12).

 

 

Para dar verosimilitud a sus asertos, años después Astesano decía que se había reunido en reiteradas oportunidades con Perón: “del 46 en adelante, hasta la caída. En ese período frecuenté asiduamente al General, iba a la Presidencia a reuniones. Perón designó un hombre de enlace para tratar a los que venían de la izquierda PC, que era Solveyra Casares, y a los socialistas los vinculó con el teniente coronel Martínez” (Arcomano, 1983). Esta interlocución puede explicar el alineamiento y la producción orientada a los fines del “movimiento” que realiza Astesano en este tiempo y que lo signa por décadas.

En tiempos de la “Revolución Libertadora” las Crónicas de la Resistencia de Juan María Vigo lo mencionan junto a Rodolfo Puiggrós. En la hora más temprana del peronismo en el llano fueron animadores en Buenos Aires de los “Comandos Coronel Perón”, luego de que el mismo Vigo intentara, según su relato, aglutinar a las fuerzas dispersas del peronismo santafecino en el “Frente Emancipador” (Vigo, 1972). Allí se separan: Astesano junto a Isaac Libenson publica El Soberano. Ambos grupos coinciden en dos núcleos de cuestiones: la inserción en el peronismo y la prioridad de tres significantes: nacionalismo, clase obrera, ejército (Acha, 2006: 162).[18]

Con motivo de la Revolución de Valle, cae preso. En la cárcel lee nuevamente El Capital de Marx y se interna en la época de Rosas de la mano de Manuel Gálvez (1949) –libro que introduce de contrabando en la cárcel. Madura, pues, sus ideas sobre Rosas y los orígenes del capitalismo en la Argentina que habían sido motivo de polémica con Puiggrós (Arcomano, 1983). Este último se refugia en Córdoba y luego se encolumna con el P. Benítez en el semanario Rebeldía (“Carta de Belavita a Puiggrós”, Abril de 1957, citada por Acha, 2006: 163). Para abril de 1957 se encuentra en Rosario sosteniendo un núcleo de viejos militantes asociados al MOC que se había disuelto ahora dentro del peronismo. “Fue director en la etapa de la resistencia, en 1957, de Columnas del Nacionalismo Marxista” (Chávez, 2004, II: 13).

 

¿Un colaborador todoterreno o algo más?

Como hemos visto en otros casos (De Frente, segunda época, Norte), la iniciativa nace con la colaboración y la interacción del inquieto escritor de origen nacionalista Fermín Chávez. Benito Enrique Chávez nace el 13 de julio de 1924 en El Pueblito, un caserío situado a 24 kilómetros de Nogoyá, provincia de Entre Ríos.[19] Se inicia en la política y en el periodismo en la matriz nacionalista. Forma parte del elenco del diario Tribuna, desde el que apoya al peronismo.[20] Porta la visión del mundo del catolicismo de entonces, en el que se forma preparándose para el sacerdocio.[21] Participa del área de prensa de la CGT. En 1950 publica la revista Poesía, cuando Castiñeira de Dios ejerce como subsecretario de Cultura de la Nación. En ese momento es uno de los poetas que integra la Peña de Eva Perón (Pulfer, 2018).

 

 

A principios de la década del cincuenta, como emprendimiento particular, anima la revista de letras Las estaciones. En las postrimerías del peronismo escribe en diversos medios: Actitud, La Prensa, Dinámica Social. Desatado el conflicto con la Iglesia y las negociaciones de los contratos petroleros, se mantiene en el oficialismo. No acompaña las conspiraciones nacionalistas que lo convocan y rodean. En la “Revolución Libertadora” resultó incluido en el folleto difamatorio Pax. Epitafios (1955).

Con el tiempo deviene en historiador revisionista a través de su obra Civilización y barbarie que se publica por ese tiempo. En la obra ataca frontalmente lo que considera mitos del liberalismo intelectual argentino, contribuyendo a fundar la vertiente “nacionalista y popular” del revisionismo histórico, identificada con el peronismo (Chávez, 1956). Poco después publica la biografía de López Jordán.

 

 

Chávez colabora activamente en los núcleos que escriben para los medios afines al movimiento derrotado, participando de una organización clandestina a las órdenes de Cooke: “En su departamento de la Avenida Córdoba, cerca del Hospital de Clínicas, nos reunía José María Castiñeira de Dios, y allí recibíamos los correos clandestinos con misivas de Chile. Allí nació la CEIPAP (Centro de Escritores, Intelectuales, Periodistas y Artistas del Pueblo)” (Chávez, 1999: 23). Cooke escribe sobre ese grupo a Perón (27-8-1957): “Otro organismo importante es el CEIPAP, que están organizando Castiñeira de Dios, Fermín Chávez y un grupo de muchachos… El CEIPAP tiene a su cargo la redacción de artículos para los diarios peronistas, que a menudo carecen de material”. Luego (2-9-1957) le escribe a Castiñeira diciendo que le envió un informe detallado a Perón: “En esa especie de balance de nuestra potencialidad organizada figura el CEIPAP como instrumento muy importante para la propaganda y difusión doctrinaria, con usted y Fermín como organizadores. Así que confío que me hará llegar noticias sobre los adelantos logrados… entre las tareas de ustedes debía figurar la preparación de material para diarios y semanarios que desean estar ‘en la línea’ pero por falta de personal de redacción tienen que dedicarse a reproducir artículos de Palabra Argentina o Rebeldía, etcétera, El Lujanense (de Luján), El Guerrillero (de inminente aparición según me dicen), Soberanía (verlo a Fernando Torres), Palabra Prohibida, etcétera. Y, por supuesto, De Frente, si es que conseguimos, de una vez por todas, que reaparezca” (Cooke, 2010: 90).

Chávez fue quien intentó prolongar De Frente en forma mimeografiada. A través de Héctor Tristán, “el workman”, logran imprimir el periodiquito en un taller clandestino de Avellaneda. En su número 1, de marzo-abril de 1957, escriben: “John W. Cooke no es comunista; la gente sabe perfectamente que el ex director de De Frente es nacionalista peronista. Sus editoriales en la revista que los ‘usurpadores’ le quitaron ponen bien en claro su pensamiento. Pero eso sí: Cooke es peronista revolucionario y eso les preocupa más que otra cosa. Ellos quisieran al frente de nuestro Movimiento a hombres decrépitos y abúlicos, capaces de prestarse a cualquier ‘concordancia’ y a ‘conversar’ con los emisarios del gobierno de ocupación; por eso les preocupa el doctor Cooke y han de valerse de todos los medios para tratar de ensuciarlo”.

Chávez participó, además, de múltiples emprendimientos –clandestinos y no tanto– en una época en la que solía firmar sus artículos con el seudónimo de Juan Cruz Romero. Podemos encontrar sus notas referidas a la historia argentina o a las coyunturas políticas, pues, en la prensa peronista de la época y en medios como Consigna, Norte, Mayoría o Dinámica Social. Su correspondencia personal, además, revela el extremo interés por escribir, fijar la palabra, por llegar al papel, una obsesión que, por lo demás, era la de muchos, como se evidencia en la proliferación de diarios, semanarios y revistas de todas las tendencias.

 

Bases de una empresa común

Columnas del Nacionalismo Marxista es un espacio de diálogo y confrontación. No es la expresión de una absorción por parte del nacionalismo de la tradición marxista, ni viceversa. Puede ser leída como la búsqueda de una síntesis a nivel teórico, empresa en la que estaba embarcado Astesano desde hacía tiempo. Desde el lado de Chávez puede interpretarse como una doble interpelación: al nacionalismo para que considere la “Justicia Social”, y al comunismo para que considere la realidad de la “Nación”. Ambas líneas deberían rendirse ante la evidencia de lo nacional y lo social, bajo la fórmula del nacionalismo social: “la Nación va ganando terreno entre las masas que ayer apenas intuían su existencia y su significación histórica. Justicia social y Nación constituyen hoy por hoy dos centros de atención donde polarizan los sentimientos de los pueblos”. Agrega: “La Nación y la Justicia Social están actualmente empujando a los pueblos coloniales y subdesarrollados a una lucha que en algunos casos es cruenta y en otros incruenta. Pero el significado de la lucha es siempre el mismo: más allá del sustento ideológico circunstancial, más allá del necesario juego de equilibrio entre Rusia y Estados Unidos, más allá del origen de las mismas armas que se usan, lo que refulge bajo el duro sol africano y bajo los vientos de las llanuras sudamericanas, es el esfuerzo dinámico de los pueblos que toman contacto con su propia conciencia histórica nacional”.[22]

Es, además, la respuesta a un contexto político concreto de persecución a la mayoría peronista y a sus intelectuales y escritores que había sido desplazados de las cátedras, de los cargos públicos, de las redacciones. Ese marco se deja ver en la recuperación que se realiza de la Constitución del año 1949, que había tenido un tratamiento marginal por parte del director de la publicación hasta el momento, cuando se realiza su derogación y la convocatoria para la Convención Constituyente.

Otro punto importante para la consideración del contexto se muestra en el cierre de cada número en el que se va definiendo un editorial político programático, siempre abierto a las alianzas y confluencias, pero asentado en la centralidad del peronismo.

Además de dos tradiciones de pensamiento en diálogo, la revista CPM involucra la trayectoria de dos personalidades relevantes al interior de sus respectivas matrices de pensamiento. Como hemos visto, Astesano venía debatiendo desde la década del cuarenta en el seno del comunismo vernáculo, no solo por la irrupción del peronismo, sino por la caracterización de la sociedad nacional. Al nuclearse los grupos que pueden poner en diálogo marxismo y nación, izquierda y peronismo, primero en el MOC y luego en torno al Instituto de Estudios Económicos y Sociales con la publicación Argentina hoy, para luego pasar a concretarse en una forma partidaria de apoyo al gobierno con el PS-RN, percibe que estos avances son posibles.

En el caso de Chávez, el debate para promover el tránsito hacia lo popular del nacionalismo clásico no resultó tarea sencilla, ya que el autor convivió y sintió la proximidad de los miembros de la generación anterior durante mucho tiempo. Tampoco resultó sencilla por su decidida inserción en esa tradición, con una manera de pensar e intervenir en la escena pública familiar en ese espacio.[23] Su experiencia de participación en instancias significativas del peronismo –área de prensa de la CGT, Peña de Eva Perón, revistas oficiales de Poesía en el sector cultural– lo lleva a trabajar esas tradiciones por dentro, buscando correr el límite poco a poco. Busca desplazamientos del nacionalismo de ideas, al nacionalismo popular; del catolicismo institucional y formal al cristianismo popular. Estos desplazamientos son producidos en el marco de publicaciones y editoriales controladas por figuras de aquella orientación. A su vez, Chávez genera aperturas, diálogos, interacciones con otras personalidades del campo cultural, quizá más ligados por cuestiones generacionales. En definitiva, aunque sostiene firmemente sus posiciones, esta verdadera política de interacción se da la mano con un estilo más dado a la convivencia intelectual. Como su amigo Castiñeira, por momentos es duro e intransigente en la reivindicación de causas que considera injustas –por ejemplo, en el caso de los fusilados de junio de 1956 (Chávez, 1964).

No se trata, entonces, solamente de dos tradiciones de pensamiento que se ponen en diálogo y se entrecruzan, sino también de derroteros personales que buscan afanosamente recuperarse de una experiencia que viven como derrota, retroceso y exclusión. Esa sensación los lleva a una sensación de “volver a comenzar”. Deben volver a poner en discusión las bases mismas de las formas de pensar en el seno de tradiciones arraigadas. En el caso de Chávez, aunque sus posicionamientos y distancias eran claros, debía persuadir al nacionalismo de elite –republicano o restaurador– que era necesario discutir lo actuado por su parte mediante el apoyo frustrado al lonardismo. Se trataba de encauzar en términos políticos los gestos que venían esbozando hacia las masas sindicalizadas y la necesidad de reponer posibles caminos conjuntos. En el caso de Astesano, la tarea resultaba mucho más polémica e imponía términos mucho más duros, volviendo a la descalificación de las izquierdas liberales abstractas que se habían lanzado a la toma de sindicatos y a participar de las elecciones de constituyentes.

 

Contenidos

El primer artículo del número uno de Columnas fue escrito por Chávez, quien comienza reconociendo que cinco o seis años atrás habría negado toda colaboración, pero que en esa actualidad el diálogo resultaba viable. Anota: “se ha vuelto posible” merced a lo ocurrido durante la “Revolución Libertadora”. Por eso, “cuando los compañeros iniciadores de esta empresa cultural… me solicitaron una colaboración, sabiendo de antemano que yo no era marxista, tuve la sensación de que algo importante había sucedido… y que estaba afectando de una manera particular y determinada a las jóvenes generaciones de argentinos” (“Nacionalismo y marxismo”, CNM, 1: 1).

Fermín Chávez unifica entonces desde un “nosotros” de carácter nacionalista frente a un “ellos” encarnado en el liberalismo que ocupa el gobierno, en las resurrectas fuerzas políticas de los partidos tradicionales y en el elenco de intelectuales que le hacen coro pero al que no alude, quizá porque presume que no le hace falta al lector. Introduce además, como común denominador, la perspectiva etárea con la mención de las “jóvenes generaciones de argentinos”. El eje de la interpelación a ambas tradiciones es el imperativo de la realidad de una patria y los llamados de un pueblo.

El trabajo es presentado, amablemente, como una autocrítica que, sin recibir ese nombre, apunta a una inspección de la tradición nacionalista que lo ha precedido, asumiéndose de entrada en esa condición. Por otra parte, las críticas al marxismo, esencialmente afincadas en la trayectoria del comunismo argentino, no son tan novedosas y a ellas se les dedica la segunda parte del texto. Respecto de lo primero señala que, en relación al marxismo, “los nacionalistas hemos asumido casi siempre una actitud de total incomprensión”, razón que remite al nacionalismo de sus maestros, mezclado en sus orígenes con “elementos francamente conservadores y algunos ocultamente liberales”. Con excepciones como las de FORJA –“excepción que tiene suma importancia en el desarrollo de nuestro movimiento”–, aquellas referencias nacionalistas habían o habrían tenido actitudes políticas similares a las de Acción Francesa. “Habíamos nacido antimarxistas”, reconoce, aunque para afirmar en el siguiente título que “El acercamiento es posible”. “Ese acercamiento no sólo es posible, sino que es un hecho real, una maduración que se ha ido produciendo inconscientemente en todos aquellos espíritus que venían luchando para superar los mitos políticos e ideológicos y trabajar con realidades”.

Chávez recuerda que, en el año 1950, cuando el peronismo buscó poner las bases de su doctrina y su cultura, se lo denunció “como un peligro del que era preciso huir”.[24] Asume Chávez que se trataba de una cuestión definitivamente pasada y sepultada. Luego enlaza con el presente, diciendo que el peronismo es “la clave política que nos explica claramente el proceso popular que estamos viviendo, y las exigencias espirituales del pueblo mismo en actitud revolucionaria”. Chávez recurre a la historia del peronismo para mostrar la confluencia de ideas y hechos del marxismo y del nacionalismo en los orígenes de esa fuerza política. A los primeros les reconoce el análisis de clases y de los conflictos derivados del industrialismo que desembocan en la justicia social. A los segundos, las banderas de independencia económica y soberanía política, “gran intuición” de las que “el nacionalismo puede estar orgulloso de haber facilitado al caudillo popular de 1945”. Sin citar a Jauretche, usa su categorización de sectores intermedios –los que no tienen perspectiva, conciencia de sus intereses, ni ideología clara y precisa– en los que incluye a nacionalistas, comunistas liberales y representaciones partidarias de los radicales, demócratas y socialistas. A los nacionalistas les atribuye “miedo al pueblo” y a los marxistas criollos les asigna miedo a la “realidad sudamericana” y a la “psicología de nuestras masas populares”.

Vuelve a su eje: el peronismo es la síntesis entre lo nacional y lo social, que las nuevas generaciones no pueden dejar de oír. Insiste: “el deber fundamental de nacionalistas y de marxistas no es otro que el de abandonar las ficciones habituales y ponerse al servicio de la causa del pueblo”. Introduce al “lúcido ensayista y pensador francés Thierry Maulnier”[25] para decir que “el inmenso esfuerzo marxista por reconducir hacia la realidad el pensamiento humano perdido en las nubes del idealismo, merecía ser analizado y juzgado con mucha seriedad”. El mismo autor, dice Chávez, señala que el marxismo había combatido toda forma de vida nacional, por la sola razón de que ellas habían sido ocupadas por la burguesía dominante, llevando a enfrentar de esa manera proletariado y nación. De su cosecha el autor agrega: que la comunidad por transformar siempre es la nacional y que las luchas económicas de clase suceden a la unidad nacional. En cuanto al nacionalismo, citando al mismo autor, dice que ha confundido nacionalismo con defensa de statu quo y que la auténtica tarea de ese sector es separar la idea nacional de la actual estructura económica y política y precipitar la ruina de esa estructura. Concluye: “En dos palabras, el marxismo debe acercarse a la nación, como hecho histórico, dejando de considerar la destrucción de ésta como necesaria para la liberación de los trabajadores. Y el nacionalismo debe dejar de ser ‘burgués’, acercándose a las masas y haciéndoles ver que no se solidariza con una nación que es máscara de opresión económica. De este modo, el marxismo dejará de ser una ideología o un mito político y el nacionalismo político se convertirá en un nacionalismo social. El programa es muy sencillo: se trata de acercar realidades, no ficciones ideológicas”. La realidad a la que hay que oponerse y que de alguna manera opera como condensador y unificador, afirma, es la del liberalismo dominante, que lleva a la “práctica sus principios teóricos, alentados por un poderoso antagonismo de clase herida”. Con las citas de Maulnier, como señalara Devoto (2004: 121), el artículo de Chávez era más una invitación al “marxismo” a pensar y asumir la nación como una realidad inexcusable y a sumarse a un movimiento existente, que la búsqueda de una convergencia con el nacionalismo. La misma operación se hacía con el nacionalismo anterior, convocándolo a reconocer la realidad del sujeto popular.[26]

El uso de Maulnier, alguien efectivamente caro a las derechas, llevaba el antídoto en un recuadro –sin que en rigor el lector pudiera determinar si era parte del mismo texto– en el que se citaba a Marx: “La teoría es capaz de penetrar en las masas cuando hace demostraciones ‘ad hominem’, y hace demostraciones ‘ad hominem’ desde que deviene radical. Ser radical es tomar las cosas por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo”.[27]

Visto desde hoy, el texto tiene cierta vocación didáctica y una clara aproximación a un lenguaje que facilite el avenimiento, el vínculo, la colaboración y seguramente el diálogo con una tradición: la de la “dialéctica marxista”, a la que se respeta y sobre cuyos fundamentos se interviene e interpela a la luz de la experiencia histórica.

“Origen histórico del nacionalismo popular”, la nota que sigue, es escrita por el director. Allí Eduardo Astesano distingue los nacionalismos “liberal”, “criollo”, “industrialista” y “popular”, subsumiendo sus particularidades en el marco del materialismo histórico y en la lógica de las revoluciones burguesas. La formación de las naciones y aun los movimientos nacionalistas de cada país, uno de los grandes temas que la historiografía europea desarrolló para entender las oleadas que sucedieron a la revolución francesa en 1820, 1830 y 1848, es presentado e interpretado como sigue en lo que respecta a nuestro país. La “revolución burguesa argentina” ha comenzado en 1810 y llega a la actualidad, de modo que no puede tenerse una idea clara de la “ideología nacionalista” sin analizar las distintas etapas de esa revolución. El “nacionalismo popular” del tiempo en que Astesano escribe deviene así en una suerte de heredero, pero también de continuador de esa revolución, aunque su emergencia puso en evidencia las “limitaciones” de la misma. El trabajo es, pues, una síntesis importante. Su conclusión política más coyuntural y presentista, esto es, la novedad de la presencia de una clase obrera que actúa desde 1945 en un escenario político en el que ahora pugnan la reacción entreguista a la que ha quedado subsumido el nacionalismo liberal, el programa de independencia económica del nacionalismo industrial y las vacilaciones de una burguesía ganadera expresada en los partidos conservadores y en “algunos núcleos todavía actuantes del nacionalismo”, es algo que corona, sin eclipsar, una elaboración intelectual mucho más ambiciosa. El tema de la actuación “más o menos ininterrumpida” de la clase obrera parece un anticipo profético de toda una historia y hasta de una historiografía posterior a 1955.[28] El punto de atención, por lo demás, sigue estando más en el análisis “a la luz” que en el propio peronismo.

En el despliegue del argumento se analizan las “revoluciones coloniales”, donde lo típico es el origen en un impulso de fuerzas productivas que vienen de afuera para incentivar la exportación de materias primas. Allí se distinguen esencialmente dos tipos: las colonias de población numerosa, como China e India, donde hay que vencer un régimen de producción arraigado de tipo feudal, y las zonas de colonización con grandes extensiones despobladas, aptas para el avance del capital y de la migración internacional de la mano de obra, como Argentina, Canadá, Australia y, en cierto sentido, Estados Unidos. El punto importante es que para Astesano “el desarrollo capitalista de este tipo tiene sus leyes y sus etapas propias”: la singularidad relativa de esta revolución es la de desenvolverse como colonia de los grandes países industriales y como zona de colonización, de modo que no pueden homologarse para su análisis “ni las leyes ni las tendencias”, ni lo que ocurre en los primeros, ni la de los países semifeudales como China.[29] La primera etapa de “nuestra revolución burguesa” fue el desarrollo mercantil protagonizado por la burguesía portuaria importadora, señala. Su mirada es la de un historiador, no la de un polemista político, y su concepción de la historia está tan sustentada en la idea del progreso como la de los liberales clásicos y la de los marxistas que han desatendido aquellas singularidades que Astesano se ocupa de señalar. Es así que la de entonces, la de aquella burguesía portuaria que se desarrolla dentro de una concepción “colonizadora” cuyo designio era el de “poblar” con hombres y capitales, fue una fórmula “revolucionaria y progresista que impulsó al país hasta tanto las condiciones sociales no crearan otras fuerzas más avanzadas”. Los primeros pasos para la constitución de la Nación argentina –la Revolución de Mayo y el rechazo de las invasiones inglesas, esto es, el proyecto de independizarse de España y la voluntad de “no caer en las redes del aliado inglés”– engendraron “un nacionalismo liberal revolucionario que San Martín lleva a medio continente”. Luego fue el turno del “nacionalismo criollo”, algo a lo que se llega por afirmación de una fase de la acumulación capitalista signada por la producción ganadera. Esa acumulación “no tardó en hacerse fuerza política con el gobierno de Rosas apoyado en la estancia y el saladero, segunda etapa de la revolución burguesa argentina”.[30]

Hay no obstante en esta concepción materialista de la historia cierto reconocimiento a los factores superestructurales, que en el planteo se reconocen como inerciales. Este punto es importante desde que había sido tratado por el nacionalismo argentino, atento a formular críticas a la tradición liberal que solía circunscribir a lo político o identitario, esto es, sin racionalizarlas o subsumirlas en clave de las “etapas” de la emergencia material de la nación. Es así que el autor apunta a la “debilidad” de este nacionalismo de las primeras etapas, la cual consiste en “arrastrar todavía algunas concepciones cosmopolitas –sobre todo en sus corrientes bonaerenses– por su dependencia del mercado exterior”. Estas etapas de “la revolución burguesa nacional” –mercantil y ganadera, afines al nacionalismo liberal y criollo, respectivamente– son “superadas” en el siglo XX por el desarrollo de industrias de la alimentación y metalúrgicas, química y textiles luego, con proyecciones a la industrialización pesada. La “ideología” de este nacionalismo industrialista concebido por Pellegrini se desenvuelve en hombres de la burguesía industrial como Colombo o Miranda, y en los aspectos más avanzados –industria pesada– por hombres del ejército como Savio o Mosconi. Así como en las etapas anteriores Astesano veía rémoras o inercias que desde lo ideológico ralentizaban la toma de conciencia del presente y del futuro, reconoce la fuerza de este “nacionalismo industrialista” cuya novedad deriva “de su viraje hacia el país, de su abandono de todo cosmopolitismo”. El acento, no obstante, la determinación teórica, sigue estando a la luz del materialismo histórico: todo esto ocurre “por estar arraigado a la producción nacional destinada al mercado nacional” (Eduardo Astesano, “Origen histórico del nacionalismo popular”, CNM, 1: 5-7).

El corolario de todo este planteo no podía ser sino el “nacionalismo popular”, terreno de realización y crisis, de búsquedas de entendimientos y reconocimientos de diferencias que es materia de la revista que dirige. Esta nueva forma de nacionalismo popular puesto en marcha en 1945 por la presencia de la clase obrera en el escenario político nacional puso en evidencia las limitaciones “burguesas” de las anteriores fases del nacionalismo. Prueba de ello es que el nacionalismo liberal haya devenido en una concepción reaccionaria que apuntala con sus viejas ideas la entrega del país y la explicación que Astesano da para ubicar, histórica y políticamente, a los actores en la coyuntura de 1957, mediatizándolas del modo en que referimos cuando comenzamos a comentar su nota.

Los otros textos del número son de inspiración y temática variada. Victorio Belavita, quien había colaborado con Astesano en otros medios de prensa, titula “Soberanía o muerte” un análisis en el que enfatiza la necesidad de que estén bajo un “Comando Nacional” rubros estratégicos de la producción, sobre todo los relacionados con la industria pesada.[31] Aparece a continuación, tomado de la Biblioteca Dialéctica dirigida por Aníbal Ponce, un fragmento de La Cuestión Judía, de Carlos Marx, incluyendo la célebre crítica a Otto Bauer por parte de filósofo alemán. Páginas más adelante, “El Ejército y la Defensa Nacional Económica”, artículo firmado por Ernesto Bustamante,[32] reforzado por una cita encuadrada de Paul Sweezy en que el historiador de la economía considera el papel histórico que ha jugado el “militarismo” en los países que han avanzado. Antonio Castro se interroga sobre lo que ocurre en Bolivia, ocupándose de los derroteros de la revolución iniciada en 1952.[33] Mientras, Darío Pretto argumenta que el problema del marxismo argentino es haberse confundido o compenetrado con el liberalismo.[34] En este último caso cita un artículo de Mao Tsé Tung escrito en 1937 que, con el mismo título que este trabajo, parece reducirse a una crítica del individualismo político. “Un comunista debe ser franco, abnegado y activo… Siempre y en todo debe atenerse a los principios justos… Con el objeto de consolidar la vida colectiva del partido… debe consagrar mucha más atención al partido y a las masas que al individuo, y a los demás que a sí mismo. Solo entonces será un comunista”. En este caso el autor escribe desde un “nosotros” marxista un texto que parecía colocarse muy por debajo de las profundidades teóricas de los que el peronismo había elaborado para la educación política de sus partidarios, y por lo demás insiste en un tópico remanido entre los que participaban de la confluencia: los marxistas argentinos no han hecho sino confundirse en una “desviación liberal”.

Así como páginas atrás, sin que mediase explicación al respecto, habían reeditado a Marx respecto de la “cuestión judía”, CNM reproduce las palabras de Arturo Sampay, miembro informante de la Convención Constituyente de 1949, por considerarlo de actualidad.[35] Acto seguido reproducen tres páginas de declaraciones de Gamal Abdel Nasser, todas de tono nacionalista antiimperialista, aunque prevenidas también, en algunos tramos, respecto del comunismo.[36]

Un tal Remigio Alderete –seguramente un seudónimo– avanzada su nota declara que jamás podrá pagar al pueblo su “culpa” de haber estado en la vereda de enfrente en 1945, y adjudica a “el pueblo”, y no a los que provienen del “campo intelectual”, la infalibilidad de no tropezar dos veces con la misma piedra. Celebra entonces al Jauretche de El Plan Prébisch y de Los profetas del odio (1956 y 1957), aunque considera que ni el autor, ni él mismo, están inmunizados ante dicho riesgo.[37]

El número inaugural termina con una inequívoca apelación a votar en blanco en la elección que, dos semanas después, mediría el caudal del peronismo o las posibilidades de un frente nacional. Luego de argumentar respecto de la incongruencia de desconocer con un simple decreto la vigencia de la Constitución de 1949, terminan: “Ponemos el acento en la formación del Frente Nacional. El voto en blanco es para nosotros el instrumento más aceptado por las grandes masas populares para dar un paso concreto en su estructuración. Confiamos en que los acontecimientos venideros habrán de ir clarificando las perspectivas y suavizando los rencores y las diferencias parciales, para que el Frente Nacional que está en la mente y el corazón de la enorme mayoría de los argentinos cuaje en una fuerza política coherente”.[38]

El segundo número, aparecido inmediatamente después de la elección de constituyentes, es aún más claro respecto de esta brega política coyuntural que parece competir en las páginas de la revista como un segundo renglón respecto de la confluencia, entendimiento o diálogo “nacional” con el “marxismo”.

Columnas, que sigue presentándose en tapa como “Avanzada del Frente de Liberación Nacional”, comienza con una serie de notas sobre la Constitución del año 1949. En un recuadro colocan como títulos en negrita: “La Constitución de 1949. Constitución de la Nación y del pueblo”. En la bajada agregan: “La Constitución de 1949, jurada por el Pueblo y las Fuerzas Armadas, continúa vigente y no pudo ser derogada por Decreto. Su artículo 40, garantiendo la Independencia y la Soberanía Económica; y su artículo 37, garantiendo los Derechos del Trabajador, rigen por imposición del pueblo, custodio y depositario de la soberanía. La actual Constituyente no pasa de ser una manifestación política más de un gobierno de facto”. Luego reproducen dos artículos dedicados a poner de manifiesto las limitaciones de la Constitución derogada de 1853. Se trata de una nota de Juan Pablo Oliver[39] titulada “La Constitución del Capital Extranjero”, clase dictada en 1949 y actualizada para esta entrega, y otra de Victorio Belavita que plantea que “La Constitución de 1853 es una constitución de minorías” (CNM, 2: 1-5).

En esta entrega continúan con las notas sobre Bolivia de Antonio Castro. Díaz Arroyo despliega la diferencia entre nacionalismo colonial y nacionalismo imperialista. Elías Castelnuovo[40] plantea enfático: “Nacionalicemos nuestra cultura”, y Darío Pretto despliega argumentos en torno a la temática del “Cosmopolitismo y la liberación nacional” (CNM, 2: 17-21).

Astesano desarrolla una nota sobre la unidad del pueblo y del ejército, recurriendo una vez más a ejemplos históricos. Concluye imperativo: “No existe labor política más importante que trabajar por la unidad de estos dos poderes nacionales y la superación de sus oposiciones internas en un sentido también nacional” (“De la unidad de pueblo y ejercito”, CNM, 2: 13-14).

Intercalada entre las notas de fondo aparece una hoja con el interrogante: “¿nos ubica Mario Amadeo en este cuadro?”, tras citar el libro Ayer, hoy, mañana[41] del político nacionalista que señalaba el surgimiento de una línea marxista nacionalista que podría conducir a un “comunismo sin Moscú, más peligroso porque más disimulado y afirmado en realidades vivas y actuales, que el comunismo con etiqueta que proviene de Rusia”.

Una nota de Fermín Chávez estaba dedicada a examinar la relación entre los comunistas y la “línea Mayo-Caseros”, una situación que equipara, en tiempos de reforma constitucional, a la que cumplían los demócrata-progresistas. Une a unos y otros en “la democratísima y cultísima línea Mayo-Caseros. Están con la democracia de los doctorcitos y de las levitas (Alvear, Rivadavia, Mitre, la Unión Democrática) y no con la democracia de los caudillos populares (Artigas, Facundo, Rosas, Perón)”. El repudio específico es, pues, hacia un “progresismo” colonialista y cipayo que siempre se ubica contra el pueblo. Es que para Chávez está claro que “no se puede hablar de progresismo si primero no hay Nación”, algo que los comunistas no han aprendido desde que asociaron la “sangrienta tiranía depuesta” en Caseros con la caída del gobierno popular de Perón, una equiparación compartida por el arco –también ciego a la Nación y al pueblo– de la tradición liberal argentina. Precisamente el pueblo argentino y en particular los “cabecitas negras” acaban de votar señalando su presencia aun irreductible en las urnas. A este hecho la publicación constantemente refiere sin aludirlo en todas sus letras, quizá con la pretensión de diferenciarse de la multiplicidad de comentarios de coyuntura, ya que la función de Columnas parece ser, con la mira puesta en las generaciones jóvenes, la de “luchar contra las ficciones ideológicas y postular una desrealización de los mitos en la cultura y en la política de los argentinos” (Fermín Chávez, “Los comunistas y lo que los comunistas no han aprendido de la línea Mayo-Caseros”, CNM, 2: 25-26).

Reproducen un texto de Alex Bebler sobre “Marxismo y patriotismo”.[42] Hacia el final de la entrega emergen más claramente los términos políticos inmediatos. Aparece una doble participación de John William Cooke,[43] de quien se reproduce un editorial de De Frente de mayo de 1955, seguido por un comentario de su propia pluma dedicada a la coyuntura post electoral. “El pueblo salió fortalecido”, dice el por entonces representante de Juan Domingo Perón desde Santiago de Chile, en nota que envía a Columnas apenas dos días después de aquella elección que Américo Ghioldi predefiniera como un “recuento globular” del peronismo. Para Cooke, futuro gestor del “Pacto” entre Perón y Frondizi, “los resultados del 28 de julio son la prueba de que, a pesar de todo, los hombres y mujeres argentinos mantienen su lealtad inalterada, una cohesión inconmovible y la seguridad de que habrán de restaurar la Nación, Justa, Libre y Soberana”.[44]

Como remate aparece una arenga bajo el título “Frente Nacional”. Allí se reconstruyen los elementos del “frente nacional de 1945” y se plantea la unificación a cualquier costo de las fuerzas que luchan contra el imperialismo: reducir el choque entre los sectores nacionales de las tres armas; entre las direcciones gremiales; entre los sectores nacionalistas católicos constituidos ya en partidos y suficientemente clarificados para ocupar otra vez un lugar de honor; entre los sectores militares y obreros; y entre los partidarios del “voto en blanco” y los partidarios de la concurrencia. “La medida del triunfo del frente nacional en su voluntad de poder, está dada por la medida de su capacidad para elaborar y llevar adelante una política de gran amplitud en sus alianzas y en sus perspectivas”. Se descarta luego la discusión de quienes deben hegemonizar el frente tanto en lo político –los dos partidos, intransigente y peronista– como en lo social –“fuerza mantenida sobre el equilibrio de la clase media nacional y la clase obrera”. Postulan: “puesto en marcha el proceso, vendrá la estructuración de un programa común, de su dirección y de la táctica adecuada para la conquista del poder en los próximos comicios. Con la cabeza clara, sin odios, sin rencores, sin levantar planteos que dividan, adelante, a organizar el Frente del pueblo que retorne otra vez el país a la senda nacional y popular”.

A poco de los resultados de la elección de julio, pues, Columnas buscaba ponerse por encima de quienes discutían el liderazgo político del proceso y la base social del movimiento que debía abatir a los “libertadores”. Ambas cuestiones habían tenido en el centro de la discusión a Jauretche, debatiendo sobre hegemonía política con Ramos y sobre la base social adecuada con Puiggrós –alianza vertical de clases en Jauretche, clase obrera en Puiggrós. Se anticipaban con ello a la larga discusión que iba a darse en las diversas corrientes internas del peronismo hasta febrero de 1958 y aún después…

Puede decirse que el tercer número, de fecha 1 de septiembre, comienza con una nota marxista, nacionalista y, si tenemos en cuenta los antecedentes del autor, también, “peronista”. Eduardo Astesano lleva el concepto de “revolución burguesa” a la colonia y a Rosas, pero comenzando por recordar lo ya subrayado en el primer número, esto es, el hecho de que se trata, en primer lugar, de un proceso económico que iniciado en Europa occidental se generaliza a casi todos los continentes, despertando “prodigiosas fuerzas productivas”. El propósito del trabajo no es, pues, participar en la divisoria de aguas de liberales y revisionistas respecto de la figura de Juan Manuel de Rosas, sino reubicarla en los cánones de una historia social que es esencialmente un proceso económico del cual el materialismo ha dado ya cuenta a escala universal. El Restaurador de las Leyes es presentado, entonces, como un impulsor del capitalismo agropecuario. No es el Rosas nacionalista versus el Rosas autoritario o latifundista la confrontación que interesa a Astesano –“a otros les corresponderá llenar los claros, revisando cuanto se ha dicho de su acción de gobierno, de sus alianzas y de su resistencia a la penetración extranjera”–, sino que en cualquier caso o en lo sucesivo esto debería hacerse “en función al papel que juega en la revolución burguesa de nuestro país” (“Rosas y la revolución burguesa”, CNM, 3: 1-5).

Los libros promocionados en el revés de la tapa parecen una paleta concebida de exprofeso: se anuncia un “éxito de librería”, La agonía del imperialismo del anarquista español allegado a Cooke, Abraham Guillen, “un enjundioso estudio económico-político de 28 capítulos” editado por Sophos; El Capital, de Carlos Marx –así anunciado, pero se trataba de la Síntesis y adaptación a la Economía Argentina, realizada por Astesano con prólogo de Puiggrós– editado en Clase Obrera, 1955; una novela y un ensayo histórico, La Mestiza, de Antonio Nella Castro –también colaborador en Columnas–; y Civilización y barbarie, de Fermín Chávez, de la Editorial Trafac.[45]

Un recuadro trae una cita extensa de Sampay, del año 1952, bajo el título “Fruto positivo de una Revolución”, referido a la Constitución de 1949 y en la que señala la inspiración positivista de una generación: “Esta ideología conformó intelectualmente a la clase gobernante del Liberalismo argentino, y la tornó antinacional por disposición mental; de ahí que los unitarios y alberdistas fueran en su mayor parte –sea dicha esta verdad en su honor– los ingenuos doctores de una concepción política que servía a quienes deseaban colonizar económicamente al país”.

 

Un análisis de “La doctrina social cristiana en los países dependientes” (CNM, 3: 8) realizado por Victorio Belavita comienza con un comentario de la última declaración del episcopado argentino, previo a la elección de constituyentes, la cual merece la expresión de una disidencia –respecto del orden constitucional propiciado por los comicios– y la innegable verdad y conveniencia histórica de bregar por el bien común. Pondera a continuación, en un plano más general, la encíclica Rerum Novarum, considerada un sabio equilibrio entre el derecho de propiedad –“poseer algo como propio y con exclusión de los demás es un derecho que dio la naturaleza a todo hombre”– y la necesidad de evitar su excesiva concentración en pocas manos –“que la autoridad pública tenga cuidado del proletariado, haciendo que le toque algo de lo que él aporta, a la común utilidad, que con casa en que morar, vestido con que cubrirse y protección con que defenderse de quien atente a su bien, pueda con menos dificultades soportar la vida”. Es evidente de nuevo que, de acuerdo a las consideraciones de las identidades que se afincaban en la teoría marxista por entonces, no podrían acompañar sin más de un comentario u objeción la presentación de dicho documento como la “Carta Magna de los trabajadores”, aunque el autor parecía resolverlo todo en una pregunta final: “¿Cuáles son las realidades específicas, las grandes soluciones nacionales y por consecuencia los principios aplicables de esa doctrina social a los países que experimentan la extraordinaria presión y dominación del capital imperialista?”.

Para el poeta salteño Antonio Nella Castro[46] el asunto no es el de especular sobre cruces ideológicos, sino celebrar “La lección nacional de los cabecitas negras” (CNM, 3: 9), esto es, el modo en que las clases populares acababan de votar en la Argentina. Para el poeta del norte, el resultado de las elecciones había vuelto a señalar una realidad histórica, esto es, que “la nación comienza fuera de los límites de la avenida General Paz”. Nella Castro no habla de las cifras que, efectivamente, expresaron la continuidad de la influencia peronista en el interior del país –y en el Gran Buenos Aires, reducto multitudinario de tantos provincianos–, sino de “la nación como sentimiento, como razón emotiva, como unidad espiritual”. Para él, “el puerto”, impregnado de cultura importada, apenas conoce esa nación “a través de las filtraciones de masas proletarias” que, por su parte, no son perturbadas o influidas por esa cultura snobista. Contrapone, pues, el voto de la clase media y el de los sectores populares, realizando un análisis más global. Para Castro, “el gran conglomerado urbano afincado entre el agua tibia de los calefones, la comodidad de las cocinas a gas y el confort de los bidés con colores ambientales, se ha manifestado ajeno a los superiores intereses de la Nación”. Esas clases medias ni siquiera atienden bien sus intereses, sino que se conforman “con las migajas bíblicas que restan del festín de los ricos”. Esa clase media de Buenos Aires, dice, integrada en su mayoría por “alumnos aplazados del bachillerato y por palanganas que leen el Reader’s Digest” sostiene una falsa superioridad cultural. Contrariamente a lo que los habitantes de Buenos Aires creen, son los habitantes del resto del país quienes sostienen los privilegios de la capital y soportan todo lo que desde ésta se decide. El fuerte tono federalista que identifica lo popular con lo ajeno a la ciudad cosmopolita hasta el exceso del desvío alienante no es una novedad en el nacionalismo de raíz hispanista, pero se expresa en Nella Castro, pues, en un tono contundente y casi definitivo[47] que solo es inmediato en lo que se refiere a los laudos electorales de cada núcleo.[48]

 

Luego reproducen una nota de Wladislao Gomulka, el líder del socialismo polaco, que es traído sin consulta por los editores, sin mención de fecha y fuente, para lo que titulan “El camino nacional en un país socialista”. Este líder –como sabemos, entre ortodoxo y disidente en el marco de las repúblicas constituidas en Europa oriental tras el fin de la segunda guerra mundial– trata el teórica y políticamente mucho más delicado problema de diferenciarse del camino por el cual marchó hacia el socialismo la Unión Soviética, un problema que, como se observó en el número anterior, estaba atento a cursos nacionales más definidos dentro de aquel marco de realidad, como el socialismo yugoeslavo.[49] Como en la entrega anterior, precisamente, reproducen un texto de Alex Bebler sobre “Marxismo y patriotismo” (CNM, 3: 27-30).

También el número incluye otra nota de Antonio Nella Castro, ahora en tono doctrinario, titulada “Nuestra clase obrera debe integrarse en la Nación”. El célebre Castelnuovo[50] escribe “El viejo mundo exporta sus lacras al nuevo mundo” (CNM, 3: 16-22), denunciando la importación acrítica de tendencias literarias y artísticas de Estados Unidos y Europa a Buenos Aires, y realizando una presentación de esas líneas novedosas en el ambiente local. El arte gira “en torno a la forma, toda la pólvora que se consume en su defensa no tiene otro objetivo que la consagración de un arte puramente formal. El arte por el arte, de este modo, se transforma en el arte por la novedad”. Y embate contra esa tendencia: “Lo nuevo presentemente no es la ‘revolución de las imágenes’ o ‘la revolución de los colores’ o ‘la revolución de los sonidos’. Es la revolución rusa, la revolución china, la revolución nacional de los países atrasados, la insurrección de los pueblos sumergidos que viven agobiados por el imperialismo. Esa es la novedad sustancial de nuestra época”. Remata: “No es el artista quien transforma al mundo. Es el mundo quien transforma al artista. Y todos esos movimientos sociales que produjeron tales cambios, no procuraron deformar la realidad, sino que procuraron darle a la realidad otra forma más adecuada a las nuevas necesidades”. Postula que una obra de arte lo sea de manera auténtica –no un mamarracho–, siendo un documento de la Argentina –no una transcripción– y que el artista revolucionario no sea al mismo tiempo un bufón o un consolador de la burguesía. “Para transformar el arte se necesita previamente transformar la sociedad. No se concibe un arte nuevo en una sociedad vieja, como no se concibe una nueva sociedad con un arte anticuado. Y la sociedad se transforma, ‘modernamente’ luchando en los sindicatos, en las fábricas, en la promoción de las industrias, y no bailando en un escenario sin zapatillas y sin medias, ni pegando botones de calzoncillo en los libros de versos, ni pintando un negro con guitarra sin guitarra y sin negro, ni burrándole el cráneo a las masas con todos esos productos de exportación que nos manda el extranjero a bordo de todos sus barcos de los muertos”.

Recuperan a Manuel Ugarte con la reproducción de un texto suyo que lleva por título: “Un extraño y romántico idealismo librecambista” (CNM, 3: 23-24). Ese material concluye con esta anotación: “No se trata de teorías de proteccionismo o libre cambio. Se trata de una enormidad que no puede prolongarse; el proteccionismo existe entre nosotros para la industria extranjera, y el prohibicionismo, para la industria nacional. Si queremos favorecer, no sólo los intereses de nuestro territorio, sino las exigencias superiores de la patria; si deseamos trabajar para el presente y para el porvenir, tendremos que prestar atención a lo que descuidamos ahora. Se abre en el umbral del siglo un dilema: la Argentina será industrial, o no cumplirá sus destinos”.

Finalmente, Juan María Vigo, un hombre de la resistencia que venía del comunismo y que, como apuntábamos más arriba, tenía relación con Astesano y Puiggrós, escribe sobre “Pacificación nacional antes de que sea tarde” (CNM, 3: 25-27). En la nota señala que la represión del gobierno militar es comparable con la de los países ocupados europeos del hitlerismo o la que “estamos viendo contra argelinos y mau-mau”, ensañándose con niños, ciegos y paralíticos, tejiendo una historia de horrores e infamias. Agrega que ni los países aliados fueron tan revanchistas con los países derrotados. “¡Qué no se dijo contra el ‘tirano’, contra los mejores hombres de la revolución nacional, contra la doctrina y, en definitiva, contra los trabajadores! ¡Había que oírlos ladrar a los doctores de la ‘democracia’ y a los cuzcos de la ‘prensa seria’, la radiotelefonía y la Secretaría de Informaciones! ¡Y había que ver, también, a los comandos civiles, ametralladoras en mano, asaltando hogares de toda condición social, encarcelando sin discriminación de sexos y edades, robando hasta las cucharas y los juguetes, vejando y torturando!”. Remarca la continuidad de la identidad peronista de los trabajadores, su madurez política y resistencia, y plantea que “ha llegado la hora de la reflexión y la pacificación nacional”. Y sostiene que “los trabajadores quieren paz y tranquilidad. Quieren que los irresponsables de toda laya, gorilas y orangutanes, del gobierno y fuera del gobierno, que están jugando con los intereses de la Nación después de haberla ensangrentado, vendido y dividido, se llamen a la realidad antes de que nos hundamos todos y nos trague el imperialismo, único beneficiario de sus locuras y sus crímenes”. Reclama se sepulte para siempre el revanchismo y plantea que los trabajadores “tienden por última vez la mano a sus verdugos y les hacen la advertencia final: son una clase de orden, quieren trabajar en paz, no quieren guerra. Pero no tolerarán que se siga entregando, desarmando y desquiciando el país, pues han demostrado estar dispuestos a seguir la lucha sin claudicaciones en salvaguarda de los tres principios de la doctrina que han abrazado: la soberanía política, la independencia económica y la justicia social”.

Como en la entrega anterior en el cierre aparece el editorial político: “Juntos… pero no entreverados”, lleva por título. Descartan el planteo nacionalista católico que busca poner en un lugar central a la clase media y el sectarismo obrerista que utiliza la consigna del frente para plantear esa hegemonía. En su lugar postulan la alianza de clases, “la amplitud del Frente Nacional como la forma más adecuada de salvar las tres banderas del país”. Luego señalan que, a la luz de los resultados electorales, la hegemonía social la tiene la clase obrera y la hegemonía política el partido que la representa: el proscripto peronismo. No hay duda sobre ello. Por tal motivo lanzan la consigna de “intransigencia en la formación de la vanguardia con una máxima flexibilidad en la formación del frente nacional” (CNM, 3: 31-32).

Como en los números anteriores, anuncian los contenidos de un material que quedó trunco. Prometían una nota titulada “Carlos Marx” del nacionalista Ernesto Palacio; reflexiones de Vigo sobre “Nuestra Fuerza y nuestra debilidad””; otra de Oliver sobre “El impacto de la revolución de 1848 en el Río de la Plata”; una crítica de Castelnuovo a “Los sepultureros del teatro nacional”; y notas de Chávez sobre la constitución del 49 y de Astesano sobre las revoluciones populares burguesas.

 

Consideraciones finales

Columnas fue un raro experimento: una revista doctrinaria en un tiempo en que se daba una prensa de combate. Lugar de cruce y encuentro, cuando las publicaciones tendían a concentrarse en líneas internas constituidas entre quienes tenían afinidad personal o ideológica. Espacio de afirmación autónoma en la política, guardando fidelidad a los trazos gruesos trazados por la línea de Cooke y Perón, que busca acercar posiciones por un lado y reconciliar a compañeros de ruta que polemizaban –de manera abierta y a veces violenta– en los medios gráficos.

En tanto ensayo de confluencia entre “nacionalismo” y “marxismo” –seguramente el aspecto más novedoso, a ojos de los historiadores y al que más hemos apuntado en este artículo– fue también ocasión de convivencia entre espacios de sociabilidad política e intelectual que, habiendo coincidido en el peronismo en distintos grados de centralidad, encontraban luego de 1955 la posibilidad de leer el país, la política y su historia bajo un prisma que juzgaban prometedor.

¿Qué tenían en común la Peña Eva Perón y los expulsados del Partido Comunista, la sensibilidad social de raíz cristiana y el estudio del materialismo, el amor a una nación cuyo espíritu y autenticidad se buscaban en la historia y la obsesión por diagnosticarla en un canon evolutivo universal? Como suele ocurrir en estas lides, la historia de las ideas no puede prescindir de las razones contextuales –urgentes, definitivas– y los lazos y relaciones personales –menos determinantes, pero de imprescindible consideración– a la hora de discutir, reconocerse y encontrarse, es decir, tratándose de intelectuales de aquel tiempo, a la hora de escribir y publicar. Ocurre que si, como hemos tratado de demostrar en entregas anteriores, para la política en sentido estricto –en un contexto de cerrazón informativa– la letra impresa parecía condición necesaria, aunque claramente no suficiente, para la existencia política y hasta para la afirmación de identidades, los intelectuales réprobos de la época no dejaron de sentir dicho imperativo.

Ciertamente para ellos no estaban absolutamente bloqueadas otras posibilidades de comunicación, como lo demuestra la importante generación de textos que se publican en la época, pero disponer de un medio más ágil que el formato libro parecía traducir, amén de un sentido auténtico de búsqueda de nuevas claves históricas y políticas, el paso de la expresión de genuinas hermenéuticas diferenciadas a la condición de dadores de sentido de un presente articulado en un pasado y un futuro nacional.

Sus protagonistas compartían en ese momento la marginación y hasta la persecución política, circunstancia que no derivaba precisamente de su condición de “nacionalistas” o de “marxistas”, sino de un pasado reciente de adscripción al peronismo. No sabemos hasta qué punto ni en todo caso con qué frecuencia, con anterioridad a este emprendimiento y, concretamente, a la “Revolución Libertadora”, los amigos de Chávez comulgaban con los de Astesano, aunque sí, como hemos expresado en el texto, cuáles eran las afinidades políticas e intelectuales cultivadas por unos y otros. También hemos visto que la confluencia signada por el título de esta publicación no era una excepción en tiempos de la publicación de Imperialismo y cultura por parte de Hernández Arregui, un autor que –quizá más que Astesano y seguramente mucho más que Chávez– había incurrido en amalgamas precoces.

Dinámica Social, la revista dirigida por el último secretario del Partido Fascista en Italia,[51] parece haber sido, también, un polo irradiador –y creador– de reconocimientos y reciprocidades, al punto de que buena parte de las producciones “nacionales” o “marxistas” –si concediéramos en colocar bajo ese último paraguas tanto a las del grupo Astesano, a las de Jorge Abelardo Ramos, como a las del mencionado Hernández Arregui– fueron comentadas allí. Es cierto incluso que fueron celebradas desde la perspectiva que CNM pretendía, pero también lo es que la actividad y participación de Fermín Chávez en tales emprendimientos parece absolutamente decisiva. ¿Hasta qué punto no estamos exagerando, pues, el alcance de una empresa que, considerada a partir de los ímpetus individuales, perdería la relevancia política o cultural que seguramente quiso reconocérsele con la reedición del año 2001, prologada de modo muy explícito, como vimos, precisamente por Chávez y rematada con la reedición de una larga entrevista a Astesano?

A esta pregunta, muy propia del campo de la historia de las ideas, cabe responder, en primer lugar, señalando que no ha sido una u otra nuestra pretensión, y, en segundo término, que similares dudas alcanzarían a muchas otras constelaciones en las que historiadores o cientistas sociales han reparado en búsqueda de novedades. Por eso es que, a esta altura, hemos mantenido el subtítulo original de este artículo: “un cruce novedoso”.

Por lo demás, como también esperemos haya quedado claro en el texto, tanto Chávez como Astesano, los articuladores e inspiradores de esta empresa, habían sido, eran y seguirían siendo significativos animadores del universo ideológico del país y, en particular, frecuentemente referidos en los escenarios “nacional populares”.

Más allá de la diversidad de origen, de las distintas trayectorias o de las diferentes matrices ideológicas, interesa descubrir, de todos modos, aquel suelo común, aquello que era compartido. Si había algo en común entre la renovación de la tradición nacionalista propuesta por Chávez y la perspectiva del marxismo que busca la revolución nacional, ese algo es una suerte de fe en lo popular, un cierto “élan populista” que devenía del hecho peronista persistente, que ambas tradiciones seguían teniendo enfrente y del que los principales inspiradores eran, en verdad, parte.

El elemento común, pues, era la política y más que nada la historia, y para empezar la comunicación intelectual, que aparecía como el primer trabajo que demandaba la hora, mucho antes de que la “ida al pueblo” se impusiera como una tarea.[52] Se trata, pues, de una empresa intelectual, de una aventura, de un ensayo de diálogo entre gente con matrices ideológicas diferenciadas pero que, de hecho, se conocía y compartía ciertos espacios, al punto de que tanto Astesano como Chávez, para limitarnos a los principales sostenedores de la iniciativa, habían habitado –más o menos cerca de los márgenes o del centro– el universo de valedores del peronismo. Pese a la variedad, la confluencia, entonces, parece basarse en la aceptación compartida de la búsqueda de la “contradicción principal” desde el punto de vista teórico y de las necesidades de la hora en el terreno político.

El otro elemento, la dedicación a la historia, constituía otro eje significativo expresado en artículos y libros de época, y no parece haber suscitado la animadversión de los cultores de un nacionalismo rosista “no marxista”, y particularmente de José María Rosa, por entonces exiliado en España.[53] En ese campo no debemos olvidar la existencia de otras empresas intelectuales de envergadura por ese tiempo,[54] con las que soterradamente polemizan marcando distancias en las interpretaciones del pasado y del presente.

Una última consideración: los animadores de la empresa tienen para esa época distintas actuaciones en la prensa gráfica. Según nuestros registros, es el único medio en el que Astesano escribe. No es la situación de Chávez, quien, como hemos ido mencionando a lo largo de esta serie, probablemente haya sido el operador más dinámico de todo el periodismo peronista durante la “libertadora”.

 

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[1] Goebel (2004: 18) proponía un estudio pormenorizado de CNM junto a Lucha Obrera como parte del acercamiento de la “izquierda” al “nacionalismo popular” y la difusión de perspectivas revisionistas en ese sector.

[2] Puiggrós prologará, en los siguientes términos, una obra de Astesano: “Un cuarto de siglo de ininterrumpida camaradería me une a Eduardo Astesano… nos afiliamos al Partido Comunista Argentino en tiempos del golpe de Estado uriburista” (Astesano, 1955: 7).

[3] “Tenía una concepción de la historia argentina muy avanzada para la época. Ya había escrito Las guerras civiles argentinas que yo conocí mucho después. Álvarez aceptó la concepción de Achile Loria, e hizo la primera interpretación económica de la historia importante, pero siguiendo a Loria, no a Marx” (Arcomano, 1983). Achile Loria (1857-1943) fue un economista y sociólogo italiano. Teórico del socialismo agrario, propuso el acceso universal a la tierra como forma de llegar a una organización más productiva del capital y el trabajo. En 1919 fue designado senador del Reino de Italia. Adhirió al naciente movimiento fascista ecléctico, fue cuestionado por Federico Engels y más tarde por Antonio Gramsci.

[4] “Después abordé a Oddone, que tiene libros importantes como La burguesía terrateniente argentina. Ese me abrió un panorama de cómo se podían ubicar las clases” (Arcomano, 1983).

[5] Allí “ya hablo de la unidad pueblo y ejército. Planteo cómo el pueblo, con las invasiones inglesas, penetró a los cuarteles; y que la Revolución de Mayo la hacen los cuarteles. Esa es la tesis que desarrollé ahí” (Astesano, 1939b).

[6] Quien visitaba Rosario por trabajos asociados a la empresa familiar. Sobre la producción historiográfica de Puiggrós puede consultarse a Acha (2006), Friedemann (2014) y Tortorella (2008).

[7] “Allí adopté, de acuerdo a la mentalidad de la época, a su concepción revolucionaria histórica, el método de ponerle lenguaje de clase a la historia liberal, porque no estábamos en condiciones de separarla… todo el mundo estaba metido en el liberalismo; porque era liberal o porque era un poco antiliberal, pero no mucho. Entonces la izquierda descubrió que podía revisar el liberalismo –creíamos que estábamos dando un paso revolucionario importantísimo–, injertarle a la política que circulaba de héroes y militares el método de la historia económica que empezaba a surgir; ya que no estábamos en condiciones de saber si lo que decía Mitre era cierto o no… lo único que hice fue estudiar las clases sociales de Buenos Aires. No vi que en el interior había todo un sistema industrial y comercial extraordinariamente avanzado” (Arcomano, 1983).

[8] En el año 1940 había publicado La herencia que Rosas dejó al país (Puiggrós, 1940), que Astesano también conocía.

[9] “¡Uh!, nos mandamos tantas cartas… Me agoté… Estas polémicas con Puiggrós eran privadas, no éramos capaces de publicar una carta de esas” (Arcomano, 1983). A su vez, Puiggrós anota: “no siempre hemos estado de acuerdo, debemos agradecer más a las discrepancias –a veces apasionadas y escabrosas– que a las coincidencias, nuestros progresos en la búsqueda de las leyes objetivas del desarrollo social argentino. Ellas fueron el acicate para ahondar la investigación de los problemas, rectificar los juicios apresurados, eliminar el esquematismo y el formalismo en el análisis marxista, sumergirnos en la realidad circundante” (Puiggrós, prólogo a Astesano, 1955: 7).

[10] “Hubo otros grupos disidentes en Rosario –donde yo actuaba–, en Santa Fe, en Entre Ríos, otro en Pergamino. Con el grupo de Rosario nos íbamos conectando con el de Buenos Aires, que encabezaba Puiggrós desde la izquierda comunista y desde la izquierda socialista… Unamuno” (Arcomano, 1983).

[11] En relación al mundo hispánico sigue De la colonia a la revolución y para el período rosista cita La herencia que Rosas dejó al país (Astesano, 1955: 102). Aunque Puiggrós había publicado Rosas, el pequeño y la Historia económica del Río de la Plata (Puiggrós, 1945) que había sido reeditada en el año 1948 por la Editorial Siglo XX, esas obras no son citadas por Astesano en el material.

[12] Siguiendo con su desarrollo teórico de la doctrina peroniana, dirá: “Después saqué La movilización económica de los ejércitos sanmartinianos, que es la primera publicación al campo de la lucha por la soberanía política”. Años más tarde publica Martín Fierro y la Justicia Social (Astesano, 1963). El tríptico será publicado por Eudeba en los años setenta, bajo la dirección de Jauretche en el rectorado de Puiggrós.

[13] Hay un análisis de la obra en Amaral (2004). Cabe consignar que los trabajos de Mao, en publicaciones cubanas de la editorial Nueva China, circulaban en español en Buenos Aires desde el año 1951. El texto utilizado por Astesano es La nueva democracia.

[14] Stalin, El marxismo y la cuestión nacional y colonial (1940), texto que fuera traducido por Rodolfo Puiggrós.

[15] El uso de Mao se prolonga en textos de Astesano de los años setenta al calor de las referencias del líder chino por parte de Perón en Actualización política y doctrinaria para la toma del poder.

[16] Resulta interesante que la publicación se realice en Rosario y sea una edición de autor, lo que revela el carácter polémico, tanto en términos políticos como de la difusión del trabajo encarado.

[17] “La colonia del gran Buenos Aires” (Esto Es, 4, 23-12-1953: 16, nombrado como “Ernesto” Astesano, sic); “Una idea revolucionaria para un gobierno revolucionario” (Esto Es, 7, 13-1-1954: 20-21).

[18] Como puede intuirse, serán los ordenadores de CNM en el caso de Astesano.

[19]Para la trayectoria de Fermín Chávez puede consultarse Manson (2011) y Pestanha (2012).

[20]La Argentina es deformada cuando termina el caudillaje”. Entrevista a Fermín Chávez de Jorge Rivera: “Me inicié en Tribuna, diario nacionalista, donde había personajes tan variados e interesantes como Ponferrada, Gregorio Santos Hernando, Gilberto Gómez Ferrán, el entonces pibe Jorge Ricardo Masetti, recién incorporado al diario, como yo, Luis Soler Cañas, Joaquín Linares, que hacía crítica de teatro, el flaco Fernández Unsain, don Lautaro Durañona y Vedia y tantos otros” (Revista Crisis, Mayo 1975).

[21] “En Córdoba estuve como interno en un colegio de los padres dominicos, lo que ellos llamaban el Colegio Apostólico, que estaba destinado a una futura vocación sacerdotal. Era una oportunidad que se me brindaba. Hay que pensar que ni mis padres ni mi familia estaban en condiciones de pagar ningún otro tipo de colegio fuera del lugar. Dadas mis posibilidades económicas, la única alternativa de seguir estudiando era el viaje a Córdoba. Yo hago el bachillerato en Córdoba, con los dominicos, y luego vengo a Buenos Aires como novicio y hago los tres años de filosofía en el convento de Santo Domingo. Mi etapa con los dominicos en Buenos Aires, años 39 al 42, es la época de oro de los Cursos de Cultura Católica. Funcionaba el famoso Convivio. Mi profesor de filosofía en Santo Domingo era el padre Páez, dominico y provincial de la Orden, y él enseñaba al mismo tiempo en los Cursos, junto con el padre Castellani, el Reverendo Alberto Molas Terán, César E. Pico, Julio Meinvielle, etcétera. Pico fue un hombre de gran talento. Su tomismo era tan agresivo como el nacionalismo de Ramón Doll, a quien se parecía mucho. De Buenos Aires paso a Cuzco, donde había un colegio internacional al que iban los estudiantes dominicos a estudiar teología. Allí hago tres años de teología y resuelvo volver a la Argentina, para reintegrarme a la vida laica” (Revista Crisis, Mayo 1975).

[22] Fermín Chávez, “Crisis del comunismo y afirmación de lo nacional”, en Dinámica social, 79, Mayo de 1957, páginas 19 y 20. En esta nota reconoce lo que hay de “justo y humano” en el comunismo, diferenciándolo de su perspectiva ideológica: “Por eso, mientras el comunismo ideológico entra en su ciclo de crisis, se va imponiendo en el mundo el concepto de Justicia Social, que se abre paso por encima de todos los errores, de todos los prejuicios y de todas las formas de individualismo”. Por otro lado, señala que el nacionalismo como ideología también sufre una crisis impuesta por la irrupción de lo social.

[23] “Tras los maestros, Doll, Scalabrini, Irazusta, Palacio, Castellani, han ido congregándose los escritores de las nuevas hornadas, más nuevos por sus obras que por su edad… Las nuevas generaciones de ensayistas tendrán por delante la nada fácil tarea de ir superando paulatinamente sus distintas limitaciones ideológicas y los rígidos esquemas que pudieran heredar de sus mayores, para arribar a la síntesis que el país aguarda desde su punto de vista, debe rendirle su esforzado aporte” (Fermín Chávez, “Por el horizonte movedizo del ensayo”, Dinámica Social, 83-84: 38).

[24] Quizá aluda al comentario que José María Rosa (1951) hizo al libro de Ramos titulado América Latina, un país.

[25] Escritor y periodista francés, militante de Acción Francesa y por un breve tiempo simpatizante del fascismo (1933), desarrolla una vasta obra de escritura ensayística. En la posguerra fue colaborador asiduo de Le Figaro. El trabajo citado es traducido por Espezel Berro en 1944 y prologado por César Pico en la edición porteña de ese año. En ese ambiente circulaba Chávez por entonces y de allí su conocimiento del autor y la referencia.

[26] “Para vincularse con ese país real es imprescindible, según Chávez, que tanto el nacionalismo como el marxismo corrijan graves errores. Los marxistas deben acercarse a la nación como hecho histórico, abandonando la perspectiva clasista que enfrenta al proletariado con la nación. Por su parte, el nacionalismo debe dejar de ser burgués y acercarse a las masas porque de lo que se trata es de acercar realidades y no ficciones ideológicas” (Gasco, 2017: 37).

[27] El texto, que no se referencia en la revista, corresponde a la Introducción a la Filosofía del Derecho de Hegel, publicado originalmente en 1844.

[28] La permanencia de sectores populares políticamente activos y de una clase obrera organizada fueron materia privilegiada de la sociología, la ciencia política y luego la historia, antes de que las ciencias sociales se ocuparan de la “supervivencia” del peronismo desde el punto de vista político partidario.

[29] El destacado en itálica es nuestro.

[30] Idea que desarrolla ampliamente en Rosas, bases del nacionalismo popular (Astesano, 1959).

[31] Victorio Belavita (“Soberanía o muerte”, CNM, 1: 8-9) era un militante de origen comunista de Rosario.

[32] Nacido el año 1909 en Buenos Aires. Empleado bancario, librero y corredor de libros, poeta, actor y director teatral. Seudónimo: Tanti. Entre sus obras: El alma en la noche (1932); Sonetos íntimos (1939); Vida y obra de Julio Herrera Reissig (1942); La canción de los látigos (1944); y Canto de amor y otros poemas (1946). Funda y dirige el periódico Sol Argentino, la Revista Coreográfica y la revista Grill. Integra el grupo fundador de ADEA. En el año 1947 dirige el elenco estable de Radio Municipal de Buenos Aires. Colaborador de Fray Mocho, Octubre y otras publicaciones. En el año 1950 publica Santa Eva de América en el periódico Octubre.

[33] Antonio Castro, “¿Qué pasa en Bolivia?” (CNM, 1: 18-20).

[34] Darío Pretto, “Contra el liberalismo” (CNM, 1: 21-23).

[35] Arturo Sampay, “El Nacionalismo Económico de la Constitución de 1949” (CNM, 1: 24-25). Recordemos que la revista aparece en la inminencia de la elección de convencionales constituyentes del 28 de julio de 1957.

[36] “Egipto: ejemplo de Revolución Nacional. Declaraciones de Gamal Abdel Nasser” (CNM, 1: 26-28).

[37] “Solo una vez, amigo Jauretche” (CNM, 1: 29-31). Firmado por “Remigio Alderete”, “escritor de campo” y fechado en Fortín El Saladillo, provincia de Córdoba. Quizá se trate de un tiro por elevación a la postura “concurrencista” y “pro-Frondizi” del viejo dirigente forjista.

[38] “Frente Nacional en el voto en blanco” (CNM, 1: 32). Recordemos que para este momento el peronismo había fijado su posición en favor de votar en blanco, pero que sectores del movimiento proscripto, como así también en círculos intelectuales nacionalistas y de izquierda, visualizaban a la UCRI de Arturo Frondizi como una alternativa atractiva.

[39] Abogado e historiador, miembro del IIHJMR, integrante de la Comisión Rodríguez Conde, funcionario del Ministerio de Justicia bajo el peronismo. Lonardista. Crítico del peronismo por no expropiar a la CADE en notas de la revista Esto Es. Escribe en Azul y Blanco, desde donde defiende la Constitución de 1949.

[40] Escritor de Boedo. Había colaborado en medios oficialistas bajo el peronismo como La Prensa y Mundo Peronista. En la coyuntura del golpe de 1955 participa en el PS-RN y escribe en Lucha Obrera en una sección titulada “Caña Fístula”.

[41] Amadeo (1956), cuatro ediciones en menos de seis meses.

[42] Traducido de la revista yugoslava Cuestiones actuales del socialismo (CNM, 2: 21-23). Alex Bebler, ex brigadista en la Guerra Civil Española, luego participante en la resistencia eslovena a la ocupación hitleriana, llegó a ser ministro de Finanzas, diplomático en las Naciones Unidas y hombre de confianza del Josip Broz, “Tito”.

[43] Al leer el número 1 de CNM, el preso Cooke había escrito con el seudónimo Federico a Jorge Uzabel (Castiñeira de Dios) una carta entusiasta: “Dígale a Fermín que su artículo de ‘Nacionalismo marxista’ me parece excelente, de una lucidez que hace mucha falta en el Movimiento para que la gente no se enrede con problemas chicos ni plantee erróneamente las líneas tácticas y estratégicas. Hasta la cita de Thierry Maulnier me parece magnífica y oportuna”. Hace un juicio sobre el libro citado: “Esto me trajo el recuerdo de Más allá del Nacionalismo: cuando llegó a mis manos, hace años, leí el estúpido prólogo de César Pico y casi no sigo adelante; cuando me decidí, comprobé que, además de ser una obra fundamental, decía todo lo contrario de lo que Pico sostenía en el prólogo”. Y luego agrega, en lo que puede ser la llave de su participación en el número siguiente: “Buceta me envío desde España una carta que recibió de Fermín, así que conozco algunos detalles de su colaboración en ‘Nac.Marx’”. Carta del 2 de septiembre (Cooke, 2010: 90).

[44] Todo esto, más allá –en las mismas palabras de Cooke– de la “irredimible nulidad” de la Convención y de que “al país le duele una ausencia” (John William Cooke, “El pueblo salió fortalecido”, CNM, 2: 28-29). La nota reproducida con anterioridad corresponde a la edición de De Frente del 30 de mayo de 1955, titulada “Lo dogmático y lo político” (CNM, 2: 27). Cabe agregar el entusiasmo de Cooke en ese momento, que lo lleva a elaborar el Plan de Acción enunciado en carta a Perón (Perón y Cooke, 2007: 239).

[45] Esta editorial, de la que sabemos poco más que su dirección (Perú 655, primer piso) y que podían hacerse pedidos en Paraná 460, puede haber sido la plataforma común del espacio de convergencia al que convoca Columnas: en ella publican Chávez y Nella Castro. En el sello suman a Jauretche y a Puiggrós que desde su perspectiva se habían alejado del redil –uno hacia la intransigencia y el otro hacia el clasismo– discutiendo estérilmente entre sí. También incluye obras de nacionalistas como Leonardo Castellani y Julio Meinvielle, así como El sindicalismo, las masas y el poder, de Luis Cerrutti Costa. Casi al final de su existencia publican el libro de Sobrino Aranda titulado Después de Perón. Puede que sea el mismo Chávez quien oficiara de director de la colección, teniendo en cuenta que las solapas llevan una presentación de la obra en sintonía con su manera de posicionarse. Tampoco resulta casual que todas las obras o los autores hayan merecido comentarios favorables en los medios en los que colaboraba Chávez y que incluso haya salido publicidad de la pequeña editorial en alguno de ellos, como sucede en Dinámica Social. Citamos los comentarios: Los profetas del odio de Jauretche (Dinámica Social, 81, julio de 1957: 53); La mestiza de Nella Castro (Dinámica Social, 76, febrero de 1957: 51); Civilización y barbarie de Chávez aparece comentado por Julio Irazusta (Dinámica Social, 75, enero de 1957, suplemento “Ideas y actores”: VII). En las mismas orientación y búsqueda de acercamiento, Chávez, tiempo después, comenta elogiosamente Imperialismo y cultura, “un excelente libro” de Juan José Hernández Arregui (Dinámica Social, 90, abril 1958: 44).

[46] Poeta salteño, participante del CEIPAP, miembro de la Peña de Eva Perón, autor de la novela La Mestiza, de hondo contenido social y de denuncia (Pulfer, 2018).

[47] “Sin embargo queremos a Buenos Aires… Se repite en nosotros la cristiana parábola del hijo pródigo. Y… el día que vuelva al lugar, haremos una gran fiesta para agasajar al hermano que creíamos perdido y que ha regresado a la casa paterna” (Antonio Nella Castro, “La lección nacional de los cabecitas negras”, CNM, 3: 9).

[48] “Por eso, ¡la capital puede votar en contra del pais! Porque tiene, en el sitio del corazón, el mercado del Plata. (…) En tanto, los ‘cabecitas negras’… los que no tienen Teatro Colón ni Museo Nacional de Bellas Artes; los que no toman cuajada de desayuno para mejorar el cutis; los ‘incultos’, los ‘analfabetos’… no le dieron al gobierno un cheque firmado en blanco” (Antonio Nella Castro, “La lección nacional de los cabecitas negras”, CNM, 3: 10).

[49] Wladislao Gomulka, “El camino nacional en un país socialista” (CNM, 3: 11-12). Se trata de un “informe”, sin fecha ni otra mención editorial, del que se reproduce la parte correspondiente al “problema nacional”, con el objeto de dejar presente que no es algo que afecte solo al “mundo colonial”, sino que involucra a los países que han emprendido el rumbo socialista. Gomulka (1905-1982) fue secretario general del Partido Obrero Unificado de Polonia entre 1956 y 1970. Asumió, luego de que una ola de protestas obreras flexibilizaran la actitud de Moscú que permitió mayor flexibilidad en la adopción de políticas internas, y fue destituido luego, cuando se mostró incapaz de contener la disidencia.

[50] Ya hemos apuntado la participación del escritor de Boedo en otras publicaciones de la “resistencia”, como Lucha Obrera.

[51]Carlos Scorza fue el último secretario del Partito Nazionale Fascista. Llegado a Argentina a finales de 1946, permaneció 22 años en Buenos Aires. Allí, fundó el Centro de Estudios Económico Sociales (CEES), que contaba con una publicación mensual, Dinámica Social. Para una aproximación global, puede consultarse a Girbal Blacha (1999).

[52] Utilizamos aquí “populista” en un sentido diferente al de las múltiples enunciaciones del tiempo actual y en cierta afinidad con las elaboraciones y experiencia de los “populistas” rusos del siglo XIX.

[53] “He leído Columnas del nacionalismo marxista. Muy bien: pero ese señor que escribe en el número sobre el congreso del 53 podría citarme cuando me toma frases enteras. No recuerdo su nombre”. José María Rosa a Fermín Chávez, 21 de febrero de 1958. Desde Madrid, Rosa enviaba frecuentes colaboraciones de carácter histórico a la revista Mayoría.

[54] En el ámbito de la izquierda con Ramos (1957) y Puiggrós (1956). En el ámbito del “nacionalismo popular” en tránsito hacia el “nacionalismo tradicional”, con García Mellid (1957).

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